"La filosofía no es el arte de consolar a los tontos ... su única tarea es la búsqueda de la verdad y destruir prejuicios."

La creación



Gustavo Adolfo Canals

Prólogo

“El hombre es, por naturaleza, una bestia paradójica, un animal absurdo que necesita la Lógica para vivir.”

La lógica es un fruto refinado de la evolución, pero no un lujo. Los sistemas científicos son construcciones del lenguaje llano, en el cual la norma es el buen uso o, sencillamente, el uso propio. El buen uso no solo se asimila en la práctica del lenguaje sino que se aprende al estudiar las normas de la Gramática. Para convencer, persuadir o conmover, se estudia el arte de la Retórica, una superación de la Gramática. De esta manera es posible organizar conceptos y construir sistemas coherentes, que puedan dar explicaciones racionales, como requiere la Lógica. Pero el papel de la Lógica ha sido concebido tan distintamente que para algunos se confunde con la Psicología y para otros con la Metafísica. Tradicionalmente, la Lógica se ha ocupado del cálculo de las proposiciones. Así, la lógica de Aristóteles no se ocupa de los contenidos, razón por la cual la llama "formal". Es un cálculo de formas. En este sentido, se puede decir que la Lógica no se ocupa de las cosas, sino de las explicaciones de las cosas. No hay ciencia de lo sensible, las explicaciones se elaboran en la inteligencia, pero la verdad, finalmente, es una concordancia de las cosas. (Por eso la búsqueda de una explicación coherente para la evolución de la Geometría impulsó el desarrollo del formalismo de Hilbert, aun sin consenso en los fundamentos matemáticos.) La lógica es entonces un control de calidad de los razonamientos. Y sólo en la medida en que comienza a ocuparse de los contenidos de los mismos va tomando un cariz metafísico.

Lo que sigue es una reflexión filosófica en voz alta sobre interrogantes simples y esenciales que nos acompañan: ¿Qué es lo real? ¿Qué es el mundo material? ¿Por qué hay algo y no nada? Hoy sólo tenemos tres caminos para dar respuesta a estas preguntas: la Ciencia, la Filosofía y la Religión. En un mundo cada vez más ocupado por la Ciencia y los modelos que produce, por la Tecnología y la forma de vida, el filósofo no tiene la exclusividad del pensar. La religión, caminando por un sendero alejado del de la ciencia, el de las certidumbres de lo sagrado nos obliga a buscar —más allá de las aparentes certidumbres mecanistas de la ciencia— una huella casi metafísica de algo inexplicable (¿Dios?). 

Por qué hay algo y no nada

Podemos intentar una descripción de lo real recurriendo a los postulados de la Física Cuántica. Esto implica entrar a otro mundo en el cual nuestros conocimientos del tiempo, el espacio y la materia resultan ilusiones, donde lo objetivo parece no existir fuera de la conciencia que determina sus propiedades. Entonces, el Universo que nos rodea se aleja de lo material y se acerca al pensamiento. De esta manera, la hipótesis del Universo-Máquina de Laplace y Einstein se desmorona. A este respecto, dos corrientes se contradicen: el espiritualismo de Tomás de Aquino, Leibniz y Bergson, donde lo real es idea pura y, por lo tanto, no tiene ningún sustrato material, a partir del cual sólo podemos asegurar la existencia del pensamiento y las percepciones; y la lectura el materialismo de lo real de Demócrito y Marx, donde el espíritu y el pensamiento solo son epifenómenos de la materia, aparte de la cual no existe nada.

Estas dos doctrinas sobre la naturaleza del ser, son paralelas a dos teorías del conocimiento: el idealismo y el realismo. ¿Podemos conocer lo real? Imposible: sólo podemos acceder a fenómenos y representaciones dispersas del Ser (argumento idealista). El realista plantea que el mundo resulta concebible porque descansa sobre mecanismos racionales y calculables. Para poder romper este círculo, y por la vía conceptual abierta por la Teoría Cuántica, surge una visión del "otro" que, apoyada en las dos corrientes anteriores, se sitúa más acá del espiritualismo y más allá del materialismo: el meta-realismo. Éste fue planteado por Foucault, para quien el pensamiento lógico se limita al análisis sistemático de los fenómenos que solamente son conocidos por medio del pensamiento metalógico, con el cual se atraviesa la última frontera que separa lo cognoscible de lo no cognoscible (como la indecidibilidad en las Matemáticas, es decir la imposibilidad de demostrar que una proposición es verdadera o falsa; o la complementariedad en Física, que enuncia que algo puede ser dos cosas en el mismo momento).

