"La filosofía no es el arte de consolar a los tontos ... su única tarea es la búsqueda de la verdad y destruir prejuicios."

Azar



La palabra castellana azar proviene del árabe az-zahr, que significaba primitivamente el dado que se usa en el juego, y luego el juego mismo (juegos de azar). Por esa vinculación con la experiencia lúdica -en la que el azar se manifiesta de manera tan patente-, pasa luego a significar el resultado del juego, en cuanto algo imprevisible, variable. Y más tarde se amplía a todo lo que no está sujeto a determinación, previsión o necesidad. Incluso se amplía a lo que carece de toda regla o regularidad; por tanto, a lo fortuito (del latín fors-forte), a lo casual (de casus), lo que cae o decae de la regla o norma predeterminada. Los latinos, que conocen muy bien los juegos de dados, emplean dos palabras: Alea, de incierta etimología, pero significando el juego («ludere alea, jacta est alea: Suetonio) y también la suerte; lo incierto o irregular en el resultado, pero que se ajusta a ciertas reglas de juego, de modoque lo contrario es hacer trampa. Lo traducimos por aleatorio en el sentido de variable, de múltiples resultados posibles. La otra palabra es fortuna, significando, ante todo, lo variable o incierto (del latín fors forte); luego significa el resultado favorable (sors, suerte: "Forte fortuna affuit hic meus amicus": Terencio), los bienes de fortuna. De modo que incluso se la eleva a rango divino: la diosa Fortuna, descrita con rostro sonriente, pero caprichosa en su elección y voluble, inconstante en su fidelidad.

Desde un punto de vista filosófico, la idea de azar como lo fortuito parece relacionarse estrechamente con la noción de contingencia, entendida como variabilidad o posibilidad para ser o no ser, ser de una u otra manera. Lo que, a su vez, nos lleva a relacionarla con la idea de probabilidad, que sería una forma de contingencia, en cuanto indica una propensión de algo en un sentido o en otro (lo que acontece en la mayoría de los casos, ut in pluribus; o en la minoría, ut in paucioribus), dentro de un cuadro de posibilidades; pero de modo variable y no predeterminado. Especialmente cuando sucede algo que es poco probable, se dice que es casual. Y dado que lo fortuito o azaroso es lo indeterminado, lo imprevisible, lo que no es objetivo de una intención determinada, lo que sucede no buscado por sí mismo, sino accidentalmente, de ahí su vinculación con las causas y los efectos denominados per accidens o por casualidad 1. Es claro que ahora tiene dos sentidos: como causa, que produce algo sin intentarlo de suyo, al intentar otra cosa; y como efecto o resultado no intentado, sino ocurrido al intentar o producir otra cosa. Científicamente el azar fue ya objeto de estudio por Galileo (Sopra le scoperte dei dad¡) y G. Cardano (De ludo aleae); y desde el campo del cálculo matemático, fue estudiado primero por Pascal y Fermat. Dicho cálculo recibe ulteriores desarrollos de Bayes, Leibniz, Laplace, Bernouilli, etc. Y modernamente constituye una rama importante de la matemática aplicada a la estadística.

I. EXISTENCIA Y REALIDAD. Pero, ¿existe el azar?; ¿es algo objetivo? Por una parte, lo azaroso o aleatorio entra dentro del campo de lo posible. Es algo posible, no sólo en pura teoría, sino realmente. Psicológicamente, lo azaroso o casual aparece como algo fascinante, pero no meramente imaginario; y ello justamente por ser imprevisible y porque a veces implica un cambio total en la vida de una persona. Por ello a nivel popular el azar se ha conectado habitualmente con lo celeste («el destino está escrito en las estrellas») y con lo divino. Esto último nos pone ante una interpretación del azar en una perspectiva teológica. Por un lado tendríamos la concepción fatalista según la cual el Hado (Fatum) o Destino ciego preside y ha determinado el acontecer del universo, tanto de lo consciente como de lo inconsciente, tanto de lo humano como de lo divino. El Destino inamovible marca el orden de los acontecimientos, incluso para los mismos dioses. Esto equivale a la negación del azar objetivo; el azar es, aquí, la medida de nuestra ignorancia. Por otro lado está la concepción teológica que admite un Dios personal, omnisciente y omnipotente. El azar pertenece a lo que es materia de previsión y de preordenación por parte de Dios. A esto suele denominarse Providencia divina. Coincide con el fatalismo en afirmar que todo está ya predeterminado de antemano; mas no de modo ciego, sino como ratio o planificación de la mente divina y de los eternos e inmutables designios de su voluntad creadora. Por ello el cristiano puede mantener la idea del Hado, pero cambiando el nombre (como dice san Agustín: sententiam teneat, linguam corrigat)2. Tal es la concepción de la teología cristiana. Así, para Tomás de Aquino la Providencia es «la planificación de las cosas en orden a su fin», que se extiende de modo inmediato a todo, incluso a lo mínimo 3. Esta concepción parece negar también la existencia de un azar objetivo.

