Introducción
En el tema “ANIMALES HUMANOS” nos hemos preguntado por nosotros mismos desde la comparación con los otros animales. Partíamos de la consideración dual del ser humano, consideración que encontrábamos en el mundo griego, en la mitología, en el mundo cristiano e incluso en la filosofía. Esta consideración nos decía que el ser humano era el territorio de confluencia de dos mundos, un mundo natural, animal, irracional, instintivo, material, pasional, sometido a la necesidad (lo corporal)), y otro mundo espiritual, moral, racional, libre (el alma). Pero vimos que esta visión del ser humano se venía abajo con la interpretación reduccionista de la ciencia, que nos limitaba al mundo de lo biológico, de lo corporal, de la necesidad, de la no libertad al fin y al cabo; como consecuencia la visión actual del hombre estaría dentro de una perspectiva monista. Vimos como desde el reduccionismo monista podemos enfocar al ser humano como el producto de unos instintos (Freud), de un código genético (Genoma humano) o considerar que somos fruto del aprendizaje (conductismo). Ya sea de una manera o de otra, no somos cualitativamente diferentes de cualquier otro animal, en todo caso seríamos un animal cuantitativamente más evolucionado.
Pero dentro de este pensamiento surge un aspecto del ser humano que se erige como elemento claramente diferenciador entre nosotros y los animales: el lenguaje. El lenguaje permite al ser humano vivir en un mundo inmensamente más rico que cualquiera de los ambientes en que habitan los demás animales; podemos explicar el lenguaje apelando también a lo biológico señalando que somos el único animal preparado para un lenguaje de esta naturaleza por la estructura del cerebro o por la capacidad fonadora, pero aún así, el lenguaje humano por sus capacidades infinitas nos sitúa en un grado muy superior a cualquier otro ser vivo. El lenguaje nos permite inventar y transmitir de generación en generación un mundo metafísico, un mundo puramente simbólico y lingüístico. Es tan importante esta característica que algunos autores han calificado al ser humano como EL ANIMAL SIMBÓLICO o el ANIMAL LINGÜÍSTICO.
2. El animal simbólico
Esta es la tesis fundamental de este tema: El hombre se diferencia de los animales por su capacidad lingüística, es decir, por su capacidad simbólica (pues al fin y al cabo el lenguaje no es más que un sistema de símbolos). La capacidad simbólica del hombre se concreta en que es el único animal capaz de referirse mediante substitutivos a algo que esta ausente. Los animales pueden utilizar señales, pero no símbolos; una señal indica un suceso futuro y desencadena la subsiguiente conducta, por ejemplo, cuando un león reconoce el olor de una gacela, eso es señal para él de comida y desencadena la conducta adecuada. Pero los animales no son capaces de crear sus propios substitutivos para referirse a algo que está alejado temporal o espacialmente, esto sólo le está dado a los seres humanos, y es lo que se ha denominado “capacidad simbólica”. Lo seres humanos crean toa clase de símbolos que sirven para sustituir a los elementos naturales, a experiencias, a emociones a pensamientos... todo esto conforma un universo metafísico un universo simbólico.
Aquello con que el ser humano se refiere a algo otro, es decir, los substitutivos, los símbolos pueden ser de muchas maneras, pueden ser retratos o imágenes, esquemas, gestos, conductas completas... pero, sin duda, la capacidad simbólica del hombre, tiene su expresión mas característica y auténtica en el lenguaje. El lenguaje está formado por todo un conjunto de símbolos que le permiten al hombre referirse al mundo físico o inventar cuantos mundos se le antojen.
