Nuevo paradigma de la ciencia y su relación con el proceso salud-enfermedad
Guillermo Ruiz Rodríguez
La dicotomía cartesiana mente-cuerpo y la posterior formulación matemática del universo como una maquinaria precisa, sentaron las bases definitorias para la conformación de un modo de ver, conocer y aproximarse al conocimiento de lo que hemos dado en llamar "realidad". Este conjunto epistemológico ha impregnado un modelo o una teoría amplia y general, un paradigma, que a lo largo de 200 años nos ha situado en el camino de la ciencia.
Desde entonces, década tras década se han ido formulando leyes, se ha ido desentrañando la compleja madeja de la vida y de verdad nos hemos ido creyendo que llegará el momento en que por esa vía inductiva, fragmentaria y lineal, alcanzaremos la totalidad. Estas son las bases entre otras, del paradigma tradicional: el universo está constituido por partículas, el espacio y el tiempo son dimensiones absolutas, el observador está separado de lo observado y por tanto, la realidad es una entidad ajena que nos sumerge en la famosa dicotomía freudiana: yo-el otro.
Si pretendemos conocer el universo como una totalidad, por medio de la razón humana solamente, sin duda que algunos aspectos del mismo van a continuar siendo desconocidos. Cuando aparece el conocimiento simbólico, comienza a dibujarse una escisión entre el sujeto que conoce y lo conocido, entre el pensador y el pensamiento, entre el sujeto y el objeto. Y nuestra conciencia, a la vez que conocedora e investigadora de la realidad exterior, es incapaz de conocerse a sí misma.
Y así como el cuchillo no puede autocortarse, intentar conocer el universo como objeto de conocimiento, es profunda e intrínsecamente contradictorio. Cuanto más éxito creamos tener, más paradójico será para sí mismo. Y este tipo de conocimiento dualista en que queda dividido el mundo, o sea, sujeto frente a objeto, verdad frente a falsedad, bien frente a mal, etc., constituye el basamento de la filosofía y de la ciencia occidental, esto es, del paradigma tradicional de la ciencia. Sobre él se apoya el edificio del conocimiento "serio" de la realidad.
Actualmente los científicos están enfrascados en articular una poderosa metodología, potencialmente capaz de superar el dualismo al que se ven confrontados cotidianamente. Y es ahí justamente donde radica el mayor problema y por tanto los mayores esfuerzos.
Si se quiere medir algo, se necesita algún tipo de instrumento para ese fin. Sin embargo, si en el mundo subatómico se intentara medir un electrón, el peso del mismo es tan despreciable, que cualquier dispositivo aunque fuera tan ligero como un fotón por ejemplo, originaría que en el acto mismo de medición, el electrón cambiara de posición. Y no es precisamente un problema técnico o metodológico, sino un problema consustancial a la trama misma del universo. ¿Qué sucedió? Que los científicos, llevados por el supuesto de que el observador era diferente del suceso, por el ánimo dualista de que se puede incidir en la realidad sin afectarla, recibieron una tremenda sorpresa: la sorpresa paradojal de que cuanto más infinitesimalmente se pretenda conocer la realidad, ésta se modifica con el acto mismo del conocimiento. ¿Por qué? Porque misteriosamente el sujeto y el objeto están tan unidos, que las múltiples teorías que descansaban sobre el otro supuesto, simplemente se desmoronaron.
La física cuántica apuntaba justamente al blanco del dualismo sujeto-objeto, y por tanto la medición y la verificación objetivas ya no podían seguir siendo la garantía de la realidad absoluta, porque lo medido jamás puede separarse totalmente del sujeto que mide. Y en este nivel, lo medido y lo que mide, lo verificado y lo que verifica son una y la misma cosa.
La nueva física, con la cimera figura de Albert Einstein, además de superar la división ilusoria entre sujeto y objeto, entre ondas y partículas, entre mente y cuerpo, y entre lo mental y lo material, abandonó el dualismo del espacio y el tiempo, de la energía y la materia, e inclusive del espacio y los objetos.
La ciencia tradicional constituida no trata con "el mundo mismo" como usualmente se asume, pues ello acontece por medio del modo dualista del conocer, y por tanto, trabaja con representaciones simbólicas de ese mundo, y ese conocimiento simbólico y dualista es su rasgo más brillante por cuanto permite obtener una imagen excelsa y analítica del mundo mismo; pero por más refinadas que sean, no son más que eso: IMAGENES. Por tanto, tiene la misma relación con la realidad como la que existe entre la imagen del salón donde se está produciendo esta lectura y el salón mismo.
