El sentido de la vida en Victor Frankl
1.- La realidad Primaria del Sentido
Es fácilmente observable que amplios sectores de la sociedad moderna, de manera más o menos intensa, están afectados por diversos trastornos psíquicos, que se traducen en diversas anomalías mentales, como pueden ser determinados tipos de ansiedades, complejos, depresiones, angustias, desesperanzas, aburrimiento, tedio…etc. y que les lleva a recorrer largos y costosos peregrinajes por el intrincado mundo de psiquiatras y psicólogos, como señala Victor Fraknl:
“Los pacientes acuden al psiquiatra porque dudan del sentido de su vida o desesperan de poder encontrarlo” [1]
Frankl, afamado psiquiatra y filósofo vienés, antiguo discípulo de Freud, y fundador de la “Logoterapia”, es uno de los pensadores del S. XX que con más amplitud y profundidad han tratado de estos conflictos psíquicos, y que ha logrado despertar el interés por ellos. Especialmente en dos de sus obras: “La Voluntad de Sentido” y “La Idea Psicológica del Hombre”, considera que lo primario y fundamental para vivir de acuerdo con nuestra dignidad humana es el encontrar un sentido a la vida:
"El preocuparse por hallar un sentido a la existencia es una realidad primaria, es la característica más original del ser humano” [2]
Por ello sostiene, que un importante porcentaje de estos trastornos mentales, proceden del “sinsentido” de la vida en el que se desenvuelve el itinerario existencial de numerosos individuos, producto de su vaciedad interior: Diversos filósofos de la antigüedad, como Sócrates, Platón, Aristóteles, los estoicos, los epicúreos, San Agustín, y un largo etcétera, ya se habían planteado desde sus propias ópticas especulativas, el concepto del sentido de la vida. Por ello se lamenta Frankl, que este concepto que justifica y da razón de ser a la existencia humana, no se haya planteado en los gabinetes psicológicos, hasta fechas recientes:
”Durante demasiado tiempo el clamor que busca el sentido ha sido desoído” “Este concepto tiene una historia larga, pero la psicología moderna, hasta hace poco apenas lo había utilizado sobre todo porque parecía inaccesible a la ciencia” [3]
2.- Una peculiaridad propia del ser humano
Frankl considera que la búsqueda del sentido de la vida, es una peculiaridad propia del ser humano, que lo distingue radicalmente de los animales irracionales. Y es que el hombre, como nos recuerda Heidegger, habita el mundo, que es su morada, y lo organiza de acuerdo con sus intencionales proyectos y decisiones, en cambio el animal, se limita a corretear por el mundo. Por tal circunstancia, cuando algún psicólogo con anteojeras reductivamente biologistas, concibe que la frustración por la ausencia de un sentido de la vida responde a una enfermiza falta de inseguridad, a un complejo de debilidad, o a otras instancias semejantes, expresa un notable desconocimiento de la naturaleza humana, y se arriesga a tener una visión deforme y unilateral de su realidad óntica:
“El cuidarse de averiguar el sentido de su existencia es lo que caracteriza justamente al ser humano en cuanto tal -no se puede ni aun imaginar un animal sometido a tal preocupación, y no es lícito degradar esta realidad que vemos en el hombre a una especie de debilidad, una enfermedad, un síntoma o un complejo. Más bien es al revés [4]. “La frustración de la voluntad de sentido, no es de suyo algo patológico, y está también lejos de ser enfermizo”[5]
Frankl reconoce y autovalora la importancia de su trabajo de investigación sobre la voluntad de sentido, y la positiva aplicación de su método de la “logoterapia”, tanto por los excelentes resultados prácticos que ha producido en sus pacientes, como por su identificación con la sensibilidad y las necesidades del hombre actual:
“Es un hecho que la logoterapia al interpretar al hombre como un ser en la búsqueda del sentido, hace vibrar una cuerda en el ser humano de hoy que conecta con necesidades de nuestra época [6]
3.- El placer como categoría suprema
Una de las conductas que revelan la ausencia del sentido de la vida, es la que le atribuye al placer sensible el rango de principio y categoría suprema, y se traduce en la búsqueda desaforada de aquellos objetos que lo producen, como las drogas, el sexo, el alcohol, los juegos de azar, etc. o también en el afán desmesurado de poseer imperativamente los múltiples productos y artefactos que se ofrecen en el mercado. Alejandro Llano, dirá al respecto que “la tendencia del disfrute inmediato de gratificaciones sensibles es culturalmente letal. Adormece la capacidad de proyecto, fomenta el conformismo y domestica la disidencia. Se mueve en una espiral descendente, que sume a las personas en el vértice del hedonismo” [7]
“La búsqueda del placer, (el principio del placer), comenta Frankl, aparece cuando se frustra la voluntad de sentido” [8].
