"El pensamiento de Alberto Magno fue sistematizado y llevado a su mayor profundidad por Tomás de Aquino. Tomás se muestra a la vez teólogo y filósofo, pero, a su entender, el problema principal es uno: el ser, es decir, Dios. Tomás establece una distinción radical entre la naturaleza y la gracia, entre el ámbito de la razón y el de la fe, pero de modo que esta distinción implica la concordancia de ambos extremos. La existencia de Dios se muestra evidente desde el momento en que el hombre asume la tarea de reflexionar sobre el mundo tal como le es conocido. Por ejemplo, de un modo o de otro, el mundo está en movimiento: todo movimiento ha de tener una causa, pero esta causa es a su vez resultado de otra; la serie, sin embargo, no puede ser infinita y ello hace necesario admitir la intervención de un motor primero, que no es otro que Dios. Este argumento es el primero de una serie de cinco, que Tomás caracteriza como las "cinco vías". El razonamiento es siempre el mismo: partiendo de una realidad evidente, se llega por fin a Dios (toda causa eficiente presupone otra; remontando la serie se llega a la primera, que es Dios, etc.)."
"Siendo infinito y simple, el Dios así descubierto por la razón queda más allá del lenguaje humano. Dios es el acto puro de existir (ipsum esse), infinito por consiguiente y, a la vez, inmutable y eterno." Mircea Eliade: Historia de las creencias y las ideas religiosas III. Ed. Paidós, Barcelona, 1999.
"Siendo infinito y simple, el Dios así descubierto por la razón queda más allá del lenguaje humano. Dios es el acto puro de existir (ipsum esse), infinito por consiguiente y, a la vez, inmutable y eterno." Mircea Eliade: Historia de las creencias y las ideas religiosas III. Ed. Paidós, Barcelona, 1999.
SUMA CONTRA LOS GENTILES
(Selección)
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CAPITULO XXV
Entender a Dios es el fin de toda sustancia intelectual
Todas las creaturas están ordenadas a Dios, aun las que carecen de entendimiento, como a su último fin, y a este último fin tienden todas la cosas en cuanto participan de alguna manera de su semejanza; pero las creaturas intelectuales de un modo especial lo alcanzan, mediante su operación propia, entendiéndolo. Por lo tanto necesariamente ha de ser éste el fin de la creatura intelectual: entender a Dios.
1. Dios es el último fin de todas las cosas, según hemos demostrado. Por tanto cada ser tiende a unirse a Dios como a su último fin, cuanto más le es posible. Y más próximamente se le unirá a Dios algo, por el hecho de que de algún modo capta la sustancia divina; y esto sucede cuando alguien conoce la sustancia divina, de lo cual deriva su semejanza divina. Por lo tanto la sustancia intelectual tiende al conocimiento divino como a su fin último.
2. La operación propia de cualquier cosa es su fin, ya que se trata de su segunda perfección; por ello es virtuoso y bueno cuanto correctamente se relaciona con dicha operación. Y entender es la operación propia de la sustancia intelectual. Por tanto ella misma es su fin. Y el último fin será lo más perfecto que en ella se encuentre, especialmente en las operaciones no ordenadas a una producción, como son entender y sentir. Y como tales operaciones se especifican por sus objetos, y por ellos se conocen, necesariamente será tanto más perfecta una de dichas operaciones cuanto es más perfecto su objeto. Y así, entender el más perfecto inteligible como es Dios, será lo más perfecto dentro del género de las operaciones intelectuales. Por consiguiente, conocer a Dios mediante la inteligencia es el fin último de cualquier sustancia intelectual.
Mas alguien podría pensar que ciertamente el último fin de una sustancia intelectual consiste en entender lo más perfecto entre los seres inteligibles; mas sin embargo, que no necesariamente es lo más perfecto inteligible en absoluto lo que lo es para una sustancia intelectual determinada; sino que, cuanto más elevada es una inteligencia, tanto será más alto y perfecto su objeto inteligible. Y que por consiguiente la sustancia intelectual más elevada entre las creadas tendrá como lo más elevado entre lo inteligible, aquello que lo es en absoluto; de donde su felicidad consistirá en conocer a Dios. Pero tratándose de sustancias intelectuales inferiores, su, felicidad consistirá en conocer algo inteligible inferior, que sin embargo constituya lo más elevado entre lo que para tal sustancia es inteligible. Y principalmente la inteligencia humana parece no tener como su objeto inteligible propio el más elevado inteligible absoluto, ya que la inteligencia del hombre es muy débil; y por ello, para conocer lo más elevado entre los objetos del conocimiento, se siente como una lechuza ante la vista del sol.
Pero evidentemente el fin de toda sustancia intelectual, aun de la más baja, es conocer a Dios; pues hemos demostrado anteriormente que Dios es el fin al que tienden todos los seres. Y la inteligencia humana, aun cuando sea la inferior en el orden de las sustancias intelectuales, sin embargo es superior a todos los seres carentes de inteligencia. Y como no puede tener un fin menos noble una sustancia más noble, Dios mismo ha de ser el fin del entendimiento humano. Y todo ser inteligente logra su fin último mediante su conocimiento, como hemos demostrado. Luego la inteligencia humana alcanza a Dios entendiéndolo, como su fin.
3. Como las cosas que carecen de entendimiento tienden a Dios como a su fin, por vía de semejanza, así también las creaturas intelectuales lo hacen por vía de conocimiento, como consta por lo antedicho. Y las cosas que carecen de entendimiento, aunque tiendan a asemejarse a los agentes próximos, sin embargo no descansa en ello su tendencia natural, sino que buscan como fin asemejarse al bien supremo, como también consta por lo anteriormente probado; aun cuando pueden alcanzar dicha semejanza de manera imperfectísima. Por consiguiente la inteligencia, aun cuando pudiese tocar su fin último con un mínimo de conocimiento de Dios, más le llenaría esto como último fin que todo el conocimiento perfecto de las cosas inferiores inteligibles.
4. Todo ser desea su último fin sobre todas las cosas. Y la inteligencia humana desea más, y más se deleita en el conocimiento de las cosas divinas, aun cuando puede sólo alcanzar a percibirlas en pequeña escala, que en el conocimiento perfecto que tiene de las cosas inferiores. Por tanto el último fin del hombre es conocer de alguna manera a Dios.
5. Todos los seres tienden a la semejanza divina como a su propio fin. Por consiguiente, aquello por lo que se asemejan a Dios de manera más especial, es su último fin. Y la creatura intelectual se asemeja a Dios de manera especialísima por su inteligencia; pues tal semejanza supera las de las otras creaturas, y las incluye todas. Pero en este tipo de semejanza más se asemeja a Dios en cuanto conoce en acto, que en cuanto conoce en hábito o en potencia, porque Dios está siempre conociendo en acto, según hemos demostrado. Y en cuanto conoce en acto más se asemeja, a Dios al conocer al mismo Dios; porque Dios mismo, al conocerse a sí, conoce todas las demás cosas, como hemos expuesto. Luego conocer a Dios es el último fin de toda sustancia intelectual
6. Lo que sólo es amable por otro, lo es por su ordenación a lo que es amable por sí, pues no podemos proceder indefinidamente en cuanto al apetito natural, pues entonces se frustraría tal apetito, porque no es capaz de abarcar lo infinito. Y las ciencias y artes y capacidades prácticas son amables por otro, porque su fin no es saber, sino obrar. En cambio las ciencias especulativas son amables en sí mismas, porque su fin es el conocimiento mismo. Y ninguna acción humana existe que no se ordene a otro fin, excepto la reflexión especulativa; pues aun los juegos, que parecen ejecutarse sin ningún fin, tienen un fin necesario: que descansando un poco la mente, estemos más dispuestos después de un rato para poder estudiar; de otro modo, si buscásemos el juego por sí mismo, siempre deberíamos estar jugando, lo que no es posible. Por tanto las artes prácticas se ordenan a las especulativas, y de manera semejante toda operación humana se ordena a la especulación intelectual como a su fin. Y entre todas las ciencias y artes, la del último fin parece ser aquella que sirve a las demás como norma y directriz; como el arte de navegar, al que se ordena el fin de una nave, ya que ésta sirve para la navegación, norma y dirige la construcción de la nave. Del mismo modo la primera filosofía es normativa de las demás ciencias especulativas; porque todas dependen de ella, ya que de ella reciben sus principios y dirección, contra quienes niegan los principios; y toda la primera filosofía se ordena al conocimiento de Dios como a su fin último, por lo que se le llama ciencia divina. Por consiguiente el conocimiento divino es el último fin del conocimiento. y de la operación humanos.