Alfred Korzybski, el padre de la semántica moderna describió la relación "mapa-territorio". El territorio es el proceso del mundo en su realidad concreta, en tanto mapa es el símbolo o significado de algún aspecto del territorio. Por ende, el mapa nunca será el territorio.
Así, el nuevo paradigma de la ciencia supera nuestra concepción usual del universo como un complejo de cosas que se extienden en el espacio y se suceden en el tiempo. Eso no es sino un mapa convencional del mismo, porque esa imagen, resultado del conocimiento simbólico, es consecuencia de la división del universo en cosas separadas que se ven, por una parte en el espacio-tiempo, y por la otra en el sujeto que VE esas cosas. Y para que eso suceda, el universo tiene que dicotomizarse en observador y observado; y como eso es distinto de sí mismo, el símbolo no es el universo.
Resulta tan improbable separarse del universo para extraer conocimiento del mismo, como el que una mano pueda tocarse a si misma. Pero como el hombre está tan condicionado al conocimiento dualista, cree realmente que lo ha conseguido. El resultado final es una imagen que se dibuja como un conjunto complejo de entidades llamadas "cosas", distribuidas por el espacio y el tiempo, separadas y ajenas a su vez del hombre, que realmente imagina ser un ente que lo que hace no es sino percibir a distancia.
Desde entonces, década tras década se han ido formulando leyes, se ha ido desentrañando la compleja madeja de la vida y de verdad nos hemos ido creyendo que llegará el momento en que por esa vía inductiva, fragmentaria y lineal, alcanzaremos la totalidad. Estas son las bases entre otras, del paradigma tradicional: el universo está constituido por partículas, el espacio y el tiempo son dimensiones absolutas, el observador está separado de lo observado y por tanto, la realidad es una entidad ajena que nos sumerge en la famosa dicotomía freudiana: yo-el otro.
Si pretendemos conocer el universo como una totalidad, por medio de la razón humana solamente, sin duda que algunos aspectos del mismo van a continuar siendo desconocidos. Cuando aparece el conocimiento simbólico, comienza a dibujarse una escisión entre el sujeto que conoce y lo conocido, entre el pensador y el pensamiento, entre el sujeto y el objeto. Y nuestra conciencia, a la vez que conocedora e investigadora de la realidad exterior, es incapaz de conocerse a sí misma.
Y así como el cuchillo no puede autocortarse, intentar conocer el universo como objeto de conocimiento, es profunda e intrínsecamente contradictorio. Cuanto más éxito creamos tener, más paradójico será para sí mismo. Y este tipo de conocimiento dualista en que queda dividido el mundo, o sea, sujeto frente a objeto, verdad frente a falsedad, bien frente a mal, etc., constituye el basamento de la filosofía y de la ciencia occidental, esto es, del paradigma tradicional de la ciencia. Sobre él se apoya el edificio del conocimiento "serio" de la realidad.
Actualmente los científicos están enfrascados en articular una poderosa metodología, potencialmente capaz de superar el dualismo al que se ven confrontados cotidianamente. Y es ahí justamente donde radica el mayor problema y por tanto los mayores esfuerzos.
Si se quiere medir algo, se necesita algún tipo de instrumento para ese fin. Sin embargo, si en el mundo subatómico se intentara medir un electrón, el peso del mismo es tan despreciable, que cualquier dispositivo aunque fuera tan ligero como un fotón por ejemplo, originaría que en el acto mismo de medición, el electrón cambiara de posición. Y no es precisamente un problema técnico o metodológico, sino un problema consustancial a la trama misma del universo. ¿Qué sucedió? Que los científicos, llevados por el supuesto de que el observador era diferente del suceso, por el ánimo dualista de que se puede incidir en la realidad sin afectarla, recibieron una tremenda sorpresa: la sorpresa paradojal de que cuanto más infinitesimalmente se pretenda conocer la realidad, ésta se modifica con el acto mismo del conocimiento. ¿Por qué? Porque misteriosamente el sujeto y el objeto están tan unidos, que las múltiples teorías que descansaban sobre el otro supuesto, simplemente se desmoronaron.
La física cuántica apuntaba justamente al blanco del dualismo sujeto-objeto, y por tanto la medición y la verificación objetivas ya no podían seguir siendo la garantía de la realidad absoluta, porque lo medido jamás puede separarse totalmente del sujeto que mide. Y en este nivel, lo medido y lo que mide, lo verificado y lo que verifica son una y la misma cosa.
La nueva física, con la cimera figura de Albert Einstein, además de superar la división ilusoria entre sujeto y objeto, entre ondas y partículas, entre mente y cuerpo, y entre lo mental y lo material, abandonó el dualismo del espacio y el tiempo, de la energía y la materia, e inclusive del espacio y los objetos.