Un aspecto fundamental de esta capacidad de crear símbolos en el ser humano, es la de que estos símbolos, y especialmente el lenguaje, terminan por mediar en toda experiencia humana. El ser humano se relaciona de tal manera con los símbolos que crea que termina por relacionarse con el mundo físico exclusivamente a través de estos símbolos. De hecho el ser humano le aplica a estos símbolos el mismo tipo de conducta que si se tratara de las cosas mismas a las que sustituyen: se intercambian insultos como si se trataran de golpes, se arroja un retrato al fuego tratando de desembarazarse de una persona definitivamente, el caso del budú en el que se pretende hacer daño a través de un símbolo substitutivo a una persona que se encuentra lejos, nuestra vida trata de acercarse a los símbolos que aprendemos de héroes y hombres elevados (mitos)... Esta relación que establecemos con nuestros símbolos es evidente en el lenguaje: el lenguaje media y determina toda posible experiencia y toda posible conducta, desde las actividades que podríamos considerar como básicas, la nutrición, la reproducción, etc., como las actividades que podríamos considerar superiores como el pensamiento o la sociabilidad. Podríamos decir que en el universo humano, todo está lleno de símbolos.
Uno de los que más vehementemente ha llamado la atención sobre la capacidad simbólica del ser humano ha sido el filósofo alemán Ernst Cassirer; suya es la expresión de “animal simbólico” refiriéndose al ser humano. Según Cassirer, la capacidad simbólica es el elemento específicamente humano, por medio del cual el hombre se adapta al ambiente. Los demás animales utilizan otras formas de adaptarse al medio, desarrollan alas, agilidad, visión nocturna... la adaptación específicamente humana es el lenguaje. Los animales se adaptan al medio, los humanos inventan el medio que se adapte a ellos y lo llevan a cabo (capacidad técnica). Mediante esta capacidad, el hombre vive en un plano completamente diferente al de los animales; mientras que éstos pueblan un mundo de cosas físicas, el ser humano vive en un universo de símbolos. Y mediante estos símbolos el ser humano es capaz de inventar y llevar a cabo su propio mundo; hemos dicho que los símbolos le permiten al hombre no sólo referirse al mundo en el que vive, le permiten también inventarse el mundo en el que le gustaría vivir y, después, son sus propias fuerzas quienes lo intentan llevar a cabo.
Cualquier acción del hombre, cualquier tipo de experiencia que este pueda sufrir, se da dentro de este universo: cualquier experiencia es una experiencia religiosa, estética, lingüística, o de cualquier otro tipo, pero simbólica. Todas nuestras conductas y experiencias son simbólicas, es decir, tienen un significado, expresan algo que va más allá de la mera conducta o experiencia. Nuestra vida no se limita a un mero actuar para conseguir lo necesario para sobrevivir, como es el caso de los animales, todas nuestras conductas tratan de expresar algo, tratan de dar a lo que hacemos y a lo que nos rodea un significado una trascendencia. Esto queda patente en que ya desde el principio de nuestra existencia una de las primeras cosas que hicimos fue pintar las paredes de nuestras con símbolos tratando de dotar a nuestra conducta de una trascendencia mayor que el mero sobrevivir.
Lenguaje humano frente al lenguaje animal.
La comunicación animal.
Definirnos como el animal que habla implica aceptar que somos el único animal que habla y que tiene capacidad simbólica, es decir, que los demás no lo hacen. Pero es esto cierto, ¿los animales no hablan? Tenemos ya sobradas pruebas que los animales son capaces de articular comunicaciones entre ellos, incluso que alguno de ellos tienen complicados lenguajes. Y si esto es así, dónde está la diferencia sustancial que nos hace afirmar con tanta rotundidad que nuestro habla es diferente al de ellos.
