"La filosofía no es el arte de consolar a los tontos ... su única tarea es la búsqueda de la verdad y destruir prejuicios."

4 de Septiembre de 1970


Aquel día viernes, en que ya despuntaba la primavera, el país amaneció con buen tiempo, los aromos floridos perfumaban el ambiente. Parecía un día normal, pero el gran número de fotografías de los candidatos colocados en las ventanas de las casas y en los vidrios de los automóviles, revelaba que en esa jornada iba a realizarse una trascendental elección presidencial, que causaba expectación mundial.

Dentro del ambiente partidario de la derecha reinaba un clima de confianza, reflejo de las numerosas encuestas publicadas por la prensa afín a Alessandri que pronosticaban su victoria por un holgado margen. Además creían que la virulenta campaña anticomunista iba a inclinar a muchos democratacristianos a votar por la derecha para evitar un gobierno marxista, al cual se procuraba mostrar como el advenimiento de una gran catástrofe.

No obstante, entre los partidarios de Allende y de Tomic también existían expectativas del triunfo de su candidato, basadas en la extraordinaria concurrencia a los actos de cierre de campaña realizados en la Alameda Bernardo O”Higgins Les asistía la compartida esperanza que sobrevendrían tiempos venturosos de mayor justicia social, solidaridad y bienestar, recuperación de los recursos mineros, eliminación de monopolios y real participación de los trabajadores en la riqueza del país. Ambos líderes tenían fe en sus proyectos y capacidad de cautivar multitudes. Era una época en que la gente confiaba en los partidos políticos y creía en las utopías.

Jorge Alessandri se despertó cansado, le pesaban sus 74 años. No había sido fácil convencerlo para que se presentara como candidato. La derecha lo había presionado por considerarlo “una carta ganadora” Había aceptado a regañadientes, pues no tenía ambiciones de volver a ser presidente. Incluso, le había propuesto a Bernardo Leighton que se presentara, pero éste rechazó su petición, diciendo que su candidato era Tomic La experiencia de su anterior gobierno le había resultado bastante frustrante al no lograr llevar a cabo una política concordante con sus ideas, al ser minoría los partidos de derecha. Pese a su conocida aversión a las giras a través del país, su comando lo había forzado a una actividad electoral agobiante, debiendo soportar manifestaciones en contra de los partidarios de las otras dos candidaturas participantes en la contienda electoral, que lo llevaron a suspender algunos actos. Lo que más le molestaba era que cierta prensa lo ridiculizara, cuestionando su sexualidad por su soltería –lo apodaba “la señora”- y lo tratara de ególatra.. Sus deseos de volver a ocupar la presidencia eran reducidos, pues preveía dificultades para gobernar dado el estado de efervescencia política reinante en que predominaban las tendencias de izquierda Sin embargo, estaba seguro de ganar la elección, pero no creía en las predicciones de La Tercera y El Mercurio que insistieron, hasta el último día previo a la elección, en que obtendría mayoría absoluta. Recordaba que en 1958 había vencido con sólo un 31,6 % de los votos. Ante el fundado rumor de un pacto secreto entre sus oponentes para elegir en el Congreso a aquel que tuviera más votos, aunque fuera segundo, a instancias de su comando, había declarado, en julio de ese año:: “Para contribuir a la paz y a la armonía que deben reinar entre los chilenos, yo repito y confieso públicamente que será Presidente aquel que obtenga la primera mayoría de votos en las elecciones”. Esta declaración se había hecho necesaria, pues la factibilidad de ese pacto no era improbable dada la amistad que unía Allende con Tomic, la gran similitud de sus programas, y la aplastante mayoría parlamentaria que sumaban entre ambos. Su posibilidad de triunfo era muy elevada debido a que los recursos que disponía eran inmensamente superiores a los de sus contrincantes, al contar con el generoso apoyo de Estados Unidos y las empresas que se sentían amenazadas ante un eventual gobierno de sus dos oponentes Todas las encuestas que sus adherentes le presentaban lo favorecían, la última de Gallup, de solo dos días atrás, le daba un 41,5 %, sobre un 29 % de Tomic y 28 % de Allende.

