"La filosofía no es el arte de consolar a los tontos ... su única tarea es la búsqueda de la verdad y destruir prejuicios."

Para entender al Totalitarismo


Heriberto Larios Martínez

Uno de los temas recurrentes en el cine y en la literatura es el de la existencia de distopías totalitarias. Ejemplos clásicos son 1984, Fahrenheit 451 y Un Mundo Feliz los cuales se han incorporado al imaginario popular y al discurso cotidiano, por lo que conceptos como el Gran Hermano y el Estado siempre vigilante, siempre presente y manipulador del lenguaje son referencia obligada al referirnos al totalitarismo. Esta fascinación por el tema de sociedades opresivas es quizá porque las consideramos distantes, productos del pasado y eventos irrepetibles lejos de nuestra cotidianeidad. Sin embargo, el totalitarismo no es una ideología, como tal no tiene ningún fundamento por el cual el Estado tenga que ejercer el poder contra sus ciudadanos per se. El poder siempre está al servicio de un objetivo, el poder que no se ejerce no se tiene, pero si se ejerce continuamente se pierde. ¿Qué hace que surja un Estado totalitario? ¿Por qué perdura y qué lo hace estable? Estas preguntas no tienen respuesta satisfactoria si caracterizamos al dictador como alguien obsesionado por el orden, tal y como es común en las películas de Hollywood; sin embargo, siempre hay un elemento de orden y seguridad que forma parte del totalitarismo. Tampoco podemos explicarlo a través del deseo de oprimir y sojuzgar indiscriminadamente, pero existe opresión y censura. Entonces, ¿cómo se puede explicar el totalitarismo? Y lo más importante, ¿puede surgir el Estado totalitario en una sociedad moderna?

El Nuevo Orden Mundial: un regreso al pasado

Francis Fukuyama celebró el fin de la Historia y de las ideologías con la caída de la Unión Soviética; en ese entonces parecía que los regímenes en donde la posibilidad de que un Estado fuerte y totalitario apareciera pertenecía al pasado. Lejos en la Historia se encontraban la Alemania nazi, el fascismo italiano y el falangismo español e incluso brotes como el Macartismo parecieran haber sido cosa del pasado y una nueva era de paz, democracia, respeto a los derechos humanos en donde el progreso e integración económicos sería las constantes y principales características del Nuevo Orden Mundial; George Orwell había muerto y 1984 no era 1991. A pesar del optimismo y como siempre en la Historia cuando se pregona el triunfo de la razón, la naturaleza humana conspira y se hace presente en los acontecimientos mundiales: no pasó mucho tiempo para que los fantasmas del pasado se hicieran presentes en los Balcanes. Nuevamente se escucharon términos como campos de concentración, genocidio y crímenes de guerra; de nuevo, Europa estaba en guerra.

Uno de los consuelos para los antiguos aliados occidentales era que el comunismo (al menos en su variante soviética) había desaparecido y con él la posibilidad de una confrontación nuclear a gran escala y según se decía, una ideología que fomenta el totalitarismo y la opresión de los pueblos. Esto tiene implicaciones importantes, si la edad del absolutismo está superada, si el nacionalismo cede paso a la integración y globalización y el comunismo fracasó, entonces la sociedad actual se encuentra libre de los actos de Carlos IX de Francia, de Hitler o de Stalin. No obstante lo anterior, hay todavía preguntas sin resolver, ¿en dónde se clasifican las dictaduras latinoamericanas y de otros países subdesarrollados? ¿Son sólo expresiones locales de fascismo trasnochado o ataques megalomaníacos de las élites en el poder? ¿Hay alguna otra condición bajo la cual una sociedad pueda ser totalitaria?

