Introducción
Los trabajadores y trabajadoras asesinados en Nueva York son víctimas que nunca dirigieron la política exterior norteamericana y su terrorismo militar y económico. Eran gentes inocentes. Nadie que desee un mundo regido por la justicia y el derecho internacional puede pensar que lo ocurrido tiene algo de positivo, ni política ni éticamente. No hay pues justificación para los atentados de Nueva York y Washington, pero sí hay explicaciones. Es necesario entender el porqué de lo sucedido para poder sacar las necesarias lecciones y exigir un nuevo rumbo del mundo en que vivimos. Porque más inocentes que las víctimas de las Torres Gemelas lo son sin duda los millones de niños que mueren cada año víctimas del hambre y la indigencia, producto de las políticas económicas emanadas de los grandes centros financieros y especulativos del capitalismo mundial.
Los discursos impropios de los dirigentes mundiales que apelan a la civilización y a la democracia atacadas huelen a puro fascismo. Sostener que las Torres Gemelas (por no hablar del Pentágono) representaban la libertad, cuando sólo era un centro de operaciones del neoliberalismo causante de millones de muertos por hambre y enfermedades curables, parece un ejercicio de cinismo difícil de digerir. Señalar a EE.UU. como corazón y reserva de los valores occidentales y de la libertad del mundo, cuando todos sabemos que la historia de los EE.UU. no ha sido otra cosa –como señala Heinz Dieterich Steffan- "que la imposición violenta de sus intereses contra el derecho internacional, las soberanías nacionales y la voluntad de los pueblos", resulta cuanto menos un insulto a la inteligencia y una muestra de la sinrazón que hoy gobierna el mundo.
El significado del 11-S
Tal vez resulte una perogrullada, pero es necesario hacer constar antes que nada que la historia del mundo no empezó el pasado 11 de septiembre. Existen antecedentes que es necesario examinar para entender lo que sucedió ese día, así como es necesario analizar sus previsibles consecuencias.
¿Cuál es el significado del atentado del 11 de septiembre? En primer lugar, que el dolor ha dejado de ser patrimonio exclusivo de los dominados y ha llenado de sangre el patio de los poderosos. EE.UU.., cuyo territorio no ha sido bombardeado por nadie, ha bombardeado a 19 países a lo largo de la segunda mitad del siglo XX (1), siempre, claro está, por causas humanitarias. Es decir, que el mayor exportador de armas y violencia que existe en el mundo, el más vivo ejemplo del terrorismo internacional, ha probado su propia y amarga medicina. El segundo significante es que el Imperio no es invencible. EE.UU., la nación más poderosa del planeta, ha mostrado signos de enorme fragilidad, justo allí donde debería ser más inexpugnable: en el Pentágono, corazón del poderío militar de una nación que cuenta con un presupuesto para este concepto de ¡¡300.000 millones de dólares anuales!!
"La visión que los norteamericanos tenían sobre ellos mismos y de su relación con el resto del planeta –y hasta posiblemente con dios- ha sido permanentemente modificada. Ya no hay respuestas simples, claras para todo. Sólo hay preguntas", como señala John Carlin. En un país en el que menos del 10 % de la población podría señalar España en un mapamundi, en un país en el que se considera en general que el planeta más allá de las fronteras de los EE.UU. carece totalmente de importancia, resulta que ahora el ciudadano medio siente como los cimientos de su mundo se han venido abajo.
Además del dolor y el espanto, un nuevo sentimiento insidioso se ha apoderado de los norteamericanos: la convicción de que los jinetes del Apocalipsis no hubieran podido cabalgar sin apoyos internos. ¿Cómo si no explicar que un pequeño ejército virtual pueda actuar con éxito en varios ataques simultáneos sobre objetivos muy definidos y simbólicos, burlando a los 14 servicios de inteligencia (con un presupuesto anual de 30.000 millones de dólares) y a las 40 agencias de investigación del país más poderoso y militarizado de la Tierra?
Antecedentes
Pero el apocalíptico ataque al corazón de EE.UU. no sólo rompió un récord de intangibilidad territorial que había sorteado con éxito dos guerras mundiales, sino que, como escribe Miguel Bonasso en Página 12, "cambió de manera copernicana el Nuevo Orden Internacional que parecía establecido por mucho tiempo después de la implosión de la Unión Soviética y de la Operación Tormenta del Desierto. La posguerra fría ha durado menos de 10 años para dejar paso a una guerra oscura, de golpes imprevisibles" y efectos devastadores que teñirá de sangre y terror el siglo XXI.