Radomiro Tomic no creía que tenía el triunfo asegurado, pese a ser el PDC el partido de mayor votación. Le daba esperanzas el entusiasmo de la juventud DC y lo multitudinario del cierre de campaña. Lo beneficiaba el avance obtenido en sectores desfavorecidos como resultado de la “promoción popular”, comandada por el sacerdote belga, Roger Vekemans. Corría a su favor la labor social partidaria desarrollada en los centros de madres y juntas de vecinos, la distribución de tierras entre los antiguos inquilinos, la penetración en las directivas sindicales, la construcción de viviendas populares y la mejoría en la calidad de vida de la clase baja y media. Sin embargo, lo desalentaba la escasa o nula participación en la campaña del sector liderado por Frei, con el cual estaba en profundo desacuerdo. La demostradamente eficiente maquinaria electoral del PDC no se había desplegado como en otras ocasiones. Incluso, algunos democratacristianos, concordando con la derecha, no ocultaban su interés que hubiese retirado su candidatura para evitar el triunfo de Allende, como había ocurrido en 1964. Los llamados aparecidos en la prensa en tal sentido habían sido frecuentes hasta los últimos días previos a la votación. El 2-9 había aparecido en caracteres destacados el mensaje: “A Usted, que lo presionan, desfile con Tomic y vote tranquilo por Alessandri el día 4”. El 3-9. El Mercurio publicó “Tomic no tendrá la grandeza de retirarse como lo hizo Durán para que Chile aplaste al marxismo, pero usted puede retirarle el voto a él y darle la mayoría absoluta a don Jorge Alessandri, porque ¡primero está Chile! La derecha lo tildaba de comunista por su reiterada afirmación: “lo más importante para la DC es plantear, cuanto antes y en cada oportunidad, como construir la sociedad socialista, comunitaria, pluralista y democrática”

Salvador Allende se despertó con la sensación que ese día iba a ser el más importante de su vida, al ver cumplido su sueño de ser presidente e instaurar el socialismo en el país, “con sabor a vino tinto y empanadas”. Había debido sortear múltiples obstáculos para ser denominado por la Unidad Popular. Debió superar al Comité Central del PS, que deseaba nombrar al senador Aniceto Rodríguez y luego las prolongadas negociaciones, de cerca de medio año, para que los partidos y conglomerados de izquierda lo eligieran el 22 de enero. Había recibido críticas tan duras como la de Rodrigo Ambrosio del MAPU, quien lo había calificado como “la rémora socialdemócrata del socialismo chileno”. Su salud, algo deteriorada, se había recuperado. Su labor de campaña había sido agotadora, recorriendo hasta el más pequeño pueblo del territorio nacional. El himno “Venceremos, venceremos, mil cadenas habrá que romper...la miseria sabremos vencer...con Allende en septiembre a vencer” y el lema “El pueblo unido jamás será vencido” se habían escuchado a lo largo y ancho de Chile. Se encontraba optimista por el elevado número de participantes en las últimas concentraciones, especialmente de mujeres. Recordaba que en 1958 había obtenido en hombres el 31,9 %, frente 29,8 % de Alessandri y que, en 1964, había superado a Frei en varones por 67.000 votos, pero perdido en mujeres por 469.000. El desfavorable resultado de las encuestas no lo desalentaba, pues las consideraba mañosamente manipuladas por la derecha. La campaña del terror en su contra había alcanzado límites ridículamente absurdos, lo cual desvirtuaba su credibilidad. Se decía que los opositores iban a ser fusilados en un paredón, que los niños iban a ser arrebatados a sus madres para llevarlos a adoctrinarse a Cuba o a la URSS, que el país iba a ser ocupado por los rusos, originando la tercera guerra mundial. Vislumbraba que por fin podría realizar su postergado sueño de implantar el socialismo por la vía electoral, siendo en ello pionero en el mundo. Su esperanza de triunfar se sustentaba en que, en esta ocasión, no había un cura de Catapílco, como en 1958, y que la contienda electoral actual se hacía a tres bandas y no a dos como en 1964. También lo alentaba la clara superioridad que habían tenido tanto él como Tomic en el debate televisivo, por su vitalidad y capacidad oratoria frente a un Alessandri tembloroso y de aspecto enfermo.