El primer acto del pensamiento metalógico, consiste en afirmar que existen límites físicos para el conocimiento, fronteras calculadas e identificadas, que resultan imposibles de pasar. Tal es el caso del "quantum de acción" o "constante de Planck", cuyo valor es de 6,63 10–34 J s y corresponde a la más pequeña cantidad de energía existente en el mundo físico, "la más pequeña acción mecánica concebible", un verdadero muro dimensional, el límite de toda divisibilidad. La existencia de un límite inferior en el campo de la acción física, introduce otras fronteras absolutas en el universo perceptible, como la "longitud de Planck", que representa la distancia más pequeña posible entre dos objetos y el "tiempo de Planck", el más pequeño intervalo de tiempo. Cabe preguntarse: ¿Por qué existen esas fronteras? ¿Por qué son tan precisas y medibles? ¿Quién determinó su existencia? ¿Qué hay más allá? Para caminar hacia las respuestas, debemos aceptar que lo no conocible está en el corazón mismo del proceso científico y en la intuición de la metafísica. Así vemos cómo Einstein, al aceptar que la determinación del Universo y la realidad no pertenecen a un mismo sistema, se equivocaa al especular sobre las fronteras extrañas e inestables de la Teoría Cuántica. La realidad no es cognoscible y así permanecerá. Aceptar esta conclusión es descubrir que existe una solución distinta al abordar los fenómenos físicos y los extraños fenómenos lógicos, una "lógica de lo extraño", que no es otra cosa que la Teoría Cuántica, una estructura conceptual muy poderosa y desconcertante. Con ella, la interpretación del Universo que —conforme al sentido común— conduce a la objetividad y el determinismo ya no pueden ser sostenida. En su lugar debemos admitir que la realidad en sí no existe que depende de la manera que decidamos observarla. Que las entidades fundamentales que la componen, pueden ser una cosa (una onda) y, al mismo tiempo, otra cosa (una partícula): la realidad es indeterminada. Existe otra característica de esta lógica de lo extraño, y es la existencia de un orden en el seno del caos. ¿Cómo explicar la existencia de un orden en un universo sometido a la Ley del Aumento de la Entropía, la cual lo arrastra a un desorden creciente? ¿Por qué y cómo aparece dicho orden? Para el físico la respuesta estaría relacionada con un equilibrio mecánico, pero detrás del orden propio del mismo fenómeno, más allá de las apariencias, habría que buscar en la Teoría Cuántica, o por medio de ella, la trascendencia. Estas modificaciones teóricas sobre las líneas fronterizas que bordean nuestra realidad: lo muy pequeño y lo muy grande, la Teoría Cuántica y la Cosmología, hacen retroceder cada vez más los límites de la frontera, hasta llegar al enigma de la existencia de un Ser Trascendente, causa del Todo. Pero entonces, ¿no es Dios mismo de allí en adelante sensible, localizable y casi visible?. Porque, en el fondo, es lo último de lo real descripto por la Física.

En resumen, no surge de las teorías científicas la idea religiosa de la Creación. El hombre es el único animal pensante que entierra a sus muertos, el único que piensa en la muerte, en su muerte. Para adaptarse a ello, dispone de dos caminos, la Religión y la Ciencia. Desde la postura de aquellos que piensan en lo real, se ha logrado una convergencia aún tenue entre el saber físico y el conocimiento teológico.

¿Qué es la realidad, de dónde viene?