La ciencia tradicional constituida no trata con "el mundo mismo" como usualmente se asume, pues ello acontece por medio del modo dualista del conocer, y por tanto, trabaja con representaciones simbólicas de ese mundo, y ese conocimiento simbólico y dualista es su rasgo más brillante por cuanto permite obtener una imagen excelsa y analítica del mundo mismo; pero por más refinadas que sean, no son más que eso: IMAGENES. Por tanto, tiene la misma relación con la realidad como la que existe entre la imagen del salón donde se está produciendo esta lectura y el salón mismo.
Alfred Korzybski, el padre de la semántica moderna describió la relación "mapa-territorio". El territorio es el proceso del mundo en su realidad concreta, en tanto mapa es el símbolo o significado de algún aspecto del territorio. Por ende, el mapa nunca será el territorio.
Así, el nuevo paradigma de la ciencia supera nuestra concepción usual del universo como un complejo de cosas que se extienden en el espacio y se suceden en el tiempo. Eso no es sino un mapa convencional del mismo, porque esa imagen, resultado del conocimiento simbólico, es consecuencia de la división del universo en cosas separadas que se ven, por una parte en el espacio-tiempo, y por la otra en el sujeto que VE esas cosas. Y para que eso suceda, el universo tiene que dicotomizarse en observador y observado; y como eso es distinto de sí mismo, el símbolo no es el universo.
Resulta tan improbable separarse del universo para extraer conocimiento del mismo, como el que una mano pueda tocarse a si misma. Pero como el hombre está tan condicionado al conocimiento dualista, cree realmente que lo ha conseguido. El resultado final es una imagen que se dibuja como un conjunto complejo de entidades llamadas "cosas", distribuidas por el espacio y el tiempo, separadas y ajenas a su vez del hombre, que realmente imagina ser un ente que lo que hace no es sino percibir a distancia.
Por tanto, si el universo se distingue de si mismo y se engaña a si mismo cuando se separa al conocedor de lo conocido, al sujeto del objeto, entonces la realidad solo tiene vigencia en la expresión del físico alemán Schroedinger: "el sujeto y el objeto no son más que uno".
Todo esto está en consonancia con los últimos descubrimientos de la neurobiología con el Dr. Sperrey a la cabeza, que muestra que los dos hemisferios cerebrales tienen diferentes funciones. El hemisferio izquierdo cumple la función del aprendizaje racional, ya que el mismo es el que nos facilita la imagen lineal del tiempo como que va del pasado al futuro, es inductivo, es lógico y es fragmentario. Por otra parte, el hemisferio derecho es atemporal, es analógico y holístico. Las formaciones intercerebrales serían las encargadas de la armonía entre ambas funciones. De esa manera, en tanto el conocimiento basado en hechos, en el pensamiento reflexivo, en el cálculo frío y desapasionado se produce a predominio del hemisferio izquierdo; el mundo de las intuiciones, de las corazonadas, del contenido artístico, de las impresiones totalizadoras y holísticas, sería el contenido del hemisferio derecho. ¿Qué ha sucedido? Que nuestra cultura occidental ha sido básicamente una cultura de hemisferio izquierdo, donde lamentablemente y de manera creciente se valora más el éxito en función de la riqueza material que en los valores espirituales.
El hombre piensa de acuerdo a como vive y en general vivimos en consonancia con lo que sabemos. Si creemos que el universo es algo mecánico, viviremos mecánicamente. Mas, si al influjo de los nuevos conocimientos, sabemos que formamos parte de un universo abierto y que nuestra mente es una matriz de realidad, viviremos con mayor creatividad. Abraham Maslow, uno de los grandes de la psicología humanista afirmaba que "el miedo a saber es en el fondo un miedo a hacer, porque todo conocimiento entraña una responsabilidad". La ciencia que valora el nuevo paradigma intuitivo, holístico e interconectado, no está haciendo otra cosa que confirmar las paradojas e intuiciones que la humanidad ha tenido desde antaño, desde los Vedas, Buda y Lao Tse.