Desde la psicología y la zoología se han hecho infinidad de experimentos buscando esta diferencia cualitativa entre animales y humanos. Entre estos estudios merece la pena que destaquemos la del entomólogo Karl Von Frich quien, en 1948. estudiando el comportamiento de las abejas realizó la siguiente observación: cuando una abeja aislada descubría un botín (por ejemplo un campo de flores de las cuales libar), esta abeja volvía a su colmena e informaba a sus compañera?, del descubrimiento. A continuación, el resto de abejas se dirigían con precisión al lugar que la primera abeja había descubierto, Es evidente que en ese momento se había producido comunicación. y una comunicación suficientemente compleja y rigurosa. Esta comunicación se produce del siguiente modo: cuando la abeja vuelve a la colmena produce una danza que las otras siguen con excitación. La danza puede realizarse de dos maneras: un círculo si el botín se encuentra a menos de cien metros de la colmena o una danza en forma de 8 si se encuentra entre cien metros y seis kilómetros. En este último caso. la inclinación del eje en relación al sol indica la dirección del bolín y la rapidez de la danza precisa la distancia.
Este es el ejemplo clásico de comunicación animal compleja, pero podríamos exponer otros similares, y no sólo relacionados con necesidades alimenticias, sino sobre todo en las llamadas 'escenas de cortejo'. La comunicación sexual. tanto en el momento de la atracción como de la consumación de la copula, reviste en la mayoría de especies animales una complejidad tal que nos asombra.
La comunicación puede definirse como el envío de una señal desde un individuo emisor hacia un receptor, de modo que se modifica el comportamiento de este ultimo. Y la variedad de modos de comunicación es muy amplia: táctil (el caso de los caracoles), química (las mariposas hembras, por ejemplo, segregan sustancias para atraer a machos a kilómetros distancia), auditiva (casi todas las aves y también los mamíferos emiten sonidos a modo de señal), visual (el caso de las abejas o de otros animales que transmiten mediante el gesto señales de agresividad, por ejemplo), etc. En lodos ellos, de una forma más o menos compleja, la comunicación permite tener memoria de una experiencia (aunque sea reciente o casi siempre inmediata en el tiempo) y sobre todo capacidad para descomponer esa memoria en elementos significativos para otros miembros del grupo o la especie.
Estos ejemplos valen para sembrar la duda en nuestra definición del ser humano como “el animal que habla”. ¿no éramos nosotros los únicos que hablábamos? ¿qué pasa entonces con todos estos ejemplos de comunicación animal? ¿qué es lo que hace que nuestro lenguaje sea diferente del lenguaje de los animales?
El Lenguaje humano.
Empecemos con la respuesta al problema planteado. En realidad es pretencioso hablar de “lenguaje animal” como lo hemos hecho. Es verdad que los animales se comunican, son capaces de enviarse mensajes muy complicados, como en el caso de las abejas, pero no es verdad que posean un “lenguaje”. ¿qué es lo que hace que no podamos llamar a las comunicaciones animales “lenguaje”? Los lingüistas hablan de tres puntos importantes que diferencian una comunicación de un lenguaje.
1. La doble articulación: en el sistema animal los significantes no pueden descomponerse. Por significante debemos entender la forma que adopta el mensaje (en el caso de las abejas un círculo, por ejemplo. En el caso de la comunicación humana un mensaje oral). Pues bien, en el caso de los animales los significantes son tan simples que no pueden descomponerse en elementos más simples. Cada significante está dotado de un significado fijo y no puede combinarse con otros significantes para dar lugar a una nueva comunicación. En el caso del lenguaje humano, los morfemas y fonemas se combinan de infinitas maneras para dar lugar a infinitas posibilidades de comunicación.
Los lenguajes animales tendrían únicamente una sola articulación, mientras que el humano tiene una doble articulación. Los animales a través de un número limitado de, por ejemplo gruñidos, pueden comunicar un número limitado de significado (a un gruñido un significado); en esto radica su única articulación. En el lenguaje humano, a partir de un número limitado de significantes: los morfemas y fonemas (primera articulación), mediante su combinación, podemos conseguir un número ilimitado de mensajes.
2. En el lenguaje animal no se establece una verdadera relación entre emisor y receptor: En el lenguaje animal únicamente se da una comunicación entre un emisor y un receptor (la abeja hace un círculo y las demás se enteran de dónde está la comida), pero no hay ninguna posibilidad de réplica ni de hacer ningún comentario en el mismo código. Podemos decir que en el lenguaje animal NO HAY DIÁLOGO.