7. En todas las cosas que ordenadamente obran y se mueven, necesariamente el fin del primer agente y principio de movimiento ha de ser el fin último de todas; como el fin del general en un ejército es el fin de todos los militares que luchan bajo sus órdenes. Y entre todas las partes del hombre, la inteligencia es el principio motor supremo; porque la inteligencia mueve el apetito, proponiéndole su objeto. Y el apetito intelectual, que es la voluntad, mueve los apetitos sensitivos, que son la ira y la concupiscencia; de ahí que no obedecemos a la concupiscencia, sino mediante el imperio de la voluntad. Y el apetito sensitivo, una vez consintiendo la voluntad mueve el cuerpo. Luego el fin de la inteligencia es el fin de todas las acciones humanas. Y el fin y bien de la inteligencia es verdadero; y por consiguiente, el fin último es el más verdadero. Luego el fin de todo el hombre, y de todas sus operaciones y deseos, es conocer la primera verdad, que es Dios.
8. Naturalmente se encuentra en todos los hombres el deseo de conocer las causas de todo lo que aparece; por ello los hombres empezaron a filosofar por la admiración qué sentían por aquellas cosas que se manifestaban, aunque ocultaban sus causas; y una vez encontrando las causas, descansaban. Y no cesamos de inquirir hasta que llegamos a una primera causa. Y sólo creemos haber conocido perfectamente, cuando conocemos la primera causa. Por consiguiente el hombre desea por naturaleza conocer la primera causa, como su fin último. Y la primera causa de todo es Dios. Luego el último fin del hombre es conocer a Dios.
9. Todo hombre naturalmente desea conocer las causas de cualquier efecto conocido. Y el entendimiento humano conoce el ser universal. Luego naturalmente desea conocer su causa, que únicamente puede ser Dios, como hemos demostrado. Y nadie, consigue su fin último hasta que descansa su deseo natural. Por tanto no basta, para la felicidad humana. que es el último fin, el conocimiento de cualquier cosa inteligible, si no alcanza el conocimiento de Dios, que le haga descansar su deseo natural , como último fin. Por lo tanto, el último fin del hombre es el, conocimiento mismo de Dios.
10. Un cuerpo que tiende por apetito natural a un lugar, tanto con mayor velocidad y vehemencia se dirige a él, cuanto está más próximo. Por ello prueba Aristóteles en Del Cielo, libro 1, caps. 4 y 5, que el movimiento natural rectilíneo no puede ser indefinido, porque lo indefinido no se mueve más antes que después. Y lo que se mueve con más vehemencia después que antes, no se mueve indefinidamente, sino hacia un objeto determinado. Pero en el deseo de conocer encontramos eso precisamente: cuanto más sabe alguien, tanto más desea conocer. Luego el deseo natural de conocer en el hombre tiende a un fin determinado. Y tal fin no puede ser otro que el más noble de los seres cognoscibles, que es Dios. Por tanto el conocimiento divino es el fin último del hombre. Y el fin último tanto del hombre como de cualquier sustancia intelectual, es su felicidad; porque eso es lo que desea toda sustancia intelectual como último fin, y como fin por sí mismo únicamente. Por tanto la felicidad y beatitud última de toda sustancia intelectual consiste en conocer a Dios.
Por eso se ha dicho: "Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt. 5, 8). Y: "Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero" (Jo. 17, 3).
Esta doctrina coincide con la de Aristóteles, en la Ética, libro 10, cap. 7, donde afirma que la felicidad del hombre es especulativa, en cuanto contempla el más elevado de los objetos cognoscibles.
CAPITULO XXVI
La felicidad no consiste en un acto de la voluntad
1. La sustancia intelectual no únicamente alcanza a Dios mediante su operación intelectual, sino también deseándolo con la voluntad, y amándolo, y encontrando en él su deleite; por ello podrían algunos juzgar que la última felicidad del hombre no consiste en conocer a Dios, sino más bien en amarlo, o en algún otro acto de la voluntad respecto al mismo; especialmente siendo el bien el objeto de la voluntad, y por tanto teniendo el aspecto de fin; en cambio la verdad, objeto de la inteligencia, no tiene aspecto de fin, a no ser en cuanto también es bueno. Luego no parece que el hombre consiga su último fin por un acto del entendimiento, sino de la voluntad.
2. La última perfección de la operación es el gozo, que perfecciona la operación como la hermosura perfecciona la juventud, según dice el Filósofo en la Etica, libro 10, cap. 4. Por consiguiente, si la operación perfecta es el último fin, parece que el último fin más bien consiste en una operación de la voluntad, que de la inteligencia.
3. El gozo parece siempre desearse por sí, y nunca por otro; y así resulta tonto preguntar a una persona por qué quiere gozar. Y esta es precisamente la condición del último fin: que se busque por sí mismo. Por consiguiente más radica el último fin en la operación de la voluntad que de la inteligencia, según parece.
4. Todos concuerdan en el deseo del último fin ya que es natural. Y más hombres buscan el gozo que el conocimiento. Luego más parece fin el gozo que el conocimiento.
5. La voluntad parece ser una potencia más elevada que la inteligencia; porque la voluntad mueve la inteligencia hacia el fin, y la inteligencia reflexiona en acto lo que tiene en hábito, cuando uno quiere. Luego la acción de la voluntad parece más noble que la de la inteligencia. Por tanto más bien parece que el último fin es la felicidad, que consiste en un acto de la voluntad, que en un acto del entendimiento.
Pero evidentemente se demuestra que eso es imposible:
1. La felicidad es el bien propio de una naturaleza intelectual. Luego necesariamente ha de convenir a la naturaleza intelectual según aquello que le es más propio. Pero el apetito no es lo más propio de la naturaleza intelectual; ya que se encuentra en todos los seres, aunque de diversas maneras en cada uno. Tal diversidad proviene del hecho de que cada cosa tiene un tipo diverso de conocimiento: las que no tienen conocimiento alguno, tienen sólo apetito natural; las que tienen conocimiento sensitivo, también tienen apetito del mismo nivel, incluido en las tendencias irascibles y concupiscibles; y las que tienen conocimiento intelectual, también tienen un apetito proporcionado a dicho conocimiento, que es la voluntad. Por consiguiente la voluntad, en cuanto apetito, no es propio de la naturaleza intelectual, sino únicamente en cuanto depende de la inteligencia. En cambio el intelecto es propio de la naturaleza intelectual por propia definición. Luego la beatitud o felicidad consiste principal y sustancialmente en un acto de la inteligencia, más que en un acto de la voluntad.
2. En todas las potencias movidas por sus objetos, los objetos son naturalmente anteriores a los actos de tales potencias, como el motor es naturalmente anterior al movimiento del objeto móvil. La voluntad es una potencia de ese tipo; pues lo apetecible mueve el apetito. Por consiguiente el objeto de la voluntad es naturalmente anterior a su acto. Por tanto su objeto primario precede todos sus actos. Luego no puede un acto de la voluntad ser el primer objeto querido. Y tal objeto es el último fin, o sea la felicidad. Luego es imposible que la beatitud o felicidad sea el mismo acto de la voluntad.
3. En todas las potencias que pueden volverse sobre sus propios actos, necesariamente los actos de tal potencia primero se dirigen a un objeto, y sólo después sobre sí mismos. Pues si la inteligencia conoce que conoce, primeramente ha de conocer un objeto, y después conocerá que conoce; pues el mismo conocer que conoce, se refiere al conocimiento de un objeto. Luego o bien habría de proceder indefinidamente, o, si hemos de llegar a un primer objeto conocido, éste no puede ser el acto mismo de entender, sino un objeto inteligible. Igualmente es necesario que el primer objeto querido no sea el mismo querer, sino un bien. Y lo primero que una naturaleza intelectual quiere es la misma felicidad o beatitud; porque por ella queremos cuanto queremos. Luego es imposible que la felicidad consista esencialmente en un acto de la voluntad.
