Manifiesto del Congreso por la Libertad de la Cultura
Arthur Koestler
1. Sostenemos que es por sí mismo evidente que la libertad intelectual es uno de los derechos inalienables del hombre.
2. Esa libertad se define ante todo por el derecho del hombre a sostener y expresar sus propias opiniones, y en especial las opiniones que difieren de las de sus gobernantes. Privado del derecho de decir ‘no’, el hombre se convierte en esclavo.
3. La libertad y la paz son inseparables. En cualquier país, bajo cualquier régimen, la inmensa mayoría de la gente común teme la guerra y se opone a ella. El peligro de guerra se vuelve agudo cuando el gobierno, al suprimir las instituciones representativas democráticas, niega a la mayoría el derecho de imponer su voluntad.
Sólo puede mantenerse la paz si cada gobierno se somete al control e inspección de sus actos por parte del pueblo a quien gobierna, y acuerda someter todas las cuestiones que involucran inmediatamente peligro de guerra, a una autoridad internacional representativa, cuya decisión habrá que acatar.
4. Sostenemos que la principal razón de la actual inseguridad mundial es la política de los gobiernos que, mientras hablan a favor de la paz, se niegan a aceptar ese doble control. La experiencia histórica prueba que es imposible preparar y librar guerras bajo cualquier consigna, incluso la de la paz. Las campañas por la paz no respaldadas por actos que garanticen su mantenimiento son como moneda falsa puesta en circulación con propósitos deshonestos. La cordura intelectual y la seguridad física pueden retornar al mundo sólo si se abandonan esas prácticas.
5. La libertad se basa en la tolerancia hacia las opiniones divergentes. El principio de la tolerancia no permite lógicamente la práctica de la intolerancia.
6. Ninguna filosofía política ni ninguna teoría económica pueden pretender tener derecho exclusivo a representar a la libertad en abstracto. Sostenemos que hay que juzgar el valor de esas teorías por la medida de libertad concreta que acuerdan en la práctica al individuo.
Sostenemos asimismo que ninguna raza, nación, clase o religión puede pretender tener derecho exclusivo a representar la idea de libertad, ni derecho a denegar libertad a otros grupos o credos en nombre de ningún ideal fundamental o de ningún elevado objetivo. Sostenemos que hay que juzgar la contribución histórica de toda sociedad por la medida y calidad de lñibertad de que sus miembros gozan efectivamente.
7. En épocas de emergencia, se imponen restricciones a la libertad del individuo en nombre del interés real o supuesto de la comunidad. Sostenemos que es esencial que esas restricciones se reduzcan a un mínimo de acciones claramente especificadas; que se las considere recursos provisionales y limitados, con carácter de sacrificios; y que las medidas que restringen la libertad estén sujetas a amplia crítica y a control democrático. Sólo de este modo podremos tener una razonable seguridad de que las medidas de mergencia que restringen la libertad individual no degenerarán en una tiranía permanente.
8. En los Estados totalitarios, las restricciones a la libertad no se proponen, ni son consideradas públicamente, como sacrificios impuestos al pueblo, sino que, al contrario, se las representa como triunfos del progreso y realizaciones de una civilización superior. Sostenemos que tanto la teoría como la práctica de esos regímenes contraría los derechos básicos del individuo y las aspiraciones fundamentales de la humanidad en conjunto.
9. Sostenemos que el peligro de esos regímenes es tanto más grande cuanto que sus medios de imponerse sobrepasan con mucho los de todas las tiranías anteriores conocidas en la historia de la humanidad. Del ciudadano del Estado totalitario se espera –y se lo obliga a ello- no sólo que se abstenga de delinquir, sino que conforme todos sus pensamientos y acciones a un molde indicado de antemano. Se persigue y condena a los ciudadanos sobre la base de acusaciones tan poco específicas y genéricas como ‘enemigos del pueblo’ y ‘elementos socialmente indignos de confianza’.
10. Sostenemos que no puede haber un mundo estable en tanto la humanidad permanezca dividida, con respecto a la libertad, en ‘poseedores y desposeídos’. La defensa de las libertades existentes, la reconquista de las libertades perdidas y la creación de nuevas libertades son partes de la misma lucha.
11. Sostenemos que la teoría y la práctica del Estado totalitario son la amenaza más grande que el hombre ha debido enfrentar en el transcurso de la historia civilizada.
12. Sostenemos que la indiferencia o neutralidad ante tal amenaza equivale a una traición a la humanidad y a la abdicación de la mente libre. Nuestra respuesta a esa amenaza puede decidir la suerte del hombre durante generaciones.
13. La defensa de la libertad intelectual impone hoy una obligación positiva: ofrecer nuestras respuestas constructivas a los problemas de nuestro tiempo.
14. Dirigimos este manifiesto a todos los hombres que estén decididos a recuperar las libertades que han perdido, a mantener y extender aquellas de que gozan.
El Congreso por la Libertad de la Cultura, asamblea internacional de escritores, eruditos y hombres de ciencia bajo el patrocinio de Bertrand Russell, Benedetto Croce, John Dewey, Karl Jaspers y Jacques Maritain, se reunió en Junio de 1950 en Berlín. Su sesión inaugural coincidió con el comienzo de la guerra de Corea. Sirvió como una tentativa para disipar la confusión intelectual creada por las campañas totalitarias bajo la consigna de la paz.
El Manifiesto, redactado por Arthur Koestler a pedido del comité organizador, se aprobó por unanimidad en la sesión de clausura del Congreso, el 30 de Junio de 1950.