3. Los símbolos del lenguaje animal son únicos para cada situación. Una situación particular sólo puede dar lugar a la articulación de un único mensaje. El lenguaje humano puede utilizar una infinidad de símbolos para cada situación. Esta situación es la que nos permite interpretar de diversos modos la realidad. Tenemos una riqueza de símbolos y a la vez tal ambigüedad que podemos usarlos de forma atrevida, inventando e imaginando posibles interpretaciones.
4. Los animales utilizan señales mientras que los humanos usamos símbolos. Tanto las señales como los símbolos son signos; un signo es cualquier objeto o hecho físico que representa otra cosa distinta de sí. Los animales son capaces de comunicar los peligros de una situación determinada, las necesidades, los deseos, el lugar donde se encuentra comida; lo hacen a través de un rugido, de un movimiento, de la expresión facial y corporal... etc. Todos estos signos que utilizan los animales para comunicarse vienen determinados por la especie, están, por así decirlo, inscritos en el código genético de cada animal; es absolutamente innato que toda una manada de gacelas eche a correr a la señal (un sonido o un gesto) de cualquiera de ellas para evitar el ataque de un depredador, por ejemplo. Podemos decir que las señales son un tipo de signos en que la relación entre el signo y el significante es natural: es una señal el humo que anuncia fuego, pero también es una señal el rugido que anuncia hostilidad.
El lenguaje humano no está formado por señales, sino por símbolos. Los símbolos son un tipo especial de signos en los que no existe ninguna relación entre el significante y el significado; son absolutamente convencionales. esto permite que los seres humanos, creadores de símbolos, sean capaces de construir representaciones completamente abstractas y absolutamente nuevas. La capacidad de inventar símbolos es lo que precisamente le permite al ser humano imaginar mundos distintos, crear realidades imaginarias (y después llevarlas a cabo).
En el tema “ANIMALES HUMANOS” nos hemos preguntado por nosotros mismos desde la comparación con los otros animales. Partíamos de la consideración dual del ser humano, consideración que encontrábamos en el mundo griego, en la mitología, en el mundo cristiano e incluso en la filosofía. Esta consideración nos decía que el ser humano era el territorio de confluencia de dos mundos, un mundo natural, animal, irracional, instintivo, material, pasional, sometido a la necesidad (lo corporal)), y otro mundo espiritual, moral, racional, libre (el alma). Pero vimos que esta visión del ser humano se venía abajo con la interpretación reduccionista de la ciencia, que nos limitaba al mundo de lo biológico, de lo corporal, de la necesidad, de la no libertad al fin y al cabo; como consecuencia la visión actual del hombre estaría dentro de una perspectiva monista. Vimos como desde el reduccionismo monista podemos enfocar al ser humano como el producto de unos instintos (Freud), de un código genético (Genoma humano) o considerar que somos fruto del aprendizaje (conductismo). Ya sea de una manera o de otra, no somos cualitativamente diferentes de cualquier otro animal, en todo caso seríamos un animal cuantitativamente más evolucionado.
Pero dentro de este pensamiento surge un aspecto del ser humano que se erige como elemento claramente diferenciador entre nosotros y los animales: el lenguaje. El lenguaje permite al ser humano vivir en un mundo inmensamente más rico que cualquiera de los ambientes en que habitan los demás animales; podemos explicar el lenguaje apelando también a lo biológico señalando que somos el único animal preparado para un lenguaje de esta naturaleza por la estructura del cerebro o por la capacidad fonadora, pero aún así, el lenguaje humano por sus capacidades infinitas nos sitúa en un grado muy superior a cualquier otro ser vivo. El lenguaje nos permite inventar y transmitir de generación en generación un mundo metafísico, un mundo puramente simbólico y lingüístico. Es tan importante esta característica que algunos autores han calificado al ser humano como EL ANIMAL SIMBÓLICO o el ANIMAL LINGÜÍSTICO.