Desde un punto de vista filosófico, la negación del azar la representan algunas escuelas que sostienen el ->determinismo, desde el fijismo de los eleáticos y el fatalismo de los estoicos («Somos zarandeados por los hados; dejémonos llevar por ellos»)4, así como los atomistas, hasta el determinismo absoluto de los racionalistas Spinoza y Leibniz, y de la filosofía dialéctica, sea idealista (Hegel) o materialista (Engels, Marx). En el campo científico ha tenido sus representantes, ya en la Edad Moderna, en los científicos del Renacimiento («el universo está escrito en caracteres matemáticos» Galileo) y luego en Newton y Laplace (hipótesis del genio omnisciente), hasta Max Planck, A. Einstein («Dios no juega a los dados»), y De Broglie. Sin embargo, a partir del principio de incertidumbre de W Heisenberg, como resultado de la mecánica cuántica, en el campo científico domina ampliamente la concepción indeterminista, tanto en la física como en la biología. Y, a pesar de la diversidad de interpretaciones, muchos se inclinan por un indeterminismo objetivo o esencial, y no sólo subjetivo, al menos en el campo de la microfísica de las partículas elementales. Y no faltan quienes extienden ese indeterminismo hasta la negación de la causalidad y entienden que las leyes dinámicas de la naturaleza son todas de tipo probabilístico; lo que identifican con un indeterminismo puro y universal. Esto último está en dependencia, más que de hechos científicos, de presupuestos filosóficos, que tienen por base concepciones ligadas al escepticismo y al relativismo, así como al empirismo clásico. Últimamente estas concepciones se hallan estrechamente emparentadas con las diversas interpretaciones acerca del orden y del concepto de lo caótico en el cosmos.

El problema es, por tanto, doble: por una parte, si el azar o la casualidad son algo real y objetivo, o solamente subjetivo. Por otra, y suponiendo que sean algo objetivo, si implican un indeterminismo puro y universal. Esta segunda cuestión se refiere no a la existencia del azar, sino a su extensión y profundidad. Con respecto a la existencia del azar, vemos que lo aleatorio existe realmente. Así, en el juego es esencial la imprevisión del resultado concreto. Y en los juegos de azar, la coincidencia del premio o no premio con el número aparecido, ¿no es objetivamente casual? ¿No podría haber salido cualquier otro número? Inicialmente todos los números y todos los premios tienen la misma posibilidad teórica de salir.

En general y a priori, siempre que respecto de un suceso existan varias posibilidades reales, objetivas, habrá que admitir que existe realmente lo casual o el azar. Si existe lo no intentado de suyo, como un encuentro fortuito o bien la coincidencia y la interferencia de series causales independientes, para producir algo, entonces existe realmente el azar, lo casual es algo objetivo, y no únicamente subjetivo, en el sentido de meramente impredecible. Filosóficamente se ha entendido así, al menos desde Aristóteles, para quien el azar o lo casual (casus) es causa per accidens de muchos acontecimientos 5. Para Tomás de Aquino, tomando el azar como lo contingente, el azar pertenecería a la estructura del ente mismo, pues "necesidad y contingencia acompañan al ser en cuanto tal" 6. Científicamente no parece imposible el admitir un azar objetivo. Incluso el principio de incertidumbre de Heisenberg parece que puede ser interpretado no sólo subjetivamente, sino de modo objetivo, según los resultados de los experimentos. Y no obsta que, como objetan algunos, al hacer los experimentos se perturbe la situación o el momento de las partículas elementales, si es posible medir o calcular y descontar del resultado el grado de esa perturbación.

