"La filosofía no es el arte de consolar a los tontos ... su única tarea es la búsqueda de la verdad y destruir prejuicios."

Para qué sirve la filosofía ...?



Ivana Costa

Desde su nacimiento, la filosofía carga con la sospecha de ser una disciplina sin utilidad. A lo largo de los siglos, los pensadores han arriesgado varias justificaciones. En este informe, se ponen en tela de juicio los distintos aportes que la filosofía podría hacer tanto en el ámbito público como en el individual, el de la vida cotidiana

Según Aristóteles, la filosofía nació con Tales de Mileto en el siglo VI antes de Cristo, porque fue Tales el primero que buscó respuestas a sus preguntas acerca del mundo sin recurrir a la mitología. De Tales se sabe que fue matemático, astrónomo, ingeniero, estadista, meteorólogo y uno de los Siete Sabios. Y sin embargo, entre sus contemporáneos no despertaba siempre reverencia.

Una vez —cuenta Platón— Tales se cayó en un pozo y una esclava se burló de él: por mirar el cielo —se reía la joven— no advierte lo que tiene bajo sus pies. En otra ocasión —cuenta Aristóteles—, Tales tuvo que mostrar que los filósofos también pueden, si quieren, ganar dinero, porque él estaba cansado de recibir toda clase de cargadas "tanto por su pobreza como por la inutilidad de la filosofía". Como sus conocimientos le habían permitido calcular una buena cosecha, Tales arrendó, fuera de estación, todos los contenedores para olivas a bajo precio y cuando llegó el momento los alquiló más caros.

El punto es que desde que existe la filosofía quienes no la practican se preguntan para qué sirve o, más bien, hacen explícita su sospecha de que no sirve para nada. Quizá haya algo muy sensato en esa sospecha, considerando que desde hace veintiséis siglos los filósofos vienen proponiendo sistemas, teorías, doctrinas, hipótesis o dogmas acerca de las cuestiones más variadas —¿qué es el hombre? ¿por qué hay universo y no "nada"? ¿existe dios? ¿cuál es la relación entre el lenguaje y la realidad? ¿cómo hacer justicia?— sin resolver definitivamente ninguna o pocas de ellas. Debería llamarnos la atención, sin embargo, que —como señala Manuel Comesaña— "a pesar de tratarse de discusiones interminables sobre problemas sin solución", el interés por la filosofía no ha desaparecido nunca.

En todo caso, la pregunta por la utilidad de la filosofía no puede entenderse de una única manera. "Para qué sirve" se dice en muchos sentidos. Puede ser una pregunta retórica —que ya presupone una respuesta negativa—, una pregunta ingenua —por ejemplo, la de un padre preocupado porque su hijo acaba de anotarse en la carrera de filosofía—, una pregunta decepcionada —la de un profesor o un investigador con crisis de identidad—, o una pregunta que tiene la expectativa de encontrar en las respuestas apologéticas un nuevo sentido para encarar la propia tarea o la propia vida. El francés Gilles Deleuze dice que "cuando se pregunta para qué sirve la filosofía, la respuesta debe ser agresiva, ya que la pregunta se tiene por irónica y mordaz". Pero algunas veces, es la propia filosofía la que se formula esa pregunta; entonces es posible que de esa reflexión surja una transformación fructífera o una revolución en el modo de pensar y de actuar.

Contra las ideas instaladas

"A la pregunta de por qué filosofar hay que responder con otra pregunta: ¿cómo no filosofar? La posible inutilidad de la filosofía es parte de su contingencia —explica Samuel Cabanchk—y en ella radica también su utilidad, ya que la filosofía sirve para no hacer masa con el pensamiento masa; para ir más allá del pensamiento que domina en los medios, de la espontaneidad de la opinión de la calle, de las fórmulas masificadas. No se trata de instalar un elitismo del pensar sino de ejercer el pensamiento crítico, tanto en el universo personal como en el colectivo."

