La Postmodernidad no es un tiempo concreto ni de la historia ni del pensamiento, sino que es una condición humana determinada, como insinúa Lyotard en La condición postmoderna. La Postmodernidad, en sus líneas fundamentales, trata de describir la circunstancial existencial básica de los seres humanos occidentales de finales del siglo XX e inicios del siglo XXI, de la que extraerá consecuencias que considera valiosas para el pensamiento.
La Modernidad se identifica con la Ilustración y las consecuencias de ésta. El ideal ilustrado es el dominio absoluto de la razón, entendida como la forma de conocer que excluye el principio de no contradicción, es decir, la posibilidad de afirmar lo mismo sobre lo mismo y lo contrario sobre lo mismo al mismo tiempo. La convicción ilustrada de que la razón es capaz de llegar a conocer con veracidad cada rincón de la realidad. La Ilustración y sus hijas han dado riendas sueltas a la razón como único criterio de conocimiento del mundo, como la única forma legítima de conocer la realidad.
La Postmodernidad se encuentra decepcionada con la Modernidad, pero su decepción no sólo es teórica, sino que sobre todo es práctica. La razón moderna se anunció como la salvación humana, como el medio para conseguir la felicidad de los hombres, pero después de un siglo escaso de dominio, la razón ha dotado de armas a los seres humanos para matarse y destruirse con la mayor crueldad que han registrado todos los tiempos. Las guerras mundiales son la mejor expresión del fracaso de los ideales ilustrados. La Ilustración en su deriva técnica ha creado máquinas de destrucción y en vertiente teórica ha ayudado a legitimar la necesidad de llegar a cabo sus ideales, o las variaciones de estos, por todos los medios al alcance.
No nos podemos engañar, no nos encontramos ante el fracaso práctico de un ideal correcto, sino que hemos llegado a las consecuencias necesarias, inevitables, de la teoría, ya que la Ilustración es dominio teórico que se convierte en dominio técnico. En otras palabras, el fracaso de la razón moderna no es porque los medios elegidos hayan sido equivocados, sino que la propia dinámica de la razón moderna lleva a estas consecuencias. Cuando se tiene una sola perspectiva sobre la realidad, en este caso la racional, ésta será autoritaria, al ser la única que es verdadera, y se impondrá a las demás hasta la destrucción del otro como negatividad, engaño o falsedad. La razón moderna acabó con la omnipresencia divina para reclamar para sí misma esa misma omnipresencia que había dejado ausente.
La Modernidad ha confundido la razón, entendida como facultad, con una forma de racionalidad concreta. Toda la razón ha quedado recluida al ámbito de la razón científica natural y matemática. Han ignorado otras formas de racionalidad y de pensamiento, a las que han considerado menores o irracionales, especialmente a la racionalidad propia del pensamiento humanístico. Muchas regiones de la realidad y del conocimiento humano han perdido su status científico por no poder acomodarse a las exigencias de la ciencia natural o matemática.
La Postmodernidad busca concitar a las formas de racionalidad despreciada por la Modernidad, a todas las que se dan dentro del ser humano. En especial la Postmodernidad admite que se den validamente explicaciones o interpretaciones contradictorias sin que ninguna de las contradictorias tenga que ser rechazadas, ya que si no hay un criterio supremo de conocimiento, no cabe rechazar ninguna de las explicaciones e interpretaciones.
La primera gran consecuencia de lo anteriormente expuesto es que las ciencias naturales y matemáticas pierden su centralidad y lo pierden porque ni siquiera ellas mismas pueden cumplir con las exigencias que la Modernidad impone a la ciencia. El teorema de Gödell destruyó la autosuficiencia matemática, la mecánica cuántica destruyó el mito de la perfecta determinación en las ciencias físicas y químicas o la teoría de la relatividad quitó a la realidad todo tipo de referencias absolutas. Las ciencias sociales y humanas pasan a ser ciencias en el pleno sentido de la palabra, siendo más o menos científicas por su parecido a las ciencias naturales y matemáticas.