Arthur Koestler
1. Sostenemos que es por sí mismo evidente que la libertad intelectual es uno de los derechos inalienables del hombre.
2. Esa libertad se define ante todo por el derecho del hombre a sostener y expresar sus propias opiniones, y en especial las opiniones que difieren de las de sus gobernantes. Privado del derecho de decir ‘no’, el hombre se convierte en esclavo.
3. La libertad y la paz son inseparables. En cualquier país, bajo cualquier régimen, la inmensa mayoría de la gente común teme la guerra y se opone a ella. El peligro de guerra se vuelve agudo cuando el gobierno, al suprimir las instituciones representativas democráticas, niega a la mayoría el derecho de imponer su voluntad.
Sólo puede mantenerse la paz si cada gobierno se somete al control e inspección de sus actos por parte del pueblo a quien gobierna, y acuerda someter todas las cuestiones que involucran inmediatamente peligro de guerra, a una autoridad internacional representativa, cuya decisión habrá que acatar.
4. Sostenemos que la principal razón de la actual inseguridad mundial es la política de los gobiernos que, mientras hablan a favor de la paz, se niegan a aceptar ese doble control. La experiencia histórica prueba que es imposible preparar y librar guerras bajo cualquier consigna, incluso la de la paz. Las campañas por la paz no respaldadas por actos que garanticen su mantenimiento son como moneda falsa puesta en circulación con propósitos deshonestos. La cordura intelectual y la seguridad física pueden retornar al mundo sólo si se abandonan esas prácticas.
5. La libertad se basa en la tolerancia hacia las opiniones divergentes. El principio de la tolerancia no permite lógicamente la práctica de la intolerancia.
6. Ninguna filosofía política ni ninguna teoría económica pueden pretender tener derecho exclusivo a representar a la libertad en abstracto. Sostenemos que hay que juzgar el valor de esas teorías por la medida de libertad concreta que acuerdan en la práctica al individuo.
Sostenemos asimismo que ninguna raza, nación, clase o religión puede pretender tener derecho exclusivo a representar la idea de libertad, ni derecho a denegar libertad a otros grupos o credos en nombre de ningún ideal fundamental o de ningún elevado objetivo. Sostenemos que hay que juzgar la contribución histórica de toda sociedad por la medida y calidad de lñibertad de que sus miembros gozan efectivamente.
7. En épocas de emergencia, se imponen restricciones a la libertad del individuo en nombre del interés real o supuesto de la comunidad. Sostenemos que es esencial que esas restricciones se reduzcan a un mínimo de acciones claramente especificadas; que se las considere recursos provisionales y limitados, con carácter de sacrificios; y que las medidas que restringen la libertad estén sujetas a amplia crítica y a control democrático. Sólo de este modo podremos tener una razonable seguridad de que las medidas de mergencia que restringen la libertad individual no degenerarán en una tiranía permanente.
8. En los Estados totalitarios, las restricciones a la libertad no se proponen, ni son consideradas públicamente, como sacrificios impuestos al pueblo, sino que, al contrario, se las representa como triunfos del progreso y realizaciones de una civilización superior. Sostenemos que tanto la teoría como la práctica de esos regímenes contraría los derechos básicos del individuo y las aspiraciones fundamentales de la humanidad en conjunto.
9. Sostenemos que el peligro de esos regímenes es tanto más grande cuanto que sus medios de imponerse sobrepasan con mucho los de todas las tiranías anteriores conocidas en la historia de la humanidad. Del ciudadano del Estado totalitario se espera –y se lo obliga a ello- no sólo que se abstenga de delinquir, sino que conforme todos sus pensamientos y acciones a un molde indicado de antemano. Se persigue y condena a los ciudadanos sobre la base de acusaciones tan poco específicas y genéricas como ‘enemigos del pueblo’ y ‘elementos socialmente indignos de confianza’.
10. Sostenemos que no puede haber un mundo estable en tanto la humanidad permanezca dividida, con respecto a la libertad, en ‘poseedores y desposeídos’. La defensa de las libertades existentes, la reconquista de las libertades perdidas y la creación de nuevas libertades son partes de la misma lucha.
11. Sostenemos que la teoría y la práctica del Estado totalitario son la amenaza más grande que el hombre ha debido enfrentar en el transcurso de la historia civilizada.
12. Sostenemos que la indiferencia o neutralidad ante tal amenaza equivale a una traición a la humanidad y a la abdicación de la mente libre. Nuestra respuesta a esa amenaza puede decidir la suerte del hombre durante generaciones.
13. La defensa de la libertad intelectual impone hoy una obligación positiva: ofrecer nuestras respuestas constructivas a los problemas de nuestro tiempo.
14. Dirigimos este manifiesto a todos los hombres que estén decididos a recuperar las libertades que han perdido, a mantener y extender aquellas de que gozan.
El Congreso por la Libertad de la Cultura, asamblea internacional de escritores, eruditos y hombres de ciencia bajo el patrocinio de Bertrand Russell, Benedetto Croce, John Dewey, Karl Jaspers y Jacques Maritain, se reunió en Junio de 1950 en Berlín. Su sesión inaugural coincidió con el comienzo de la guerra de Corea. Sirvió como una tentativa para disipar la confusión intelectual creada por las campañas totalitarias bajo la consigna de la paz.
El Manifiesto, redactado por Arthur Koestler a pedido del comité organizador, se aprobó por unanimidad en la sesión de clausura del Congreso, el 30 de Junio de 1950.