Muchos descubrimientos en diversas ramas de la ciencia como en las investigaciones sobre el cerebro, la física, la biología molecular, y la conciencia entre otros, llegan a un mismo destino. Sin embargo, son dos las razones principales por las cuales a veces el conocimiento se convierte en espacios estancados para unos pocos. Una es la especialización, que al decir de Bernard Shaw, se llega a un momento en que se sabe todo de casi nada y la otra es el abismo comunicacional existente como resultado del carácter radicalmente distinto de la nueva visión del mundo. Estamos obligados a mutar de paradigma para tener una perspectiva novedosa. Cuando se desentrañaron en parte, aspectos subyacentes de fenómenos como el magnetismo, la electricidad, el campo eléctrico, la resonancia y el biofeedback; cuando se demostró que el tiempo y el espacio constituyen un continuum, cuando a escala subatómica se precisó que materia y energía son estados intercambiables y que existen de manera simultánea como tendencia, cuando se desentrañó todo el enigma de la luz y sus correlatos a velocidades ultrarrápidas: la ciencia insensiblemente comenzó a cambiar. Ya aspectos como la espiritualidad, los valores, los atributos del "alma" cartesiana, no pueden seguir siendo contemplados como subproductos de la inmaculada "ciencia" que todo lo mira desde otro pretendido espacio.
De este modo, la nueva ciencia, más allá de la fría observación clínica, nos adentra en un mundo de paradojas, donde temblamos de miedo ante la quiebra del sentimiento de omnipotencia que le conferimos a la razón. Resulta muy difícil comunicarse o inclusive pensar sobre física cuántica, sobre la cuarta dimensión o sobre cualquier cosa donde no se precise el comienzo y el final, lo alto y lo bajo, el ahora y el después. Por ejemplo, para nosotros el concepto de Tiempo tiene una connotación lineal y aparentemente objetiva. Para la gigantescas culturas azteca, maya, y hopi, entre otras, como para la física cuántica la dimensión del aquí y el ahora no son sino un fragmento congelado de la eternidad.
Fritjof Capra, un eminente físico atómico, profesor de la Universidad de Stanford y autor de varios excelentes libros, señala que la mayoría de los físicos vuelven del laboratorio a sus casas para comportarse como si Newton y no Einstein fuera el que tuviera la razón, o sea, como si el mundo estuviera fragmentado y fuera mecánico. Apunta este autor: "parecen no haberse dado cuenta de las implicaciones filosóficas, culturales y espirituales de sus propias teorías".
En una oportunidad, Einstein señaló que crear una nueva teoría no es levantar un rascacielos donde antes había un granero, sino más bien como trepar una montaña desde donde se descubren nuevas perspectivas y conexiones inesperadas entre el punto de partida y toda la riqueza del contexto. Así, aunque el punto de partida siga existiendo, ahora lo podemos apreciar como una parte diminuta de un panorama más amplio.
Hay un cuento popular antiguo, llamado El País del Plano, en que los personajes son formas geométricas que viven en un mundo de dos dimensiones. El narrador, un Cuadrado de mediana edad, sueña que visita un reino unidimensional (El País de la Línea), cuyos habitantes solo pueden moverse de un punto a otro. Intenta explicar quién es él, en el sentido de que en su país no solo puede moverse de un punto a otro, sino también de lado a lado. Se queda dormido y se despierta cuando los habitantes del País de la Línea están a punto de lincharlo.
Aquel mismo día quiere ayudar en su tarea a su nieto, un pequeño Hexágono. El nieto le sugiere la posibilidad de una tercera dimensión, un reino en el que además de un lado y otro, había un arriba y un abajo. El Cuadrado concibió esa idea de estúpida e inenarrable. Esa noche el Cuadrado recibió la visita de un habitante del País del Espacio, el reino de las 3 dimensiones. Al principio el Cuadrado se sintió un tanto confundido con su huésped, un extraño círculo, que parecía cambiar de tamaño e incluso de desaparecer. El visitante se presentó a si mismo como una Esfera. Dándose cuenta de que sólo con argumentos no podía llegar a convencer al Cuadrado de la existencia de la 3ra.dimensión, la Esfera, desesperada, le introduce en una experiencia de profundidad. El Cuadrado se quedó estupefacto y tras haber tenido una experiencia intuitiva de la 3ra.dimensión, pues veía una línea que no era una línea y un espacio que no era un espacio. Sentía que era y no era al mismo tiempo. Pensaba que se había vuelto loco. Fue tal su asombro que se convirtió en un apóstol de la Esfera intentando convencer a sus conciudadanos del País del Plano de que el espacio es algo más que una noción propia de los matemáticos. Por tal herejía fue condenado a prisión. Cada año el sumo Sacerdote del País del Plano, el Círculo, acude a la cárcel para ver si ha recobrado el juicio, pero el Cuadrado, aunque es incapaz de poder explicarlo, insiste testarudamente en que existe una tercera dimensión.