El mundo postmoderno ha desechado los metarrelatos. El metarrelato es la justificación general de toda la realidad, es decir, la dotación de sentido a toda la realidad. Ninguna justificación puede alcanzar a cubrir toda la realidad, ya que necesariamente caerá en alguna paradoja lógica o alguna insuficiencia en la construcción (especialmente en la completitud o en la coherencia) y que desdicen sus propias pretensiones onmiabarcantes. El hombre postmoderno no cree ya los metarrelatos, el hombre postmoderno no dirige la totalidad de su vida conforme a un solo relato, porque la existencia humana se ha vuelto tan enormemente compleja que cada región existencial del ser humano tiene que ser justificada por un relato propio, por lo que los pensadores postmodernos llaman microrrelatos.
El microrrelato tiene una diferencia de dimensión respecto del metarrelato, pero esta diferencia es fundamental, ya que sólo pretende dar sentido a una parte delimitada de la realidad y de la existencia. Cada uno de nosotros tiene diferentes microrrelatos, probablemente desgajados de metarrelatos, que entre ellos pueden ser contradictorios, pero el ser humano postmoderno no vive esta contradicción porque él mismo ha deslindado cada una de esta esfera hasta convertirlas en fragmentos. El hombre postmoderno vive la vida como un conjunto de fragmentos independientes entre sí, pasando de unas posiciones a otras sin ningún sentimiento de contradicción interna, puesto éste entiende que no tiene nada que ver una cosa con otra. Pero esto no quiere decir que los microrrelatos no sean cambiables sin mayor esfuerzo, ya que los microrrelatos responden al criterio fundamental de utilidad.
Los defensores de los metarrelatos acusan al mundo postmodernos de crisis intelectuales y de valores morales precisamente por el abandono de los metarrelatos. El principio moral fundamental de la Postmodernidad es la tolerancia, esto es, permitir toda la gama de relatos justificativos sin censura, mediatización, correcciones o adaptaciones a otro metarrelato. La consecuencia política de la tolerancia es y sólo puede ser la democracia, aunque una tendencia más radical incluso cuestiona esto, en mi opinión, en un alarde de ingenuidad.
Decíamos antes que la no contradicción es un principio fundamental de la Ilustración. La Postmodernidad acepta la contradicción y se complace en ella. Considerar que la realidad no es contradictoria no es más que el traslado injustificado de un principio lógico a lo ontológico. La realidad es como es y no tiene isomorfía con las leyes lógicas. La creencia en la isomorfía nos ha llevado a ver sólo una parte de la realidad, aquélla que no se contradice, llegando al extremo de considerar irreal lo que no se acomodaba a la prohibición de contradicción, más allá que nuestra experiencia existencial nos impone la contradicción como un hecho inevitable y que debería ser un hecho de la razón, un Factum Vernunfts en terminología kantiana.
¿En qué punto nos encontramos ahora? Destruido el imperio de la razón lógica no tenemos tribunal ante el que llevar a las otras formas de conocimiento para ser enjuiciadas y sentenciadas. Cada forma del conocimiento y cada racionalidad forman una interpretación de la realidad o más bien de la parte de la realidad de la que se ocupan. Los hechos por sí mismos no dicen nada, necesitan ser dotados de sentido y la dotación de sentido la otorga la interpretación. La interpretación es lo hace visible la realidad al ser humano. El ser humano interpreta porque lo necesita, porque si no vive en una realidad irrelevante e invisible. Las interpretaciones son infinitas, ya que las aproximaciones de los seres humanos a la sociedad pueden adoptar multitud de formas. Pero la interpretación no es una actividad independiente, original y genial de un individuo, siguiendo a Gadamer podemos decir que toda interpretación se inserta en una tradición. Nuestra interpretación del mundo se encuentra limitado por la tradición desde la que interpretamos que no sólo nos proporciona el instrumental sino también los conocimientos previos, los prejuicios.
