"La filosofía no es el arte de consolar a los tontos ... su única tarea es la búsqueda de la verdad y destruir prejuicios."

¿Por qué enseñar filosofía hoy?


Francisco Castro

Resumen

La enseñanza de la Filosofía se relaciona con la formación de la conciencia crítica del alumno que desarrolla el saber aprendiendo a dialogar con los clásicos, con otras épocas, a fin de entender el tiempo presente. En este contexto se ha de afirmar la construcción de un sistema abierto de valores que clarifique el significado de éstos. Es notoria la postura conformista e inhibitoria de los docentes de Filosofía al descuidar la búsqueda de la razón de los problemas del conocimiento. Palabras Clave: Filosofía, enseñanza, valores, educación.

Mis queridos colegas, profesores de Filosofía, en cuanto entran en la primera de sus clases, al comienzo del curso, se encuentran frente a un grave problema frente a sus alumnos. Todos los chicos y chicas presentes en el aula tienen más o menos la misma pregunta en su mente: “¿qué vamos a estudiar en esta asignatura?” En el fondo y aunque no sean totalmente conscientes de ello, la pregunta que subyace a la anterior es: ¿qué es eso de la Filosofía?, ¿de qué va? Ante esta pregunta, podríamos ponernos muy académicos y dar la respuesta de Heidegger en su trabajo del mismo título: “Filosofía es traducir al lenguaje la llamada del ser del ente.” Pero, si nuestros primerizos alumnos llegan a escuchar esta inicial respuesta, lo más probable es que llegasen a la triste conclusión de que la Filosofía iba a ser, para ellos, algo bastante inútil.

No es esa la Filosofía de la que debemos hablar a nuestros alumnos. No, si queremos que realmente aprendan algo útil (y pido perdón por hablar aquí de la utilidad, criterio ciertamente gratuito. Sin ánimo de explayarme sobre el tema déjese decir que por utilidad no me refiero a lo práctico, sino a algo que dejará huella y marca en la conciencia más perenne de los alumnos. Esa huella -fija para el futuro- siempre será útil).

Dicho esto, ahí van seis posibles justificaciones para que cualquier profesor de Filosofía se sienta motivado a trabajar. O, con otras palabras, seis posibles respuestas a la pregunta por qué enseñar Filosofía hoy.

Enseñar Filosofía para recuperar el gusto por lo clásico

Antes he hablado de utilidad. Si queremos hacer de nuestro saber (permitidme no emplear palabras tan groseras como asignatura, o peor, disciplina, más que cuando sea estrictamente necesario) algo útil, necesitamos entroncarlo con el entorno. Sin embargo, alguien podría argumentar que no parece muy del entorno hablar de lo clásico. Y quizás tenga razón, pero, tal y como yo entiendo el que debería ser el transcurrir de nuestras clases, entra dentro de lo verdaderamente plausible el hablar del entorno desde lo clásico.

De lo que se trata es de que mostremos (si es que queremos que nuestra ocupación filosófica sea tomada en serio), que lo que en su día dijeron los filósofos no es algo que sólo valía para ese su día, para su época concreta, sino que esos planteamientos pueden ser perfectamente actuales. Verbi gratia: ¿no es actual- y basta con abrir la prensa en clase para que ellos, los alumnos, lo comprendan- el postulado de Platón de exigir que el gobernante sea sabio?, ¿no hay ejemplos suficientes de actualidad de actitudes políticas ciertamente degenerantes y descaradamente ignorantes, que renuncian abiertamente a la sabiduría para la política?; ¿no es un planteamiento descaradamente actual el de Tomás de Aquino cuando trata de congeniar la creencia religiosa con las exigencias racionales?; ¿no estamos viendo todos los días- insisto en la actualidad de la prensa- debates airados y públicos acerca de temas como el aborto y la eutanasia, en los cuales los contertulios adoptan confundir fe y razón...? Y así hasta el infinito.

Hagamos que recuperen el gusto por lo clásico, mostrándoles que lo antiguo no tiene por qué ser, además, viejo. En un momento de tantas prisas y novedades, hacer que ellos vean hacia atrás, puede ser más que interesante.

En definitiva, lo que estoy proponiendo es un viaje en el tiempo. El alumno debe aprender, con nuestra ayuda, a dialogar con otras épocas, con otros pasados. Sólo así, evidentemente, será capaz- desde lo clásico- de planificar su propio futuro y actual presente. Podemos hacer que ese diálogo surja -quizás sea la mejor forma- planteando verdaderos diálogos entre diferentes filósofos. Y, por supuesto, lo más importante: invitemos a nuestros alumnos a criticarlos; está bien que entiendan sus planteamientos, pero esto sólo- creo- no llega. Invitemos a la crítica constructiva. No hagamos de los diferentes filósofos una lectura taciturna y cerrada; más bien, procuremos la lectura abierta y original, para entender desde lo clásico nuestro nuevo presente. Huyamos del dogma (en realidad, la antifilosofía, al menos, desde Hegel).