Lo ocurrido el martes 11 de septiembre está directamente vinculado con las miles de causas acumuladas, con dramática y sangrienta paciencia, por los oprimidos del mundo.
¿Acaso no fue la "democracia norteamericana" la que arrojó sendas bombas atómicas (con tres días de diferencia) sobre Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945, causando cientos de miles de muertos y produciendo consecuencias radioactivas terribles que aún hoy siguen generando víctimas? Nos referimos a quienes 20 años después no tuvieron inconvenientes para lanzar su guerra de ocupación en Vietnam, arrojando bombas de fósforo y desfoliantes sobre núcleos masivos de población civil.
¿No son acaso los mismos que lanzaron los fracasados ataques militares en Playa Girón y Bahía Cochinos, los que bloquean desde hace 42 años a la Cuba socialista? ¿No son los mismos del bombardeo inmisericorde a Panamá, en 1989, que causó 7.000 muertos con el fin de apresar a un hombre (Noriega) que anteriormente había sido aliado y agente de la CIA, exactamente igual que ocurre ahora con Bin Laden?
Posiblemente la inmensa mayoría del pueblo norteamericano desconozca que hubo otro 11 de septiembre terriblemente ominoso para la Humanidad: el de 1973, en Chile, cuando la intervención directa de EE.UU. y su secretario de Defensa, Henry Kissinger, propiciaron el golpe militar del fascista Pinochet que acabó con la vida del presidente electo Salvador Allende y que habría de suponer la muerte y desaparición de miles de hombres y mujeres opuestos al régimen. La historia de América Latina está repleta de intervenciones militares norteamericanas y de golpes militares con la intervención de la CIA: invasión de la isla de Granada, sostenimiento de la "contra" nicaragüense, Operación Cóndor, Plan Colombia, la guerra en Guatemala (200.000 muertos, en su mayoría indígenas mayas), etc. La lista sería interminable.
¿Cuántos civiles murieron en los Balcanes durante los 48 días de machaque aliado? ¿Cuántos morirán en los próximos años por culpa de tener en su cuerpo el veneno del "uranio empobrecido"?
Pero aún hay más. Lejos de ser los terroristas del mundo, los pueblos islámicos han sido sus principales víctimas en los últimos años. Dos días antes del atentado a los EE.UU., ocho personas murieron en el sur de Irak, cuando aviones británicos y estadounidenses bombardearon áreas civiles sin que mereciese ninguna atención por parte de los medios de comunicación occidentales. ¿Cuántos niños, hombres y mujeres han muerto en Irak como consecuencia de la intervención militar, de los continuos bombardeos durante diez años y, sobre todo, del embargo impuesto por EE.UU. y Gran Bretaña? Por lo menos, un millón de civiles, la mitad de ellos niños.
Los palestinos saben muy bien que EE.UU. tiene los medios para imponer una paz justa, pero que hace injustamente lo contrario: apoya incondicionalmente la política militarista de Israel; veta al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para que no imponga sanciones a Israel; dota al gobierno sionista de Tel Aviv de aviones desde los que se bombardea los pueblos palestinos; apoya con 3.000 millones de dólares anuales a su aliado.
¿Alguien se sorprende de que toda esta política intervencionista genere odio entre sus víctimas, entre los perseguidos, entre los eternamente humillados?
El indignante papel de los medios de comunicación
Como señala Robert Fisk, la gente en el Oriente Medio lamentará la pérdida de vidas inocentes como consecuencia del atentado de Nueva York y Washington, pero preguntará si los periódicos y las redes de televisión de Occidente dedicaron alguna vez una fracción de la cobertura actual al medio millón de niños muertos en Irak o a los 17.500 civiles muertos en la invasión de Líbano por Israel en 1982.
El terror occidental forma parte de la historia reciente del imperialismo, una palabra que los periodistas no se atreven a expresar ni a escribir. Los medios de comunicación occidentales minimizan, en el mejor de los casos, la culpabilidad de los poderes imperiales y presentan la política exterior occidental con pretensiones de superioridad moral y legal indiscutibles.