El ideal ilustrado de un conocimiento sin prejuicios es imposible, porque incluso ese ideal es fruto de una determinada tradición y de los prejuicios de ésta. La consecuencia de lo que acabamos de decir que la construcción del conocimiento es social, por lo que ya no importará tanto la Teoría del Conocimiento, sino la Sociología del Conocimiento. Lo significativo deja de ser el descubrimiento del procedimiento de conocimiento común a todos los seres humanos, sino la averiguación de las circunstancias sociales y ambientales que llevan a conocer de una determinada forma. Decía Berkeley que la realidad es realidad percibida, paralelamente un pensador postmoderno consideraría que la realidad es realidad interpretada, no habiendo realidad fuera de la interpretación, ni realidad sin interpretación.
Hemos dicho que las interpretaciones dotan de sentido a los hechos. La interpretación es una condición necesaria para que podamos conocer la realidad, para que nos podamos relacionar con ella. La interpretación cuaja en la tradición y es el conocimiento de nuestras formas de interpretación el objeto de la ciencia central de la Postmodernidad: la Hermenéutica. La Hermenéutica tiene sus orígenes en los principios del conocimiento humano, no en vano Aristóteles escribe una tratado sobre la interpretación. Con Gadamer la Hermenéutica cobra un nuevo giro, ya no pretende aprehender el verdadero y único sentido del texto, sino manifestar las diversas interpretaciones del texto y las diversas formas de interpretar. Hemos aludido por primera vez a un elemento fundamental del pensamiento postmoderno: el texto.
La Postmodernidad, si la entendemos como Filosofía del Lenguaje, es una reflexión sobre el lenguaje escrito, en contraposición con la tendencia anglosajona que se centra en el lenguaje oral. El texto, como analogazo principal de cualquier acción humana, se independiza del autor hasta tal punto de que el autor puede ser obviado. En la Postmodernidad hay dos tendencias muy marcadas y contradictorias sobre la autoría, la que la desprecia por centrarse únicamente en el texto y la que quiere explicar el texto como trasunto del autor. No cabe hablar propiamente de un autor, pues el autor del texto se ha perdido, como también se ha perdido el ser humano como sujeto, es decir, como director libre de sus acciones.
Heidegger sostiene que desde el olvido del ser protagonizado por Sócrates y Platón, y secundado por toda la Historia de la Metafísica, ha hecho de una simple interpretación de la estructura gramatical, la relación entre sujeto y predicado, toda una teoría de la realidad. Ese sujeto del que habla la tradición como protagonista de la realidad, de la historia, sencillamente no existe, porque el hombre postmoderno se encuentra fragmentado y sometido a un conjunto de fuerzas no propias del sujeto libre que le condiciona de tal manera que recolocan al ser humano en su propio lugar como sometido a la realidad.
La idea de sujeto es un trasunto de la idea de Dios, que desplazó el teocentrismo por antropocentrismo. Heidegger propugna un antihumanismo que no es otra cosa que la finalización de esa consideración del ser humano como un dios venido a menos, porque el ser es lo primario. El Humanismo se ha basado en una idea estática del ser humano, en una primacía del acto sobre la potencia.
El pensamiento moderno se presenta como una racionalidad capaz de llegar hasta los últimos rincones de la realidad, manifestando con total exactitud su estructura, que siempre es racional. Por los motivos antes expuestos, esa pretensión del pensamiento moderno no tiene sentido, produciéndonos únicamente la apariencia de haber alcanzado el final de la realidad, cuando el final es inalcanzable, sencillamente porque no existe, porque la realidad es un puro hacerse, nunca un acabamiento. Gianni Vattimo propone un pensamiento débil, es decir, un pensamiento consciente de sus propias limitaciones y que tenga el alcance limitado que éste pueda dar de sí. Ya hay posibilidad de metarrelato, el pensamiento sólo puede llegar a un microrrelato, a una interpretación provisional y que no se apodera de la realidad, sino que se abre a la realidad, para ser, como decía Heidegger, “pastor del ser”.