Si nos remontamos al razonamiento simplista según el cual al romper una piedra obtenemos polvo y en ese polvo hay átomos materiales supuestamente indivisibles, nos preguntamos: ¿Queda en algún otro lugar el espíritu? En ese marco, la respuesta es: En ninguna parte. En ese universo, mezcla de certidumbres e ideas absolutas, la Ciencia solo puede dirigirse hacia la materia, marcando un ateísmo virtual, una frontera natural entre el espíritu y la materia, entre Dios y la Ciencia. Con la aparición de la Teoría Cuántica, la comprensión de lo real, lleva a renunciar a la noción tradicional de materia: tangible, concreta y sólida. Afirmaciones como: «Una partícula puede ser detectada en dos lugares al mismo tiempo» y «La realidad fundamental no es cognoscible» rompen con tal comprensión, vinculando lo real con dichas entidades cuánticas que trascienden al tiempo y espacio ordinarios. Existimos por "algo" cuya naturaleza está más cerca del espíritu que de la materia tradicional. Las consecuencias de esta transformación superan a nuestra experiencia y a nuestra intuición. La realidad está velada y solo se presenta como un espejismo virtual, tan simple como misterioso. Para encararlo se debe elegir entre dos actitudes: una nos conduce hacia el absurdo y la otra, hacia el misterio

La gran explosión

Volvamos a las preguntas: ¿Por qué algo y no nada? ¿Por qué hay ser? ¿Qué es lo que nos separa de la nada? ¿Qué fuerza dotó al Universo de las fronteras que hoy tiene? Los objetos más sencillos y familiares pueden conducirnos hacia los enigmas más perturbadores. Consideremos un objeto de hierro. Si siguiéramos la historia de sus átomos, veríamos que existe desde el nacimiento mismo de la Tierra como mineral bruto. Pero más atrás, cuando formaba parte de la nube que contenía cantidades de elementos pesados (nuestro planeta tiene una edad de 8 a 10.000 millones de años), existían formas de átomos de hierro perdidos en una nube (que posiblemente provenían de la explosión de una estrella hace más de 12.000 millones de años). Este pedazo de hierro no es más que el residuo generado por la explosión de esa antigua estrella.

La Astrofísica y la Física de las Altas Energías toman como punto de partida los primeros miles de millonésimos de segundos posteriores a la creación: 10–43 s después de la explosión original (muro de Planck), en ese determinado momento, todo lo que constituirá más tarde el Universo, estaba contenido en una dimensión de 10–33 cm, es decir, cientos de trillones de veces más pequeños que el núcleo de un átomo (10–13 cm). La densidad y el calor de ese universo original alcanzan magnitudes que la mente humana no puede concebir: una temperatura de 1032 K que marca un verdadero muro de temperatura, una frontera de calor extremo, más allá de la cual la física se desmorona. Con esta temperatura, la energía es monstruosa y la "materia" en la medida que se la pueda definir así, estaba constituida por una "sopa" de partículas primitivas, ancestros lejanos de los "quarks". No existiendo diferencia entre ellas, las fuerzas fundamentales (la débil, la fuerte, la electromagnética y la gravitatoria) formaban una sola fuerza universal. Todo el Universo en ese instante, fue miles de millones de veces más pequeño que la cabeza de un alfiler, por lo que suponemos que a una densidad tan extrema había una distorsión del tiempo: un flash fotográfico equivaldría a miles de millones de años. Luego del instante inicial y de millonésimos de segundos, el Universo ingresa en una "etapa inflacionaria" (que va desde los 10–35 s a los 10–32 s), es decir se infla: su tamaño pasa del de un núcleo atómico al de una manzana. Esta expansión vertiginosa, fue la más importante porque hasta hoy su expansión ha sido solamente de mil millones de veces más. La diferencia de escala que existe entre una partícula elemental y una manzana, es mucho mayor que la que separa a la manzana del universo observable. El reloj cósmico marca 10–32 s, la era inflacionaria acaba de terminar. En este instante no existen partículas de un solo tipo (las "partículas x", de las cuales proceden todas las otras) dentro de un campo homogéneo de fuerzas. A los 10–31 s, las partículas x originarán las primeras partículas materiales: los quarks, los electrones, los fotones, los neutrinos y sus antipartículas. El Universo naciente alcanza el tamaño de una pelota, se producen fluctuaciones de densidad y allí se generan las galaxias y todo el mapa cósmico.

