"La filosofía no es el arte de consolar a los tontos ... su única tarea es la búsqueda de la verdad y destruir prejuicios."

Gaudeamus Igitur





Los versos del Gaudeamus Igitur se han convertido en el himno extraoficial de la Universidad desde, aproximadamente, el siglo XVIII. En su letra se invita a los jóvenes a disfrutar de su juventud, de modo que esto justifica su inclusión en el tópico Carpe diem, pero también lo entronca con una variante de este tópico que es Dum vivimus, vivamus. Con esta frase latina se invita a disfrutar de la vida mientras se pueda, dado su carácter pasajero y lo efímera de esta.


Gaudeamus igitur,
Iuvenes dum sumus;
Post jucundam juventutem,
Post molestam senectutem
Nos habebit humus,
Nos habebit humus!
Ubi sunt, qui ante nos
In mundo fuere?
Vadite ad superos,
Transite ad inferos,
Ubi iam fuere.
Vita nostra brevis est,
Brevi finietur,
Venit mors velociter,
Rapit nos atrociter,
Nemini parcetur.
Vivat academia,
Vivant professores,
Vivat membrum quodlibet,
Vivat membra quaelibet,
Semper sint in flore!
Vivat nostra societas!
Vivant studiosi!
Crescat una veritas,
floreat fraternitas,
patriae prosperitas.
Vivat et republica
et qui illam regit,
Vivat nostra civitas,
Maecenatum caritas,
Que nos hic protegit!
Pereat tristitia,
Pereant osores,
Pereat diabolus,
Quivis antiburschius
Atque irrisores!





Teseo y el minotauro



En Creta reinaba el poderoso Rey Minos. Su capital era célebre en el mundo por el laberinto, lleno de intrincados corredores, de los cuales era casi imposible encontrar la salida. En el interior vivía el terrible Minotauro, un monstruo con cabeza de toro y cuerpo de hombre, fruto de los amores de Pasifae, la esposa de Minos, con un toro que Poseidón, dios de los mares, hizo surgir de las aguas. En cada novilunio había que sacrificar un hombre había que sacrificar un hombre al Minotauro, pues cuando el monstruo no satisfacía su apetito, se precipitaba fuera para sembrar la muerte y desolación de los habitantes de la comarca. 

 Un día, el Rey Minos recibió una trágica noticia: su hijo acababa de morir asesinado en Atenas. Minos clamó venganza, reunió a su ejercito y lo envió a Atenas para iniciar el ataque. Atenas, al no estar preparada, no pudo ofrecer resistencia y solicitó la paz. Minos, con severidad dijo: “Os ofrezco la paz, pero con una condición: cada nueve años, Atenas enviará siete muchachos y siete doncellas a Creta para que paguen con su vida la muerte de mi hijo”. Aquellos jóvenes serían arrojados al Minotauro para que los devorara. Los atenienses no tuvieron más remedio que aceptar aunque con una única reserva: que si uno de los jóvenes conseguía matar al Minotauro y salir del laberinto (cosa poco menos que imposible) no sólo salvaría su vida, sino también la de sus compañeros, y Atenas sería eximida de dicha condena. 

Dos veces pagaron los atenienses el trágico tributo. Se acercaban ya el día en que por tercera vez la nave de velas negras, signo de luto, iba a surcar la mar. Entones, Teseo, hijo único del rey de Atenas, Egeo, ofreció su vida por la salvación de la ciudad. El Rey y su hijo convinieron en que si a Teseo le favorecía la suerte, el navío que los volviera al país enarbolaría velas blancas. 

La prisión en Creta, donde Teseo y los otros jóvenes fueron alojados como prisioneros lindaba con el parque por donde las hijas del Rey Minos, Ariadna y Fedra, solían pasear. Un día el carcelero avisó a Teseo que alguien quería hablarle. Al salir, el joven se encontró con Ariadna, quien subyugada por la belleza y la valentía del joven decidió ayudarle a matar al Minotauro a escondidas de su padre. “Toma este ovillo de hilo y cuando entres en el Laberinto ata el extremo del hilo a la entrada y ve deshaciendo el ovillo poco a poco. Así tendrás una guía que te permitirá encontrar la salida”. Le dio también una espada mágica. 