Igual que les sucedía a los habitantes del País del Plano, nos falta al menos una dimensión. Comprender algo de manera NO LINEAL, implica más una especie de "estar en sintonía" que en trasladarse de un lugar a otro. Evitemos la tentación de nuestro condicionamiento cognoscitivo de preguntarnos por qué, cómo o dónde ante cualquier cosa. Hagamos como cuando nos recreamos ante una pintura: no nos preguntamos cuántos gramos de azul se necesitó, para lograr ese tipo de éxtasis.
Una de las figuras que más ha tratado el problema de los paradigmas, Thomas Khun, expresa en su libro "La Estructura de las Revoluciones Científicas", que "en ciencia, toda idea nueva que sea importante suena rara al principio". El físico Niels Bohr, señala que las grandes innovaciones parecen embrolladas, confusas e incompletas. Añade que sus mismos descubridores las comprenden solo a medias y para el resto son un misterio.
Uno de los descubrimientos más asombrosos ha sido el de la imagen holográfica a partir del rayo láser como uno de los factores en la comprensión del enfoque emergente einsteniano de la medicina. Un holograma se obtiene haciendo pasar un haz de luz coherente (láser) por un dispositivo llamado de difracción de haz, con lo que se obtienen dos haces. Al pasar uno de ellos por un objeto determinado y el otro por una lente, al confluir ambos se produce una figura de interferencia, el holograma propiamente dicho, que es la imagen del objeto, tridimensional. Lo asombroso de esto es que se puede cortar esa imagen en cincuenta pedazos, y cada uno de ellos, expuestos a la luz láser, revelaría el objeto completo. La explicación deriva del hecho de que el holograma es un patrón de interferencia energética, y dentro de este patrón, cada parte contiene la información del todo.
Este principio holográfico de que cada parte contiene al todo se halla expresado a nivel altamente simbólico en la estructura de las células de todos los organismos vivos. En el campo de la biología celular, los últimos descubrimientos han revelado que cada célula contiene una réplica del código ADN original, cuya información sería suficiente para reconstruir un cuerpo humano completo. En este basamento descansan las múltiples experiencias que sobre clonación se están llevando a cabo. Este hecho guarda, como se puede apreciar, una enorme analogía con el principio holográfico, o sea, que cada pedazo contiene la información necesaria para reconstruir el todo. Y si asumimos que la organización espacial de las células está modulada por un mapa tridimensional complejo que trazaría de antemano cómo será el futuro organismo desarrollado, ese mapa o molde, sería la función de un campo bioenergético que acompaña al cuerpo físico.
Por otra parte, la materia, que macroscópicamente aparece como algo sólido, se desvanece en el momento mismo en que se entra al mundo subatómico de la física de las partículas, teniendo en cuenta que el átomo consta en su mayor parte de espacio vacío y que las diminutas "partículas" que orbitan ese "vacío", son en realidad, paquetes de luz congelada. Es por esa razón que la materia se compone de campos de energía altamente complejos y organizados en una infinitud de planos diferentes. Si este sistema teórico, se aplica a los sistemas vivos, hallaremos que la matriz celular del cuerpo físico puede contemplarse como un complicado patrón energético de interferencia, interpenetrado por el campo bioenergético organizador; que no es otra cosa que el fantasma que rodea a cualquier organismo vivo y que retrata la ya famosa cámara Kirlian.
Además, si queremos inscribirnos desde el punto de vista de la atención de salud en el campo de un nuevo paradigma, debemos dar un paso más en la semiología y en la semiotecnia. Debemos con pupila abarcadora: a) adentrarnos en la valoración de la gigantesca contribución que puede ejercer la mente humana, b) no subestimar más al efecto placebo como un subproducto vergonzante del enfoque científico, c) aprovechar todo el caudal que reside en las profundidades de la personalidad del hombre sano para que no enferme y del enfermo para que sane, c) valorar no solamente aquellos aspectos que conforman lo que llamamos psiquismo en el hombre, sino su dimensión trascendente, transpersonal y espiritual, formando un solo haz de energía y de conciencia unitiva con el terapeuta y con el contexto.
Se ha comprobado, entre otras cosas, que la sola intención de curar, modifica las enzimas, los valores de hemoglobina y hasta los enlaces H-O en el agua. Toda intención humana que se traduce en conducta, es fruto de la acción de la mente sobre la materia. Creo realmente que todo este acervo novedoso que nos está aportando la ciencia contemporánea, contribuye en gran medida a ir superando aquellos viejos y estáticos esquemas de una ontología positivista y de un encuadre cartesiano-newtoniano, que bajo el manto de una pretendida "objetividad científica", escamotea la verdadera esencia procesal, ecológica, sistémica, comprehensiva y holística, de un universo que construimos a cada segundo.