Volvamos a los 10–32 s, primera transición de fase: la fuerza fuerte (que mantiene unido al núcleo atómico) se desprende de la fuerza electro-débil (resultante de la electromagnética y de la desintegración radioactiva). El Universo mide ahora unos 300 m de largo; en su interior reinan las tinieblas absolutas y las temperaturas inconcebibles. A los 10–11 s, la fuerza electro-débil se divide en dos: la débil y la electromagnética. Los fotones, los quarks, los gluones y los leptones se diferencian entre sí: acaban de nacer las cuatro fuerzas fundamentales. Luego, entre los 10–11 s y los 10–5 s, se produce un fenómeno esencial, los quarks se asocian en neutrones y protones, y la mayoría de las antipartículas desaparece para dar lugar a las partículas del actual Universo. En el curso de 10 millonésimas de segundo, las partículas elementales son engendradas en un "espacio ordenado". Doscientos segundos después del tiempo cero, las partículas elementales se juntan para formar los núclidos de hidrógeno y helio. A partir de allí, el universo que conocemos. Esta historia duró casi tres minutos, luego las cosas se moverían mucho más lentamente durante millones de años, todo el Universo sería bañado por radiaciones y un plasma de gas turbulento. Cien millones de años después, las primeras estrellas se formaron a partir de inmensos torbellinos de gas; los átomos de hidrógeno y helio se fusionaron y dieron origen a los elementos pesados que encontrarían su destino en la Tierra, mucho más tarde, miles de millones de años después.

Al pensar en esta historia, uno no puede dejar de sentir vértigo, pero también surge una pregunta: ¿No tendríamos que ver en este fenómeno una interpretación científica de la eternidad divina?. Un Dios que no tuvo comienzo ni fin, que no se encuentra forzosamente fuera del tiempo, que es el tiempo mismo, a la vez cuantificable e infinito. Un ser trascendente debería acceder a una dimensión a la vez absoluta y relativa de tiempo, una condición indispensable para la creación. Como se ve, es posible describir los primeros instantes del Universo, lo que ocurrió 10–43 s después de la Creación. Pero, ¿qué ocurrió antes? La Ciencia parece impotente para describir o imaginar algo razonable —en el sentido más profundo de la palabra— cuando el Tiempo se encontraba en cero y no había ocurrido nada aún. El tiempo de Planck (10–43 s), es límite de nuestros conocimientos, desde donde definimos un Universo observable, hecho de fluctuaciones menores sobre un inmenso océano de energía. Pero la materia, la conciencia, el tiempo y el espacio representan un ínfimo estado con respecto a la inmensa actividad del plano subyacente del cual provienen, fuente eternamente creadora. Este plano subyacente, ¿es algo físicamente medible?

En Física existe un nuevo concepto: el de "vacío cósmico", donde el vacío absoluto y la falta de materia y energía, no existe. El vacío entre las galaxias, contiene algunos átomos aislados, donde no logramos aislar un campo electromagnético residual, que sirve de "fondo" al vacío. Aquí la relación materia-energía, nos permite que en el curso de las "fluctuaciones" de estado ver el surgimiento de nuevas partículas de la nada. El vacío cuántico es entonces un ballet de partículas que aparecen y desaparecen muy pronto. Si admitimos que la materia puede emerger de esa casi nada, podemos quizás responder a la pregunta: ¿Por qué se produjo la Gran Explosión? o ¿Que sucedió antes de los 10–43 s? Consideremos un espacio vacío. La Teoría Cuántica demuestra que si transferimos a él una determinada cantidad de energía, de ese vacío puede surgir algo de materia; por extensión, podemos suponer que justo antes de 10–43 s un flujo fue transferido al vacío inicial, provocando una fluctuación cuántica primordial, de donde nació nuestro Universo. Entonces, ¿de donde viene esa colosal cantidad de energía que dio origen a la Gran Explosión? Es probable que detrás del muro de Planck se oculte una forma de energía primordial, de duración infinita en un tiempo total, que no ha sido abierta aún. Un tiempo, que no ha sido separado de su orden simétrico, a ese tiempo absoluto le correspondería la misma energía absoluta. Antes del tiempo de Planck no existe nada, o más bien existe una totalidad intemporal de la simetría perfecta. Una fuerza que quizá no tenga la intención de crear algo, se basta a sí misma, modificándose posteriormente para producir algo. Quizá un accidente de la nada, una fluctuación del vacío, una creación de su propia existencia. La materia, el Universo, reflejos de su conciencia, componentes por el cual Dios acaba de crear de alguna manera una imagen de sí mismo. Acá rozamos el borde de la metafísica, de lo real, consciente de lo sensible, de lo invisible y de un orden superior que es el origen del todo. 