El presidente Frei se encontraba sereno por la revelación del resultado de una encuesta que en la víspera le había proporcionado el embajador Edward Korry, en la cual se imponía Jorge Alessandri. Le tenía plena confianza a los sondeos de opinión realizadas por agencias estadounidenses. Esta información lo tranquilizaba pues desvanecía su temor que triunfara Allende, pues preveía que un gobierno marxista que afectara los intereses norteamericanos era imposible en Chile y, que si lograba ganar la presidencia, no duraría un año. Él tenía razones más que sobradas para estar agradecido de Estados Unidos, pues había recibido el generoso apoyo norteamericano en la campaña de 1964 y su gobierno había sido favorecido en forma preferente por la Alianza para el Progreso. Su antigua amistad con Allende se había desvanecido, fruto del enfrentamiento en las campañas presidenciales de 1958 y 1964 y su rotundo rechazo al comunismo. Su animadversión se manifestaría no sólo en la negativa a la encarecida petición de ayuda que le formuló Allende, sino también en manifestarle su deseo que el gobierno UP durara poco tiempo. Aún después de la muerte de Allende, puso en evidencia su aversión en la entrevista al diario ABC de Madrid y en la carta a Mariano Rumor. Por otra parte, no le molestaba en absoluto que el candidato de su partido perdiera. Sus diferencias con Radomiro Tomic habían sido manifiestas y profundas. Recordaba con amargura la feroz frase de Tomic, dicha en 1965: “La Revolución en Libertad quedaría reducida a la cháchara inofensiva de un reformismo emasculado”, al criticar el incumplimiento del programa de gobierno. Para eludir tan fuerte crítica, había convencido a Tomic que renunciara a su escaño en el Senado y aceptara la embajada en Washington, en donde permanecería desde marzo de 1965 a abril de 1968. Tomic era totalmente contrario a cualquier acuerdo con la derecha, siendo reconocida su frase: “Cuando se pacta con la derecha, la que gana es la derecha”. En cambio, él había sido cronista del periódico conservador El Diario Ilustrado y no había tenido reticencias en pedir el apoyo de la derecha en 1958 y en aceptarlo en 1964. Tomic criticaba la chilenización del cobre porque beneficiaba aún más a las compañías norteamericanas y la timidez en la aplicación de la reforma agraria, dos de las reformas más apreciadas por él. Frente a la cercanía de Tomic con la izquierda, había intentado que el PDC escogiera a otro militante DC, pero sin resultado, dado el compromiso adoptado en 1964 en que éste debía ser el próximo candidato presidencial.

Luis Corvalán, secretario general del partido comunista, pragmático y buen estratega político, estaba sereno y con tranquila expectación. Su rol en la denominación de Allende por la Unidad Popular en las prolongadas y polemizadas negociaciones había sido fundamental. Para él, Allende era el mejor candidato que la izquierda podía presentar para tener posibilidades de ganar la presidencia. Tenía fundada confianza del triunfo del postulante del PS, pues habían desaparecido sus temores que Tomic se retirara, como le demandaba la derecha, y que el partido radical permanecía, en su mayoría, leal a la UP. Suponía que, al confrontarse los tres tercios en que se dividían los políticos, debía primar su sector. Por otra parte, a diferencia de algunos de sus correligionarios que creían que podría ocurrir algo semejante a la artera maniobra de González Videla, quien los había expulsado de sus cargos parlamentarios, perseguido y relegados en campos de concentración, él confiaba totalmente en el espíritu revolucionario y la inquebrantable consecuencia política de Allende, descartando de plano aquella posibilidad. Lo conocía bien, pues lo había acompañado en las sucesivas campañas presidenciales desde 1952, estableciendo una sólido compañerismo.

Ese día El Mercurio, en su editorial, manifestaba: “Somos los primeros en concordar con el propósito de que se respete sin reservas la voluntad del electorado. Este diario incluso ha insistido en que la interpretación constitucional más equitativa es la consagrada por la costumbre y que concede el triunfo al candidato que obtiene la primera mayoría de los sufragios”. Este era el reflejo de la confianza de la derecha en el triunfo de Alessandri y que esperaba que la campaña desarrollada contra el marxismo iba a dar sus frutos impidiendo que Allende ganara la elección.

En La Tercera, apareció una vasta inserción del comando de Tomic, manifestando su confianza absoluta en la victoria. Por supuesto que esta publicación era pagada, pues el candidato de este diario era Alessandri Se acompañaba con fotografías reveladoras de la gran magnitud de la concurrencia al acto final de la campaña. El pegajoso título era “Con Tomic y Olaya ganaremos la batalla”

La prensa de derecha le dio amplia cobertura a un cable de la agencia UPI, fechado el día anterior, proveniente de New York, reproduciendo un comentario del Washington Daily News, que fortalecía la campaña del terror contra la Unidad Popular. En este se expresaba: “Una victoria de Allende, ya sea en los comicios presidenciales o en el Congreso, constituiría un golpe a la libertad de todo el hemisferio occidental y un aliciente para Castro. Confiemos –más aún oremos- que los votantes chilenos tendrán la prudencia necesaria para evitar que su país caiga víctima del despotismo rojo, el terrorismo y el robo sistemático de sus ciudadanos”.

Los titulares del diario El Siglo eran “La Patria te llama a votar por Allende. A derrotar por fin el hambre, la injusticia, el engaño e imponer bienestar para la familia chilena”. Bajo una gran fotografía de Allende, decía “¡A votar a primera hora!”...“Fraude electoral y trampas publicitarias prepara la derecha”... “Matonaje tomicista y alessandrista lanzado contra la Unidad Popular”... “Los trabajadores asegurarán hoy en las urnas el triunfo de Allende”.