A la mañana siguiente, el príncipe fue conducido al Laberinto, tomó el ovillo, ató el extremo del hilo al muro y fue desenrollándolo, a medida que avanzaba por los corredores. Tras mucho caminar, penetró en una gran sala y se encontró frente al temible Minotauro, que bramaba de furor se lanzó contra el joven. El Minotauro era tan espantoso, que Teseo estuvo a punto de desfallecer, pero consiguió vencerle con la espada mágica. Le bastó luego seguir el hilo de Ariadna en sentido inverso y pronto pudo atravesar la puerta de salida.Teseo salvó su vida, la de sus compañeros y liberó a su ciudad de tan horrible condena. Dispuestos ya a reembarcar, Teseo llevó a bordo en secreto a Ariadna y también a Fedra, quien no quiso abandonar a su hermana mayor. Durante el viaje y tras una feroz tormenta tuvieron que refugiarse en la isla de Naxos. Vuelta la calma, emprendieron el retorno. Pero Ariadna no aparecía, la buscaron, la llamaron, pero fue en vano. Finalmente abandonaron la su búsqueda y se hicieron a la mar. Habían zarpado cuando Ariadna despertó en el bosque, después de caer extenuada por el cansancio. De pronto, y rodeada por monumental ceremonia se le apareció el joven más bello que nunca antes haya visto. Era Dionisios, dios del vino, quien le ofreció casamiento y hacerla inmortal. La joven aceptó y después de un viaje triunfal por la Tierra, el dios la llevó a su morada eterna.

En tanto, en Atenas cundía la tristeza. El anciano Rey iba todos los días a la orilla del mar, esperando ver a su hijo retornar. Al fin, el barco apareció en el horizonte. Pero traía las velas negras y el anciano desesperó. Es que Teseo, abatido por la desaparición de Ariadna había olvidado izar las velas blancas, signo de su victoria. Loco de dolor, el rey Egeo se arrojó al mar que desde entonces lleva su nombre. Pasó el tiempo y los atenienses reunidos en asamblea ofrecieron la corona a Teseo, quien se casó luego con Fedra y reinó por largos años. 



Prometeo




Según la mitología griega, la primera generación mística (las divinidades primordiales) creó la raza de los Titanes. Estos, en la persona de Cronos, el dios del tiempo, destronaron al Cielo (Caelus, Urano). Después, Zeus, hijo de Cronos, sucede a su padre, venciendo a la antigua estirpe después de una guerra sangrienta que lleva a los olímpicos al poder.

El nombre “Prometeo” tiene su origen griego y significa el “Pre-Vidente” o que se anticipa a los hechos. Prometeo no es un dios olímpico; es un titán (hijo de Japeto y Climene).

Prometeo sabía que en el suelo de la tierra reposaba la simiente de los cielos, por eso recogió arcilla, la mojó con sus lagrimas y la amasó, formando con ella varias imágenes semejantes a los dioses, los Señores del Mundo. “Los Hombres”.

Atenea, diosa de la sabiduría, que era su amiga, admiró la obra del hijo de los titanes e insufló en las imágenes el espíritu o soplo divino. Enseguida, les dio a ellos para beber de un néctar mágico para que pudiesen recuperar su pureza, regenerarse, en el caso de que un día la perdiesen.

Fue así que surgieron, según la leyenda, los primeros seres humanos, que poblaron la tierra. Aunque por mucho tiempo ellos no supieron hacer uso de la centella divina que habían recibido, no teniendo siquiera conocimiento de cómo trabajar con los materiales de la naturaleza que estaban a su disposición por todas partes.

Prometeo entonces se aproximó a sus criaturas y les enseño a controlar el fuego, a subyugar a los animales y usarlos como auxiliares en el trabajo; les mostró como construir barcos y velas para la navegación, les enseño a observar las estrellas a dominar el arte de contar y escribir, a que descubriesen los metales debajo de la tierra y hasta como preparar los alimentos nutritivos, ungüento para los dolores y remedios para curar las dolencias.

En cierta ocasión, estalló una disputa sobre que partes de un animal sacrificado debían ser ofrecidas a los dioses y con que partes debían quedarse los hombres. Prometeo fue designado juez en la disputa. El titán sacrificó un animal e hizo dos bolsas con su pellejo, en una depositó la carne del animal tapado por las vísceras y en la otra puso los huesos cubiertos con la grasa atractivamente colocada. Una vez hecho esto, le pidió a Zeus que eligiese una bolsa. Zeus eligió la que contenía los huesos con la grasa, que resultaba más agradable a la vista. A partir de aquel momento se le ofrecieron a los dioses los huesos y la grasa del animal, mientras que los hombres se quedaban con la carne.