Este principio hedonista del placer, que Frankl critica con su habitual agudeza, es precisamente el principio en el que Freud, fundado en las subjetivas instancias desiderativas del individuo, sustentará su tambaleante estatuto cognoscitivo. Un principio del placer, que se ha acelerado en la equívoca denominación de la “sociedad del consumismo”, y que actuando como anestesiador del espíritu, fomenta diversas formas de inmadurez psíquica que incapacitan para descubrir el auténtico sentido de la existencia humana:
“La pregunta por el sentido de la vida es expresión de madurez mental. En la sociedad de consumo y abundancia sólo hay una necesidad que no encuentra satisfacción y esa es la necesidad de sentido, su voluntad de sentido” [9]
Y es que la abundancia de ofertas y el innumerable elenco de instrumentos técnicos cada vez más sofisticados que nos brinda el supuesto “estado del bienestar”, aunque es evidente que satisface necesidades básicas en distintos órdenes de la vida, hay que afirmar al margen de lo políticamente correcto, que no responde a las exigencias más hondas e íntimas de la persona si se toman y se absolutizan como fines en sí mismos. Pues el simple tener y acumular bienes materiales, no perfecciona de por sí a los sujetos si no contribuyen a la perfección y enriquecimiento de su ser. Es lo que ya en los años treinta, Gabriel Marcel expresó en su conocida formulación de que el sentido y el valor de la persona “no está en lo que tiene, sino en lo que es”, es decir, no se trata solamente de “tener más” sino de “ser más”, proposición que de algún modo se podría identificar con la frase de Frankl:
“Las personas tienen los medios para vivir, pero carecen de sentido por el qué vivir”[10]
Como palpablemente se puede comprobar, este cumulo de prestaciones que hacen más fácil y cómoda la existencia y mejoran la salud colectiva, no son de por sí una fuente de alegría y de acicate intelectual, si no que más bien desembocan, como Frankl sabe poner de relieve, en la insatisfacción afectiva, y en la pérdida de sensibilidad para el agradecimiento (especialmente en los jóvenes), si no se les confiere un sentido de orden superior:
“Los pacientes en su mayoría están sanos, pero no están satisfechos de serlo, poseen abundantes bienes sin estar agradecidos” [11]
Poner como exclusivo objetivo la mera satisfacción de las necesidades biológicas (como pretende el psicoanálisis) simplemente para restablecer el reequilibrio homeostático o psicológico, conlleva mutilar la integridad de nuestro ser y cegar la mirada ante el horizonte de los valores:
“El ser humano no agota su realidad en la satisfacción de los instintos o las necesidades con miras a mantener o restablecer su equilibrio psíquico, sino que busca originariamente, cumplimiento de un sentido y la realización de unos valores”[12]. “La persona no está determinada por sus instintos sino orientada hacia el sentido” [13]
4.- La reducción biologista
Un reduccionismo psico-biológico, chato y romo, que se sustenta a costa de marginar otras dimensiones de la estructura humana, y que para Frankl supone una errónea interpretación que alimenta la ignorancia por el sentido de la vida:
“El reduccionismo tiene razón dentro de sus límites. Su peligro es el pensamiento unidimensional que priva la posibilidad de encontrar un sentido” [14]
Una de las consecuencias que se asienta en el ánimo de los individuos que se dejan impregnar por la ausencia del sentido, es para Frankl el aburrimiento. Un negativo sentimiento que desembocando en la abulia y la tristeza, se distribuye en un amplio repertorio de actitudes y comportamientos que se detectan por la falta de ilusiones y proyectos, o en la rutinaria frivolidad e insulsez de las conversaciones nutridas con los tópicos y cliches al uso, en un ir “matando” y perdiendo tediosamente el tiempo, también en la reiterativa monotonía y falta de imaginación que se aprecia frecuentemente en los medios de comunicación, y cuyos obtusos autores tienen que suplantar su falta de talento recurriendo al mal gusto, las expresiones soeces, la fácil chabacanería o el papanatismo de moda, ante una masificada audiencia tan mediocre y aburrida como ellos, etc. Situaciones todas ellas, que ponen de manifiesto un vacío existencial que Frankl lo juzgará como el cáncer de nuestra época
“La gente vive en un vacío existencial que se manifiesta sobre todo en el aburrimiento”[15] “La gran enfermedad de nuestro tiempo es la carencia de objetivos, el aburrimiento, la falta de sentido y de propósito” [16]
5.- La asequibilidad del sentido de la vida
Pero encontrar el sentido de la vida, no es algo que se pueda lograr mediante disposiciones en el boletín oficial, o por imperativos sociales de autoridad, sino que es una posibilidad asequible para cualquier persona que encuentre la razón u “objeto”, con la suficiente dignidad para justificar un verdadero sentido y arrastrar a la voluntad hacia su realización:
“La Voluntad de Sentido no puede ordenarse, es más bien un acto intencional que no permite una autoimposición. Para que surja debe ofrecerse un objeto. La búsqueda de un sentido no es un asunto de una minoría intelectual. sino de cada individuo [17]
Por ello, no hay que poseer una especial capacidad intelectual o ser un individuo con cualidades eminentes, para plantearse la necesidad de encontrar un sentido a la vida, y esto es así de natural, por la simple razón de que hallar un sentido es algo esencial a nuestra naturaleza:
“El sentido está a la alcance de la mano de todas y cada una de las personas” [18]
Frankl comenta de que en la medida que aumenta el peso y gravitación de nuestros deberes y compromisos personales, y asumimos nuestras propias responsabilidades, sin atribuir a los demás las deficiencias de nuestros actos, también en esa medida, se incrementa la conciencia y el sentido de nuestra vida:
“Las dificultades cuanto más grandes sean, acentúan el carácter de deber que tiene nuestra existencia y con ello se da más sentido a la vida” [19]. “El interrogante de la vida puede ser contestado si asumimos nuestra vida con responsabilidad que es el sentido de nuestra existencia” [20].