Durante el resto de la jornada, el protagonismo de las noticias lo asumieron las radios y la televisión. Hasta pasado el mediodía informaron sobre la constitución de las mesas y la tranquilidad existente en todo el país. . A las 14:10, se dio a conocer el primer resultado proveniente de Puerto Edén, pequeña localidad situada en la provincia de Magallanes: Tomic 27, Alessandri 1, Allende 10. El comando alessandrista, preocupado por el efecto que esta votación tendría sobre los numerosos ciudadanos que aún no sufragaban, reaccionó con una treta publicitaria. A las 14:20, entregó por radios Cooperativa, Corporación, Nacional y Balmaceda, un supuesto escrutinio del pueblito de Pica: Tomic 30, Alessandri 60, Allende 19. El Intendente de Tarapacá, que se encontraba en la sede de gobierno en Santiago, telefoneó a Pica, recibiendo la respuesta que faltaba más de dos horas para iniciar el conteo de votos. El Ministro del Interior, Patricio Rojas, dispuso la inmediata clausura de esas emisoras, por violar la ley electoral, transmitiendo resultados falsos. La medida punitiva fue levantada, cuando explicaron que ese cómputo les había sido transmitido desde el puesto móvil del comando de Alessandri, emplazado en Bellavista con Purísima, en Santiago.

A las 16:00, cuando se iniciaba el cierre de las urnas, se difundió el resultado de una encuesta realizada por el profesor de la Escuela de Ingeniería, Eduardo Hamuy, entregada dos días antes a los periodistas, con el compromiso de darla a conocer sólo a esa hora del día 4. Sus porcentajes eran bastante alejados de lo que iba a suceder en la realidad, demostrando la existencia de un error de muestreo, que dejó por el suelo el prestigio de Hamuy: Tomic 30,9%, Alessandri 36,8% y Allende 31,5%.

Después de las 16.00, las radioemisoras y la TV, empezaron a entregar resultados ampliamente favorables a Alessandri, que lo señalaban duplicando a Allende y triplicando a Tomic. Eran el escrutinio de las primeras mesa de hombres de Santiago. El pesimismo cundió entre los partidarios de Tomic y Allende, aún cuando estos últimos mantenían ciertas esperanzas que la situación se revirtiera al contabilizarse los votos de provincias Alrededor de las 17.00, comenzaron a embanderarse las casas del barrio alto de Santiago y a salir gente a la calle, gritando y bailando, proclamando la victoria del candidato de derecha. La diputada Silvia Alessandri, declaró, en ese instante, eufórica a los periodistas: “Yo no ocuparé ningún cargo en el gobierno de mi tío, porque ya soy parlamentaria”.

Pero, después de las 19:00, la situación comenzó a experimentar un vuelco. Todas las provincias del Norte, O'Higgins, Curicó, Talca, Concepción y Magallanes, fueron ampliamente favorables a Allende. Entre los allendistas, pegados a la televisión o las radios, comenzó a expandirse una ola de júbilo y emoción ante el inminente triunfo de su líder. A las 19:30, Allende sumaba 239 mil votos, contra 193 mil de Alessandri. Frente a esta clara ventaja, en las sedes de los partidos de la Unidad Popular, empezaron las celebraciones. A las 22:30, Allende mantenía la delantera con 871 mil, seguido de Alessandri con 842 mil y Tomic con 661 mil. Los votos de las mujeres, contabilizados con retraso, no habían sido suficientes para superar al candidato de la Unidad Popular.

Familiares de Jorge Alessandri relatan que, alrededor de las 22:00 horas, connotados dirigentes políticos de derecha acudieron a su departamento de la calle Phillips para conocer su opinión sobre el resultado de las elecciones. Alessandri les expresó que su Comando Electoral reconocía el triunfo de Allende y que si había alguna intención de desconocer al vencedor, que lo pensaran dos veces pues se podía producir una rebelión popular

Pasada la medianoche se dieron los resultados definitivos. Allende: 1.075.616 (36.3%), Alessandri 1.036.278 (34.9%) y Tomic 824.849 (27.8%). Divididas estas cifras por sexo, se veía que la campaña del terror había tenido restringido éxito en el sector mas impresionable por la propaganda: las mujeres reacias a los cambios. Allende logró en hombres un 42 % y en mujeres sólo 31 %. Alessandri, 31,8 % en hombres y 39 % en las votantes femeninas. Por su parte, Tomic consiguió el 26,2 % de los sufragios en varones y el 30 % del género opuesto.