2. El animal simbólico
Esta es la tesis fundamental de este tema: El hombre se diferencia de los animales por su capacidad lingüística, es decir, por su capacidad simbólica (pues al fin y al cabo el lenguaje no es más que un sistema de símbolos). La capacidad simbólica del hombre se concreta en que es el único animal capaz de referirse mediante substitutivos a algo que esta ausente. Los animales pueden utilizar señales, pero no símbolos; una señal indica un suceso futuro y desencadena la subsiguiente conducta, por ejemplo, cuando un león reconoce el olor de una gacela, eso es señal para él de comida y desencadena la conducta adecuada. Pero los animales no son capaces de crear sus propios substitutivos para referirse a algo que está alejado temporal o espacialmente, esto sólo le está dado a los seres humanos, y es lo que se ha denominado “capacidad simbólica”. Lo seres humanos crean toa clase de símbolos que sirven para sustituir a los elementos naturales, a experiencias, a emociones a pensamientos... todo esto conforma un universo metafísico un universo simbólico.
Aquello con que el ser humano se refiere a algo otro, es decir, los substitutivos, los símbolos pueden ser de muchas maneras, pueden ser retratos o imágenes, esquemas, gestos, conductas completas... pero, sin duda, la capacidad simbólica del hombre, tiene su expresión mas característica y auténtica en el lenguaje. El lenguaje está formado por todo un conjunto de símbolos que le permiten al hombre referirse al mundo físico o inventar cuantos mundos se le antojen.
Un aspecto fundamental de esta capacidad de crear símbolos en el ser humano, es la de que estos símbolos, y especialmente el lenguaje, terminan por mediar en toda experiencia humana. El ser humano se relaciona de tal manera con los símbolos que crea que termina por relacionarse con el mundo físico exclusivamente a través de estos símbolos. De hecho el ser humano le aplica a estos símbolos el mismo tipo de conducta que si se tratara de las cosas mismas a las que sustituyen: se intercambian insultos como si se trataran de golpes, se arroja un retrato al fuego tratando de desembarazarse de una persona definitivamente, el caso del budú en el que se pretende hacer daño a través de un símbolo substitutivo a una persona que se encuentra lejos, nuestra vida trata de acercarse a los símbolos que aprendemos de héroes y hombres elevados (mitos)... Esta relación que establecemos con nuestros símbolos es evidente en el lenguaje: el lenguaje media y determina toda posible experiencia y toda posible conducta, desde las actividades que podríamos considerar como básicas, la nutrición, la reproducción, etc., como las actividades que podríamos considerar superiores como el pensamiento o la sociabilidad. Podríamos decir que en el universo humano, todo está lleno de símbolos.
Uno de los que más vehementemente ha llamado la atención sobre la capacidad simbólica del ser humano ha sido el filósofo alemán Ernst Cassirer; suya es la expresión de “animal simbólico” refiriéndose al ser humano. Según Cassirer, la capacidad simbólica es el elemento específicamente humano, por medio del cual el hombre se adapta al ambiente. Los demás animales utilizan otras formas de adaptarse al medio, desarrollan alas, agilidad, visión nocturna... la adaptación específicamente humana es el lenguaje. Los animales se adaptan al medio, los humanos inventan el medio que se adapte a ellos y lo llevan a cabo (capacidad técnica). Mediante esta capacidad, el hombre vive en un plano completamente diferente al de los animales; mientras que éstos pueblan un mundo de cosas físicas, el ser humano vive en un universo de símbolos. Y mediante estos símbolos el ser humano es capaz de inventar y llevar a cabo su propio mundo; hemos dicho que los símbolos le permiten al hombre no sólo referirse al mundo en el que vive, le permiten también inventarse el mundo en el que le gustaría vivir y, después, son sus propias fuerzas quienes lo intentan llevar a cabo.