En este sentido, considero que crucial resulta también que, entre todos, les enseñemos a recuperar el texto. Nuestras aulas se han llenado de televisores y de videos. Las gentes han dejado de leer. A nosotros (también a los docentes que imparten Literatura, y a muchos más, por supuesto) nos toca recuperar el texto. La Filosofía se ha hecho en los libros. No en las diapositivas ni en los videos. Agarremos el libro, que ya ven mucha tele en casa.

Enseñar Filosofía para que aprendan a mutar los valores

Hoy en día se habla, y mucho, y continuamente, y casi con pesadez, de la clarificación de valores. Hasta la propia LOGSE lo recoge como objetivo importantísimo a conseguir en todos los niveles educativos. Sin embargo, soy de la opinión de que esta labor la puede desempeñar, y perfectamente, nuestra clase normal de Filosofía. Ésta debe estar diseñada como una actividad tendente a la clarificación de valores, pero, insisto, no en el sentido en que esto se entiende normalmente. Esa comprensión normal de la mayoría de los docentes y pedagogos en general, pasa porque el alumno comprenda, asuma y, digamos, respete ese amplio conjunto de valores recogidos en las Grandes Declaraciones de Derechos, léase solidaridad, amor, compañerismo, democracia, diálogo... Yo no voy por ahí. El alumno, tras un curso de Filosofía, ha de ser capaz ( o al menos ha de ser capaz de intentar) la construcción de un sistema propio de valores, sean esos los aceptados socialmente como buenos u otros cualesquiera. El objetivo, insisto (así lo entiendo) debe ser la mutación de valores. Ya se encargarán matemáticos, físicos, químicos y demás colegas de enseñarles a pensar dentro de lo normal. A nosotros nos toca, creo, enseñarles el lado diferente del valor. Que comprendan que un valor no es bueno por el simple hecho de estar aceptado socialmente. Un valor es bueno, para uno, si para uno está clarificado. Lo sé: he caído de lleno en un cierto relativismo. Aunque ahora la moda sea atacar al relativismo desde todos los frentes, estimo que, en un sistema educativo como el actual (y como el que viene) plagado de dogmáticas realidades, que a alguien se le ocurra (en este caso a los profesores de Filosofía) levantar- o esgrimir (educar es batallar)- la bandera de lo relativo, quizás no esté mal del todo, quizás, no sea tan tremendo que alguien diga que la verdadera verdad, sólo puede ser personal.

En definitiva, lo que creo es que la educación debe servir para que se asienten nuevos valores. Sin embargo, creo, con Nietzsche, que para que se puedan asentar esos nuevos valores, se impone la tarea previa de destruir todos aquellos que han sido transmitidos por la vía del prejuicio tradicional.

Enseñar Filosofía para que comprendan que no existe una Antropología verdadera

Esto es consecuencia de lo anterior. En un momento en el que lo que reciben nuestros alumnos es más y más etnocentrismo, habrá que sentar las bases teóricas (filosóficas) para que comprendan que no existe algo así como la Antropología por excelencia. Al afirmar que no existe una antropología previa, es decir, una esencia innata en el ser humano que nos haga ir necesariamente hacia un terreno evolutivo determinado (lo siento por Piaget), en realidad, lo que estamos haciendo, es reivindicando la total Libertad del ser humano (incluidos, por supuesto, nuestros alumnos). El mensaje es algo así como tú eres lo que quieras ser. Nadie te obliga a nada, por lo tanto, debes justificar tu propio comportamiento. La clase de Filosofía te exige ser libre, que le pierdas el miedo a la libertad, porque tú tienes que hacerte, porque no estás prefijado, porque no hay nada innato en ti que te configure como espíritu. Porque sólo serás esclavo si quieres realmente serlo. Incluso en este último caso, debemos obligarle a que justifique esa decisión, que explique por qué quiere ser ese tipo de hombre.

Enseñar Filosofía para que descubran que no sólo lo empíricamente registrable es importante

Lo que intento decir aquí, en realidad, es una denuncia: muchos de mis colegas que a lo largo de la geografía imparten Filosofía, no creen, realmente, que la asignatura sea importante. Y es una pena. Porque si un alumno tiene la suerte de encontrarse con un buen profesor de Filosofía, muchas cosas pueden cambiarse, para bien, en ese alumno.