La mayoría relativa conseguida por Allende, produjo gran frustración y amargura entre los partidarios de ambos perdedores, especialmente en los de Alessandri, que estaban seguros del triunfo debido a las encuestas publicadas por la mayoría de los medios de comunicación, decididos partidarios del candidato de derecha.. La DC había encargado al dirigente Juvenil, Ricardo Hormazábal, la realización de un acto de celebración del triunfo esa tarde del 4 de septiembre. No obstante, Radomiro Tomic, hidalgamente, admitió prontamente la victoria de Salvador Allende. Esa misma noche, le envió un telegrama que decía: “Salvador, felicitaciones por la victoria. Más honrosa mientras más dura y difícil. Ella le pertenece al pueblo, pero también es tuya”. Más temprano, desde el balcón de la sede del PDC, había declarado, acallando los gritos de sus partidarios: “Tomic no será presidente de unidad. Nunca dijimos que esta batalla la dábamos por Tomic. Soy un chileno más de nuestra Patria. La Patria sigue y la tarea continúa. Volverá a despuntar el alba sobre Chile. Para despedirnos en esta hora por un momento, porque la despedida es para seguir mañana en lo que estamos empeñados, les digo: “Ni un paso atrás; cien pasos hacia delante”. Después de esta arenga, jóvenes tomicistas y allendistas se abrazaron en la Alameda voceando: “Tomic presente, Allende presidente” Al día siguiente, Tomic visitaría a Allende en su residencia para congratularlo por su victoria, como lo destacaría la prensa de izquierda.

Esa madrugada, hubo grandes celebraciones de la Unidad Popular, sin que los derrotados salieran a las calles, aún estupefactos y apesadumbrados por la victoria de Allende. Sólo el domingo 6 saldrían con sus vehículos a las calles Providencia y Las Condes, tocando sus bocinas, portando banderas chilenas y retratos de Alessandri vociferando “contra el fraude hasta el final, Alessandri presidente es mandato nacional” Ese mismo anochecer del 4, intencionadamente se hizo circular el rumor que masas enardecidas iban a asaltar las casa del barrio alto de Santiago, con la esperanza que se produjera un golpe. Consciente de esta amenaza, Allende solicitó al jefe de plaza, hacer esa misma noche una concentración para dirigirse a sus partidarios, llamándolos a la tranquilidad y a evitar las provocaciones. Desde un balcón del viejo edificio de la Federación de Estudiantes, frente a la Biblioteca Nacional, Allende pronunció el llamado “discurso de la victoria”:

“Con profunda emoción les hablo desde esta improvisada tribuna por medio de estos deficientes amplificadores. ¡Qué significativa es –más que las palabras-la presencia del pueblo de Santiago que, interpretando a la inmensa mayoría de los chilenos, se congrega para reafirmar la victoria que alcanzamos limpiamente el día de hoy. Victoria que abre un camino nuevo para la patria y cuyo principal actor es el pueblo de Chile aquí congregado. ¡qué extraordinariamente significativo es que pueda yo dirigirme al pueblo de Santiago desde la Federación de Estudiantes! Esto posee un valor y significado muy altos. Nunca un candidato triunfante por la voluntad y el sacrificio del pueblo usó una tribuna que tuviera mayor trascendencia, porque todos lo sabemos: la juventud de la patria fue vanguardia en esta batalla, que no fue la lucha de un hombre, sino la lucha de un pueblo. Ella es la victoria de Chile alcanzada limpiamente esta tarde.

“Yo les pido a ustedes que comprendan que soy sólo un hombre, con todas las debilidades y flaquezas que tiene un hombre; y si pude soportar –porque cumplía una tarea- la derrota de ayer, hoy sin soberbia y sin espíritu de venganza, acepto este triunfo que nada tiene de personal y que se lo debo a radicales, socialistas, comunistas, socialdemócratas, a gentes del MAPU y del API y miles de independientes. Se lo debo al hombre anónimo y sacrificado de la patria. Se lo debo a la humilde mujer de nuestra tierra.. Le debo este triunfo al pueblo de Chile, que entrará conmigo a La Moneda el 4 de noviembre.

La victoria alcanzada por ustedes tiene una honda significación nacional. Desde aquí declaro solemnemente que respetaré los derechos de todos los chilenos. Pero también declaro, y quiero que lo sepan definitivamente que al llegar a La Moneda, y siendo el pueblo gobierno, cumpliremos el compromiso histórico que hemos contraído de convertir en realidad el programa de la Unidad Popular.

Lo dije. No tenemos, ni podríamos tener, ningún propósito pequeño de venganza. Sería disminuir la victoria alcanzada. Pero, si no tenemos un propósito pequeño de venganza, tampoco, de ninguna manera, vamos a claudicar a comerciar el programa de la Unidad Popular, que fue la bandera del primer gobierno auténticamente democrático, popular, nacional y revolucionario de la historia de Chile.

Dije y debo repetirlo: Si la victoria no era fácil, difícil será consolidar nuestro triunfo y construir la nueva sociedad, la nueva convivencia social, la nueva moral y la nueva patria.