El pensamiento débil, el postmoderno, no es sinónimo de debilidad. El pensamiento débil es el portavoz de la sospecha, es un pensamiento eminentemente crítico. El pensamiento postmoderno no tolera ninguna pretensión totalitaria sobre la realidad, ningún pensamiento que quiere trascender los límites del microrrelato hasta llegar a abarcar toda la realidad. Detrás de cada intención totalitaria de un pensamiento sobre la realidad se esconde un interés del poder, el poder manifiesto u oculto, que, a través del lenguaje ontologizado y ontologizante, quiere someter la realidad a un poder, anularla, vaciarla, que pierda su potencialidad.
El segundo Wittgenstein, el de Investigaciones Filosóficas, abrió un nuevo camino en la reflexión sobre el lenguaje. El lenguaje no es uno, el lenguaje es diverso porque hay unas reglas para cada grupo de participantes, para cada circunstancia. Wittgenstein hablaba de “juegos de lenguaje”. Cada uno de los “juegos de lenguaje” corresponde con una concepción de la realidad propia. El primer Wittgenstein mantuvo la isomorfía entre lenguaje y realidad, pero renuncia a esta idea cuando descubre la existencia y la importancia de los juegos de lenguaje. Una de las consecuencias del juego de lenguaje es que no cabe juzgar el lenguaje de un según las reglas de otro juego, pues las reglas se limitan a un ámbito propio y delimitado que le otorgan validez. Roto el lenguaje como instrumento omnicomprensivo, rota posibilidad de comprender toda la realidad dentro una misma teoría.
La tolerancia era tenida como una virtud moral dentro de la teoría racionalista, pero con enormes limitaciones. Pervivía, dentro de la Filosofía Moral, la misma doctrina sustancialista que en la Ontología, la cual sostenía que había leyes morales absolutamente imprescindibles, mientras que otras eran más o menos opinables o culturales. Sólo cabía tolerancia con los elementos opinables y culturales de la teoría moral, que eran pocos. El verdadero problema radicaba en que la distinción entre lo esencial y lo cultural era también cultural, por lo que se naturalizaba lo que era una diferencia estrictamente cultural, en otras palabras, se elevaba a ontológico lo que era producto de la cultura humana.
El problema de la tolerancia es que estaba nacida sólo para la retórica, porque en teorías dominadas por principios absolutos todo se debía a la deducción necesaria, pudiendo quedar lo opinable en un conjunto vacío. Pero, siguiendo los pasos del segundo Wittgenstein y de la teoría del fragmento que antes hemos esbozado, no cabe un punto omnicomprensivo desde el que enjuiciar toda la realidad, aunque ésta sea la realidad moral. Incluso los principios más elevados de la moral sólo son los principios de una determinada moral, de una situación concreta a la que el ser humano responde con acciones y pautas sobre estas acciones.
De esta forma la tolerancia no es virtud, una posibilidad de nuestras opciones morales e intelectuales, sino que va dada de suyo por la propia estructura de nuestra aprehensión de la realidad, en la que no cabe una teoría general que dé razón de cada punto de la realidad con una necesidad absoluta a partir de unos axiomas autoevidentes.
La democracia no es un simple mecanismo político ni una forma más de gobierno, es el paralelo político de la necesaria tolerancia. Éste es uno de los puntos de polémica interna dentro de los mismos pensadores postmodernos, pues hay un sector que considera que la democracia no es más que la expresión política de un pensamiento eurocéntrico que se intenta imponer a todas las culturas, mientras que la posición del a priori, mantenida por Rorty y sus seguidores, sostiene que la democracia es un radical de la existencia humana, el sustento de la realidad política como el ser lo es de realidad ontológica.
Siguiendo los pasos de Rorty podemos decir que la democracia es el sistema que hace posible la pluralidad de discursos, pues ella misma contiene un mínimo dogmática que consiste precisamente en la posibilidad de todos los discursos. Todo sistema política que pretenda la consecución de unos ideales sobre las determinaciones concretas de individuos y de grupos. Todo intento que realizar políticamente un sistema ideológico concreto y unos propósitos políticos tienen en su interior el germen del totalitarismo, la determinación de la pluralidad a partir de un solo punto de vista que se impone por todos los medios posibles.