"Si no fuera porque el pensamiento único tiene una vigencia atroz –escribe Carlos Aznárez, director de "Resumen Latinoamericano"- y el chip de la autocensura complaciente que llevan los "informadores" y "comunicadores" adherido a sus dos orejas no les permite oír el rumor de los condenados de la tierra, lo más lógico hubiera sido que para explicar a lectores, oyentes y millones de televidentes las razones del ataque a EE.UU. se hubieran deslizado algunas interrogantes" o el análisis de las cuestiones previas al mismo. Más allá del dominio de las agencias norteamericanas de comunicación, más allá de la censura autocomplaciente de sus medios, más allá de la evidente manipulación a la que como consumidores de estos medios nos hayamos sometidos, más allá de las memeces hipócritas que debemos escuchar de esos belicistas disfrazados de "periodistas" y "tertulianos", hay que señalar la falta de ética y responsabilidad de los verdaderos periodistas que se prestan al juego de los intereses de sus respectivas empresas, pasando por encima de la verdad y del rigor informativo. En un momento de indudable derechización mundial y en vísperas de una guerra jaleada y justificada desde los "mass media", estos son tan directamente responsables como los mismos dirigentes políticos y estrategas militares de la escalada de violencia mundial a la que estamos abocados. No se trata ya, por ejemplo, de que la CBS pertenezca a la empresa Westinghouse, que produce plantas nucleares, o que la NBC pertenezca a la General Electric, que en gran medida vive de sus contratos con el Pentágono, a quien vende turbinas para reactores nucleares y motores de aviación. No se trata de que la CNN manipule un vídeo o el rodaje del mismo para mostrar la alegría por el atentado de un grupo de niños palestinos inmediatamente después de producirse éste, sin tener en cuenta (o precisamente por esto) el impacto que tales imágenes pueden producir entre la ciudadanía profundamente conmocionada y que, al mismo tiempo, nos hurten las imágenes del Pentágono (por razones de seguridad) o la de los muertos de las Torres Gemelas (por no herir sensibilidades). No se trata de que primero nos digan que el avión que cayó en Pensilvania fue derribado por el ejército estadounidense y, luego, nos camelen con que han sido los propios pasajeros quienes, en una acción heroica, han preferido rebelarse contra los secuestradores y morir sin causar mayores daños. Se trata de que, desde el mismo momento del atentado, apunten al culpable (bin Laden), adelantándose así a las conclusiones de las investigaciones de los servicios de inteligencia norteamericanos. Se trata de que los propios medios de comunicación españoles justifiquen o callen todo esto, al mismo tiempo que nos ofrecen continuos funerales y entrevistas con las víctimas o sus familiares. ¿cuándo han entrevistado a las madres del medio millón de niños muertos en Irak por efectos del bloqueo? ¿Es que los palestinos torturados, los irakíes masacrados, los africanos que mueren de hambre no tienen familia? ¿Sólo la tienen las víctimas norteamericanas? Se trata de que Antena 3, el mismo martes, y a una hora de gran audiencia otorgue minutos y minutos de protagonismo al ex presidente israelí Benjamin Netanyahu. Se trata de que el domingo inmediatamente siguiente al atentado, El Mundo se descuelgue con un reportaje fotográfico sobre los ajusticiamientos islámicos en Irán (¿por qué en este momento? ¿no son los EE.UU. los campeones de la pena de muerte?). Se trata, por fin, de que casi todos los medios criminalicen la editorial de Gara y metan en el mismo saco a los islamistas y a los supuestamente pro-etarras. Se trata de todo eso y mucho más, y viene a demostrarnos que vivimos en medio de una Gran Mentira, auspiciada y defendida desde los grandes medios de comunicación. No se trata de vilipendiar a los medios para, en palabras de Ryszard Kapuscinski, "justificar la letargia en la que han caído nuestras propias conciencias", sino de demostrar cómo el contexto discursivo de los medios –como escribía J.J. Perelló hace poco en El Viejo Topo- "impide un cuestionamiento, siquiera sea teórico y reflexivo, de nuestro mundo real cercano, imposibilita cualquier ejercicio de crítica social relegando todo intento de rebeldía al terreno de lo marginal, cuando no de la ilegalidad". Fuera del sistema, todo es barbarie. En palabras de ese gran estadista mundial del siglo XXI, George Bush junior, "quien no está con nosotros, está contra nosotros". Es decir, ahora más que antes, quien se atreva a criticar la hegemonía de los EE.UU. será tachado de "terrorista" y tratado como tal.
El fundamentalismo de George Bush
Como si se tratase de una película más del Oeste, Bush, en su reciente discurso, tal como escribe Eduardo Galeano "decidió cortar la humanidad en dos, `buenos´ y `malos´. Por supuesto, ellos son los `buenos´. Y su público, parlamentarios republicanos, demócratas, generales, funcionarios, aplauden en pie".