Cualquier acción del hombre, cualquier tipo de experiencia que este pueda sufrir, se da dentro de este universo: cualquier experiencia es una experiencia religiosa, estética, lingüística, o de cualquier otro tipo, pero simbólica. Todas nuestras conductas y experiencias son simbólicas, es decir, tienen un significado, expresan algo que va más allá de la mera conducta o experiencia. Nuestra vida no se limita a un mero actuar para conseguir lo necesario para sobrevivir, como es el caso de los animales, todas nuestras conductas tratan de expresar algo, tratan de dar a lo que hacemos y a lo que nos rodea un significado una trascendencia. Esto queda patente en que ya desde el principio de nuestra existencia una de las primeras cosas que hicimos fue pintar las paredes de nuestras con símbolos tratando de dotar a nuestra conducta de una trascendencia mayor que el mero sobrevivir.
Lenguaje humano frente al lenguaje animal.
La comunicación animal.
Definirnos como el animal que habla implica aceptar que somos el único animal que habla y que tiene capacidad simbólica, es decir, que los demás no lo hacen. Pero es esto cierto, ¿los animales no hablan? Tenemos ya sobradas pruebas que los animales son capaces de articular comunicaciones entre ellos, incluso que alguno de ellos tienen complicados lenguajes. Y si esto es así, dónde está la diferencia sustancial que nos hace afirmar con tanta rotundidad que nuestro habla es diferente al de ellos.
Desde la psicología y la zoología se han hecho infinidad de experimentos buscando esta diferencia cualitativa entre animales y humanos. Entre estos estudios merece la pena que destaquemos la del entomólogo Karl Von Frich quien, en 1948. estudiando el comportamiento de las abejas realizó la siguiente observación: cuando una abeja aislada descubría un botín (por ejemplo un campo de flores de las cuales libar), esta abeja volvía a su colmena e informaba a sus compañera?, del descubrimiento. A continuación, el resto de abejas se dirigían con precisión al lugar que la primera abeja había descubierto, Es evidente que en ese momento se había producido comunicación. y una comunicación suficientemente compleja y rigurosa. Esta comunicación se produce del siguiente modo: cuando la abeja vuelve a la colmena produce una danza que las otras siguen con excitación. La danza puede realizarse de dos maneras: un círculo si el botín se encuentra a menos de cien metros de la colmena o una danza en forma de 8 si se encuentra entre cien metros y seis kilómetros. En este último caso. la inclinación del eje en relación al sol indica la dirección del bolín y la rapidez de la danza precisa la distancia.
Este es el ejemplo clásico de comunicación animal compleja, pero podríamos exponer otros similares, y no sólo relacionados con necesidades alimenticias, sino sobre todo en las llamadas 'escenas de cortejo'. La comunicación sexual. tanto en el momento de la atracción como de la consumación de la copula, reviste en la mayoría de especies animales una complejidad tal que nos asombra.
La comunicación puede definirse como el envío de una señal desde un individuo emisor hacia un receptor, de modo que se modifica el comportamiento de este ultimo. Y la variedad de modos de comunicación es muy amplia: táctil (el caso de los caracoles), química (las mariposas hembras, por ejemplo, segregan sustancias para atraer a machos a kilómetros distancia), auditiva (casi todas las aves y también los mamíferos emiten sonidos a modo de señal), visual (el caso de las abejas o de otros animales que transmiten mediante el gesto señales de agresividad, por ejemplo), etc. En lodos ellos, de una forma más o menos compleja, la comunicación permite tener memoria de una experiencia (aunque sea reciente o casi siempre inmediata en el tiempo) y sobre todo capacidad para descomponer esa memoria en elementos significativos para otros miembros del grupo o la especie.
Estos ejemplos valen para sembrar la duda en nuestra definición del ser humano como “el animal que habla”. ¿no éramos nosotros los únicos que hablábamos? ¿qué pasa entonces con todos estos ejemplos de comunicación animal? ¿qué es lo que hace que nuestro lenguaje sea diferente del lenguaje de los animales?