4. Todas las cosas son por naturaleza verdaderas de acuerdo con los elementos que constituyen su sustancia; pues un hombre verdadero difiere de uno pintado en los elementos que constituyen la sustancia del hombre. Y la verdadera felicidad no difiere de la falsa según el acto de la voluntad; pues de la misma manera se comporta la voluntad al desear, amar o gozar, sea cual fuere el objeto que se le proponga como bien sumo, sea verdadero o falso. Pero que sea verdadero o falso el bien supremo que se le propone como tal a la voluntad, depende del entendimiento. Por consiguiente la beatitud o felicidad consiste esencialmente más en la inteligencia que en un acto de la voluntad.
5. Si un acto de la voluntad fuese la felicidad misma, tal acto sería o desear, o amar o gozarse. Pero es imposible que el deseo sea el último fin; pues el deseo se da en la voluntad en cuanto ésta tiende a algo que aún no tiene, lo que sería contrario a la noción de fin último. Tampoco amar puede ser el último fin, pues también se ama el bien no sólo cuando ya se posee, sino cuando aún no se posee; pues es propio del amor buscar con el deseo lo que aún no se tiene; y si el amor es más perfecto, se debe a que ya se posee lo que se ama. Por consiguiente son diversos tener el bien, que es un fin, y amar, que antes de tener su objeto es imperfecto, y es perfecto sólo después de tenerlo. De modo semejante el gozo no es aún el último fin; pues la posesión de un bien es la causa del gozo, sea porque sintamos poseer el bien en el presente, sea porque recordamos un bien que anteriormente hemos tenido, sea porque esperamos un bien por adquirir. Luego el gozo no es el último fin. Por tanto ningún acto de la voluntad puede ser esencialmente la felicidad misma.
6. Si el gozo fuese el fin último, sería apetecible por sí mismo. Pero eso es falso; pues hemos de distinguir qué tipo de deleite hemos de apetecer, por el objeto que tal deleite goza; porque el gozo que se sigue de las operaciones buenas y apetecibles, es bueno y apetecible; y al contrario el que se sigue de las operaciones malas. Por tanto su bondad y apetibilidad depende de otra cosa. Por consiguiente no es el último fin, que es la felicidad.
7. El recto orden de las cosas ha de estar de acuerdo con la naturaleza; porque las cosas naturales están ordenadas a sus fines sin error alguno. Y en las cosas naturales se da el gozo por la operación, y no al contrario. Pues la naturaleza puso en los animales el deleite en aquello que es necesario para los fines; como en el uso del alimento, que se ordena a la conservación del individuo, y en el uso de los órganos sexuales, que se ordena a la conservación de la especie; y si no hubiese deleite, los animales se abstendrían del uso de las cosas necesarias. Luego es imposible que sea el gozo el fin último.
8. El gozo no parece ser otra cosa que el descanso de la voluntad en un bien que le conviene, como el deseo es la inclinación de la voluntad a un bien que ha de conseguir. Y como el hombre se inclina por la voluntad a su fin y en él descansa, así los cuerpos naturales tienen inclinaciones naturales a sus propios fines, y descansan una vez que han conseguido dicho fin. Sería ridículo decir que el fin del movimiento de un cuerpo pesado no consiste en estar en su propio lugar, sino el descanso de la inclinación por la que tendía a dicho lugar. Pues si principalmente la naturaleza tendiese a aquietar la inclinación, simplemente no la daría; pero si la da, es para que tienda a su propio lugar, el cual una vez conseguido como fin, trae como consecuencia el descanso de la inclinación; y por lo tanto tal descanso no es el fin, sino sólo acompaña al fin.
9. Si una cosa externa fuese el fin de otra cosa, ésta tendría como fin último la operación por la cual conseguiría principalmente dicha cosa; igualmente, cuando alguien pone el dinero como su fin, decimos que su fin es poseerlo, no amarlo o desearlo. Y el fin último de la sustancia intelectual es Dios. Por consiguiente la felicidad o beatitud del hombre consistirá en aquello por lo que principalmente se acerca a Dios. Y tal operación es entender, porque no podemos querer lo que no conocemos. Por lo tanto, la última felicidad del hombre radica sustancialmente en el conocimiento de Dios por la inteligencia, y no en un acto de la voluntad.
Por consiguiente, según lo explicado, es clara la respuesta a las objeciones.
1. La felicidad es objeto de la voluntad, por incluir la noción de bien; pero no por ello necesariamente ha de ser sustancialmente el acto mismo de la voluntad, como decía la primera objeción. Más aún, precisamente por ser el primer objeto de la voluntad, se sigue que no es su acto.
2. Tampoco necesariamente aquello que de algún modo perfecciona una cosa ha de ser su fin, como decía la objeción segunda. Pues la perfección de una cosa puede serlo de dos maneras: primera, suponiendo ya la especie; segunda, para especificarla. Por ejemplo, la perfección de una casa, en cuanto ya está especificada, es aquello a lo que se ordena la casa, o sea que se le habite; pues no se construiría la casa si no fuese para ello; luego debería tal finalidad añadirse en la definición, cuando se trate de una definición perfecta. Pero la perfección que se ordena a especificar una cosa, puede ser o bien aquello que constituye la especie, como los principios sustanciales de la misma; o bien lo que se ordena a conservar la especie, como los apoyos que se construyen para sostenerla; o bien cuanto hace que el uso de tal cosa sea más conveniente, como su hermosura. Por consiguiente, lo que constituye la perfección de una cosa ya especificada es su fin, como la habitación es fin de la casa. Y también es fin de la cosa la propia operación de la misma, que es como su uso. Lo que se requiere para la perfección especifica de una cosa no es su fin, sino al contrario, la cosa es fin de tales requisitos. Por ejemplo, la materia y la forma existen en función de la especie, porque, aun cuando la forma sea fin de la generación, sin embargo no lo es del objeto ya generado y especificado; más aún, la forma se requiere para que la especie esté completa. Igualmente las cosas que conservan un objeto en su especie, como la salud y la facultad nutritiva, aunque perfeccionan al animal, sin embargo no son su fin, sino al contrario. Lo que se requiere para adaptar la cosa para que realice las operaciones de su especie y para que consiga más fácilmente su fin, no son fin de la cosa, sino al contrario; como la hermosura y fuerza del cuerpo humano y otras cualidades semejantes, de las que dice el Filósofo en la Etica, libro 1, cap. 12, que sirven orgánicamente para la felicidad. El deleite es una perfección de la operación; pero no porque la operación se ordene a sí misma específicamente, sino que se ordena a otros fines; como alimentarse está ordenado a la conservación del individuo; pero de algún modo es semejante a la perfección que se ordena a la especie de una cosa, en cuanto por la deleitación realizamos con más atención y cuidado la operación en la que nos deleitamos. Por ello dice el Filósofo en la Etica, libro 10, cap. 9, que el deleite perfecciona la operación, como la hermosura la juventud; pero tal hermosura es para el joven, y no al contrario.
3. Tampoco es suficiente razón para afirmar que el deleite sea el último fin, el observar que los hombres lo buscan no por otro motivo, sino por sí mismo, como concluía la tercer objeción. Porque, aun cuando el deleite no sea el último fin, sin embargo sí lo acompaña, ya que surge del hecho de alcanzar el fin.
4. No se dan más hombres que busquen el deleite del conocimiento, que quienes busquen el conocimiento mismo; en cambio más son los que buscan los deleites sensibles que quienes buscan el conocimiento intelectual y el deleite que se sigue de tal conocimiento. Porque muchos más hay que capten lo exteriormente cognoscible, ya que el conocimiento humano comienza por lo sensible.
5. Es evidentemente falso lo que afirma la quinta objeción: que la voluntad es superior al entendimiento, por ser su principio motriz. Porque de manera propia y primera, el entendimiento mueve la voluntad; pues la voluntad en cuanto tal es movida por su objeto, que es el bien aprehendido. Pero la voluntad mueve al intelecto accidentalmente, en cuanto el entender mismo se manifiesta como un bien, y en tal sentido la voluntad lo desea. De ahí se sigue que el entendimiento entiende en acto, y en ello precede a la voluntad. Pues la voluntad no podría jamás desear entender si el entendimiento no captase primero que el entender es bueno. Y además la voluntad mueve el entendimiento a operar en acto a la manera como se dice que el agente mueve; y el entendimiento mueve la voluntad a la manera como mueve el fin, ya que el bien conocido es el bien de la voluntad. Y en cuanto al movimiento, el agente es posterior al fin, ya que el agente no mueve sino por el fin. Luego es obvio que el entendimiento simplemente es superior a la voluntad., aunque la voluntad puede ser más elevada que el entendimiento, de manera accidental y en algunos aspectos.
