"La filosofía no es el arte de consolar a los tontos ... su única tarea es la búsqueda de la verdad y destruir prejuicios."

Leonardo Boff



Discurso en la ONU en el Día de la Tierra

En el año 2000 la Carta de la Tierra nos hacía esta seria advertencia: «Estamos en un momento crítico de la historia de la Tierra, en el cual la humanidad debe elegir su futuro... La elección es nuestra: o formamos una alianza global para cuidar la Tierra y cuidarnos unos a otros o nos arriesgamos a nuestra propia destrucción y a la devastación de la diversidad de la vida».

Si la crisis económico-financiera es preocupante, la crisis de la no-sosteniblidad de la Tierra se presenta amenazadora. Los científicos que siguen el estado del Planeta, especialmente la Global Foot Print Network habían hablado del Earth Overshoot Day, del día que se sobrepasaron los límites de la Tierra. Y exactamente el 23 de septiembre de 2008 la Tierra sobrepasó en un 30% su capacidad de reposición de los recursos necesarios para las demandas humanas. En este momento necesitamos más de una Tierra para atender a nuestra subsistencia.

¿Cómo garantizar la sostenibilidad de la Tierra ya que es la premisa para resolver las demás crisis: la social, la alimentaria, la energética y la climática? Ahora ya no tenemos un arca de Noé que salve a algunos y deje perecer a todos los demás.

Como aseveró recientemente con mucha propiedad el Secretario General de esta casa, Ban Ki-
Moon: «no podemos dejar que lo urgente comprometa lo esencial». Lo urgente es resolver el caos económico, pero lo esencial es garantizar la vitalidad y la integridad de la Tierra.

Es importante superar la crisis financiera, pero lo imprescindible y esencial es: ¿cómo vamos a
salvar la Casa Común y la humanidad que es parte de ella?

Esta ha sido la razón para adoptar la resolución sobre el Dia Internacional de la Madre Tierra
(International Mother Earth Day) que se celebrará el 22 de abril de cada año.

Dado el agravamiento de la situación ambiental de la Tierra, especialmente bajo el calentamiento global, tenemos que actuar juntos y rápido. Caso contrario, hay el riesgo de que la Tierra pueda continuar pero sin nosotros.

En nombre de la Tierra, nuestra Madre, de sus hijos e hijas sufrientes, y de los demás miembros de la comunidad de vida, quiero agradecer a la Asamblea por haber aprobado esta resolución.

A este propósito, quisiera hacer una breve presentación del fundamento de la Tierra como nuestra Madre. Desde la más alta ancestralidad, las culturas y las religiones testimonian la creencia de la Tierra como Gran Madre, Inana, Terra Mater, Magna Mater y Pachamama.

Los pueblos originarios de ayer y de hoy tenían y tienen clara conciencia de que la Tierra es generadora de todos los vivientes. Solamente un ser vivo puede producir vida en sus más diferentes formas. La Tierra es, pues, la Madre universal.

Durante siglos y siglos predominó esta visión hasta la emergencia del espíritu científico en el siglo XVI. A partir de entonces la Tierra ya no es vista como Madre sino, como una realidad sin espíritu, entregada al ser humano para ser sometida, incluso con violencia. La madre-naturaleza que debía ser respetada, se transformó en naturaleza-salvaje que debe ser dominada. La Tierra fue convertida en un baúl lleno de recursos, disponibles para la acumulación y el consumo de los seres humanos.

En este paradigma no se plantea la cuestión de los límites de aguante del sistema-Tierra ni de los recursos naturales escasos. Se presupone que los recursos son infinitos y que podemos ir creciendo ilimitadamente en dirección al futuro. Lo que efectivamente es una ilusión.

La preocupación principal es: ¿cómo ganar más? Y en razón de ganar cada vez más se ha creado un archipiélago de riqueza rodeado de un mar de miseria.

El PNUD del año pasado lo confirma: el 20% de los más ricos absorbe el 82,4% de las riquezas mundiales mientras que el 20% de los más pobres tiene que contentarse solamente con el 1,6%. Es decir, una ínfima minoría monopoliza el consumo y controla los procesos económicos que implican devastación de la naturaleza y gran injusticia social.

Pero desde los tardíos años 70 del siglo pasado se ha constatado que un planeta pequeño, viejo y limitado como la Tierra ya no puede soportar un proyecto ilimitado. Se necesita otro modelo que tenga como eje la Tierra, la vida y el bien vivir planetario dentro de un espíritu de colaboración y de cuidado. La preocupación central es: ¿cómo vivir y producir en armonía con los ciclos de la Tierra y con los seres humanos distribuyendo equitativamente los beneficios entre todos? ¿Cómo vivir más con menos?