El Lenguaje humano.
Empecemos con la respuesta al problema planteado. En realidad es pretencioso hablar de “lenguaje animal” como lo hemos hecho. Es verdad que los animales se comunican, son capaces de enviarse mensajes muy complicados, como en el caso de las abejas, pero no es verdad que posean un “lenguaje”. ¿qué es lo que hace que no podamos llamar a las comunicaciones animales “lenguaje”? Los lingüistas hablan de tres puntos importantes que diferencian una comunicación de un lenguaje.
1. La doble articulación: en el sistema animal los significantes no pueden descomponerse. Por significante debemos entender la forma que adopta el mensaje (en el caso de las abejas un círculo, por ejemplo. En el caso de la comunicación humana un mensaje oral). Pues bien, en el caso de los animales los significantes son tan simples que no pueden descomponerse en elementos más simples. Cada significante está dotado de un significado fijo y no puede combinarse con otros significantes para dar lugar a una nueva comunicación. En el caso del lenguaje humano, los morfemas y fonemas se combinan de infinitas maneras para dar lugar a infinitas posibilidades de comunicación.
Los lenguajes animales tendrían únicamente una sola articulación, mientras que el humano tiene una doble articulación. Los animales a través de un número limitado de, por ejemplo gruñidos, pueden comunicar un número limitado de significado (a un gruñido un significado); en esto radica su única articulación. En el lenguaje humano, a partir de un número limitado de significantes: los morfemas y fonemas (primera articulación), mediante su combinación, podemos conseguir un número ilimitado de mensajes.
2. En el lenguaje animal no se establece una verdadera relación entre emisor y receptor: En el lenguaje animal únicamente se da una comunicación entre un emisor y un receptor (la abeja hace un círculo y las demás se enteran de dónde está la comida), pero no hay ninguna posibilidad de réplica ni de hacer ningún comentario en el mismo código. Podemos decir que en el lenguaje animal NO HAY DIÁLOGO.
3. Los símbolos del lenguaje animal son únicos para cada situación. Una situación particular sólo puede dar lugar a la articulación de un único mensaje. El lenguaje humano puede utilizar una infinidad de símbolos para cada situación. Esta situación es la que nos permite interpretar de diversos modos la realidad. Tenemos una riqueza de símbolos y a la vez tal ambigüedad que podemos usarlos de forma atrevida, inventando e imaginando posibles interpretaciones.
4. Los animales utilizan señales mientras que los humanos usamos símbolos. Tanto las señales como los símbolos son signos; un signo es cualquier objeto o hecho físico que representa otra cosa distinta de sí. Los animales son capaces de comunicar los peligros de una situación determinada, las necesidades, los deseos, el lugar donde se encuentra comida; lo hacen a través de un rugido, de un movimiento, de la expresión facial y corporal... etc. Todos estos signos que utilizan los animales para comunicarse vienen determinados por la especie, están, por así decirlo, inscritos en el código genético de cada animal; es absolutamente innato que toda una manada de gacelas eche a correr a la señal (un sonido o un gesto) de cualquiera de ellas para evitar el ataque de un depredador, por ejemplo. Podemos decir que las señales son un tipo de signos en que la relación entre el signo y el significante es natural: es una señal el humo que anuncia fuego, pero también es una señal el rugido que anuncia hostilidad.
El lenguaje humano no está formado por señales, sino por símbolos. Los símbolos son un tipo especial de signos en los que no existe ninguna relación entre el significante y el significado; son absolutamente convencionales. esto permite que los seres humanos, creadores de símbolos, sean capaces de construir representaciones completamente abstractas y absolutamente nuevas. La capacidad de inventar símbolos es lo que precisamente le permite al ser humano imaginar mundos distintos, crear realidades imaginarias (y después llevarlas a cabo).