El panorama existencial que Frankl nos traza, nos abre a una fundada y alentadora esperanza, al formular la posibilidad de que vivir de acuerdo con un sentido supone un impulso de la creatividad imaginativa y una motivación de la voluntad para ser capaz de plasmar nuevas e insospechadas realizaciones. El despertar de las facultades, establece las condiciones óptimas para descubrir un significado trascendente, hasta en los quehaceres más prosaicos y corrientes que realizamos en todos los tramos de nuestra vida, y que supone una concepción vital que se opone frontalmente al absurdo sartriano de la existencia
“El ser humano llega a ser creativo cuando logra extraerle sentido a una vida que parecía absurda. La vida es potencialmente significativa hasta el último momento, hasta el último aliento” [21]
Para Frankl, el ácido corrosivo que disuelve el sentido de la vida, es la psicología de inspiración nihilista, cínicamente desenmascadora, que rechaza la dimensión espiritual y libre del ser humano y se niega a aceptar que la vida tenga un sentido de significación trascendente. Pero el precio a pagar por la materialista herencia recibida, es la obtención de un ser humano domesticado y biológicamente satisfecho, que por influencia de Nietzsche era, en última instancia, el objetivo que pretendía Freud de sus pacientes. Detrás de ese objetivo sólo queda una enigmática irracionalidad, sumergida en la insustancial vaciedad de su existencia, y cuando el individuo sensiblemente autosatisfecho, se atreve a arrimarse a su propia indigencia, siente el vértigo del abismo eternamente frío de la nada
“Esa psicología que a sí misma se llama deslarvante y que no acepta la voluntad de sentido, ni aun en lo espiritual en el ser humano, tilda como máscara lo que es algo primario, original e irreductible. Lo que se esconde detrás de esa psicología deslarvante, es la tendencia a desenmascarar, a desvalorizar, una tendencia que repudia lo espiritual del hombre y que de este modo se declara a sí misma esencialmente nihilista” [22].
6.- El ser humano remite más allá de sí mismo
¿Pero en que realidad concreta y determinada debe fundarse la actividad humana, para encontrar un auténtico sentido en su vida? ¿No puede ocurrir, que sin darnos cuenta, estemos suscitando la necesidad de un sentido abstracto y vacío de contenido? Es lo que apunta Alejandro Llano cuando escribe: “La cuestión del sentido no se dilucida ya en el ámbito del pensamiento abstracto, sino en el inmediatismo del contacto vital, en los encuentros personales, en el movimiento corporal, en la música y en el canto” [23].
Es indudable que el ser humano encuentra el sentido de la vida, en una diversidad de positivas y enriquecedoras actividades culturales, científicas, artísticas, deportivas etc, como Frankl señala en diversas ocasiones. Es cierto, por tanto, que existe todo un campo de posibilidades dadoras de sentido, pero también es cierto, que el auténtico y verdadero sentido, el que responde a las exigencias más hondas e íntimas del ser humano, es el sentido que se inspira en la dimensión trascendente de la persona, que no es otro, que el sentido que se funda en Dios como el acto de ser perfecto que posee la plenitud de sentido. Frankl reproduce la frase de Einstein en la que dice: “preguntar por el sentido de la vida significa ser religioso” [24], e interpretar el verdadero sentido, dirá el psiquiatra vienés, supone ser espiritual:
“La interpretación del sentido supone que el ser humano es espiritual” “El hecho antropológico fundamental es que el ser humano remite siempre más allá de si mismo, hacia algo que no es él, hacia algo o hacia alguien, hacia un sentido. El ser humano se realiza a si mismo en la medida que se trasciende” [25]
Frankl afirmará a lo largo de sus escritos, su atrevido silogismo, que el paso del tiempo se cuida de corroborar cada vez más, de que un elevado porcentaje de grados diversos de neurosis que sufre el hombre actual, tienen su origen en el bloqueo represivo de las virtudes y valores espirituales de la persona que se aprecia en la sociedad contemporánea, que le hacen desembocar en la pérdida de la voluntad de sentido y el vacío existencial.