El misterio de lo que viene

Hasta ahora vimos la tendencia universal de la materia a organizarse en forma espontánea, en sistemas cada vez más heterogéneos. El movimiento, se orienta desde la unidad hacia la diversidad, creando un orden a partir del desorden. Pero, ¿porqué la Naturaleza, produce este orden? Sólo podemos responder lo siguiente: el Universo parece haber sido regulado a fin de permitir el surgimiento de una materia ordenada, luego de la vida y finalmente de la conciencia. Si las leyes físicas no hubiesen sido rigurosamente lo que son, no estaríamos aquí para hablar de ellas; más aún, si una de las constantes universales, hubiese sido sometida en sus orígenes a una alteración ínfima, ni el Universo ni los seres vivos hubieran aparecido. Esta regulación, de una precisión vertiginosa, ¿es acaso resultado del azar? ¿ O responde a la voluntad de una causa primera, de una inteligencia organizadora que trasciende nuestra realidad? 

Dios no juega a los dados" Einstein 

Busquemos el significado de lo que llamamos "el orden de las cosas". Si tomamos un copo de nieve, este pequeño objeto obedece a las leyes físicas de modo sorprendente, lo que lo lleva a ser el único en el Universo, mostrando un equilibrio delicado entre las fuerzas de estabilidad e inestabilidad. Vale la pregunta: ¿De donde surge ese orden, esa simetría? Para encontrar la respuesta debemos observar lo que ocurre a nivel del átomo.

El comportamiento de las partículas elementales parece desordenado, aleatorio e imprevisible. Pero la Física Cuántica, a partir de la probabilidad, nos da un argumento de peso para definir su reacción. Vemos que, por debajo de cualquier movimiento desordenado, existe un orden profundo de una gran simplicidad que nos permite cuantificar el azar. El desorden se encuentra, de alguna manera, canalizado en el interior de ciertos estados, construidos sobre un mismo modelo, al que dentro del caos lo llamaremos "atractor extraño". Este atractor define el espacio de las fases, es decir, el espacio que contiene todas las informaciones dinámicas, todas las variaciones posibles de un sistema mecánico. Todo lo que es cierto para un sistema simple, lo es también para los sistemas complejos, porque existen entre ellos "atractores extraños" que ordenan en profundidad sus comportamientos. A escalas microscópicas, la presencia de estructuras ordenadas que caracterizan al Universo, siguen siendo una cuestión de homogeneidad, uniformidad e isotropía de la distribución de la materia. Recordemos que el Universo observable es detectado a los 10–28 cm. En esta escala, la materia tiene una densidad uniforme que puede medirse a una precisión de 10–5. Pero a escalas inferiores, el Universo deja de ser homogéneo, nos preguntamos entonces de que manera la inhomogeneidad reinante a pequeña escala puede engendrar tal orden a gran escala. Si un orden subyacente gobierna la evolución de lo real, resulta imposible sostener —desde un punto de vista científico— que la vida y la inteligencia, son la resultante de una serie de accidentes y de acontecimientos aleatorios. Por lo contrario, todo el Universo tiende hacia la "conciencia". Podemos afirmar que: «Materia sin consciencia no es más que la destrucción del caos.»

Recordemos que la realidad entera descansa en un pequeño número de constantes, menos de 15: la de la gravitación, la de Planck, el cero absoluto de temperatura, la velocidad de la luz, etc. Si una sola de dichas constantes se modificara, el Universo —como lo conocemos hoy— no existiría. La relación entre la densidad del Universo y la densidad crítica original es del orden de 0,1, pero se acercó increíblemente a 1 en el momento de 10–40 s, dando origen a un universo muy equilibrado justo después del nacimiento. Esto permitió el desencadenamiento de todas las fases posteriores. Por lo tanto, las cosas son lo que son simplemente porque no habrían podido ser de otro modo. Sólo podemos pensar en un universo distinto al que observamos, en universos paralelos. El universo de lo vivo se caracteriza por un elevado crecimiento, mientras el universo físico, avanza hacia una entropía cada vez más elevada generando así cada vez más orden, aquí el papel del azar pierde el valor por la aparición de coincidencias significativas, lo que lleva a proponer un principio que se sumaría a los conceptos de: espacio, tiempo y causalidad. Este principio se llama "Principio de Sincronicidad" y se basa en un orden universal de comprensión y complementario de la causalidad. En el origen de la creación no existe un evento aleatorio, no hay azar que rija a cada átomo. Así, la realidad, tal como la conocemos, parece la consecuencia de un orden trascendente. Pero, ¿que es lo real y de qué está constituido el mundo físico que nos rodea? La concepción mecanicista del Universo propuesto por Newton, está fundada en la idea, según la cual la realidad se compone de dos cosas fundamentales: los objetos sólidos y un espacio vacío. En la vida común, dicha concepción funciona sin falla. (Lo cotidiano puede ser considerado como una región de dimensiones comprobables, donde las reglas de la física clásica se aplican.) Pero todo cambia cuando abandonamos el universo de nuestras vidas y nos centramos en lo muy pequeño, hasta llegar a las partículas elementales, las cuales no se comportan como las partículas sólidas. Para lograr entenderlo, debemos abandonar nuestras certidumbres y admitir que el Universo es más extraño de lo que podemos pensar. 