El mismo presidente que se ha negado a firmar el Protocolo de Kioto sobre reducción de emisiones contaminantes, que se ha opuesto a la creación de una Corte Penal Internacional, que pretende romper el Tratado de Misiles Anti-Balísticos (ABM), señala con vehemencia que "los vamos a destruir". Lo peor es que nadie sabe con certeza a quién o quiénes "van a destruir". Puede ser cualquiera que se cruce por su camino.
Poco importa ya quiénes fuesen los autores materiales del atentado contra las Torres Gemelas y el Pentágono, ante la magnitud de lo que se nos viene encima. Como dice Fidel Castro: "los ideólogos más extremistas y los halcones más belicosos, ya ubicados en posiciones privilegiadas de poder, han tomado el mando del país más poderoso del planeta. Su capacidad para destruir y matar es enorme; sus hábitos de ecuanimidad, serenidad, reflexión y contención son, en cambio, mínimos". ¿Puede quedar alguna esperanza después de escuchar el pasado 20 de septiembre el discurso del presidente ante el Congreso de los Estados Unidos? "Vamos a utilizar cualquier arma de guerra que sea necesaria", ha señalado. Es decir, no excluye ninguna amenaza por mortífera que sea: nuclear, química, biológica u otras. "Cualquier nación, en cualquier lugar, tiene ahora que tomar una decisión: o están con nosotros o están con el terrorismo". Así de contundente y de tranquilizador, ninguna nación se puede considerar a salvo de sus amenazas.
Bush dirige al pueblo norteamericano un discurso tan elemental e infantil como peligroso: "Esta es la lucha del Bien contra el Mal", repite este personaje que debería racionalizar la respuesta. ¿No es esto hacer fundamentalismo?, se pregunta Iosu Perales. Desde luego que sí, pero no es algo nuevo en EE.UU. En mayo de este mismo año, Heinz Dieterich Steffan escribía sobre el preocupante balance "en cuanto a la imposición de normas excluyentes del totalitarismo cristiano sobre el conjunto de la sociedad, que hace que EE.UU. se convierta cada vez más en el Afganistán de Occidente". Así pues, existe un paralelismo evidente entre el discurso de Bush y el de los talibanes que ahora trata de bombardear.
Al igual que algunos colectivos islámicos interpretan el Corán desde un grado extremo de confrontación que traduce en guerra santa todas sus causas sociales y políticas, así los estadounidenses se han sentido desde la fundación de su nación el pueblo elegido por dios para conducir a la comunidad de pueblos y naciones, si es necesario utilizando el castigo. "No sabemos cuál va a ser el derrotero de este conflicto, pero sí cuál va a ser el desenlace(...) Y sabemos que Dios no es neutral".
Como señala John Carlin, "el cristianismo americano, el más ferviente del mundo occidental, es un cristianismo que da más énfasis al Antiguo que al Nuevo Testamento. Con Cristo existen matices. Para los profetas, la vida era más simple. La justicia era cuestión de ojo por ojo. En los EE.UU. no hay debate sobre la pena de muerte. Es justa y necesaria y no se discute más". Todo hace pensar, pues, que la venganza será bíblica.
Justicia infinita
Penoso resulta ver cómo la mayoría de los gobiernos europeos aceptan mansamente implicarse en aventuras que no responden a los verdaderos intereses de sus pueblos y que pueden tener dramáticas consecuencias para la humanidad, tal como escribe E. Galeano. ¿Dónde queda la racionalidad europea? ¿Dónde el derecho internacional que ha sido uno de los pilares europeos frente a la concepción hobbesiana pura y dura de la razón de la fuerza?, vuelve a preguntarse Iosu Perales.
La firma del artículo 5 que moviliza a la OTAN, aparte de una enorme falacia que atenta contra el derecho internacional (sólo legitima para repeler un ataque, no para protagonizar otra agresión y sitúa a la OTAN por encima del Consejo de Seguridad de la ONU) coloca a Europa en su lugar como fiel e incondicional vasallo de los EE.UU. y ésta posiblemente aplaudirá, y si es necesario (que lo va a ser), financiará las operaciones militares norteamericanas.