1.- La realidad Primaria del Sentido
Es fácilmente observable que amplios sectores de la sociedad moderna, de manera más o menos intensa, están afectados por diversos trastornos psíquicos, que se traducen en diversas anomalías mentales, como pueden ser determinados tipos de ansiedades, complejos, depresiones, angustias, desesperanzas, aburrimiento, tedio…etc. y que les lleva a recorrer largos y costosos peregrinajes por el intrincado mundo de psiquiatras y psicólogos, como señala Victor Fraknl:
“Los pacientes acuden al psiquiatra porque dudan del sentido de su vida o desesperan de poder encontrarlo” [1]
Frankl, afamado psiquiatra y filósofo vienés, antiguo discípulo de Freud, y fundador de la “Logoterapia”, es uno de los pensadores del S. XX que con más amplitud y profundidad han tratado de estos conflictos psíquicos, y que ha logrado despertar el interés por ellos. Especialmente en dos de sus obras: “La Voluntad de Sentido” y “La Idea Psicológica del Hombre”, considera que lo primario y fundamental para vivir de acuerdo con nuestra dignidad humana es el encontrar un sentido a la vida:
"El preocuparse por hallar un sentido a la existencia es una realidad primaria, es la característica más original del ser humano” [2]
Por ello sostiene, que un importante porcentaje de estos trastornos mentales, proceden del “sinsentido” de la vida en el que se desenvuelve el itinerario existencial de numerosos individuos, producto de su vaciedad interior: Diversos filósofos de la antigüedad, como Sócrates, Platón, Aristóteles, los estoicos, los epicúreos, San Agustín, y un largo etcétera, ya se habían planteado desde sus propias ópticas especulativas, el concepto del sentido de la vida. Por ello se lamenta Frankl, que este concepto que justifica y da razón de ser a la existencia humana, no se haya planteado en los gabinetes psicológicos, hasta fechas recientes:
”Durante demasiado tiempo el clamor que busca el sentido ha sido desoído” “Este concepto tiene una historia larga, pero la psicología moderna, hasta hace poco apenas lo había utilizado sobre todo porque parecía inaccesible a la ciencia” [3]
2.- Una peculiaridad propia del ser humano
Frankl considera que la búsqueda del sentido de la vida, es una peculiaridad propia del ser humano, que lo distingue radicalmente de los animales irracionales. Y es que el hombre, como nos recuerda Heidegger, habita el mundo, que es su morada, y lo organiza de acuerdo con sus intencionales proyectos y decisiones, en cambio el animal, se limita a corretear por el mundo. Por tal circunstancia, cuando algún psicólogo con anteojeras reductivamente biologistas, concibe que la frustración por la ausencia de un sentido de la vida responde a una enfermiza falta de inseguridad, a un complejo de debilidad, o a otras instancias semejantes, expresa un notable desconocimiento de la naturaleza humana, y se arriesga a tener una visión deforme y unilateral de su realidad óntica:
“El cuidarse de averiguar el sentido de su existencia es lo que caracteriza justamente al ser humano en cuanto tal -no se puede ni aun imaginar un animal sometido a tal preocupación, y no es lícito degradar esta realidad que vemos en el hombre a una especie de debilidad, una enfermedad, un síntoma o un complejo. Más bien es al revés [4]. “La frustración de la voluntad de sentido, no es de suyo algo patológico, y está también lejos de ser enfermizo”[5]
Frankl reconoce y autovalora la importancia de su trabajo de investigación sobre la voluntad de sentido, y la positiva aplicación de su método de la “logoterapia”, tanto por los excelentes resultados prácticos que ha producido en sus pacientes, como por su identificación con la sensibilidad y las necesidades del hombre actual:
“Es un hecho que la logoterapia al interpretar al hombre como un ser en la búsqueda del sentido, hace vibrar una cuerda en el ser humano de hoy que conecta con necesidades de nuestra época [6]
3.- El placer como categoría suprema
Una de las conductas que revelan la ausencia del sentido de la vida, es la que le atribuye al placer sensible el rango de principio y categoría suprema, y se traduce en la búsqueda desaforada de aquellos objetos que lo producen, como las drogas, el sexo, el alcohol, los juegos de azar, etc. o también en el afán desmesurado de poseer imperativamente los múltiples productos y artefactos que se ofrecen en el mercado. Alejandro Llano, dirá al respecto que “la tendencia del disfrute inmediato de gratificaciones sensibles es culturalmente letal. Adormece la capacidad de proyecto, fomenta el conformismo y domestica la disidencia. Se mueve en una espiral descendente, que sume a las personas en el vértice del hedonismo” [7]
“La búsqueda del placer, (el principio del placer), comenta Frankl, aparece cuando se frustra la voluntad de sentido” [8].