El problema es, quizá, que estos ejercicios de tan noble utilidad sólo tengan lugar en los ámbitos académicos, a puertas cerradas, y sólo algunas veces lleguen a atravesar los muros del aula. Cabanchik, que ocupa el puesto de director del departamento de la carrera de Filosofía, en la facultad de Filosofía y Letras de la UBA, dice que la academia "es un canal para la filosofía en el cual puede darse o no ese distanciamiento del pensamiento masificado; pero está claro —subraya— que ningún ejercicio institucional lo garantiza". La cuestión, de todas maneras, sigue en pie: ¿en qué medida esta capacidad de poner a prueba los lugares comunes del pensamiento que tiene la filosofía logra hoy salir fuera de los centros de docencia e investigación para situarse en las prácticas sociales? Y esto ¿tiene que ser así fatalmente?

A esto apuntan, quizá, los estudiantes que pintan las paredes de las facultades de filosofía con leyendas del tipo "Que la universidad se pinte de pueblo" (en el tercer piso del edificio de la UBA) o distribuyen volantes exigiendo que en las aulas se discutan los modos de accionar académica y políticamente. Pero esa vocación por la acción no viene siempre acompañada por otra vocación central para la utilidad filosófica: la de una discusión argumentada, abierta y plural. Por caso, para mostrar rechazo por la actuación de un filósofo en política no se compromete a cada uno de los actores involucrados en un debate: el cartel injurioso, el escrache o la pintada están más a mano; y estos hábitos llevan a un mayor encapsulamiento y aislamiento de la comunidad académica en todos sus niveles.

El fin de las discrepancias

"Algunos piensan que la filosofía puede y debe contribuir a la solución de problemas morales, psicológicos, científicos, políticos, y que si no lo hace, es sólo un juego frívolo —dice Manuel Comesaña, de la Universidad de Mar del Plata—. Mi propia opinión, nada original, es que en dos mil quinientos años la filosofía occidental no ha podido resolver ninguno de sus propios problemas y siendo así es dudoso que pueda solucionar problemas ajenos. Desde luego, uno puede dar por buena una teoría filosófica que tenga respuestas para todos los problemas, y esto es lo que hacen los que dicen aplicar la filosofía. Por ejemplo: si uno es tomista y se ocupa de la llamada ética aplicada puede condenar el aborto en toda situación, sin excepciones. Pero algunos de los mejores filósofos van a rechazar con argumentos eso que uno da por bueno. Si uno mira esta situación desde arriba no encuentra razones para adherir a ninguna teoría: cuando las autoridades discrepan, no hay autoridades."
¿Deberían entonces dejar de discrepar los filósofos? En el diálogo De legibus, Cicerón relata la siguiente anécdota: cuando el procónsul romano Lucio Gelio llegó a Atenas para gobernar en nombre del Imperio, llamó con urgencia a los filósofos de la ciudad y les pidió que pusieran fin a sus disputas estériles y llegaran a algún tipo de acuerdo; dijo, además, que si no querían pasarse la vida discutiendo, él se ofrecía como árbitro para ayudarlos a alcanzar puntos en común. A Cicerón esta situación le parecía, por lo menos, "chistosa" y, como él, muchos filósofos se han horrorizado y se escandalizan hoy cuando se los intenta agrupar bajo una línea de pensamiento. En cambio, Michael Frede, profesor de filosofía clásica en Oxford, escribió recientemente que hoy existe "demasiado acuerdo" entre los intelectuales y que resultan mucho más útiles a la filosofía quienes "tienen la claridad intelectual y el coraje para mostrar que las cosas se pueden ver de otra manera".