Zeus tuvo que conformarse con el veredicto, pero enfurecido por la artimaña en la que había caído exclamó "Que coman la carne cruda", quitó el fuego a los hombres y se negó a proporcionárselos. Prometeo decidido a favorecer a los hombres, entró a hurtadillas en el Olimpo, robó el fuego sagrado y se lo entregó a sus protegidos. Esto lo hizo con el palo de una rama seca, se dirigió al carro de Helios (el Sol) donde a escondidas tomó un poco de fuego sagrado, trayéndolo para los seres humanos.

Solo cuando por toda la tierra se encendieron las fogatas es que Zeus tomó conocimiento del robo de Prometeo, pero ya era tarde. Puesto que ya no podía confiscar el fuego a los hombres, decidió castigar a los hombres que habían aceptado el regalo de su benefactor, inventa la forma más rápida de destruir el paraíso de los hombres: la mujer.

Zeus llama a Hefestos, el habilidoso dios artesano, y le pide confeccione una imagen de bronce. Deberá parecerse al hombre, pero, en alguna cosa deberá diferenciarse, de forma que lo encante y lo conmueva, atrasándole el trabajo y trastornándolo.

Atenea (Minerva) que ya no se considera amiga de Prometeo pues éste ha desafiado a sus compañeros divinos, entrega a la mujer recién creada un hermoso vestido bordado, las Gracias la enjoyaron, la Horas la cubrieron de flores, Afrodita le ofrece la belleza infinita y los encantos que serán fatales a los indefensos hombres. Sucesivamente los dioses le fueron otorgando todos los dones, y finalmente Hermes introdujo en ella la semilla de la maldad.

La mujer fue llamada Pandora (la que tiene todos los dones). Antes de enviarla, Zeus le dio un cofre y le dijo que contenía muchos bienes y presentes para Prometeo, pero le advirtió que no la abriera (ya que verdaderamente contenía males y pestes). Hermes la condujo hasta Prometeo, quien, astuto y precavido, la rechazó, y advirtió a su hermano Epimeteo (el creador de todos los animales) que, tal como el había hecho, no aceptara regalo alguno de Zeus.

Zeus, enfurecido al ver como sus planes fracasaban, castigó a Prometeo, que fue encadenado a unas rocas en el Caucaso, donde un águila iba y le comía el hígado, y al ser inmortal, se regeneraba y se repetía la tortura cada día.

Epimeteo se enamoró perdidamente de Pandora, y aceptó la caja como dote. Pandora no pudo contener su curiosidad por la caja, y la abrió. Salieron todos los males y dolores que hoy asechan a la humanidad. Pandora trato de cerrarla, pero no pudo, y al salir todos los males, miró dentro y solo quedaba lo único positivo de la caja, la Esperanza.

Zeus observaba la evolución del hombre, y no le gustaba lo que veía. Y temiendo que algún día esa nueva raza lo derrocara, decidió destruirla, y tomó uno de sus rayos para lanzarlo hacia la tierra y así destruir a los hombres mediante el fuego, pero se dio cuenta de que una conflagración así ponía en peligro los propios cielos y al Olimpo. Finalmente decidió borrar a la humanidad mediante un gran diluvio. Provocó una gran tormenta, y llamo a su hermano Poseidón, el que movió su tridente con tal fuerza que provocó olas gigantescas. Castillos, hombres y animales fueron barridos por las aguas embravecidas.

Deucalión (hijo de Prometeo y la Oceánide Clímene) que había visitado a su padre en el Caucaso anteriormente, fue advertido por Prometeo que debía construir un arca para sobrevivir a la inundación. Deucalión y su esposa Pirra (hija de Epimeteo y Pandora) sobrevivieron al diluvio, que duró 9 días y 9 noches, el arca se posó en el Monte Parnaso que se levantaba sobre las aguas.