Este principio hedonista del placer, que Frankl critica con su habitual agudeza, es precisamente el principio en el que Freud, fundado en las subjetivas instancias desiderativas del individuo, sustentará su tambaleante estatuto cognoscitivo. Un principio del placer, que se ha acelerado en la equívoca denominación de la “sociedad del consumismo”, y que actuando como anestesiador del espíritu, fomenta diversas formas de inmadurez psíquica que incapacitan para descubrir el auténtico sentido de la existencia humana:
“La pregunta por el sentido de la vida es expresión de madurez mental. En la sociedad de consumo y abundancia sólo hay una necesidad que no encuentra satisfacción y esa es la necesidad de sentido, su voluntad de sentido” [9]
Y es que la abundancia de ofertas y el innumerable elenco de instrumentos técnicos cada vez más sofisticados que nos brinda el supuesto “estado del bienestar”, aunque es evidente que satisface necesidades básicas en distintos órdenes de la vida, hay que afirmar al margen de lo políticamente correcto, que no responde a las exigencias más hondas e íntimas de la persona si se toman y se absolutizan como fines en sí mismos. Pues el simple tener y acumular bienes materiales, no perfecciona de por sí a los sujetos si no contribuyen a la perfección y enriquecimiento de su ser. Es lo que ya en los años treinta, Gabriel Marcel expresó en su conocida formulación de que el sentido y el valor de la persona “no está en lo que tiene, sino en lo que es”, es decir, no se trata solamente de “tener más” sino de “ser más”, proposición que de algún modo se podría identificar con la frase de Frankl:
“Las personas tienen los medios para vivir, pero carecen de sentido por el qué vivir”[10]
Como palpablemente se puede comprobar, este cumulo de prestaciones que hacen más fácil y cómoda la existencia y mejoran la salud colectiva, no son de por sí una fuente de alegría y de acicate intelectual, si no que más bien desembocan, como Frankl sabe poner de relieve, en la insatisfacción afectiva, y en la pérdida de sensibilidad para el agradecimiento (especialmente en los jóvenes), si no se les confiere un sentido de orden superior:
“Los pacientes en su mayoría están sanos, pero no están satisfechos de serlo, poseen abundantes bienes sin estar agradecidos” [11]
Poner como exclusivo objetivo la mera satisfacción de las necesidades biológicas (como pretende el psicoanálisis) simplemente para restablecer el reequilibrio homeostático o psicológico, conlleva mutilar la integridad de nuestro ser y cegar la mirada ante el horizonte de los valores:
“El ser humano no agota su realidad en la satisfacción de los instintos o las necesidades con miras a mantener o restablecer su equilibrio psíquico, sino que busca originariamente, cumplimiento de un sentido y la realización de unos valores”[12]. “La persona no está determinada por sus instintos sino orientada hacia el sentido” [13]
4.- La reducción biologista
Un reduccionismo psico-biológico, chato y romo, que se sustenta a costa de marginar otras dimensiones de la estructura humana, y que para Frankl supone una errónea interpretación que alimenta la ignorancia por el sentido de la vida:
“El reduccionismo tiene razón dentro de sus límites. Su peligro es el pensamiento unidimensional que priva la posibilidad de encontrar un sentido” [14]
Una de las consecuencias que se asienta en el ánimo de los individuos que se dejan impregnar por la ausencia del sentido, es para Frankl el aburrimiento. Un negativo sentimiento que desembocando en la abulia y la tristeza, se distribuye en un amplio repertorio de actitudes y comportamientos que se detectan por la falta de ilusiones y proyectos, o en la rutinaria frivolidad e insulsez de las conversaciones nutridas con los tópicos y cliches al uso, en un ir “matando” y perdiendo tediosamente el tiempo, también en la reiterativa monotonía y falta de imaginación que se aprecia frecuentemente en los medios de comunicación, y cuyos obtusos autores tienen que suplantar su falta de talento recurriendo al mal gusto, las expresiones soeces, la fácil chabacanería o el papanatismo de moda, ante una masificada audiencia tan mediocre y aburrida como ellos, etc. Situaciones todas ellas, que ponen de manifiesto un vacío existencial que Frankl lo juzgará como el cáncer de nuestra época
“La gente vive en un vacío existencial que se manifiesta sobre todo en el aburrimiento”[15] “La gran enfermedad de nuestro tiempo es la carencia de objetivos, el aburrimiento, la falta de sentido y de propósito” [16]
5.- La asequibilidad del sentido de la vida
Pero encontrar el sentido de la vida, no es algo que se pueda lograr mediante disposiciones en el boletín oficial, o por imperativos sociales de autoridad, sino que es una posibilidad asequible para cualquier persona que encuentre la razón u “objeto”, con la suficiente dignidad para justificar un verdadero sentido y arrastrar a la voluntad hacia su realización:
“La Voluntad de Sentido no puede ordenarse, es más bien un acto intencional que no permite una autoimposición. Para que surja debe ofrecerse un objeto. La búsqueda de un sentido no es un asunto de una minoría intelectual. sino de cada individuo [17]
Por ello, no hay que poseer una especial capacidad intelectual o ser un individuo con cualidades eminentes, para plantearse la necesidad de encontrar un sentido a la vida, y esto es así de natural, por la simple razón de que hallar un sentido es algo esencial a nuestra naturaleza:
“El sentido está a la alcance de la mano de todas y cada una de las personas” [18]
Frankl comenta de que en la medida que aumenta el peso y gravitación de nuestros deberes y compromisos personales, y asumimos nuestras propias responsabilidades, sin atribuir a los demás las deficiencias de nuestros actos, también en esa medida, se incrementa la conciencia y el sentido de nuestra vida:
“Las dificultades cuanto más grandes sean, acentúan el carácter de deber que tiene nuestra existencia y con ello se da más sentido a la vida” [19]. “El interrogante de la vida puede ser contestado si asumimos nuestra vida con responsabilidad que es el sentido de nuestra existencia” [20].
