"La filosofía no es el arte de consolar a los tontos ... su única tarea es la búsqueda de la verdad y destruir prejuicios."

Qué es ser profesor de filosofía?




Parte de nuestro oficio es volver a pensar lo que ya creemos saber o damos por supuesto, para encontrar maneras nuevas de definirlo y a partir de allí también nuevas maneras de hacerlo. Aun así, la filosofía no suele abordar frecuentemente muchas de las cosas fundamentales y esenciales que debería pensar, como por ejemplo lo planteado en el título de este texto. La esencia que buscamos lejos, en una profundidad inaccesible, nos hace eludir trabajos de pensamiento más fundamentales y necesarios. La pregunta podría incluso plantearse a los alumnos: ¿qué es ser profesor de filosofía? Seguramente aparecería, en el intento de responder, más de un aporte a la definición de nuestra labor, e incluso a la definición siempre móvil de la filosofía misma.

Ser profesor de filosofía es ayudar a una porción de vida a lograr un nivel mayor de fuerza y fluidez. Esa porción de vida es la clase, concretamente, las vidas de las personas que acuden a ella (los chicos también son personas, aunque uno a veces lo pase por alto, llevado por las pasiones –tristes y alegres- que nos despiertan); vidas que están sometidas a una situación anudada de conflictos y confusiones que piden a gritos la intervención aliviante y orientadora de una experiencia de pensamiento bien llevada.

Ser profesor de filosofía es ayudar a desplegar el pensamiento, ese pensamiento plegado o embrionario, esa visión particular del mundo que posee cada sujeto aunque no sepa que la posee hasta que alguien se la hace notar y colabora con la tarea de darle lugar. Ese pensamiento que pide pista, aunque muchas veces no lo sepa, es la fuerza elaborante que permite que esas vidas concretas extraigan de la confusión una visión del mundo, un sentido (que es siempre una dirección personal del deseo que los lanza al mundo), una serie de formas que los ayuden a madurar y a ser plenamente personas desarrolladas y adultas.

Ser profesor de filosofía es ofrecer instrumentos y recursos para que esta metamorfosis de despliegue y crecimiento se haga posible, entregar y enseñar a usar ideas y prácticas elaborativas (básicamente: el diálogo y la escritura) que aceleren ese proceso, que alienten su vivacidad, su expresividad, su autenticidad. El pensamiento libre fluye despreocupadamente. La preocupación se sitúa en el alrededor de los objetos que plantea, como objetivo a deshacer, y no debemos colocarla en el plano del trabajo pensante, para trabarlo e inhibirlo. Los alumnos (y los profesores) tenemos que pensar despreocupadamente, por el placer de hacerlo, por la necesidad de buscar y encontrar figuras seductoras y útiles. En una buena clase de filosofía no puede faltar el humor.

Ser profesor de filosofía es ayudar a entender el mundo, a pasarlo en limpio, cosa que el pensamiento crítico no hace, porque su punto de vista es siempre el de un rechazo. Entender el mundo, comprenderlo, se hace posible si logramos cortar el automatismo de intentar negarlo, ese gesto con el cual buscamos el imposible de ponernos a salvo de una realidad que no acepta tales márgenes. Entender el mundo es decir cómo es, no decir cómo no es, es ser capaces de captar su forma, que es también la nuestra y la de nuestro deseo.

Ser profesor de filosofía es ayudar a que esos alumnos sean más capaces de ligarse socialmente, estableciendo relaciones, comprendiendo otras formas de vida. El trabajo y el amor son las expresiones más acabadas de esta vía de relación que el pensamiento debe dedicarse a favorecer y sostener. Conseguir trabajo y conseguir amor, algo que se va haciendo de a poco y es siempre difícil (que tiene que ver con ser capaz de dar, de dar servicio o utilidad en el caso laboral y de dar amor y dar el propio deseo en el caso amoroso) es el objetivo último al cual el trabajo exhaustivo y dedicado del pensamiento al que llamamos filosofía debe dedicarse.

Esta visión que propongo de la filosofía está bastante alejada de la idea que la considera una actividad centralizada en la racionalidad, en la tradición de los autores, en el pensamiento crítico, en la deconstrucción y la metafísica. Es una visión más cercana a las vidas concretas, al querer, y si bien pueden sumarse los elementos enumerados, también pueden tranquilamente faltar. Lo que no puede faltar es la involucración de las personas que participan y el horizonte necesario de su entusiasmo.