La tolerancia y la democracia misma sólo son posibles si no hay pretensiones totalitarias en el pensamiento, si no se quiere imponer una única visión de la realidad. El pensamiento postmoderno siempre piensa mal y así quiere acertar. Un discurso que pretenda ser válido para toda la realidad, no tener fisuras y dar respuesta a todas las preguntas planteadas o por plantear, es un obstáculo ineludible para la existencia de la democracia. La democracia es un sistema abierto, sin interpretación dogmática.
La Postmodernidad ve la realidad desde el paradigma del texto escrito. La oralidad ha ido desapareciendo de nuestra cultura de manera que, hasta lo que consideramos oral, no es más que una verbalización de formas escritas. El texto se independiza de su autor, porque es reelaboración con cada lectura, que es en sí misma una reinterpretación; no tiene sentido intentar encontrar lo que el autor ha querido decir, sino lo que los lectores, a lo largo de la historia, han dicho que el texto quería decir. La verdad se transforma en verdad interpretativa o verdad hermenéutica.
Las tradiciones forman cosmovisiones que son inconmensurables. Aquí es conveniente volver a traer a colación al segundo Wittgenstein, que mantenía que cada juego de lenguaje se valía a sí mismo y sólo tiene validez dentro de sí mismo, no existiendo la posibilidad juzgar la validez desde fuera de cada juego, esto es, no hay un punto absoluto exterior a los juegos e interpretaciones.
La lengua escrita es un fenómeno intrínsecamente social. Sin sociedad no hay lengua escrita y la sociedad es el marco preferencial de creación de interpretaciones. Toda interpretación, por muy individual que sea, procede de unas fuentes sociales y se dirige a la colectividad. La acción del individuo se disuelve en el marco social en tal grado que se llega a dudar de la individualidad a favor de una posición dentro de lo social.
Al igual que no texto tiene una temporalidad reversible, así también lo tiene la temporalidad ontológica. De esta forma se puede invertir el orden de la casualidad, convirtiéndose la causa en consecuencia y la consecuencia en causa, lo cual no permite descubrir las otras perspectivas que una inversión tempora nos proporciona.
La reversibilidad de la temporalidad y, por tanto, de la relación de causa y efecto nos lleva a poder ver las interpretaciones de la realidad desde fuera de las tradiciones dominantes, que las hay. Situarnos en los márgenes, en los límites, nos permite unas nuevas visiones e interpretaciones que no nos permiten las interpretaciones dominantes. Ver una realidad desde sus propios márgenes nos proporciona nuevas facetas interpretativas que no podemos obtener desde las interpretaciones dominantes.
La identidad, principio angular del pensamiento racional desde los presocráticos, queda rota en la Postmodernidad porque se rechazan las abstracciones y, en consecuencia, los principios abstractos. La primacía es lo singular, siendo lo singular el principio y no la abstracción de las singularidades. No debemos engañarnos con la apuesta por lo singular, como una mera sustitución de lo abstracto, ya que lo singular es cambiante como la realidad en tu conjunto.
Si no hay metarrelatos tampoco hay utopías, pues la utopía es un metarrelato. Paradójicamente la postmodernidad ha generado una utopía, pero que funciona sobre la base de microrrelatos, es decir, de explicaciones que le dan sentido sólo a una parte de la realidad. Así ha nacido la “casi-utopía de la nueva era” (new age) que se caracteriza por la huida del mundo y de la sociedad y por la conformación del espacio utópico en el seno de la intimidad, con determinados elementos degradados de las tradiciones orientales. La utopía new age no lucha por transformar la sociedad, sino que construye muros de protección que no ataquen el proyecto de intimidad. Es una utopía fragmentada para un mundo fragmentado.