Aznar se sumó el primero a la "cruzada anti-terrorista", poniendo desinteresadamente al servicio del Imperio las bases de Rota y Morón. (Las fuerzas estadounidenses operan actualmente con impunidad desde bases en 50 países). El entusiasta gobierno de Blair, el artífice de la ya olvidada Tercera Vía, que ya se ha embarcado en cuatro aventuras violentas, defendiendo "intereses británicos" disfrazados de "mantenimiento de la paz" (todo un récord que ningún otro gobierno británico ha igualado en medio siglo) ha empezado a movilizar sus tropas para sumarse a la operación de venganza. ¿Qué va a ocurrir a partir de ahora? Pues, a la espera de que EE.UU., con el beneplácito de sus aliados, desencadene una guerra de imprevisibles consecuencias y aumente consiguientemente la espiral de violencia que ya existe en el mundo, se pueden apuntar algunas reacciones y efectos que ya se están produciendo tras el atentado: En primer lugar, va a haber un auge político del fascismo dentro del sistema internacional, "una barbarización de las relaciones del mundo", en palabras de Atilio Borón. Asimismo, los movimientos antiglobalización van a ser combatidos mucho más que antes, acusados de ser cómplices de estos atentados terroristas (ahí están las declaraciones de un ministro del fascista Berlusconi que relacionaba las manifestaciones de Génova contra el G-8 con el atentado a EE.UU.)
No sabemos si habrá o no recesión económica, pero, de momento, las grandes compañías trasnacionales están aprovechando para despedir a miles de trabajadores. Se está dando ya un auge del racismo anti-árabe, sobre todo en EE.UU., pero es posible que se extienda también a Europa. Los israelíes seguramente seguirán asesinando palestinos y los yanquis volverán a fabricar otro Satán, otro monstruo que concentre el odio de todo el mundo. Parece que Osama bin Laden tiene todas las papeletas. Antes fueron Jomeini, Gadaffi, Sadam Hussein o Milosevic, por citar los más cercanos en el tiempo. ¡Qué más da! La población norteamericana contemplará por la CNN cómo sus "chicos" vengan el orgullo herido, a costa, una vez más, de otras vidas tan inocentes como las de las Torres Gemelas. Y, como es previsible que la respuesta militar no detenga más ataques en el futuro, la represalia sólo habrá servido para continuar el ciclo de violencia, no para acabar con él.
Conclusiones
"Lo que se necesita es un análisis de dónde estamos en este mundo y por qué somos odiados por tanta gente en el planeta" como explicó el día después del atentado Richard E. Rubinstein, profesor de resolución de conflictos en la Universidad George Mason.
¿Se darán cuenta los norteamericanos que necesitan reconstruir las relaciones con otros pueblos del mundo para reducir el odio que, generación tras generación, puede seguir produciendo, entre otras cosas, nuevos ataques terroristas?
¿Logrará Europa encontrar su propio camino e introducir un poco de sensatez en la política económica y exterior de los EE.UU.?
La terrible masacre producida en EE.UU. debería de servir para que reflexionemos todos sobre el tipo de civilización que tratamos de imponer al resto del mundo, para corregir la conducción del mundo actual.
No puede haber paz en el mundo con los niveles de injusticia y de explotación actuales. Mientras dos terceras partes de la humanidad vivan en la pobreza, viendo como aumenta la brecha con el mundo rico; mientras sigan muriendo de hambre 25.000 niños cada día; mientras siga sangrando Palestina, ¿cómo se puede pensar que habrá paz, seguridad, convivencia?
Nos conmueve la muerte de miles de inocentes en los atentados del 11 de septiembre. Tanto como la de millones de víctimas de un sistema injusto que empobrece, excluye y mata por hambre, por enfermedades curables, por represión, por bombardeos, por asesinatos...
La seguridad mundial no puede basarse en escudo anti-misiles ni en la guerra, sino en procesos políticos y en una redistribución de la riqueza.
Y esto es tarea de todos, porque, para concluir con E. Galeano, "nunca como en estos terribles "tiempos del cólera" ha sido tan necesaria la presencia activa de ciudadanos, de lo que algunos llaman "la sociedad civil" y otros nombran como "movimientos sociales". De los que no ocupan cargos relevantes, los que se levantan todas las mañanas para trabajar en serio, para crear, producir, ser útiles o para buscar un trabajo que el sistema les niega, los que luchan por sacar adelante a sus hijos, los que sueñan con un futuro mejor, con justicia, con paz, con solidaridad".
Contra el terrorismo, contra la guerra. Es la hora de la serenidad y el coraje.