Una vez en tierra hicieron sacrificios en honor a Zeus. Satisfecho de su actuación, por mediación de Hermes, Zeus les comunicó que podrían solicitar lo que quisieran, pues les sería concedido. El matrimonio pidió que fuese renovada la raza humana. Entonces Temis (la Titánide de la ley y del orden) se presentó ante ellos diciéndoles "Cubrios la cabeza y arrojad hacia atrás los huesos de vuestra madre". No comprendieron la indicación, ya que ambos poseían distintas madres, y no deseaban profanar los restos de ninguno de sus padres. Después de mucho cavilar, la pareja coincidió en que Temis se refería a Gea, la madre tierra, por lo que empezaron a coger piedras y ha arrojarlas por encima de sus hombros. De las piedras que lanzaba Deucalión surgían hombres, de las de Pirra mujeres. Y así la tierra fue poblada por una nueva raza de hombres.

Pasó el tiempo, pasaron siglos, y los gritos de Prometeo seguían llenando los aires. El sufrimiento de éste despertaba compasión, pero nadie se atrevía a aliviarlo. Un día Hércules pasando por allí con los argonautas, al ver al águila devorando el hígado de Prometeo, tomo su flecha lanzándola sobre la misma. Enseguida soltó las cadenas y llevo a Prometeo consigo. Así terminó el castigo del titán que robó el fuego para los hombres.







El budismo y la revelación de lo absoluto







Los filósofos chinos no dudaron del pensamiento de los antiguos sabios, sino que lo renovaron y lo reinterpretaron.

Aunque el imperio chino sufrió épocas en las que reinaba una gran miseria y anarquía, la cultura china no se resintió en esos momentos de luchas y matanzas, e hizo que las bellas artes alcanzaran niveles muy altos de refinamiento. El estudio de las humanidades fue alentado por la corte, y se orientó hacia el ámbito de la teoría.

Así, por ejemplo, el estudio de la lógica sirvió para introducirse en la metafísica, dado que el símbolo manifestaba la esencia de las cosas. Por ello se fundó una escuela que se puso como principal objetivo el indagar acerca de misterio de lo absoluto. Los seguidores de esta Escuela del Misterio se basaban en el “Libro de las mutaciones”, aunque también recurrieron a los místicos para poder alcanzar aquello que va más allá del entendimiento. Los filósofos chinos se guiaban por la intuición, trataban de reconciliar las diferencias, y trabajaban con nociones, invenciones y razones. No rechazaban lo antiguo sino que se apropiaban de ello interpretándolo de nuevo. Por supuesto, para llevar a cabo tales prácticas, resultaba necesario tener un buen dominio de la dialéctica, para lo cual la Escuela del Misterio organizaba debates y diálogos en torno a un tema político, místico o metafísico, a esta práctica, que adquirió el calificativo de arte, se la denominó “conversaciones depuradas”, y constituyeron un estímulo para el renacimiento del taoísmo.

En el desarrollo de esta escuela se le concedió una gran importancia al estudio del misterio del ser. Lo absoluto se percibía como carente de existencia, en oposición al mundo visible, el absoluto aparecía como un no ser. Y ese no ser es el que funda la existencia de todos los seres, es el principio regulador del universo. El tránsito de no ser al ser fue, obviamente, un problema acuciante, que Confucio habría resulto mediante el silencio, porque ese silencio de la concentración pone de relieve la verdadera realidad del sujeto que reflexiona y que se afirma con ello como un ser evidente. Los nuevos discípulos propusieron diferenciar entre la sustancia de lo absoluto y la manifestación del absoluto, de modo que, tanto el ser y como el no ser son dos aspectos del Supremo último, y ninguno de los dos se concibe sin el otro.

El budismo se introdujo en China debido a las relaciones establecidas entre el imperio de los Han y Asia central, se infiltró en China a través de la tierra y del mar, poco a poco, y se fue difundiendo, en un primer momento, en las comunidades de la cuenca del río Azul, debido, sobre todo, al centro que se creó en aquella zona para traducir los libros budistas. Además, el budismo también contó con un número considerable de misioneros de esa nueva creencia, que contribuyeron al éxito y difusión de las ideas, puesto que se presentaban como magos que estaban en posesión de un método novedoso que garantizaba la inmortalidad, estratagema que utilizaron para captar al mayor número de chinos adeptos. Aunque, al darse cuenta del engaño, los taoístas trataron de recuperar su relevancia asegurando que Lao tsé había tenido como discípulo al mismísimo Buda, lo cual hizo que se entablara una ardua polémica, dado que los budistas replicaron fervientemente tal afirmación.