Esta era la tarea que Theodor Adorno reivindicaba para la "inútil" filosofía: porque su supuesta inutilidad deja al descubierto su crítica de los saberes y las prácticas dominantes. "La filosofía —escribió Adorno—, a la que basta lo que quiere ser y que no galopa puerilmente detrás de la historia y de lo real, tiene su nervio vital en la resistencia contra el actual ejercicio corriente y contra aquello a lo que éste sirve: la justificación de lo que ya es."

El saber en sus límites

Pero tal vez convenga establecer otra zona para los acuerdos entre pensadores; por ejemplo, acuerdos entre la filosofía y las otras disciplinas relacionadas directamente con el quehacer humano. Horacio Banega, profesor de gnoseología en la UBA, dice que la utilidad de la filosofía puede abordarse desde un eje individual y otro colectivo. "En cuanto a lo individual, la filosofía sirve para adquirir habilidades cognitivas ligadas al pensamiento abstracto y eso luego trae aparejado el placer por el saber. Colectivamente, la filosofía sirve para criticar, revisar o consolidar las distintas racionalidades de la vida social, y allí la filosofía se encuentra en pie de igualdad con otras disciplinas. No creo que pueda dar un punto de vista fuera de lo social y tampoco dar una visón de la totalidad. Su aporte es, más bien, una metodologías de análisis antes que un pensamiento sustantivo."

Ahora, si la gente se reía de la futilidad del estudio de Tales de Mileto, qué queda para la filosofía actual, que no es siquiera, como era en la Antigüedad, la suma del saber. No es ciencia, ni tecnología de aplicación puntual, ni tampoco teología. Pero ¿sería deseable tener ciencia, técnica o teología sin una reflexión filosófica que examine críticamente sus supuestos? "La filosofía es un género de reflexión acerca de los fines y de los valores que orientan a un colectivo social —dice Daniel Kalpokas, doctor en filosofía y especialista en el pensamiento del norteamericano Richard Rorty—. Se supone que reflexiona sobre por qué invertir dinero en una investigación científica y no en otra, por ejemplo. Si la ciencia y la tecnología son medios para alcanzar ciertos fines, la filosofía debería ser una reflexión acerca de esos fines y de su sentido."

Ligada a esta función aparece la dimensión crítica de la filosofía: "La crítica de la cultura es prerrogativa suya —dice Kalpokas— porque es una reflexión que atraviesa todas las áreas culturales: estética, ciencia, historia: todo lo que el alemán Jürgen Habermas llama "el mundo de la vida", y esto es así porque la filosofía tiene esa capacidad de relacionar los diversos fragmentos de la cultura con la vida cotidiana. Esto no es parte del contenido de las ciencias, sino de la filosofía. En este sentido, su vocación por la totalidad de la cultura es legítima. Si Aristóteles definía a la filosofía como el saber de lo que es en tanto que es, hoy deberíamos llamarla reflexión de la cultura en su conjunto y en todas las sociedades".

La totalidad perdida

La ilusión de crear un sistema teórico de explicación del mundo a partir de la pura razón se terminó con Kant, quien situó los límites del conocimiento humano y delineó los usos posibles de la razón pura y práctica. "Las cosmovisiones omnicomprensivas del mundo, sean de carácter religioso, metafísico o ideológico, o inclusive metafísicas laicas y seculares como el marxismo leninismo, han perdido vigencia absoluta", dice Osvaldo Guariglia, profesor de ética en la UBA e investigador del Conicet. ¿Significa que los márgenes de utilidad de la filosofía son más estrechos?

"En este mundo nuevo de pensamiento postmetafísico —sigue Guariglia— el filósofo de la ética y la política debe preguntarse cuáles son los fundamentos intersubjetivos de las normas que nos deben regir todos los días. La crisis del relativismo cultural, del escepticismo moral, de la desorientación subjetiva es efecto de la secularización que trae la modernización, y esto no produce siempre progreso. También produce el terror al progreso, a la modernización de las relaciones sociales y a la secularización de la sociedad, que está en la base de todo fundamentalismo. En este marco, el filósofo puede aportar una visión crítica porque al tener en cuenta el deber ser no intenta rever el pasado sino abrir el horizonte de las expectativas."