En busca de la materia

Volvamos al objeto de hierro. Debemos admitir que sus entidades pertenecen a otro mundo: al de lo muy pequeño, el átomo y sus partículas elementales. Pero, ¿cómo hacer coincidir nuestros conocimientos teóricos con la experiencia que nos llega de la realidad de todos los días? Todo lo vertido por la Física Cuántica permite ver a ese pedazo de hierro (objeto material, que tiene peso y consistencia) como una ilusión en el campo de la realidad. Nuestros conocimientos más actuales de la materia nos conducen científicamente al espíritu.

Tomemos algo visible: una gota de agua. Ésta se halla compuesta por moléculas (cerca de mil billones) cuyo tamaño es de 10–9 m. Cada molécula está formada por átomos, cuya dimensión es de 10–10 m (1 Å). Cada átomo está constituido por un núcleo aun más pequeño (10–14 m) y por electrones a su alrededor. Si entramos al núcleo encontramos una multitud de nuevas partículas (protones y neutrones) del orden de los 10–15 m. Pero aún hay partículas más pequeñas los hadrones: los quarks (10–18 m).

Si nuestro objeto de hierro tuviera el tamaño de la Tierra, sus átomos serían del tamaño de una uva, pero sería imposible observar su núcleo. Recién cuando un átomo tuviera un tamaño de 200 m, el núcleo tendría el tamaño de una partícula de polvo, tan vacío está el átomo. Estamos frente a un tema desconcertante: la paradoja de átomos de una multitud de elementos que, finalmente, están casi vacíos. Para comprenderlo, supongamos que se quiere contar todos los átomos de un gramo de sal. Si se los contara a una velocidad de mil millones por segundo, el proceso tomaría 50 siglos. Por otra parte, reina un vacío inmenso entre las partículas: si pongo el núcleo de un átomo de hidrógeno delante de mí, su electrón, pasaría por Alaska. Pero si todos los átomos que componen mi cuerpo, se uniera hasta tocarse, yo pasaría a tener el tamaño de una millonésima de milímetro. Por eso, la Física sostiene, que todo desemboca en un inmenso océano de energía formado por hadrones: «El Todo oculta un secreto de elegancia abstracta», un secreto donde la materialidad es poca cosa. Cuando considero el "orden matemático" que se revela en el corazón de lo real, mi razón, me obliga a decir que eso desconocido oculto detrás del todo es una inteligencia relacionante, fabricante de relaciones y debe ser abstracto y espiritual. El mismo que pone al caos y al orden en un mismo plano.

Si ahora nos preocupamos por lo que ocurre detrás de la frontera del núcleo, podemos visualizar tres posiciones:

1. La carrera hacia lo infinitamente pequeño no tiene fin.
2. Se busca encontrar el nivel fundamental de la materia, una especie de fondo rocoso, constituido por partículas indivisibles como límite final.
3. Las partículas elementales de ese nivel, son a la vez compuestas de otras de igual naturaleza.

En términos filosóficos, la pregunta sería: ¿Cual es la partícula más elemental y fundamental evidenciada por la Física? En términos científicos, la pregunta es: ¿La tendencia a existir que pone en evidencia cada partícula elemental no encierra otra forma de partícula? En otros términos: ¿De qué está hecho lo impalpable sobre cuya superficie descansa el Todo?