Muchos docentes, de modo consciente y deliberado, convierten la enseñanza de la Filosofía en la maría de turno. Ya el alumno ha sido convencido -por otros profesores, por los medios de información de masas, por las familias, etc¬de que sólo las ciencias son importantes. Algunos profesores de Filosofía, acomplejados ante esta presión ideológica de la sociedad, terminen creyéndose y asumiendo ese mensaje como cierto. En definitiva: se les nota que no creen en lo que están haciendo. Un consejo amistoso: dejadlo; si no sois capaces de sobrellevar con un mínimo de dignidad el complejo ante los profesores de ciencias, lo mejor que podeis hacer es dedicaros a otra cosa que os dignifique algo más. Quizás el alumno ya esté convencido de que sólo vale para algo lo matemático-físico-químico-biológico. Pero alguien tendrá que decirle que los problemas verdaderamente importantes, afortunadamente, no son solucionables en el laboratorio. Que está bien saber qué es una célula o cómo solucionar una integral. Pero que, en todo caso, deben contestarse los problemas morales, qué es el amor, cómo llegar a la felicidad. Tendremos que hablarles, nosotros, de esos números kantianos que, como sabemos, no son solucionables. Sólo pensables. En relación con esto, considero nociva, perjudicial y falsa (y a lo mejor hasta perniciosa), esa definición que muchos compañeros ofrecen a los alumnos de lo que es la Filosofía, definiéndola como síntesis de saberes. Ahí se nota bien el complejo del que antes hablaba. No somos una síntesis de saberes. Somos, en todo caso (para decirlo como Aristóteles), el principio de todo saber.

Enseñar Filosofía para que entiendan que hay más formas de conocimiento que la puramente lógica

El alumno tiende a pensar que existen tantos conocimientos como asignaturas estudia (y, por cierto, tiende a pensar que el lugar que ocupa la Filosofía como conocimiento- en una hipotética jerarquía- no es especialmente alto). Y todos sabemos que ello no es cierto. Está bien, muy bien, que enseñemos lógica y que obliguemos a que formulen hipótesis que puedan confirmar con argumentos coherentes, consistentes y complejos. Sin embargo, todos sabemos que ello no lo es todo. Está bien que los planes educativos tiendan a formar individuos serenamente lógicos. Sin embargo, será importante que no se nos mueran- ahogados- en el medio de una lógica aplastante. Además, aunque el corazón (elemento bastante ilógico) se equivoque de continuo, todos sabemos que la pura ciencia, a veces, también se equivoca. Y se equivoca lógicamente. O si lo quereis oir en palabras de Jorge Luis Borges: “No exageres el culto de la verdad; no hay hombre que al cabo de un día, no haya mentido con razón muchas veces”.

Todos lo sabemos, hay otras formas de pensar, como son el ámbito de lo poético o de lo artístico, aquello que, según decía Wittgenstein en el Tractatus, caía del lado del mostrar. Efectivamente, la lógica nos enseña a decir; lo poético, por ejemplo, a mostrar. En este sentido, siempre procuro planificar mis cursos en estrecha relación con los programas de Literatura que se van a impartir ese año.

Enseñar Filosofía para que aprendan a hacerse críticamente a sí mismos

El problema de la educación, tal y como la entendemos en nuestro país, es que tiende a hacer alumnos psicológicamente dependientes de la orientación del profesor. Tenemos alumnos más o menos activos y más o menos pasivos. Sin embargo, podemos afirmar que a la gran mayoría de ellos, a la hora de pensar por sí mismos, la tarea se les vuelve inconmensurable y casi imposible. Ello ocurre, porque entre todos, les hemos acostumbrado a depender (y yo diría que, por lo general, nos encanta esa dependencia) de nuestra orientación y guía. O lo que es lo mismo: les hemos obligado a aceptar nuestra manipulación más o menos bienintencionada. Así pues, tenemos que hacer de ellos (y en el fondo no es más que recuperar el ideal ilustrado) individuos lo suficientemente críticos como para terminar siendo capaces de pasar de nuestro magisterio. Quizás si ello ocurre podamos afirmar categóricamente que el proceso educativo ha tenido éxito, si es capaz de alejarse del maestro; si llega a tener la sensación de que ya no podemos enseñarle todo. En ese momento dejarán de ser esclavos, al menos, en lo que al conocimiento se refiere. Tendrá que ser el maestro, el profesor, el que ofrezca la posibilidad real de la rebelión contra el propio magisterio. Así pues, exijámosles a los profesores de Filosofía una actitud permanentemente autocrítica (por ejemplo: si estamos explicando la alienación marxista, ¿no vendría bien comenzar explicando nuestra propia alienación en nuestro propio trabajo?). Mucho mejor que yo, lo decía Nietzsche: En verdad, éste es mi consejo: !Alejaos de mí y guardaos de Zaratustra! Y aún mejor: !avergonzaos de él! Tal vez os ha engañado...Se recompensa mal a un maestro si se permanece siempre discípulo... Ahora os ordeno que me perdais y que os encontreis a vosotros; y sólo cuando todos hayais renegado de mí, volveré entre vosotros.

En Conclusión

Enseñar Filosofía, sobre todo, y fundamentalmente, para hacer muchas preguntas, pero para nunca, nunca, dar respuestas. A nosotros nos toca suscitar el problema. Ellos, nuestros alumnos, serán los que tendrán que encontrar- si es que ellas existen- las respuestas (quizás, en el fondo, aún más problemáticas). En definitiva, tendremos que enseñarles a que se sientan felices buscando. Porque el verdadero buscador, sólo busca por el placer de buscar, no por el de encontrar. El verdadero buscador viaja con quien le abre caminos, no con quien le lleva de la mano.