Pensar lo público

Karl Marx, graduado en filosofía con una tesis doctoral sobre el atomismo de Demócrito, escribió en su madurez: "Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos; de lo que se trata es de transformarlo".

Con esta sentencia subrayó lo que ya era un lugar común desde tiempos antiguos: los filósofos "interpretan", en cambio la actuación sobre la realidad social y política —incluido todo intento de transformación— es incumbencia de otros sabios: economistas, sociólogos, politólogos. Pero hoy, al parcer, muchos filósofos reclaman un lugar más protagónico y activo en la vida pública.

Tomando sólo algunos casos de académicos de la UBA, se pueden mencionar a Eduardo Rabossi, que fue Secretario de Derechos Humanos del gobierno de Raúl Alfonsín; Guariglia, convocado asimismo por Alfonsín para asesorar en la formulación de criterios procesales que antes del Juicio a las Juntas distinguieron entre quienes daban las órdenes (de un plan sistemático de terrorismo de Estado), quienes las hacían cumplir y quienes las cumplían. Florencia Luna ha sido asesora de la Organización Mundial de la Salud en cuestiones legales y éticas ligadas a la genética; y Diana Maffia ha sido Defensora del Pueblo adjunta. ¿De qué manera sirve la filosofía en la Argentina de hoy, atravesada por crisis múltiples y por múltiples deseos de transformación?

"La filosofía cumple una función crítica con respecto a todo lo que la gente cree saber —explica Manuel Comesaña— y esto resulta útil: Bertrand Russell decía que es preferible una incertidumbre fundada a una certidumbre infundada. No creo que esto se aplique a todas las situaciones: por ejemplo, en la vida cotidiana, dar por sentada la existencia de objetos físicos —que algunos filósofos han negado— parece más práctico que ponerla en duda. Uno muchas veces está obligado a actuar como si tuviera certezas, aunque no las tenga, pero en algunas situaciones resulta útil cuestionar certezas, por ejemplo, certezas políticas —aunque más no sea porque siempre se asesina en nombre de certezas, nunca en nombre de dudas."

Horacio González afirma: "La filosofía sirve porque su servir está en la revisión de los cimientos del propio lenguaje con el que pregunta; ahora, cuando nos preguntamos por la utilidad de la filosofía en la Argentina de hoy tenemos que admitir que nos falta un lenguaje que pueda servir sin obligar ni programar. Es decir, que sirva justo porque se considera que está de sobra. Ese lenguaje, que investiga lenguajes, es la oscura felicidad de la filosofía. Es la flecha celosa que señala hacia la conciencia de lo que falta. Porque todo país se compone alrededor de lo que él priva. O de lo que a él lo privan".

Para poder intervenir activamente en la crisis actual, la filosofía "debería intentar reproducir el espacio del ágora, que ya no existe, y que para los griegos era el sitio de encuentro y debate sobre la política en todos los sentidos de esta palabra", opina Samuel Cabanchik. "Ese espacio —sigue— debe ser reconstruido en el ámbito familiar, en el de la amistad, en el trabajo y en la universidad." Guariglia también piensa que la filosofía puede y debe hacer aportes concretos en ética y en política. "Pero eso no implica —dice— que en la Argentina de hoy se deba llamar a los filósofos para que esbocen una república platónica ideal (el revolucionario filósofo portavoz iluminado de la vanguardia entraña graves peligros). Más aun, es posible que si algo así ocurriese, aquellos a quienes se llame aporten sólo unas confusas ideas sobre entelequias nacionales. A la inversa, significa que los filósofos, como ciudadanos, tienen el deber de hacer propuestas claras y comprensibles a la opinión pública y a los gobernantes, no sólo sobre lo que se debate, sino sobre lo que no se discute y se debería discutir."