Otra dificultad vendría por el lado del determinismo teológico. Supuesto que la Providencia divina haya predispuesto todas las cosas, hasta en sus mínimos detalles, parece que ello induciría a un determinismo objetivo absoluto; siendo el azar la simple medida de nuestra ignorancia, ya que no conocemos todas las causas concurrentes a los hechos futuros. El problema es demasiado complejo para intentar una solución en pocas palabras. Algunos se inclinaron por negar la Providencia como previsión de las cosas (Aristóteles); o por negar que se extendiera a los entes inferiores (Averroes, Maimónides) o a los entes libres (Cicerón). Tomás de Aquino insinúa una solución 7; distingue entre Providencia, que es «el plan divino sobre el mundo» en cuanto previsto por Dios; y el gobierno del mundo, que es «la ejecución concreta de ese plan»8. Ahora bien, el gobierno o ejecución de la Providencia se realiza por mediaciones o causas intermedias «gobernando los entes inferiores por medio de los superiores (...) comunicando así a las causas segundas la dignidad causativa». Dios, pues, sigue siendo la Causa primera y universal (eficiente y final) de todo cuanto sucede en el universo; pero existen también las causas inmediatas de cada suceso.

En los seres hay que distinguir entre el hecho de ser y el modo de ser o de acontecer. Y aquí entra la distinción entre lo necesario y lo contingente (que incluye a lo casual, lo fortuito, lo accidental, etc). El modo de ser o de acontecer depende, no sólo y remotamente de la Causa primera y universal, sino de la causa inmediata y propia de cada ente o suceso. En general, la forma detallada y el modo concretísimo de los acontecimientos variables depende de las causas inmediatas o próximas. Según eso, algo que pudiera ser necesario o predeterminado por parte de las causas remotas o generales, resulta ser indeterminada o casual por parte de las causas próximas e inmediatas 9. Y ello, no sólo subjetivamente, sino también objetivamente.

En consecuencia, la Providencia divina, como Causa previsora universal de todos los seres y de cada suceso, no implica necesidad o determinismo; basta con que haya previsto también el modo de ser de cada cosa, de modo necesario o fortuito, contingente; basta con que haya provisto causas inmediatas, que actúan de modo necesario o de modo contingente o incluso libre en cada caso 10. Las mismas causas libres actúan libremente dentro del plan de la Providencia: el ser libre no está fuera, sino que es objeto de modo especial de la Providencia divina 11.

II. SENTIDO Y FUNCIONES. El azar o la casualidad se inserta en el ámbito de los seres creados y es de creer que tenga también alguna función, aunque en sí mismo, en su consideración abstracta, se defina justamente como lo sin sentido, sin determinación y sin causa propia. Y la primera utilidad del azar es la de hacer posible realmente, y no sólo en teoría, la pluralidad y multiplicidad de los entes. Por lo mismo, el azar como lo que puede acontecer, incluso aunque no sea lo más probable, es la fuente de la novedad real en el cosmos. Un ente absoluto y determinado totalmente carece de futuridad, ya que todo cuanto es o tiene, lo tiene desde el principio (en esto Parménides y Hegel tenían razón). Nada hay al final que no estuviera ya en el principio; la evolución no es más que apariencia, y ello no sólo por el carácter cíclico de la misma, sino porque sólo puede concebirse como eterno retorno sobre sí mismo: no puede salir propiamente de sí, a no ser que admita la contingencia o la variabilidad, lo otro de sí. En otras palabras, el ser determinado carece propiamente de temporalidad y de futuridad verdadera: es siempre un eterno presente. De ahí que en un universo determinístico sea imposible la novedad. Nada puede comenzar a ser, porque nada hay que sea potencial ni probable, sino fijo y cierto. De aquí que la creatividad misma, como presupuesto de la novedad, sólo es inteligible si se admite la novedad real; y ello si se admite el azar y la contingencia. Tanto si se entiende la creatividad en sentido estricto, como creatio ex nihilo; como si se toma en sentido amplio, corno formación o trasformación de lo precedente. La inducción de nueva forma requiere la posibilidad de cambio, de alteraciones o trasformaciones reales.