El panorama existencial que Frankl nos traza, nos abre a una fundada y alentadora esperanza, al formular la posibilidad de que vivir de acuerdo con un sentido supone un impulso de la creatividad imaginativa y una motivación de la voluntad para ser capaz de plasmar nuevas e insospechadas realizaciones. El despertar de las facultades, establece las condiciones óptimas para descubrir un significado trascendente, hasta en los quehaceres más prosaicos y corrientes que realizamos en todos los tramos de nuestra vida, y que supone una concepción vital que se opone frontalmente al absurdo sartriano de la existencia
“El ser humano llega a ser creativo cuando logra extraerle sentido a una vida que parecía absurda. La vida es potencialmente significativa hasta el último momento, hasta el último aliento” [21]
Para Frankl, el ácido corrosivo que disuelve el sentido de la vida, es la psicología de inspiración nihilista, cínicamente desenmascadora, que rechaza la dimensión espiritual y libre del ser humano y se niega a aceptar que la vida tenga un sentido de significación trascendente. Pero el precio a pagar por la materialista herencia recibida, es la obtención de un ser humano domesticado y biológicamente satisfecho, que por influencia de Nietzsche era, en última instancia, el objetivo que pretendía Freud de sus pacientes. Detrás de ese objetivo sólo queda una enigmática irracionalidad, sumergida en la insustancial vaciedad de su existencia, y cuando el individuo sensiblemente autosatisfecho, se atreve a arrimarse a su propia indigencia, siente el vértigo del abismo eternamente frío de la nada
“Esa psicología que a sí misma se llama deslarvante y que no acepta la voluntad de sentido, ni aun en lo espiritual en el ser humano, tilda como máscara lo que es algo primario, original e irreductible. Lo que se esconde detrás de esa psicología deslarvante, es la tendencia a desenmascarar, a desvalorizar, una tendencia que repudia lo espiritual del hombre y que de este modo se declara a sí misma esencialmente nihilista” [22].
6.- El ser humano remite más allá de sí mismo
¿Pero en que realidad concreta y determinada debe fundarse la actividad humana, para encontrar un auténtico sentido en su vida? ¿No puede ocurrir, que sin darnos cuenta, estemos suscitando la necesidad de un sentido abstracto y vacío de contenido? Es lo que apunta Alejandro Llano cuando escribe: “La cuestión del sentido no se dilucida ya en el ámbito del pensamiento abstracto, sino en el inmediatismo del contacto vital, en los encuentros personales, en el movimiento corporal, en la música y en el canto” [23].
Es indudable que el ser humano encuentra el sentido de la vida, en una diversidad de positivas y enriquecedoras actividades culturales, científicas, artísticas, deportivas etc, como Frankl señala en diversas ocasiones. Es cierto, por tanto, que existe todo un campo de posibilidades dadoras de sentido, pero también es cierto, que el auténtico y verdadero sentido, el que responde a las exigencias más hondas e íntimas del ser humano, es el sentido que se inspira en la dimensión trascendente de la persona, que no es otro, que el sentido que se funda en Dios como el acto de ser perfecto que posee la plenitud de sentido. Frankl reproduce la frase de Einstein en la que dice: “preguntar por el sentido de la vida significa ser religioso” [24], e interpretar el verdadero sentido, dirá el psiquiatra vienés, supone ser espiritual:
“La interpretación del sentido supone que el ser humano es espiritual” “El hecho antropológico fundamental es que el ser humano remite siempre más allá de si mismo, hacia algo que no es él, hacia algo o hacia alguien, hacia un sentido. El ser humano se realiza a si mismo en la medida que se trasciende” [25]
Frankl afirmará a lo largo de sus escritos, su atrevido silogismo, que el paso del tiempo se cuida de corroborar cada vez más, de que un elevado porcentaje de grados diversos de neurosis que sufre el hombre actual, tienen su origen en el bloqueo represivo de las virtudes y valores espirituales de la persona que se aprecia en la sociedad contemporánea, que le hacen desembocar en la pérdida de la voluntad de sentido y el vacío existencial.