CAPITULO XXVII
La felicidad humana no consiste en deleites corporales
Por lo anterior fácilmente demostramos que es imposible que la felicidad humana consista en los placeres del cuerpo, los que principalmente se encuentran en el alimento y en el uso, de los órganos sexuales.
1. Hemos demostrado que, según el orden de la naturaleza, el deleite se da en función de la operación, y no a la inversa. Por consiguiente, si las operaciones no fuesen el último fin, los deleites que se siguen de ellas ni serían el último fin, ni lo acompañarían. Mas nos consta que las operaciones a las que acompañan dichos deleites no son el último fin, pues están ordenadas a otros fines evidentes, como la alimentación a la conservación del cuerpo, y la unión sexual a la generación de la prole. Por consiguiente los deleites que las acompañan ni son el último fin, ni acompañan al último fin. Luego no podemos poner en tales deleites la felicidad.
2. La voluntad es apetito superior al sensitivo, como antes hemos dicho. Y la felicidad no consiste en el acto de la voluntad, como también probamos anteriormente. Por consiguiente mucho menos consistirá en tales deleites, que radican en el apetito sensitivo.
3. La felicidad es propia del hombre, no de los brutos, a no ser en sentido lato. Pero los deleites de que hablamos son comunes a los hombres y a los brutos. Luego no puede ponerse en ellos la felicidad.
4. El último fin es el más noble de aquellos a los que una cosa se ordena, pues incluye la noción de óptimo. Pero tales deleites no convienen a un hombre por lo que tiene de más noble, que es la inteligencia, sino por los sentidos. Por consiguiente no hemos de poner en tales deleites la felicidad.
5. La más alta perfección del hombre no ha de ponerse en lo que lo une a las cosas inferiores, sino en lo que lo une a lo más elevado; pues el fin es mejor que aquello de lo que es fin. Y los deleites de que tratamos consisten en que el hombre se une mediante el sentido con algunas de esas realidades inferiores a él, como son las sensibles. Por consiguiente no se ha de poner en ellos la felicidad.
6. Lo que es bueno únicamente en cuanto es moderado, no es absolutamente bueno, sino recibe la bondad de quien lo modera. Y el uso de tales deleites no es bueno al hombre, sino moderadamente, pues de otro modo los deleites se obstaculizarían mutuamente. Por consiguiente tales deleites no son absolutamente buenos para el hombre. Y lo que es el sumo bien ha de ser absolutamente bueno, porque lo que es absolutamente bueno es mejor que lo bueno por otro motivo. Por lo tanto tales deleites no son el bien sumo del hombre, como lo es la felicidad.
7. En todo lo que existe por sí, lo más sigue a lo más, y lo absoluto a lo absoluto. Por ejemplo, el calor calienta; pero a mayor calor, más calentamiento; y a máximo calor, calentamiento máximo. Así, pues, si dichos deleites fuesen buenos absolutamente, necesariamente lo mejor sería buscarlos al máximo. Pero eso es evidentemente falso; porque su demasiado uso es un vicio, y es dañoso para el cuerpo, e impide los deleites semejantes. Por tanto no son bienes absolutos para el hombre. Luego, no consiste en ellos la felicidad humana.
8. Los actos de virtud son laudables porque se ordenan a la felicidad. Mas si en los deleites carnales consistiese la felicidad humana, los actos de virtud más laudables consistirían en ceder a tales deleites, y no en abstenerse de ellos. Pero eso es evidentemente falso, pues un acto de templanza es más digno de alabanza cuando se abstiene de deleites; más aún, por ello se le llama así. Por lo tanto no está en dichos deleites la felicidad humana.
9. El fin último de cualquier cosa es Dios, como ya demostramos anteriormente. Por consiguiente hemos de señalar como fin último del hombre aquello por lo cual más se acerca a Dios. Pero tales deleites más bien impiden al hombre en su máximo acercamiento a Dios, el que se da por la contemplación, que se ve impedida por dichos deleites, porque al sumergirse el hombre en lo sensible más se aparta de lo inteligible. Por consiguiente no hemos de poner en los deleites la felicidad humana.
Así se destruye el error de los epicúreos, que ponían en tales placeres la felicidad humana. De tales personas afirma Salomón: "Lo que me pareció bueno es que cada uno coma, beba y disfrute de su trabajo con alegría... y tal es su herencia" (Eccles. 5, 17). Y: "Reguemos por doquiera los signos de nuestra alegría; porque ésta es nuestra suerte y nuestra herencia" (Sap. 2, 9). También queda refutado el error de los cerintianos, quienes en la última felicidad después de la resurrección, imaginan que se seguirán mil años de placeres carnales en el reino de Cristo; por eso se les llamó Jiliastas o Milenarios, pues en griego filia es lo mismo que Mil. También se excluyen los errores de los judíos y sarracenos, quienes ponen el premio de los justos en dichos placeres; ya que la felicidad es el premio de la virtud.
CAPITULO XXVIII
La felicidad no consiste en honores
De lo anterior deducimos con toda evidencia que tampoco puede consistir en los honores el bien sumo del hombre, que es la felicidad.
1. El fin último del hombre y su felicidad son su perfectísima operación, como se ha demostrado. Pero el honor del hombre no consiste en su acción, sino en la operación del otro que le muestra reverencia. Luego no se puede poner la felicidad del hombre en los honores.
2. No es último fin aquello que es deseable o es un bien por razón de otro. Y el honor es de tal naturaleza; porque nadie es honrado rectamente a no ser por otro bien que tiene; y por ello los hombres buscan ser honrados, porque quieren tener un testimonio de algún bien que tienen, por lo, cual más se alegran los hombres cuando los honran los grandes y los sabios. Luego no hemos de poner la felicidad en los honores.
3. Se llega a la felicidad por la virtud. Y las operaciones de las virtudes son voluntarias, pues de otra manera no serían dignas de alabanza. Por consiguiente es preciso que la felicidad sea un bien al que llegue el hombre por su voluntad. Pero no está en poder del hombre conseguir el honor, sino más bien está en poder de aquél que lo honra. Luego no hemos de poner la felicidad humana en los honores.
4. Todo cuanto es digno de honor únicamente puede encontrarse en los buenos; pero también los malos son honrados. Luego es mejor ser digno de honor que ser honrado. Por consiguiente el honor no es el sumo bien del hombre.
5. El bien sumo es el bien perfecto. Y el bien perfecto no tolera ningún mal. Y nadie que tenga algún mal puede ser perfectamente feliz. Por lo tanto es imposible que sea malo aquél que ha conseguido el sumo bien. Pero un hombre malo puede conseguir honores. Luego el honor no es el bien sumo del hombre.
CAPÍTULO XXIX
La felicidad del hombre no consiste en la gloria humana
Por las mismas razones podemos afirmar que tampoco en la gloria, que consiste en la celebridad de la fama, radica el bien sumo del hombre.
1. Según Cicerón, la gloria es “la frecuente fama de alguien, llena de alabanza” y según Ambrosio “un conocimiento cierto, unido a la alabanza". Los hombres quieren descollar con cierta alabanza y reconocimiento, para ser honrados. Luego la gloria se busca en función del honor. Y si el honor no es el bien sumo, menos lo será la gloria.
2.. Bienes laudables son aquellos según los cuales una persona se ordena a su fin. Y quien está ordenado a un fin, todavía no ha conseguido dicho fin. Luego no se atribuye la alabanza a quien ya ha conseguido su último fin, sino más bien se le atribuye honor, como dice el Filósofo en la Etica, libro 1, cap. 12. Por consiguiente la gloria no puede ser el bien sumo, pues principalmente consiste en la alabanza.
3. Conocer es más noble que ser conocido; pues únicamente conocen los más nobles de entre los seres, y en cambio aun los seres ínfimos son conocidos. Por consiguiente no puede ser la gloria el fin sumo del hombre, pues la gloria consiste en ser conocido.