Filosofía para la vida

Para Banega, la pregunta por la utilidad de la filosofía equivale a preguntarse para qué sirve estudiar. O también ¿cómo se restauran los valores trabajo y del estudio cuando ya nadie cree en ellos? "A todos quienes nos dedicamos a la filosofía nos toca enfrentar esta cuestión: ¿Tengo algo para ofrecer? ¿Qué puedo ofrecer, como filósofo, al mercado productivo? ¿Puedo ofrecer algo más que la aspiración a convertirme en un asalariado del Estado? Todos deberíamos preguntarnos esto porque la investigación, como profesión, está desapareciendo en el país. No estoy seguro de que la filosofía pueda ofrecerse como sabiduría para la vida: eso parece propiedad del psicoanalista o de la religión. Deberíamos preguntarnos por qué."

No todos los que portan credenciales filosóficas de alguna especie aceptarían hoy que la filosofía no sirve para la vida. En primer término, quienes organizan cafés filosóficos, reuniones que proponen a sus asistentes formar un "grupo de reflexión" sobre asuntos de la vida cotidiana: la infidelidad, la tristeza, el amor. Hoy a las 22, por caso, se puede asistir a uno que tratará el tema de los celos. A este tipo de encuentros —inspirados en los Cafés-Philos franceses pero que vienen ganando terreno en Buenos Aires— se accede pagando diez pesos. A cambio, los organizadores —formados en filosofía— ofrecen una relación teórica sobre el tema, seguida por un amable diálogo en común. No es lo mismo, sin embargo, la inocua costumbre de la charla del café que el consultorio filosófico: otro sitio que reivindica la utilidad y la capacidad de la filosofía para aplicarse a la vida, pero de origen y función más dudosos.

Difundidos por el norteamericano Lou Marinoff en su best seller Más Platón y menos Prozac y extendidos en todo el mundo, estos consultores dicen solucionar los problemas de sus "clientes" por medio de una conversación que versa sobre filosofía. "En función de su problema —escribe Marinoff— examinamos las ideas de los filósofos que mejor se apliquen a su caso, aquellas con las que usted se sienta más cómodo". A diferencia del psicoanálisis, que se propone como una teoría o un conjunto de teorías afines, los consultores filosóficos disponen de innumerables opciones para hacer que su "cliente" se sienta a gusto y pague la consulta. Más allá del efecto terapéutico que pudiera tener esta práctica está claro que el adjetivo "filosófico" está allí en nombre de un rigor y de una solidez intelectual de las cuales el "cliente" puede no participar jamás. Porque el placer por la lectura sistemática de los textos y el ejercicio de llegar con el pensamiento hasta las últimas consecuencias —las dos claves que explican la vigencia y el interés por la filosofía a través de todos los tiempos— le son escamoteados. Y a juzgar por algunos de los casos que relatan los consultores en sus propias publicaciones, el aporte "filosófico" puede reducirse a la pronunciación de unos cuantos consejos del más básico sentido común. Por otra parte, los filósofos deberían poder hacer lo que les gusta pero ¿tienen derecho a cobrar por hacer lo que les gusta? ¿Y esto en todas las posibilidades de lo "filosófico" o sólo en algunas?

En su República, Platón trazó una extraordinaria alegoría: los hombres —dice allí— vivimos como encadenados en una caverna, y el que logra desencadenarse y ver el sol —es decir, el filósofo que sabe que hay algo más bello, más verdadero y mejor que las tinieblas en las que está sumida la multitud— debe regresar a la oscuridad para llevar su noticia y persuadir a los demás de que lo sigan, aunque lo llamen loco o maldito. Las interpretaciones éticas y políticas de esta alegoría son incontables pero hay una enseñanza para los aspirantes a filósofos que sin duda la mantiene viva: la filosofía no servirá ni para la propia vida ni para la vida en común si no es, de algún modo, un placer dulce y un retorno arduo a la caverna.