Y otra función sería que, a través del azar, entendemos la imperfección, la deficiencia del ente finito. En efecto, todas esas cosas pertenecen de alguna manera al concepto de ->mal, de ente deficiente. Pero se comprenden como deficiencias o frustraciones respecto de algún bien o grado de bondad. Es decir, la casualidad o el azar representan y posibilitan diversos grados de bondad o de perfección de los entes. Lo inmutable y perfecto absolutamente no puede ser tampoco multiplicable: ya que no admite, por definición, deficiencia o imperfección alguna en su concepto. En consecuencia, no es un disparate pensar que la belleza y variedad del universo se deben a que existe realmente el azar, lo fortuito, lo variable. Un universo sin azar sería realmente un universo plano, soso y aburrido.

Finalmente el azar, como posibilidad de contrarios y como indeterminación a nivel de causas inmediatas y particulares, está en la base o se muestra como condición de la libertad. La libertad en acto es autodeterminación, elección entre múltiples alternativas. Bajo cualquiera de estas descripciones implica o presupone un marco de indeterminación previa, de independencia y de posibilidad de decisión múltiple. Es, si se quiere, la condición pasiva de la libertad: esta tiene que ser indeterminación activa de un sujeto o potencia operativa... Mas es claro que toda potencia se especifica por su objeto; y, por tanto, la libertad, como acto de una potencia no determinada, presupone la indeterminación de sus objetos. La ->libertad sólo puede tener lugar en un mundo de objetos o de entes no predefinidos, no predeterminados y fijos, sino variables.

III. CONCLUSIONES. Todo esto nos lleva a dos consecuencias importantes. Una es que el azar adquiere un sentido desde el momento en que hace posibles ciertas características de los entes. El azar se instala en el ámbito de lo finito como elemento intrínseco, como encuadrado en el interior de lo que es. La otra consecuencia responde al problema antes apuntado sobre si el azar es algo absoluto y universal, o algo particular y relativo; o si existe un indeterminismo puro como razón de los acontecimientos. No han faltado quienes, en base al principio de incertidumbre, creen tener que derivar hacia el indeterminismo puro y universal. Entienden que ello implica la ruina del principio de causalidad. A la misma conclusión se llegaría a partir del hecho de la probabilidad aleatoria. Mas un azar puro haría imposible e impensable tanto la diversidad, como el dinamismo de los entes, no menos que su novedad y su libertad. Además, los fundamentos de ese determinismo puro son inconsistentes. La misma probabilidad es prueba de que un indeterminismo puro es inaplicable en esos casos. En efecto, algo es probable sólo dentro de un marco definido de posibilidades; fuera de tal marco es sencillamente imposible. Por ello, el cálculo de probabilidades carece de sentido si no se define previamente el marco de posibilidades. Así, 2/x carece de sentido real o es incalculable mientras no se defina x. Por otro lado, el indeterminismo físico no equivale a negar la causalidad en general, sino sólo la causalidad determinística; como ya había señalado Aristóteles 12 y más claramente Tomás de Aquino, frente a Avicena 13. Por tanto, así como es impensable un determinismo puro y absoluto, que excluyera todo acontecimiento aleatorio, así tampoco es aceptable un indeterminismo absoluto y universal, que excluiría todo orden, toda ley e incluso la misma probabilidad. Determinismo y azar se combinan, pues, en los sucesos de este mundo, tanto en el campo de la naturaleza como en el de la libertad.

NOTAS: 1 Cf ARISTÓTELES Física, II, 5. - 2 De Civitate Dei V, 1. -3 S. Th., q. 22, aa. 2 y 3. - 4 SÉNÉCA, Epist. 107. - 5 ARISTÓTELES, Il Physic. c. 5-6. - 6 S. Th. I, 22, 2 ad 3m. -7 ID, I, q. 22; 103, 5; 105, 5. - 8 ID, 1, 22, 3. -9 TomÁs DE AQUINO, In Metaphys. VI, lec. 3, 1203-1222. - 10 ID, 1222; S. Th., I, 22, 4. - 11 S. Th., I, 22, 2, 4m. -12 Cf Metafísica, VI, c. 2; 1027b 12. - 13 In Metaph. VI, lec. 3, 1193-1201.