El totalitarismo como instrumento de la ideología

Para entender al totalitarismo como fenómeno social y político hay que darle una racionalización más allá de la simple caracterización de gobierno opresor que busca poder por el poder mismo y buscar sus raíces en la ideología subyacente. A partir de la Revolución Industrial, la organización económica ha sido el tema central del debate político: la relación Iglesia-Estado, si bien un tema importante, desde finales del siglo XVIII ha pasado a un lugar secundario y la organización de las formas de gobierno de los Estados nacionales se ha adecuado a la relación entre los distintos grupos de poder principalmente financiero y comercial. Entonces analizar al totalitarismo desde un punto de vista de organización económica es simplemente reconocer esta preponderancia de la actividad económica, en palabras del presidente Clinton “es la economía, estúpido”.

Una primera tarea es definir al totalitarismo de manera objetiva y general que pueda caracterizar los elementos comunes independientemente de las justificaciones ideológicas. El concepto de totalitarismo es algo que atemoriza, que evoca imágenes de represión, desapariciones forzadas y que en general retrata sociedades grises que languidecen. Sin embargo, esta noción es equivocada; la vida cotidiana bajo un régimen totalitario puede tener una fachada de normalidad que nosotros conocemos. En películas soviéticas se puede observar una cotidianidad que en no permiten adivinar la existencia de un Estado totalitario; no obstante, sabemos que existía la KGB con un departamento dedicado a operaciones de inteligencia interna y que la disidencia era perseguida y castigada. Entonces surge la pregunta ¿qué define al Estado totalitario? ¿Por qué un Estado totalitario sobrevive? La respuesta podemos encontrarla en la capacidad que tiene el Estado para ejercer el poder; no basta tener la jefatura de Estado o de gobierno, dentro del Estado totalitario más que en ningún otro hay que ejercer el poder. En el Estado moderno ese poder dimana del pueblo, ya no hay absolutismo divino, todo poder que se ejerce tiene que tener cierta legitimación popular. No se puede explicar el totalitarismo como la sola existencia de un gobierno despótico, en Rusia el despotismo de los Romanov se enfrentó a una guerra civil y por un tiempo fue sustituido exitosamente por un Estado estable. El Estado totalitario requiere de condiciones para ser estable, un Estado hobbesiano enloquecido que ejerce la violencia indiscriminada en contra su propio pueblo sólo puede devenir en guerra civil. Es entonces una represión enfocada hacia elementos disidentes, la cual es eficiente y costo-efectiva la que puede mantener la estabilidad dentro de una sociedad totalitaria; de ahí la recurrencia de frases como “los normales no tienen nada que temer”. Afortunada o desafortunadamente, tenemos muchos ejemplos y hay una percepción generalizada de las características de un Estado totalitario:

- Establecimiento de una visión única de Estado.
- Aplicación de esta visión única a través de represión a disidentes y censura en los ámbitos periodístico y cultural.
- Un aparato de seguridad con amplios poderes y facultades.
- Monitoreo indiscriminado de las actividades privadas de sus ciudadanos.
- Participación limitada de los ciudadanos en la actividad pública.

Es importante hacer notar que la ausencia de representatividad ciudadana no es una condición necesaria para la aparición de un Estado totalitario. Aparentemente esto podría ser una contradicción pero baste recordar que Hitler recibió el mandato de la mayoría relativa del pueblo alemán a través de elecciones libres; incluso la composición de los Soviets provenían de elecciones a través de sufragio universal. En este sentido es el sistema ideológico imperante el que determina el resultado de la organización social; en la antigua Grecia, cuna de la democracia, había elecciones libres para los ciudadanos pero la ideología subyacente justificaba la existencia de la esclavitud. Esta representatividad y legitimación a través del voto es precisamente uno de los factores más perversos del totalitarismo.