Pero yo sé que ustedes, que hicieron posible que el pueblo sea mañana gobierno, tendrán la responsabilidad histórica de realizar lo que Chile anhela para convertir a nuestra patria en un país señero en el progreso, en justicia social, en los derechos de cada hombre, de cada mujer, de cada joven de nuestra tierra.

Hemos triunfado para derrotar definitivamente la explotación imperialista, para terminar con los monopolios, para hacer una profunda reforma agraria, para controlar el comercio de importación y exportación, para nacionalizar, en fin, el crédito; pilares todos que harán factible el progreso de Chile, creando el capital social que impulsará nuestro desarrollo.

Por eso, esta noche, que pertenece a la historia, en este momento de júbilo, yo expreso mi emocionante reconocimiento a los hombres y mujeres, a los militantes de los partidos populares e integrantes de las fuerzas sociales que hicieron posible esta victoria que tiene proyecciones más allá de las fronteras de la propia patria. Para los que están en la pampa o en la estepa, para los que me escuchan en el litoral, para los que laboran en la precordillera, para la simple dueña de casa, para el catedrático universitario, para el joven estudiante, , el pequeño comerciante o industrial,, para el hombre y la mujer de Chile, para el joven de la tierra nuestra, para todos ellos el compromiso que yo contraigo ante mi conciencia y ante el pueblo -actor fundamental de esta victoria- es ser auténticamente leal en la gran tarea común y colectiva. Lo he dicho mi único anhelo es ser para ustedes el compañero presidente.

Han sido el hombre anónimo y la ignorada mujer de Chile los que han hecho posible este hecho social trascendental. Miles y miles de chilenos sembraron su dolor y su esperanza en esta hora que al pueblo pertenece. Y, desde otras fronteras, desde otros países, se mira con satisfacción profunda la victoria alcanzada. Chile abre un camino que otros pueblos de América y del mundo podrán seguir. La fuerza vital de la unidad romperá los diques de las dictaduras y abrirá el cauce para que los pueblos puedan ser libres y puedan construir su propio destino.

Somos suficientemente responsables para comprender que cada país y cada nación tiene sus propios problemas, su propia historia y su propia realidad. Y frente a esa realidad, serán los dirigentes políticos de esos pueblos que adecuarán la táctica.. Nosotros sólo queremos tener las mejores relaciones políticas, culturales y económicas con todos los países del mundo. Sólo pedimos que respeten –tendrá que ser así- el derecho del pueblo de Chile a haberse dado el Gobierno de la Unidad Popular.

Somos y seremos respetuosos de la autodeterminación y de la no intervención. Ello no significará acallar nuestra adhesión solidaria con los pueblos que luchan por su independencia económica y por dignificar la vida del hombre en los distintos continentes.

Sólo quiero señalar, ante la historia, el hecho trascendental que ustedes han realizado, derrotando la soberbia del dinero, la presión y amenaza, la información deformada, la campaña del terror, de la insidia y la maldad. Cuando un pueblo ha sido capaz de esto, será capaz también de comprender que sólo trabajando más y produciendo más podremos hacer que Chile progrese y que el hombre y la mujer de nuestra tierra, la pareja humana, tenga derecho auténtico al trabajo, a la vivienda, a la salud, a la educación, al descanso, a la cultura y a la recreación.

Pondremos toda la fuerza creadora del pueblo en tensión para hacer posible estas metas humanas que se ha trazado el programa de la Unidad Popular. Juntos, con el esfuerzo de ustedes, vamos a realizar los cambios que Chile reclama y necesita. Vamos a hacer un gobierno revolucionario. La revolución no implica destruir, sino construir; no implica arrasar, sino edificar, y el pueblo de Chile está preparado para esa gran tarea en esta hora trascendental de nuestra vida.

Compañeras y compañeros, amigas y amigos: ¡cómo hubiese deseado que los medios materiales de comunicación me hubieran permitido hablar más largamente con ustedes, y que cada uno hubiera oído mis palabras, húmedas de emoción, pero al mismo tiempo, firmes en la convicción de la gran responsabilidad que todos tenemos y que yo asumo plenamente!

Yo les pido que esta manifestación sin precedentes se convierta en la demostración de la conciencia de un pueblo. Ustedes se retirarán a sus casas sin que haya el menor asomo de provocación y sin dejarse provocar. El pueblo sabe que sus problemas no se solucionan rompiendo vidrios o golpeando un automóvil. Y aquellos que dijeron ayer que los disturbios iban a caracterizar nuestra victoria, se encontrarán con la conciencia y la responsabilidad de ustedes. Irán a su trabajo mañana o el lunes alegres y cantando, cantando la victoria tan legítimamente alcanzada y cantando al futuro, que las manos callosas del pueblo consciente y disciplinado podrá realizar.