4. Nadie desea que se le conozca, sino en lo bueno; en cambio quiere ocultar cuanto tiene de malo. Por tanto ser conocido es bueno y deseable por los bienes que se conocen. Luego tales bienes son mejores que el mismo ser conocido. Y así, el bien sumo del hombre no consiste en la gloria, ya que ésta consiste en ser conocido.
5. El bien sumo debe ser perfecto, ya que en él descansa el apetito. Pero el conocimiento de la fama, en lo que consiste la gloria, es algo imperfecto, pues tiene mucho de error e incertidumbre. Por lo tanto no puede tal gloria ser el bien sumo.
5. El bien sumo del hombre debe ser lo más estable entre todas las cosas humanas, pues naturalmente deseamos que dure el bien. Pero la gloria basada en la fama es de lo más inestable; porque nada hay más mutable que la opinión y la alabanza humanas. Luego tal gloria no es el bien sumo del hombre.
CAPÍTULO XXX
La felicidad del hombre no consiste en riquezas
Por lo mismo es evidente que tampoco las riquezas son el bien sumo del hombre.
1. No apetecemos las riquezas sino en función de otra cosa; pues por sí mismas no nos proporcionan ningún bien, sino solamente las usamos o para sustento del cuerpo o para un fin semejante. Pero lo que es supremo ha de ser deseado por sí mismo y no por otra cosa. Luego las riquezas no son el bien sumo del hombre.
2. Su posesión o conservación no pueden ser el bien sumo del hombre, ya que al desprendernos de ellas sacamos el mayor provecho. Mas las riquezas nos aprovechan más cuando se gastan, pues tal es su uso. Por lo tanto su posesión no puede ser el mayor bien del hombre.
3. Un acto de virtud es laudable en cuanto nos acerca a la felicidad. Por ello es laudable el acto de liberalidad y generosidad, que se ejercitan desprendiéndose del dinero, más bien que conservándolo; por ello tales virtudes toman su nombre del desprendimiento. Por consiguiente la felicidad del hombre no consiste en la posesión de riquezas.
4. Aquello cuya consecución produce al hombre el mayor bien, necesariamente ha de ser lo mejor que el hombre. Pero el hombre es mejor que las riquezas, ya que las cosas están ordenadas al uso del hombre. Luego no se encuentra en las riquezas el bien sumo del hombre.
5. El bien sumo del hombre no puede estar sujeto a la suerte, ya que lo fortuito sucede sin esfuerzo de la mente. Pero el hombre debe conseguir el bien propio mediante su razón. Y en cambio la suerte juega un papel muy importante en la consecución de las riquezas. Por lo tanto la felicidad no consiste en las riquezas.
6. Es evidente lo que afirmamos, por el hecho de que, involuntariamente perdemos las riquezas; y que al contrario, pueden conseguirlas los malos, que deberían carecer del bien sumo; y porque son inestables, y por otros motivos semejantes que pueden explicitarse a partir de los argumentos anteriores.
CAPITULO XXXI
La felicidad no consiste en el poder mundano
Igualmente podemos afirmar que el poder humano de ningún modo puede ser el sumo bien del hombre:
1. Porque para conseguirlo juega un papel importante la suerte, y una vez conseguido es inestable, y no está sujeto a la voluntad humana, y con frecuencia lo consiguen los malos; cosas todas que repugnan al bien sumo, como acabamos de mostrar.
2. El hombre es especialísimamente bueno en cuanto alcanza el bien sumo. Pero no por tener poder el hombre es bueno o malo; pues no es bueno todo aquél que puede hacer el bien, ni malo el que puede hacer el mal. Luego el bien sumo no consiste en el poder que tenga el hombre.
3. Todo poder es para algo. Pero el bien sumo no es para otra cosa. Luego el poder no es el sumo bien.
4. Aquello de lo que alguien puede usar mal o bien, no puede ser su bien sumo; pues es mejor aquello que nadie puede usar para el mal. Pero el poderoso puede usar su poder para bien o para mal, ya que las facultades racionales pueden dirigirse a términos opuestos. Por consiguiente el poder no es el bien supremo del hombre.
5. Si el bien sumo fuese algún poder, necesariamente éste sería perfectísimo. Pero el poder humano es imperfectísimo; pues está fundado en las voluntades y opiniones de los hombres, en las cuales se encuentra una enorme inconstancia, y cuanto mayor es el poder, tanto más depende de un mayor número de personas; lo cual también lo debilita, porque lo que depende de muchos, puede ser destruido de múltiples maneras. Luego el bien sumo del hombre no consiste en el poder humano.
Por consiguiente la felicidad del hombre no consiste en ningún bien extrínseco, ya que todos los bienes extrínsecos, que solemos llamar buena suerte, están contenidos en los que hemos enumerado.
CAPITULO XXXII
La felicidad no consiste en bienes del cuerpo
Tampoco puede consistir en bienes del cuerpo, tales como la salud, la hermosura, la fuerza; y se prueba con toda evidencia.
1. Todas estas cosas son comunes a los buenos y a los malos, y son inestables, y no dependen de la voluntad.
2. El alma es superior al cuerpo, el cual ni vive ni puede tener tales bienes sino por el alma. Por consiguiente los bienes del alma, tales como entender, son mejores que los del cuerpo. Por lo tanto el bien del cuerpo no puede ser el bien sumo del hombre.
3. Estos bienes son comunes al hombre y a otros animales. Pero la felicidad es el bien propio del hombre. Luego la felicidad no está en dichos bienes.
4. Muchos animales son mejores que el hombre en cuanto a los bienes del cuerpo; pues algunos son más veloces, otros más fuertes, etcétera. Por consiguiente, sí en ellos estuviese el sumo bien del hombre, éste no sería el mejor entre los animales, lo que es evidentemente falso. Luego la felicidad humana no consiste en los bienes del cuerpo.
CAPÍTULO XXXIII
La felicidad no radica en la parte sensitiva.
Por las, mismas razones, podemos probar que el bien sumo, del hombre no radica en los bienes de la parte sensitiva.
1. Estos bienes son comunes a los animales y al hombre.
2. La inteligencia es mejor que los sentidos. Por lo tanto el bien del intelecto es mejor que el del sentido. Por consiguiente el sumo bien del hombre no consiste en el sentido.
3. Los máximos deleites de los sentidos se encuentran en los alimentos y en el placer venéreo, en los que debería consistir el bien sumo, si éste fuera sensible. Pero no se encuentra en ellos. Por consiguiente el sumo bien del hombre no radica en sus sentidos.
4. Queremos nuestros sentidos por su utilidad y por el conocimiento. Y toda la utilidad de los sentidos se refiere a bienes del cuerpo, y el conocimiento sensible se ordena al intelectual. Por ello los animales que carecen de inteligencia no se deleitan al sentir, a no ser en cuanto se refiere a la utilidad del cuerpo, porque por el conocimiento sensible consiguen lo necesario para el alimento o para el placer venéreo. Luego el sumo bien del hombre no radica en la parte sensitiva, y así tampoco su felicidad.
CAPÍTULO XXXIV
La felicidad últitna del hombre no consiste en los actos de las virtudes morales
Es evidente que la felicidad del hombre no consiste tampoco en las operaciones e las virtudes morales.
1. Si la felicidad humana es última, no puede ordenarse a otro fin posterior. Pero todas las virtudes morales son ordenables a algún fin diverso. Esto es evidente, por ejemplo analizando algunas de las principales: las operaciones de la fortaleza, que se realizan en la guerra, están ordenadas a la victoria y a la paz; sería, pues, tonto pelear sólo por pelear. De modo semejante las operaciones de la justicia están ordenadas a conservar la paz entre los hombres, en cuanto cada uno puede poseer lo suyo tranquilamente; y lo mismo se diga de las demás. Luego la última felicidad del hombre no consiste en el ejercicio de las virtudes morales.
2. Las virtudes morales sirven para que se conserve una proporción entre las cosas externas y las pasiones intrínsecas. Pero no es posible el último fin de la vida humana consista en la modificación de las pasiones o de las cosas externas, ya que dichas pasiones y cosas exteriores son ordenables a otras cosas. Luego no es posible que la última felicidad del hombre consista en el ejercicio de las virtudes morales.