Las enseñanzas del budismo ponen el énfasis, ante todo, en la fuerza del acto, así como en la retribución que sigue a cada acto. Cada uno de los actos conlleva un efecto que condiciona el destino de un ser, y la muerte no cambia nada en esta cadena, elevada a ley, dado que las consecuencias de un acto pasado se recogen en el decurso de la siguiente existencia. Para los seguidores del budismo, el acto es una especie de peso que lleva al individuo de una vida a otra a través de sucesivas muertes. Y es ese poso, ese resto, lo que vincula al ser a la rueda de la transmigración, y lo mantiene encadenado a las causas del mundo de las apariencias. Para liberarse es necesario destruir el deseo, aniquilar la ignorancia…, sólo el conocimiento es lo que permite lograr el reposo y alcanzar el nirvana, el estado inmutable, habiéndose elevado por encima del océano de los renacimientos. Esta doctrina cambió un poco a comienzos del siglo XX, debido a las nuevas tendencias budistas que surgieron con el cambio de siglo, que lo que hicieron fue convertir la concepción mantenida hasta ese momento en algo más complejo a través de un alargamiento del camino a seguir para conseguir la liberación.

El trabajo de los religiosos fue crucial para que el conocimiento del budismo se difundiera en China. Investigando en la noción de la naturaleza propia, alentando la oposición entre el ser y el no ser…, a la vez que los seguidores de las conversaciones depuradas continuaban el estudio acerca del Misterio.

El budismo más ortodoxo defendió que el ser humano, que constituía el extremo de la denominada serie psíquica, acabara extinguiéndose en el nirvana tras haber agotado la fuerza del acto. Pero esta creencia contaba con un obstáculo religioso y de alcance social que requirió que el problema se llevara al ámbito de la filosofía. Fue necesario preguntarse por la naturaleza del alma y del espíritu, y también saber si el cuerpo y el espíritu habían de ser considerados como los representantes de dos reinos diferentes. Pero una dualidad de este tipo se enfrentaba de lleno al fundamento vitalista del pensamiento chino.

Parece ser que, tras muchas discusiones y apreciaciones diversas, la teoría del término medio permitió solventar las dificultades, puesto que reconocía la existencia de una realidad empírica del mundo de los fenómenos. Sin olvidar que, para alcanzar el conocimiento perfecto hay que elevarse del ámbito de lo sensible al ámbito de lo inteligible, utilizando para ello la dialéctica, y poder aprehender lo real bajo su aspecto absoluto. Y aunque lo relativo, que es lo que existe de forma empírica, no resulta ajeno a lo absoluto (lo que carece de nombre y de forma), esa aprehensión de lo real absoluto requiere la intervención de una forma superior de conocimiento que es la sapiencia, que es capaz de trascender esa relación de sujeto/objeto y llegar a lo Uno. La sapiencia no puede ser calificada propiamente como conocimiento, sino que es, más bien, un conocimiento iluminador, puesto que aclara el carácter de las cosas, a través de ella se adquiere la verdad última, y es en ella donde se encuentra el completo despertar del Buda.

La sapiencia percibe todas las cosas en su más inmediato y eterno presente, y hace que cada hombre actualice esa naturaleza del despertar que lleva dentro de sí.

Los intercambios de peregrinos y de misioneros entre la India y China fueron creciendo, y así, uno de los mayores pensadores del budismo en China viajó desde Asia central hasta la India y llevó a su país natal numerosos tratados de filosofía, y otro de los peregrinos recorrió la vía marítima para llegar a la India y también volvió con una gran cantidad de libros. Debido a la posterior labor de los traductores, los chinos tuvieron la oportunidad de iniciarse en las auténticas formas del pensamiento de la India. Los templos se multiplicaron, así como el número de religiosos y de religiosas, incluso, el poder institucional que llegó a alcanzar la iglesia budista, alertó e inspiró inquietud entre los administradores del Estado, que se sentían amenazados por la fuerza y el poder que estaba adquiriendo el budismo, lo que dio lugar a proscripciones severas durante un largo tiempo. El éxito se produjo no sólo en China, sino también en Japón y en el Extremo Oriente, gozó, por lo tanto, de una edad de oro encomiable e inolvidable. Aunque algunas de las nociones más significativas, como la recíproca presencia del microcosmos en el macrocosmos, las equivalencias entre lo grande y lo pequeño, la coexistencia armónica de cada cosa en el Todo…, son aportaciones que pertenecen al pensamiento chino.