América Latina y más allá de la frontera de nuestro pueblo, miran el mañana nuestro. Yo tengo plena fe en que seremos lo suficiente fuertes, lo suficiente serenos para abrir el camino venturoso hacia una vida distinta y mejor, para empezar a caminar por las esperanzadas alamedas del socialismo que el pueblo de Chile, con sus propios medios, va a construir.

Reitero mi reconocimiento agradecido a los militantes de la Unidad Popular, a los partidos Radical, comunista, socialista, socialdemócrata, MAPU y API y a los miles de independientes que estuvieron con nosotros. Expreso mi afecto y también mi reconocimiento agradecido a los compañeros dirigentes de esos partidos que, por sobre las fronteras de sus propias colectividades, hicieron posible la fortaleza de esta unidad que el pueblo hizo suya. Y, porque el pueblo la hizo suya, ha sido posible la victoria, que es la victoria del pueblo. El hecho de que estemos esperanzados y felices no significa que vayamos nosotros a descuidar la vigilancia. El pueblo, este fin de semana, tomará por el talle a la patria y bailaremos, desde Arica a Magallanes, desde la cordillera al mar, una gran cueca, símbolo de la alegría sana de nuestra victoria.

Pero al mismo tiempo mantendremos nuestros comités de acción popular en actitud vigilante, en actitud responsable, para estar dispuestos a responder a un llamado, si es necesario, que haga el comando de la Unidad Popular Llamado para que los comités de empresa, de fábricas, de hospitales, en las juntas de vecinos, en los barrios y en las poblaciones proletarias vayan estudiando los problemas y las soluciones, porque presurosamente tendremos que poner en marcha el país. Yo tengo fe, profunda fe, en la honradez, en la conducta heroica de cada hombre y de cada mujer que hizo posible esta victoria. Vamos a trabajar más. Vamos a producir más. Pero trabajaremos para la familia chilena, para el pueblo, para Chile, con orgullo de chileno y con la convicción de que estamos realizando una grande y maravillosa tarea histórica.
¡Cómo siento en lo íntimo de mi fibra de hombre, cómo siento en las profundidades humanas de mi condición de luchador, lo que cada uno de ustedes me entrega! Esto que hoy germina, es una larga jornada. Yo sólo tomé en mis manos la antorcha que encendieron los que antes que nosotros lucharon junto al pueblo y por el pueblo. Este triunfo debemos dárselo en homenaje a los que cayeron en las luchas sociales y regaron con sangre la fértil semilla de la revolución chilena que vamos a realizar.

Quiero, antes de terminar, y es honesto hacerlo así, reconocer que el gobierno entregó las cifras y los datos de acuerdo con los resultados electorales. Quiero reconocer que el jefe de plaza, general Camilo Valenzuela, autorizó este acto, acto multitudinario, en la convicción y la certeza que yo le diera de que el pueblo se congregaría, como está aquí, en actitud responsable, sabiendo que ha conquistado el derecho a ser respetado, respetado en su vida y respetado en su victoria, el pueblo sabe que entrará conmigo a La Moneda el 4 de noviembre de este año.

Quiero destacar que nuestros adversarios de la Democracia Cristiana han reconocido, en una declaración, la victoria popular. No le vamos a pedir a la derecha que lo haga. No lo necesitamos. No tenemos ningún ánimo pequeño en contra de ella. Pero ella no sería capaz jamás de reconocer la grandeza que tiene el pueblo en sus luchas, nacida de su dolor y de su esperanza.

Ciudadanas y ciudadanos de Santiago, trabajadores de la patria: ustedes, y sólo ustedes, son los triunfadores. Los partidos populares y las fuerzas sociales han dado esta gran lucha que se proyecta más allá, reitero, de nuestras fronteras materiales.

Les pido que se vayan a sus casas con la alegría sana de la limpia victoria alcanzada y que esta noche, cuando acaricien a sus hijos, cuando busquen el descanso, piensen en el mañana duro que tendremos por delante, cuando tengamos que poner más pasión, más cariño, para hacer cada vez más grande a Chile y cada vez más justa la vida en nuestra patria.

Gracias, gracias, compañeras. Gracias, gracias, compañeros. Ya lo dije un día. Lo mejor que tengo me lo dio mi partido, la unidad de los trabajadores y la Unidad Popular.