3. Como el hombre es hombre en cuanto goza de razón, necesariamente su bien propio, que es la felicidad, está en conformidad con lo que es propio de la razón. Y más propio de la razón es lo que tiene en sí que lo que realiza en otro ser. Por consiguiente como el bien moral es algo que la razón realiza en otras cosas, no puede ser lo mejor del hombre, que es la felicidad; sino que tal bien debe ser algo fundado en la razón misma.
4. Arriba demostramos que el fin último de todas la cosas es asemejarse a Dios. Por consiguiente lo que más hace al hombre asemejarse a Dios es su felicidad. Pero no puede ser por los actos morales. Porque éstos no Pueden atribuirse a Dios sino metafóricamente, pues no pueden atribuirse a Dios pasiones ni cosa alguna semejante que se refiera a las virtudes morales. Por consiguiente la felicidad última del hombre, que es también su último fin, no puede consistir en actos morales
5. La felicidad es el bien propio del hombre. Por lo tanto aquello que es lo más propio del hombre entre todos los bienes humanos, y que lo especifica respecto a los demás animales, es en lo que principalmente se ha de buscar su felicidad última. Pero no es el acto moral, pues también otros animales participan de alguna manera de la fortaleza o de la liberalidad; en cambio ningún animal participa de la acción intelectual. Por consiguiente no consiste la última felicidad del hombre en actos morales.
CAPÍTULO XXXV
La última felicidad del hombre no consiste en el ejercicio de la prudencia
Por lo dicho resulta evidente que la última felicidad humana no consiste tampoco en el ejercicio de la prudencia.
1. El ejercicio de la prudencia sólo se refiere a lo que está relacionado con las virtudes morales. Y la última felicidad del hombre no consiste en los actos de las virtudes morales. Luego tampoco en el ejercicio de la prudencia.
2. La última felicidad del hombre consiste en la más elevada operación del hombre. Pero la más elevada operación del hombre, según lo que le es propio, se refiere a los objetos más perfectos. Pero el ejercicio de la prudencia no se refiere a los objetos más perfectos de la inteligencia o la razón, ya que su objeto no es lo necesario, sino lo que puede realizarse contingentemente. Luego la última felicidad no consiste en su ejercicio.
3. Lo que se ordena a otra cosa como a su fin no es la felicidad última del hombre. Pero el ejercicio de la prudencia se ordena a otra cosa como a su fin, tanto porque todo conocimiento práctico, que incluye la prudencia, se ordena a la acción, como porque la prudencia hace que el hombre se ordene convenientemente en aquellas cosas que miran al fin. Así lo dice Aristóteles en la Etica, libro 6, cap. 9. Luego la felicidad última del hombre no consiste en el ejercicio de la prudencia.
4. Los animales irracionales no participan de la felicidad, como dice Aristóteles en la Etica, libro 1, capítulo 10. En cambio hasta cierto punto participan de la prudencia, como dice el mismo filósofo en la Metafísica, libro 1, cap. 1. Luego la felicidad no consiste en el ejercicio de la prudencia.
CAPITULO XXXVI
La felicidad no consiste en el ejercicio del arte
Tampoco puede consistir en el ejercicio del arte.
1. El conocimiento artístico también es práctico, y por consiguiente se ordena a un fin. Luego no puede ser el último fin.
2. Los fines del arte son cosas artificiales, que no pueden ser el último fin de la vida humana, ya que más bien nosotros somos el fin de las cosas artificiales; porque todas las cosas se fabrican para uso del hombre. Luego la última felicidad del hombre no puede consistir en el ejercicio del arte.
CAPITULO XXXVII
La felicidad última del hombre consiste en la contemplación de Dios
Por consiguiente, si la última felicidad del hombre no consiste en los bienes exteriores que suelen atribuirse a la suerte, ni en los del cuerpo, ni en los del alma en cuanto a la parte sensitiva, ni en los que se refieren a la parte intelectual respecto a los actos de las virtudes morales, ni en la parte intelectual práctica del hombre, como el arte y la prudencia, sólo queda que consista en la contemplación de la verdad.
1. Sólo esta operación del hombre le es propia, y de ningún modo participa de ella con los demás animales.
2. Tampoco se ordena dicha operación a otra cosa como a su fin, ya que la contemplación busca la verdad por sí misma.
3. Esta operación une al hombre a las sustancias superiores mediante la semejanza, ya que tal operación es propia y exclusiva del hombre y de las sustancias separadas.
4. Por dicha operación se une a los seres superiores, conociéndolos de alguna manera.
5. Es la operación para la que el hombre tiene mayor capacidad, ya que poco auxilio necesita del exterior para realizarla.
6. Parece que a ésta se ordenan todas las demás operaciones del hombre como a su fin. Pues para la contemplación perfecta se requieren la integridad corporal, a la cual están ordenadas todas las cosas artificiales necesarias para la vida. También el descanso de las perturbaciones de las pasiones, al que se llega mediante el ejercicio de las virtudes morales y de la prudencia. Y el descanso de las pasiones exteriores, al que se ordena todo el recto gobierno de la vida civil. De manera que, si consideramos las cosas rectamente, todos los oficios humanos parecen servir a la contemplación de la verdad.
Mas no es posible que la última felicidad del hombre consista en la contemplación de los primeros principios, que es imperfectísima; porque se refiere principalmente a los universales, está en potencia de "conocer las cosas, es principio y no fin del estudio humano, proviene de nuestra naturaleza y no del estudio de la verdad. Tampoco en el conocimiento de las ciencias, pues estas se refieren a las cosas ínfimas, ya que la felicidad debe ser la operación de la inteligencia que tenga por objeto los inteligibles más nobles. Luego sólo nos queda que la última felicidad del hombre consista en la contemplación de la sabiduría, en cuanto considera lo divino.
De esta manera resulta evidente, por vía de inducción, lo que anteriormente hemos probado por razonamientos que la última felicidad del hombre no consiste sino en la contemplación de Dios.
CAPÍTULO XXXVIII
La felicidad humana no consiste en el conocimiento común de Dios que suele tener la mayoría de los hombres
Nos queda por investigar en qué tipo de conocimiento de Dios consiste la felicidad de la sustancia intelectual. Pues existe un cierto conocimiento común y confuso de Dios, en casi todos los hombres. Dicho conocimiento se o bien porque Dios es evidente por sí mismo, tomando la evidencia como principio de demostración, como algunos opinan, según hemos dicho antes; o bien (lo que parece más de acuerdo con la verdad) porque el hombre puede llegar inmediatamente al conocimiento de dios mediante la razón natural; pues viendo los hombres cómo las cosas se mueven según un orden determinado, y no pudiendo haber orden sin ordenador, suelen percibir ordinariamente que existe un ordenador de las cosas que observamos. Sin embargo, de dicha consideración no suelen deducir inmediatamente quién sea, o cómo sea, o si es único; por ejemplo, como vemos que un hombre se mueve y ejecuta ciertas obras, percibimos en él cierta causa de dichas operaciones, que no se encuentra en otras cosas, y llamamos alma a dicha causa; pero no por ello sabemos qué sea el alma, si es lo mismo que el cuerpo, o cómo realiza tales operaciones. Pero no es posible que tal conocimiento sea suficiente para la felicidad.
1. La felicidad ha de ser una operación sin defecto. Pero el tipo de conocimiento del que hablamos está mezclado con muchos errores. Por ello muchos creyeron que el ordenador de todas las cosas del mundo eran los cuerpos celestiales, por lo cual los llamaron dioses; otros creyeron que eran los mismos elementos de los que las cosas se generan pensando que los movimientos y operaciones naturales que tienen no les han sido comunicados por otro ordenador, sino que tales elementos son los ordenadores de las demás cosas; otros, finalmente, creyendo que los actos humanos no deben ordenarse a ningún otro ordenador, sino al gobierno humano, llamaron dioses a los hombres que gobiernan a los otros. Por consiguiente tal tipo de conocimiento de Dios no es suficiente para la felicidad.
2. La felicidad es fin de los actos humanos. Pero los actos humanos no se ordenan a tal tipo de conocimiento como a su fin; más aún, dicho conocimiento más bien se encuentra en los hombres como un principio. Luego no consiste en él la felicidad.