A primera vista, tal parece que las características que hemos presentado no tienen nada que ver con un arreglo económico. Sin embargo, un análisis más detallado muestra que el totalitarismo no es un fin en sí mismo sino un instrumento del cuál se vale un paradigma social. Para analizar esta proposición más a fondo, tenemos que recordar algunos fundamentos de análisis económico. Teóricamente hay dos maneras equivalentes de resolver un problema económico: una en la que el principal supuesto es la existencia de un “dictador benevolente” que asigna recursos de manera óptima y eficiente de manera centralizada; la segunda, es la existencia de un libre mercado mediante el cual se asignan recursos de manera descentralizada. Los resultados, si está bien resuelto el ejercicio deben de ser iguales ya que el objetivo es el mismo, maximizar la utilidad. Es importante que se entienda que esta solución representa sólo un artificio matemático, no de una justificación práctica del papel del Estado o de la existencia de una economía de libre mercado. Sin embargo, ya dentro de ésta dualidad metodológica podemos encontrar el origen de dos sistemas prácticos de organización económica: aquellos que creen que el Estado realiza una mejor función como organizador y asignador de recursos y aquellos que creen que el libre mercado a través de la “mano invisible” puede hacerlo. Como siempre, ambos tienen razón y están errados al mismo tiempo.

¿Cómo es que estas dos interpretaciones de la economía tan dispares pueden utilizar al totalitarismo en la consecución del máximo bienestar económico? La respuesta más fácil es para aquella que propone al Estado como máximo rector de la actividad económica. Esta visión parte del supuesto básico que el libre mercado promueve la desigualdad y que el bienestar se encuentra en la maximización de la utilidad de la comunidad, no del individuo. Para lograr la subordinación del interés individual, el Estado tiene que ser fuerte e imponer su visión de bienestar. El salto al Estado totalitario es simplemente una cuestión de grado, qué tan única debe ser la visión prevaleciente determina qué tan presentes estarán los elementos que describimos como características del totalitarismo. Esto no implica que toda aquella sociedad que busca el bienestar común sea totalitaria; la condición más importante es que la visión única de Estado sea aplicada a través de la coerción. Si una sociedad comparte como valor social la solidaridad y el bienestar común sin necesidad de un aparato coercitivo, entonces estamos hablando de una sociedad “libre”.

Esta claro que en el extremo el paradigma de un Estado que no sólo interviene sino que organiza activamente la actividad económica puede desembocar en un Estado totalitario. Entonces, ¿cómo una sociedad con “libre” mercado puede ser totalitaria? En este sentido pareciera una paradoja; sin embargo, ésta se encuentra en la acepción de “libertad” que en términos económicos significa simplemente la ausencia de restricciones para llevar a cabo transacciones económicas dentro de un marco que no restringe el funcionamiento de la economía.

Los proponentes más extremos del libre mercado no encuentran un papel relevante para el Estado, todo puede (y debe) resolverse por medio de transacciones privadas. Hay una paradoja aparentemente irresoluble más allá del concepto de libertad. No se puede justificar un Estado fuerte porque éste no tiene cabida dentro de la organización económica, la ausencia de bienes públicos (en su significado económico) no justifica la existencia de un gobierno. La regulación puede ser autorregulación, el poder judicial podría en principio ser subrogado así como las labores de seguridad. Sin embargo, la existencia de libre competencia no significa sólo la facilidad de formar empresas sino también de quebrarlas y en este sentido la formación de monopolios o conglomerados puede ser un resultado natural del libre mercado. Asimismo, uno de los resultados que describe Coase es que si los derechos de propiedad están establecidos, la negociación a la que se llega en una transacción es eficiente, pero esto no modifica la distribución inicial de los recursos. En otras palabras, el libre mercado es eficiente pero no es un mecanismo de distribución de riqueza. Obviamente, en situaciones en donde hay desigualdad, pobreza y concentración de la riqueza, hay tensiones sociales en sectores de la sociedad, la visión única de organización económica no puede existir bajo estas condiciones. ¿Cuál es la solución para un proponente del liberalismo económico extremo? Aquí radica la perversidad del totalitarismo “liberal” la única función de gobierno que es legítima es la seguridad nacional ante enemigos internos o externos del Estado. Entonces, es la única función que se puede reforzar y perversamente, es la que lleva a la existencia de un Estado totalitario. La necesidad y razón de ser del gobierno se convierte en demostrar que la sociedad necesita al Estado no como regulador y participante de la actividad económica (papel que niega desde un principio) sino como un defensor contra cualquier peligro a la seguridad nacional. El enemigo real o inventado, en el exterior se vuelve entonces el comunismo o el terrorismo y el interno se vuelven aquellos elementos críticos que demandan un cambio del status quo. No es de extrañar que prácticamente todas las expresiones totalitarias que niegan al gobierno un papel importante en la vida social hayan tenido un énfasis tan importante en la seguridad y en la necesidad de protección de las instituciones existentes.