A la lealtad de ustedes, responderé con la lealtad de un gobernante del pueblo, con la lealtad del compañero presidente”.
El mundo progresista nacional e internacional celebró la victoria de Allende con gran entusiasmo y optimismo, pues se habría la posibilidad cierta de constituir una sociedad más igualitaria, solidaria y justa, bajo la conducción de un líder en quien se confiaba plenamente. Por el contrario, los intereses que se sentían amenazados, reaccionaron con alarma y dispuestos a eliminar la instauración de un gobierno socialista. La noticia del triunfo de Allende despertó la ira de Henry Kissinger, quien criticaría acremente a los funcionarios del Departamento de Estado de su país, diciendo: “esos idiotas que no evitaron la elección de Allende”. Por su parte, Richard Nixon exclamaría indignado en referencia a Allende: “¡Ese bastardo hijo de puta. Vamos a patearle el trasero!”, según se consigna en las grabaciones de la Casa Blanca y ordenó “hacer crujir la economía chilena”. Agustín Edwards se trasladaría prontamente a Washington para incentivar a Estados Unidos a intervenir en contra del nuevo gobierno de la Unidad Popular. El embajador Korry sería bien explícito al amenazar: “No se permitirá que llegue a Chile ni un perno ni una tuerca durante el gobierno de Allende. Haremos todo lo que esté a nuestro alcance para condenar a Chile y a los chilenos a la máxima privación y pobreza, una política diseñada para durar largo tiempo a fin de acelerar las dificultades de una sociedad comunista en Chile” Prontamente, el gobierno norteamericano implementaría el proyecto FULBELT para derribar a Allende, como consta en documentación desclasificada. Más tarde, el director de la CIA, Helms, confesaría: “El presidente me ordenó instigar un golpe militar en Chile, un país hasta entonces democrático. A Nixon y a Kissinger no les preocupaban los riesgos que esto entrañaba” El general ® Viaux inició maniobras para dar un golpe, lo cual provocaría el asesinato del general René Schneider Las grandes empresas trasnacionales, como Anaconda, Kennecott e ITT, se prepararon para evitar su nacionalización, contribuyendo a combatir a Allende. Las agrupaciones empresariales, desde la CPC, la Sofofa, la SNA, los camioneros, hasta el Comercio Detallista se prepararon para impugnar las medidas del nuevo gobierno y después asumirían actividades conspirativas para que fuese derrocado. El presidente Frei, convencido que era imposible un gobierno en contra de Estados Unidos, haría todos los esfuerzos para impedir que su partido colaborara con la Unidad Popular, aún a costa de perder algunos diputados y dirigentes juveniles. Pablo Rodríguez y Jaime Guzmán formarían Patria y Libertad para derribar a Allende. Dirigentes de derecha como Bulnes, Jarpa, Diez y otros harían una cerrada oposición para causar desestabilización y caída del régimen UP. Pinochet, que había alcanzado el generalato gracias a su obsecuencia ante sus superiores, relata en sus memorias que, el 4 de septiembre de 1970, les había expresado a sus subalternos que debían prepararse para evitar el marxismo.

La todopoderosa fuerza de Estados Unidos, aliada con los intereses chilenos, emprendería una lucha a muerte en contra del gobierno de la Unidad Popular. Sería una batalla sin cuartel que demoraría mil días para su infausta consumación, con el prolongado quiebre de la prestigiada democracia de Chile. Lo prolongado del combate, ante fuerzas tan incontrarrestables, se debió a la vitalidad y profundo humanismo que implicaba el anhelo de igualdad, justicia social y solidaridad del proyecto de Salvador Allende. Se pretendía que los trabajadores fuesen tratados con dignidad, percibiendo remuneraciones y jubilaciones justas; eliminar el afán de lucro como motor del desarrollo; proveer una educación que promocionara la movilidad social y no la segregación; dar a todos una buena atención en salud; alentar la participación ciudadana; impedir la concentración de la riqueza en unos pocos privilegiados, ayudar al mediano y pequeño empresario, en fin, privilegiar siempre el bien común Pese a las dificultades de desabastecimiento, paros empresariales y sabotajes, el gobierno de la Unidad Popular mantenía un alto porcentaje de adhesión, reflejado en la alta votación de marzo de 1973 y en la multitudinaria concurrencia de enfervorizados participantes en la marcha del 4 de septiembre de 1973. Aún podría haberse mantenido la institucionalidad democrática si el círculo de Frei y Aylwin hubiese aceptado el apremiante llamado a colaborar con el gobierno que les hacía Allende y sus propios correligionarios encabezados por Fuentealba, Tomic y Leighton y si no se hubiese producido la alevosa traición de Augusto Pinochet. Pero, por desgracia, la historia no puede retrotraerse. Y tantas esperanzas quedaron frustradas, desencadenándose la gran tragedia sobre el país, cuyas secuelas aún persisten.

El director de la CIA en 1973, William Colby, describiría la exitosa actuación de su organismo en Chile, durante el gobierno de la Unidad Popular en forma bastante gráfica. Comentaría que consistió en: “un prototipo o experimento de laboratorio para probar las técnicas de gran inversión económica destinada a desprestigiar y derrocar a un gobierno”.
El Clarín - Raúl Auth Caviedes