Notas:
[1] Victor Frankl, , “El Hombre Doliente”, Ed. Herder, Barcelona, 1984, p 36
[2] Idem“La Idea Psicológica del Hombre”, Ed. Rialp, Madrid, 1965, p93
[3] Idem, La Voluntad de Sentido”, Ed. Herder, Barcelona, 1983, p 250-255
[4] Idem, p 58
[5] Víctor Frankl, “La Idea Psicológica del Hombre”, p 59
[6] Idem, p 187
[7] Alejandro Llano, “La Nueva Sensibilidad”, Espasa Calpe, Madrid, 1988, p 166
[8] V. Frankl, “La Voluntad de Sentido”, p 12
[9] Idem, p 226
[10] Idem, p 245
[11] Idem, p 229
[12] Víctor Frankl, “El Hombre Doliente”, p 38
[13] Víctor Frankl, “La Voluntad de Sentido”, p 111
[14] Víctor Frankl, “El Hombre Doliente”, p 17
[15] Idem, p 14
[16] Idem, p 22
[17] Víctor Frankl, “La Voluntad de Sentido”, p 178
[18] Idem, p 250
[19] Idem, p 15
[20] Idem, p 16
[21] Idem, 246
[22] Víctor Frankl, “La Idea Psicológica del Hombre”, p 116
[23] Alejandro Llano, “La Nueva Sensibilidad, p 116
[24] Víctor Frankl, “La Voluntad de Sentido”, p 115
[25] Víctor Frankl, “El Hombre Doliente”, p 45 y 59
[1] Victor Frankl, , “El Hombre Doliente”, Ed. Herder, Barcelona, 1984, p 36
[2] Idem“La Idea Psicológica del Hombre”, Ed. Rialp, Madrid, 1965, p93
[3] Idem, La Voluntad de Sentido”, Ed. Herder, Barcelona, 1983, p 250-255
[4] Idem, p 58
[5] Víctor Frankl, “La Idea Psicológica del Hombre”, p 59
[6] Idem, p 187
[7] Alejandro Llano, “La Nueva Sensibilidad”, Espasa Calpe, Madrid, 1988, p 166
[8] V. Frankl, “La Voluntad de Sentido”, p 12
[9] Idem, p 226
[10] Idem, p 245
[11] Idem, p 229
[12] Víctor Frankl, “El Hombre Doliente”, p 38
[13] Víctor Frankl, “La Voluntad de Sentido”, p 111
[14] Víctor Frankl, “El Hombre Doliente”, p 17
[15] Idem, p 14
[16] Idem, p 22
[17] Víctor Frankl, “La Voluntad de Sentido”, p 178
[18] Idem, p 250
[19] Idem, p 15
[20] Idem, p 16
[21] Idem, 246
[22] Víctor Frankl, “La Idea Psicológica del Hombre”, p 116
[23] Alejandro Llano, “La Nueva Sensibilidad, p 116
[24] Víctor Frankl, “La Voluntad de Sentido”, p 115
[25] Víctor Frankl, “El Hombre Doliente”, p 45 y 59
Sobre la téoría de Victor Frankl
Tanto la teoría como la terapia de Víctor Frankl se desarrolló a partir de sus experiencias en los campos de concentración nazis. Al ver quien sobrevivía y quién no (a quién se le daba la oportunidad de vivir), concluyó que el filósofo Friederich Nietszche estaba en lo cierto: Aquellos que tienen un por qué para vivir, pese a la adversidad, resistirán”. Pudo percibir cómo las personas que tenían esperanzas de reunirse con seres queridos o que poseían proyectos que sentían como una necesidad inconclusa, o aquellos que tenían una gran fe, parecían tener mejores oportunidades que los que habían perdido toda esperanza.
Su terapia se denomina logoterapia, de la palabra griega logos, que significa estudio, palabra, espíritu, Dios o significado, sentido, siendo ésta última la acepción que Frankl tomó, aunque bien es cierto que las demás no se apartan mucho de este sentido. Cuando comparamos a Frankl con Freud y Adler, podemos decir que en los postulados esenciales de Freud, (éste consideraba que la pulsión de placer era la raíz de toda motivación humana) y Adler (la voluntad de poder), Frankl, en contraste, se inclinó por la voluntad de sentido.
Frankl también utiliza la palabra griega noös, que significa mente o espíritu. Sugiere que en psicología tradicional, nos centramos en la “psicodinámica” o la búsqueda de las personas para reducir su monto de tensión. En vez de centrarnos en eso; o más bien, además de lo anterior, debemos prestar atención a la noödinámica, la cual considera que la tensión es necesaria para la salud, al menos cuando tiene que ver con el sentido. ¡A las personas les gusta sentir la tensión que envuelve el esfuerzo de un meta valiosa que conseguir!.
No obstante, el esfuerzo puesto al servicio de un sentido puede ser frustrante, la cual puede llevar a la neurosis, especialmente a aquella llamada neurosis noogénica, o lo que otros suelen llamar neurosis existencial o espiritual. Más que nunca, las personas actuales están experimentando sus vidas como vacías, faltas de sentido, sin propósito, sin objetivo alguno..., y perece ser que responden a estas experiencias con comportamientos inusuales que les daña a sí mismos, a otros, a la sociedad o a los tres.