3. Nadie parece digno de reprensión por carecer de felicidad; más bien se alaba a quienes no la tienen, y por eso tienden a ella. Pero cualquier hombre parece muy digno de ser vituperado si carece de dicho conocimiento de Dios; pues la máxima estupidez del hombre se manifiesta en no percibir los signos tan evidentes de Dios, como se juzgaría estúpido a quien, viendo a un hombre, no comprendiese que tiene alma. Por ello dice la Escritura: "Dice el necio en su corazón: No hay Dios" (Ps. 13, l). Por consiguiente tal conocimiento de Dios no basta para la felicidad.
4. Todo conocimiento que tenemos de una cosa en general, sin que se particularice en sus propiedades, es imperfectísimo, como el que tenemos del hombre cuando sabemos que se mueve. Con este tipo de conocimiento conocemos las cosas que sólo existen en potencia; pues las propiedades de un ser se contienen potencialmente en la idea general. Pero la felicidad es una operación perfecta, y el bien sumo del hombre debe estar en acto, y no sólo en potencia, ya que la potencia llena la noción de bien cuando por el acto se perfecciona. Por consiguiente tal conocimiento de Dios no nos es suficiente para la felicidad.
CAPITULO XXXIX
La felicidad humana no consiste en el conocimiento de Dios adquirido por demostración
Se da un conocimiento de Dios más elevado que el anterior, y se adquiere por demostración. Esta nos lleva a un conocimiento más propio de él; pues por la demostración se remueven muchas cosas, por lo que más se distingue de los otros seres. Por ejemplo, la demostración nos enseña que Dios es inmutable, eterno, incorpóreo, absolutamente simple, único, y todo lo demás que de él demostramos. Al conocimiento propio de una cosa se llega no sólo mediante afirmaciones, sino también por negaciones; porque así como es propio del hombre ser animal racional, así es impropio que sea inanimado o irracional. Pero hay una diferencia entre ambos modos de conocimiento: por el afirmativo, adquiriendo un conocimiento propio del objeto sabemos qué es y cómo se distingue de los demás; y por el negativo, supuesto el conocimiento del objeto, sabemos cómo se diferencia de los demás seres, aunque siga siendo desconocida su esencia. De esta suerte es el conocimiento demostrativo que tenemos de Dios. Pero tampoco es suficiente para la última felicidad del hombre.
1. Todo cuanto Pertenece a una especie, logra normalmente el fin de dicha especie: lo que tenemos por naturaleza, lo tenemos siempre o en la mayor parte de los casos, aun cuando ocasionalmente falle por alguna corrupción. Pero la felicidad es el fin de la especie humana, ya que todos los hombres la desean naturalmente. Por lo tanto, la felicidad es un bien común al que todos los hombres pueden llegar, a menos que se vean impedidos por algún obstáculo. En cambio pocos llegan al conocimiento de Dios por vía de demostración, por los impedimentos de la misma, que ya tratamos. Por consiguiente tal conocimiento no es esencialmente la misma felicidad humana.
2. El ser en acto es el fin de la existencia en potencia, como consta por lo antedicho. Por consiguiente la felicidad, que es el último fin, es el acto no mezclado de potencia para un acto posterior. Pero el conocimiento demostrativo de Dios todavía queda en potencia para que algo más se conozca de Dios, o al menos de un modo más noble; pues los filósofos posteriores se han esforzado por añadir algo al conocimiento que tenemos de Dios, sobre lo que habían recibido de los primeros. Por lo tanto tal tipo de conocimiento no es la última felicidad del hombre.
3. La felicidad excluye toda miseria; pues nadie puede ser al mismo tiempo feliz y miserable. Mas el engaño y el error son gran parte de la miseria, pues los hombres los rehuyen naturalmente. Pero tal conocimiento demostrativo de Dios puede tener múltiples errores; lo que resulta evidente, pues muchos que llegaron a conocer por demostración ciertas verdades sobre Dios, cayeron en muchos errores posteriormente, en sus elucubraciones, por faltarles la demostración. Y aun cuando algunos hayan alcanzado así algo de la verdad divina, por vía de demostración, evidentemente se trata de muy pocos; pero no puede ser así la felicidad, que es un fin universal. Por consiguiente la felicidad última del hombre no radica en este tipo de conocimiento.
4. La felicidad consiste en una operación perfecta. Y la perfección del conocimiento requiere certeza. Por eso no decimos que conocemos algo hasta que sabemos que es imposible que se dé lo contrario, como consta por los Analíticos Posteriores, libro 1, cap. 2. Mas el conocimiento de que tratamos está lleno de incertidumbre, como lo demuestra la diversidad de opiniones acerca de lo divino, entre aquellos que se han esforzado por alcanzarlo mediante la demostración. Luego no puede estar en ese conocimiento la última felicidad.
5. Una vez que se ha conseguido el último fin, descansa el deseo de la voluntad, porque el último fin de todo conocimiento humano es la felicidad. Por consiguiente la verdadera felicidad consistirá esencialmente en aquel tipo de conocimiento que, una vez adquirido, no deje ya ningún deseo de mayor conocimiento. Pero tal tipo de conocimiento no puede ser el que los filósofos han adquirido por demostración; porque, aun teniéndolo, todavía deseamos conocer lo que no se alcanza por ese camino. Luego tal conocimiento no puede ser la felicidad última.
6. El fin de cualquier cosa que esté en potencia es pasar al acto; pues hacia él tiende por el movimiento por el que se mueve hacia el fin. Y todo ser en potencia tiende a pasar al acto en cuanto sea posible. Y un ser existe en potencia cuando toda su potencia puede reducirse al acto. Luego su fin es que toda su potencia pase al acto; por ejemplo, un cuerpo pesado que esté fuera de su medio, está en potencia para estar en su lugar. Pero otras cosas están en potencia de tal manera que no puede ésta pasar de una vez al acto, como sucede con la materia prima; por lo cual tiende mediante el movimiento a pasar sucesivamente al acto de diversas formas, que por su diversidad no pueden comunicársele al mismo tiempo. Y parece que el entendimiento está en potencia para todo ser inteligible, como hemos dicho. Y dos inteligibles pueden al mismo tiempo existir en el entendimiento posible, según el acto primero que es la ciencia, aun cuando quizá no según el acto segundo, que es advertencia en acto. De donde se deduce que toda la potencia del entendimiento posible puede reducirse de una sola vez al acto. Por consiguiente tal cosa es necesaria para que se dé el último fin, que es la felicidad. Pero esto no se logra mediante el conocimiento de Dios por demostración, porque, una vez que lo desarrollamos, aún ignoramos muchas cosas. Luego tal conocimiento no es suficiente para la última felicidad.
CAPÍTULO XL
La felicidad humana no consiste en el conocimiento de Dios por la fe
Hay otro tipo de conocimiento de Dios; en cierto sentido superior al que tratamos en el capítulo precedente, y por el que todos pueden conocer a Dios; esto es, por la fe. Este conocimiento es superior al demostrativo, ya que muchas verdades no pueden alcanzarse por la demostración, por razón de su eminencia, como lo demostramos al principio de esta obra. Pero tampoco es posible que en este tipo de conocimiento de Dios consista la última felicidad del hombre.
1. La felicidad es la operación perfecta de la inteligencia humana, como consta por lo dicho anteriormente. Mas en el conocimiento por la fe, la operación del entendimiento es imperfectísima en cuanto a lo que corresponde al entendimiento mismo, aun cuando la perfección de parte del objeto sea máxima; pues el entendimiento no alcanza a comprender aquello a lo que da su asentimiento. Por consiguiente ni siquiera en este conocimiento de Dios se encuentra la última felicidad del hombre.
2. Ya anteriormente, demostramos que la última felicidad no consiste principalmente en un acto de la voluntad. Mas en el conocimiento por la fe la voluntad tiene la primacía; pues el entendimiento da su asentimiento a lo que se le propone por la fe, por su voluntad, no llevado por la evidencia de la misma verdad. Por consiguiente tampoco está en este tipo de conocimiento la última felicidad del hombre.