Hemos alcanzado el borde del mundo material, frente a nosotros se encuentran esas entidades tenues y extrañas, los quarks, estructurados y ordenados por algo que está debajo de lo observable. Es necesario ahora, romper nuevamente con todo aquello que apoya nuestros sentidos y razón, y fundamentalmente con la creencia de que algo sólido formaría la trama del Universo. En ese camino encontramos algo inmaterial que los físicos llaman "campo". En la Física Clásica la materia está representada por partículas, mientras que las fuerzas son descriptas por campos. En la Teoría Cuántica, en cambio, sólo se ve en lo real ciertas interacciones que son transmitidas por entidades mediadoras, llamadas "bosones", que transmiten fuerzas y aseguran las relaciones entre las partículas de materia, los "fermiones", formando así los campos de materia. La Teoría Cuántica elude la distinción entre campo y partícula, y entre la materia y lo que no lo es. Sólo podemos describir un campo en términos de transformaciones de las estructuras espacio-tiempo en una determinada región. Por lo tanto, lo que llamamos realidad no es más que una sucesión de discontinuidades, fluctuaciones, contrastes, accidentes, que en su conjunto forman una red de información.

Los campos de lo real

Así encontramos finalmente la última frontera, la que limita misteriosamente la "realidad física" de lo que hay más allá: nada tangible. Detrás está el campo del espíritu, donde las teorías físicas no son necesarias: para ese orden profundo, que esa "casi nada" no es la esencia de lo real. Vayamos nuevamente hacia lo muy pequeño, el núcleo del átomo. ¿Cuál será el panorama que tendremos allí? La Física Nuclear, nos indica que a ese nivel encontraremos las partículas elementales (los quarks, los leptones y los gluones). Nos preguntamos cuál es el tejido de esas partículas. Para responder, recurrimos entonces al pensamiento relativista y al pensamiento cuántico, unificándolos en la Teoría Cuántica Relativista de los Campos. 

Desde esta perspectiva, una partícula no existe "por sí misma", sino únicamente a través de los efectos que engendra ese determinado campo, que no es otra cosa que el conjunto de los propios efectos (campos electromagnéticos, gravitatorios, protónicos, eléctricos). La realidad esencial es entonces el conjunto de campos que interactúan en forma permanente entre sí. Ahora bien, ¿cuál es la sustancia de este nuevo objeto físico? En el sentido estricto de la palabra, un campo no tiene otra sustancia que "algo que vibra". Se trata de un conjunto de vibraciones potenciales, a las que se encuentran asociados los "cuantones", es decir, partículas elementales de distinta naturaleza. Estas, son las manifestaciones "materiales" del campo. En este marco, la realidad, es el conjunto de los campos posibles que caracterizan los fenómenos observables. En resumen, la Teoría Cuántica Relativista de los Campos no define las partículas como tales, sino a las interacciones entre ellas. Esto equivale a decir que en el "fondo" de la materia, no puede encontrarse una "cosa". El conocimiento cuántico que tenemos de la materia nos lleva a comprender, que no existe nada "estable", todo está en perpetuo movimiento, todo cambia y se transforma sin cesar. Finalmente, los objetos que nos rodean, no son más que vacío. Todo lo que podemos pensar acerca de lo "separable" de las cosas que existen en el Universo no es más que una perpetua ilusión que cubre la realidad. Una realidad extraña y profunda, la cual no estaría compuesta por materia, sino por un pensamiento amplio.

Alcanzamos así el nivel fundamental de lo real, llegamos al tejido último, donde un orden trascendente adquiere una fuerte amplitud, por la visualización de "una invariancia global de la simetría". Ahora bien, si la simetría (es decir, el perfecto equilibrio entre las entidades originales) fue causa y método, por qué se quebró en forma espontánea. Nadie lo sabe aún. Una explicación aceptada recurre al "bosón de Higgs", partícula fantasma cuya función fue quebrar la simetría de los cuantones. Sabemos que de aquí en adelante, las partículas elementales no tienen existencia en el sentido estricto, son manifestaciones provisorias de campos inmateriales, entidades extrañas inmersas en la geometría. Todo sucede como si el espíritu, en sus intentos por penetrar en los secretos de lo real, descubriera que esos secretos tienen algo en común con él. El campo de la conciencia podría pertenecer al mismo continuum del campo cuántico.