Una de sus metáforas favoritas es el vacío existencial. Si el sentido es lo que buscamos, el sin sentido es un agujero, un hueco en tu vida, y en los momentos en que lo sientes, necesitas salir corriendo a llenarlo. Frankl sugiere que uno de los signos más conspicuos de vacío existencial en nuestra sociedad es el aburrimiento. Puntualiza en cómo las personas con frecuencia, cuando al fin tienen tiempo de hacer lo que quieren, parecen ¡no querer hacer nada!. La gente entra en barrena cuando se jubila; los estudiantes se emborrachan cada fin de semana; nos sumergimos en entretenimientos pasivos cada noche; la neurosis del domingo, le llama.
De manera que intentamos llenar nuestros vacíos existenciales con “cosas” que aunque producen algo de satisfacción, también esperamos que provean de una última gran satisfacción: podemos intentar llenar nuestras vidas con placer, comiendo más allá de nuestras necesidades, teniendo sexo promiscuo, dándonos “la gran vida”. O podemos llenar nuestras vidas con el trabajo, con la conformidad, con la convencionalidad. También podemos llenar nuestras vidas con ciertos “círculos viciosos” neuróticos, tales como obsesiones con gérmenes y limpieza o con una obsesión guiada por el miedo hacia un objeto fóbico. La cualidad que define a estos círculos viciosos es que, no importa lo que hagamos, nunca será suficiente.
Igual que Erich Fromm, Frankl señala que los animales tienen un instinto que les guía. En las sociedades tradicionales, hemos llegado a sustituir bastante bien los instintos con nuestras tradiciones sociales. En la actualidad, casi ni siquiera eso llegamos a tener. La mayoría de los intentos para lograr una guía dentro de la conformidad y convencionalidad se topan de frente con el hecho de que cada vez es más difícil evitar la libertad que poseemos ahora para llevar a cabo nuestros proyectos en la vida; en definitiva, encontrar nuestro propio sentido.
Entonces, ¿cómo hallamos nuestro sentido?. Frankl nos presenta tres grandes acercamientos: el primero es a través de los valores experienciales, o vivenciar algo o alguien que valoramos. Aquí se podrían incluir las experiencias pico de Maslow y las experiencias estéticas como ver una buena obra de arte o las maravillas naturales. Pero nuestro ejemplo más importante es el de experimentar el valor de otra persona, v.g. a través del amor. A través de nuestro amor, podemos inducir a nuestro amad@ a desarrollar un sentido, y así lograr nuestro propio sentido.
La segunda forma de hallar nuestro sentido es a través de valores creativos, es como “llevar a cabo un acto”, como dice Frankl. Esta sería la idea existencial tradicional de proveerse a sí mismo con sentido al llevar a cabo los propios proyectos, o mejor dicho, a comprometerse con el proyecto de su propia vida. Incluye, evidentemente, la creatividad en el arte, música, escritura, invención y demás. También incluye la generatividad de la que Erikson habló: el cuidado de las generaciones futuras.
La tercera vía de descubrir el sentido es aquella de la que pocas personas además de Frankl suscriben: los valores actitudinales. Estos incluyen tales virtudes como la compasión, valentía y un buen sentido del humor, etc. Pero el ejemplo más famoso de Frankl es el logro del sentido a través del sufrimiento. El autor nos brinda un ejemplo de uno de sus pacientes: un doctor cuya esposa había muerto, se sentía muy triste y desolado. Frankl le preguntó, “¿Si usted hubiera muerto antes que ella, cómo habría sido para ella?. El doctor contestó que hubiera sido extremadamente difícil para ella. Frankl puntualizó que al haber muerto ella primero, se había evitado ese sufrimiento, pero ahora él tenía que pagar un precio por sobrevivirle y llorarle. En otras palabras, la pena es el precio que pagamos por amor. Para este doctor, esto dio sentido a su muerte y su dolor, lo que le permitió luego lidiar con ello. Su sufrimiento dio un paso adelante: con un sentido, el sufrimiento puede soportarse con la dignidad.
Frank también señaló que de forma poco frecuente se les brinda la oportunidad de sufrir con valentía a las personas enfermas gravemente, y así por tanto, mantener cierto grado de dignidad. ¡Anímate!, decimos, ¡Sé optimista!. Están hechos para sentirse avergonzados de su dolor y su infelicidad.
No obstante, al final, estos valores actitudinales, experienciales y creativos son meras manifestaciones superficiales de algo mucho más fundamental, el suprasentido. Aquí podemos percibir la faceta más religiosa de Frankl: el supra-sentido es la idea de que, de hecho, existe un sentido último en la vida; sentido que no depende de otros, ni de nuestros proyectos o incluso de nuestra dignidad. Es una clara referencia a Dios y al sentido espiritual de la vida.
Esta postura sitúa al existencialismo de Frankl en un lugar diferente, digamos, del existencialismo de Jean Paul Sartre. Este último, así como otros existencialistas ateos, sugieren que la vida en su fin carece de sentido, y debemos afrontar ese sin sentido con coraje. Sartre dice que debemos aprender a soportar esta falta de sentido; Frankl, por el contrario, dice que lo que necesitamos es aprender a soportar nuestra inhabilidad para comprender en su totalidad el gran sentido último.
“Logos es más profundo que la lógica”, decía, y es hacia la fe adonde debemos inclinarnos.