Ya que no se puede comparar con el régimen soviético, ¿se compara esta nueva forma de totalitarismo con la Alemania nazi? La respuesta es sencilla y definitivamente, no. El Nacional Socialismo ideológicamente se encuentra más emparentado con la noción de un Estado dominante que busca el bienestar de un pueblo; sin embargo, sólo tiene como objetivo el pueblo Alemán y para ello utiliza la coerción, la guerra de agresión, la anexión de territorio y el genocidio. En este sentido para el pueblo alemán los años de preguerra han sido uno de los períodos de reactivación y desarrollo económico más importantes y exitosos, el costo sin embargo fue la asunción del carácter totalitario de la ideología nazi con todas sus implicaciones. El nuevo totalitarismo es global e integrador y tiene como métodos el uso compartido de comunidades de inteligencia y seguridad, la intervención de telecomunicaciones y la posibilidad de imponer de sanciones económicas a países no alineados (por su parte, el uso de la guerra preventiva es un instrumento claramente ilegal dentro del derecho internacional el cual tiene alcances mayores e imprevisibles que los demás que hemos mencionado).

Es muy importante dejar en claro que la integración de mercados de bienes, de mercados financieros y laborales no constituye una expresión de totalitarismo; hay claros beneficios económicos en la expansión de mercados, el hacerlo por medios coercitivos es lo que le da el carácter de totalitario al proceso. Asimismo, la existencia de compañías transnacionales es una consecuencia de las ventajas competitivas con las que éstas cuentan más que un instrumento de intervención; es cuando los Estados nacionales pierden la potestad y soberanía de la aplicación de su marco jurídico a estas compañías a través de la coerción (aplicación extraterritorial de las leyes, amenazas de embargo, cancelación de ayuda financiera o franca intervención) cuando el proceso se torna en una relación opresor-oprimido en mayor o menor grado.

Conclusiones

El totalitarismo no es una ideología, es un instrumento de la cual una ideología puede valerse para imponer una visión de la sociedad como única y total. Debido que esta visión se impone de manera total, la disidencia debe ser acallada, deslegitimada, reprimida y en última instancia eliminada. Los grupos más vulnerables son los que se saben críticos de siempre, a saber los círculos intelectuales y los medios de comunicación. Es por ello que no importando la ideología, siempre habrá un intento de controlar los medios; la relación poder totalitario-medios bajo un régimen totalitario es un asunto de grado desde mediante la autocensura, la censura o completa prohibición de la prensa libre. Asimismo, los vehículos culturales han ido desde las catalogaciones oficiales como “arte degenerado” o “arte burgués” pasando por ataques más abiertos como “muera la inteligencia, viva la muerte” y la quema de libros catalogados en índices hasta la franca persecución del intelectual. No ha importado el signo del régimen totalitario, la expresión es la misma.

Asimismo, el gobierno del terror no como una amenaza explícita de violencia por parte del Estado, sino como una justificación de la necesidad del Estado siempre vigilante. Los gobiernos totalitarios no gobiernan a través del miedo a la represalia sino a través del miedo a peligros internos o externos. Imbuir el miedo en una sociedad pasa por etapas desde las más crudas como lo es la máxima de Goebbles “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad” hasta el adoctrinamiento a través de los sistemas educativos (desde la existencia de una visión académica estándar que no acepta cuestionamientos y los descalifica a priori hasta la indoctrinación desde las aulas) y comunales (como las juventudes hitlerianas o los pioneros soviéticos). Es esta promoción del miedo al otro, a lo desconocido, al diferente y a la pérdida de un nivel de vida (alto o bajo) lo que hace al totalitarismo un instrumento indeseable en la aplicación de una ideología dentro de una sociedad libre.