El antiguo materialismo ya no es sostenible, la nueva lógica transformó dicha concepción por medio del Principio de Complementariedad, por el cual los constituyentes elementales de la materia son entidades de doble cara. Según este dualismo cartesiano, la materia y el espíritu son complementarios de una sola y misma realidad. De aquí surge una nueva concepción filosófica, el meta-realismo, dando una nueva visión de la fusión última entre materia, espíritu, vacío y realidad. Somos la imagen misma de Dios: a la manera de una imagen holográfica, que contiene el todo en cada parte, cada ser humano es la imagen de la totalidad divina. 

Trascendencia 

La primera visión…

Sobre la Tierra de las primeras edades, hace mil millones de años, reinaba el Sol. Sólo se distinguía un inmenso desierto de lava en fusión que vomitaba incansablemente grandes figuras de vapor y gases de varios kilómetros de altura. Poco a poco, esos oscuros nubarrones se acumularon para formar la primera atmósfera de la Tierra: gas carbónico, amoníaco, nitrógeno e hidrógeno. Esta mezcla, opaca y mortal, aplastaba la inmensidad aún vacía. Luego de millones de años, la temperatura fue disminuyendo; la lava era ahora una pasta tibia, pero sobre la cual se podía pisar. El primer continente acaba de nacer. Las inmensas nubes que giraban en el cielo, se condensaron, y dieron lugar a la primera lluvia. El agua se depositó sobre aquellas depresiones y formó los océanos primitivos. La Tierra, el Cielo, las Aguas, ya estaban allí, pero aún vacías. Las moléculas primitivas eran agitadas constantemente por las poderosas tormentas reinantes y las radiaciones ultravioleta del Sol. Entonces aparece, en lo profundo del corazón del Caos, alguna molécula que al juntarse con otras dan forma a una estructura estable, reflejo de un orden, pero nacido del propio Caos: los primitivos ladrillos de la materia viva, los aminoácidos. Cada uno de nosotros somos descendientes de aquellos primeros "habitantes" de la Tierra. La complejidad aumenta: nace la primera célula y comienza la historia de la conciencia. 

El fin del Universo, ¿tiene un más allá?

¿Qué es hoy el Universo? Centenares de miles de millones de estrellas distribuidas en miles de millones de galaxias, y ellas perdidas en una inmensidad silenciosa, oscura y helada. Alrededor de 15.000 millones de años después de su aparición, la materia sigue su camino en el espacio-tiempo. Para la Cosmología, el Universo no es eterno, tendrá un fin. Será un ocaso, una muerte fría y caliente. Un universo abierto donde la expansión continúa, donde las galaxias se pierden en el infinito, mientras las estrellas se enfrían luego de ceder su última energía y llegar al fin. Todos los polvos cósmicos, son sepultados en lo profundo de un agujero negro, de una desconocida actividad dinámica interna, en el cual se convirtió el mismo Universo. Finalmente, el espacio-tiempo, se reabsorbe y todo se vuelve Nada. Esa Nada, que será entonces la información total del sistema y su entropía (degradación del mismo orden del propio sistema). Lo que los físicos podemos sostener es que la adquisición de información (conocimiento), consume energía y provoca el aumento de la entropía del seno del sistema. Aquí debemos separar, la propia finalidad del Universo de su Fin. A la primera la definimos como la necesidad de producir y liberar conocimiento, un conocimiento puro de toda su evolución.

Un Universo finito, cerrado sobre sí mismo, un Universo que obedece a un determinismo superior, al Principio de Indeterminación de la Teoría Cuántica, la existencia de una Causa de la armonía de las causas, por fuera de toda causa. Una Teoría del Caos que pasa el límite del milagro matemático, sobre el cual se apoya nuestra realidad. Un Caos Absoluto, imagen de un Orden Absoluto. Todo lo cual remite a un Código, cuyo algoritmo nace más allá del último muro de nuestra mente: una Causa y un Fin exterior a ella misma. La propia Creación, del propio Creador.

Observamos todas aquellas pequeñas cosas que forman algún proyecto, todas esas pequeñas cosas trabajando en lo invisible para formar lo real. Ellas actúan en el corazón de cada uno de nosotros, empujándonos hacia el conocimiento de la realidad. La misma realidad que, en forma independiente, nos resulta inaccesible. Aquella que se encuentra más allá de la descripción física y filosófica, y se dibuja como el espíritu humano mismo.