En este contexto es donde se ha rescatado la visión de la Tierra como Madre. Ya no es la percepción de los antiguos sino una constatación empírica y científica. Ha sido mérito de los científicos James E. Lovelock, Lynn Margulis y José Lutzenberger en los años 70 del siglo pasado, haber mostrado que la Tierra es un superorganismo vivo. Ella articula permanentemente lo físico, lo químico y lo biológico de forma tan sutil y equilibrada que, bajo la luz del sol, está siempre propicia a producir y mantener la vida. Por millones y millones de años el nivel de oxígeno, esencial para la vida, se mantiene en 21%, el nitrogeno, importante para el crecimiento, es de 79% y el nivel de sal en los mares es del orden de 3,4% y así todos los demás elementos necesarios para la vida. No es que sobre la Tierra haya vida, la Tierra misma está viva y es llamada Gaia, la diosa griega para la Tierra viviente.

Que toda la Tierra es viviente, lo comprueba el conocido biólogo Edward O. Wilson. Escribe: «en un solo gramo de tierra, o sea, en menos de un puñado, viven cerca de diez mil millones de bacterias, pertenecientes hasta a seis mil especies diferentes». Efectivamente la Tierra es Madre fecunda.

La Tierra existe desde hace 4,4 mil millones de años. En un momento avanzado de su evolución y de su complejidad empezó a sentir, a pensar y a amar. Es la emergencia del ser humano. Con razón en las lenguas occidentales homo/hombre viene de humus, tierra fecunda y Adam se deriva de adamah, tierra cultivable. Por eso el ser humano es la Tierra que anda, que piensa, que siente y que ama, como decía el poeta indígena y cantor argentino Atahualpa Yupanqui.

La visión de los astronautas confirma la simbiosis entre Tierra y humanidad. Desde sus naves espaciales testimoniaban: desde aquí, mirando ese resplandeciente planeta azul-blanco, no se percibe ninguna diferencia entre Tierra y humanidad. Forman una única entidad. Más que como pueblos, naciones y razas debemos entendernos como criaturas de la Tierra, como hijos e hijas de la Madre común.

Pero mirando la Tierra más de cerca, nos damos cuenta de que nuestra Madre se encuentra crucificada. Tiene el rostro del tercero y del cuarto mundo, porque vive sistemáticamente agredida.

Casi la mitad de sus hijos e hijas padecen hambre y mueren antes de tiempo. Por eso, son signos de amor a la Madre Tierra las políticas sociales que se hacen en muchos países, como por ejemplo, en mi pais, Brasil, bajo el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, especialmente con el Programa Hambre Cero y la Bolsa Familia. En seis años ha devuelto vida y dignidad a 50 millones de hijos e hijas de la Tierra.

Tenemos que bajar a la Tierra de la cruz y resucitarla. Para eso existe ya un documento precioso que nos puede inspirar: la Carta de la Tierra. Nació de la sociedad civil mundial, involucró en su elaboración a más de cien mil personas de 46 países, y ya fue asumida en 2003 por la UNESCO «como instrumento educativo y una referencia ética para el desarrollo sostenible». Participaron activamente en su concepción Mikhail Gorbachev, Maurice Strong y Steven Rockfeller, entre otros. La Carta entiende la Tierra como dotada de vida y como nuestro hogar. Presenta pautas concretas que pueden salvarla, cuidándola con comprensión, compasión y amor, como cabe hacer cariñosamente con nuestra Gran Madre. Ojalá un día esta Carta de la Tierra pueda ser presentada, discutida, enriquecida por esta Asamblea y, si fuera aprobada, tendríamos un documento oficial sobre la dignidad de la Madre Tierra.

Para sentir a la Tierra como Madre no es suficiente la razón dominante, que es funcional e instrumental. Necesitamos enriquecerla con la razón sensible, emocional y cordial en donde se enraíza el sentimiento profundo, se elaboran los valores, el cuidado esencial, la compasión y los sueños que nos inspiran acciones salvadoras. Nuestra misión en el conjunto de los seres es la de ser los guardianes y los cuidadores de esta sagrada herencia recibida del Universo.

Para terminar, voy a permitirme hacer una sugerencia. Aprobada esta resolución de celebrar el Día de la Madre Tierra todos los 22 de abril, mi sugerencia es que se ponga en la cúspide de la Asamblea una de estas imágenes bellísimas de la Tierra vista desde afuera. Suspendida en el trasfondo negro del universo evoca en nosotros sentimientos de reverencia y de mutua pertenencia. Al mirarla tomamos conciencia de que ahí está nuestro Hogar Común, nuestra querida y generosa Madre Tierra.

Pediría además que se aprobara la recomendación de que el día 22 de abril, en todos los lugares, en las escuelas, en las fábricas y en los parlamentos, antes de empezar a trabajar se haga un momento de silencio para que nuestros corazones entren en sintonía con la Madre Tierra.

Tal como está, la Tierra no puede continuar. Tenemos que cambiar nuestras mentes, nuestros corazones, nuestro modo de producción y de consumo, si queremos tener un futuro de esperanza. La solución para la Tierra no nos va a caer del cielo, sino que será el resultado de una coalición de fuerzas en torno a una conciencia ecológica integral, unos valores éticos, unos fines humanísticos y un nuevo sentido de ser. Sólo así honraremos nuestro Hogar Común, la Tierra, nuestra grande y generosa Madre.