3. Quien cree presta su asentimiento a lo que otro le propone, aun cuando él mismo no lo vea; luego la fe nos proporciona un conocimiento más semejante al oído que a la visión. Y nadie creería lo que no ve, y que otro le propone, si no considerase que quien se lo propone tiene un conocimiento más perfecto de las cosas propuestas que quien no ve. Por consiguiente, o es falsa dicha consideración del creyente, o el que le propone lo que ha de creerse tiene un mejor conocimiento de lo propuesto. Pero si quien propone lo que ha de creerse no lo conoce por sí mismo, sino por haberlo escuchado de otro, no podemos proceder indefinidamente, pues entonces el asentimiento por la fe sería vano y sin ninguna certeza; porque no se encontraría algo que fuese cierto por sí mismo, y que fuese fundamento de la certeza de quienes creyeren por la fe. Pero no es posible que el conocimiento por la fe sea falso y vano, como consta por lo dicho; y sin embargo, si lo fuese, no podría consistir en tal conocimiento la felicidad. Luego existe un conocimiento de Dios superior al de la fe; sea que quien propone las verdades de fe vea la verdad inmediatamente, como creemos en Cristo, sea que la haya recibido directamente de quien ve la verdad, como creemos en la palabra de los apóstoles y profetas. Y como la felicidad consiste en el conocimiento supremo de Dios, es imposible que consista en el que tenemos por la fe.
4. El deseo natural descansa en la felicidad, ya que ésta es el último fin. Pero el conocimiento por la fe no hace descansar el deseo, sino más bien lo enciende, porque todos deseamos ver aquello que creemos. Por consiguiente la última felicidad del hombre no se da en el conocimiento por la fe.
5. El conocimiento de Dios es un fin, en cuanto nos une a Dios, que es el fin de todas las cosas. Pero el conocimiento por la fe no nos hace perfectamente presente a la inteligencia el objeto creído, ya que por la fe conocemos lo ausente, no lo presente. Por ello dice el Apóstol que "mientras caminamos por, la fe, somos guiados por el Señor" (II Cor. 5, 6). Dios se hace presente por la fe al afecto, ya que el creyente da un asentimiento voluntario a Dios, como dice el Apóstol: "Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones" (Ef. 3,17). Por consiguiente no es posible que la última felicidad del hombre consista en el conocimiento por la fe.
Entender a Dios es el fin de toda sustancia intelectual
Todas las creaturas están ordenadas a Dios, aun las que carecen de entendimiento, como a su último fin, y a este último fin tienden todas la cosas en cuanto participan de alguna manera de su semejanza; pero las creaturas intelectuales de un modo especial lo alcanzan, mediante su operación propia, entendiéndolo. Por lo tanto necesariamente ha de ser éste el fin de la creatura intelectual: entender a Dios.
1. Dios es el último fin de todas las cosas, según hemos demostrado. Por tanto cada ser tiende a unirse a Dios como a su último fin, cuanto más le es posible. Y más próximamente se le unirá a Dios algo, por el hecho de que de algún modo capta la sustancia divina; y esto sucede cuando alguien conoce la sustancia divina, de lo cual deriva su semejanza divina. Por lo tanto la sustancia intelectual tiende al conocimiento divino como a su fin último.
2. La operación propia de cualquier cosa es su fin, ya que se trata de su segunda perfección; por ello es virtuoso y bueno cuanto correctamente se relaciona con dicha operación. Y entender es la operación propia de la sustancia intelectual. Por tanto ella misma es su fin. Y el último fin será lo más perfecto que en ella se encuentre, especialmente en las operaciones no ordenadas a una producción, como son entender y sentir. Y como tales operaciones se especifican por sus objetos, y por ellos se conocen, necesariamente será tanto más perfecta una de dichas operaciones cuanto es más perfecto su objeto. Y así, entender el más perfecto inteligible como es Dios, será lo más perfecto dentro del género de las operaciones intelectuales. Por consiguiente, conocer a Dios mediante la inteligencia es el fin último de cualquier sustancia intelectual.
Mas alguien podría pensar que ciertamente el último fin de una sustancia intelectual consiste en entender lo más perfecto entre los seres inteligibles; mas sin embargo, que no necesariamente es lo más perfecto inteligible en absoluto lo que lo es para una sustancia intelectual determinada; sino que, cuanto más elevada es una inteligencia, tanto será más alto y perfecto su objeto inteligible. Y que por consiguiente la sustancia intelectual más elevada entre las creadas tendrá como lo más elevado entre lo inteligible, aquello que lo es en absoluto; de donde su felicidad consistirá en conocer a Dios. Pero tratándose de sustancias intelectuales inferiores, su, felicidad consistirá en conocer algo inteligible inferior, que sin embargo constituya lo más elevado entre lo que para tal sustancia es inteligible. Y principalmente la inteligencia humana parece no tener como su objeto inteligible propio el más elevado inteligible absoluto, ya que la inteligencia del hombre es muy débil; y por ello, para conocer lo más elevado entre los objetos del conocimiento, se siente como una lechuza ante la vista del sol.
Pero evidentemente el fin de toda sustancia intelectual, aun de la más baja, es conocer a Dios; pues hemos demostrado anteriormente que Dios es el fin al que tienden todos los seres. Y la inteligencia humana, aun cuando sea la inferior en el orden de las sustancias intelectuales, sin embargo es superior a todos los seres carentes de inteligencia. Y como no puede tener un fin menos noble una sustancia más noble, Dios mismo ha de ser el fin del entendimiento humano. Y todo ser inteligente logra su fin último mediante su conocimiento, como hemos demostrado. Luego la inteligencia humana alcanza a Dios entendiéndolo, como su fin.
3. Como las cosas que carecen de entendimiento tienden a Dios como a su fin, por vía de semejanza, así también las creaturas intelectuales lo hacen por vía de conocimiento, como consta por lo antedicho. Y las cosas que carecen de entendimiento, aunque tiendan a asemejarse a los agentes próximos, sin embargo no descansa en ello su tendencia natural, sino que buscan como fin asemejarse al bien supremo, como también consta por lo anteriormente probado; aun cuando pueden alcanzar dicha semejanza de manera imperfectísima. Por consiguiente la inteligencia, aun cuando pudiese tocar su fin último con un mínimo de conocimiento de Dios, más le llenaría esto como último fin que todo el conocimiento perfecto de las cosas inferiores inteligibles.
4. Todo ser desea su último fin sobre todas las cosas. Y la inteligencia humana desea más, y más se deleita en el conocimiento de las cosas divinas, aun cuando puede sólo alcanzar a percibirlas en pequeña escala, que en el conocimiento perfecto que tiene de las cosas inferiores. Por tanto el último fin del hombre es conocer de alguna manera a Dios.
5. Todos los seres tienden a la semejanza divina como a su propio fin. Por consiguiente, aquello por lo que se asemejan a Dios de manera más especial, es su último fin. Y la creatura intelectual se asemeja a Dios de manera especialísima por su inteligencia; pues tal semejanza supera las de las otras creaturas, y las incluye todas. Pero en este tipo de semejanza más se asemeja a Dios en cuanto conoce en acto, que en cuanto conoce en hábito o en potencia, porque Dios está siempre conociendo en acto, según hemos demostrado. Y en cuanto conoce en acto más se asemeja, a Dios al conocer al mismo Dios; porque Dios mismo, al conocerse a sí, conoce todas las demás cosas, como hemos expuesto. Luego conocer a Dios es el último fin de toda sustancia intelectual
6. Lo que sólo es amable por otro, lo es por su ordenación a lo que es amable por sí, pues no podemos proceder indefinidamente en cuanto al apetito natural, pues entonces se frustraría tal apetito, porque no es capaz de abarcar lo infinito. Y las ciencias y artes y capacidades prácticas son amables por otro, porque su fin no es saber, sino obrar. En cambio las ciencias especulativas son amables en sí mismas, porque su fin es el conocimiento mismo. Y ninguna acción humana existe que no se ordene a otro fin, excepto la reflexión especulativa; pues aun los juegos, que parecen ejecutarse sin ningún fin, tienen un fin necesario: que descansando un poco la mente, estemos más dispuestos después de un rato para poder estudiar; de otro modo, si buscásemos el juego por sí mismo, siempre deberíamos estar jugando, lo que no es posible. Por tanto las artes prácticas se ordenan a las especulativas, y de manera semejante toda operación humana se ordena a la especulación intelectual como a su fin. Y entre todas las ciencias y artes, la del último fin parece ser aquella que sirve a las demás como norma y directriz; como el arte de navegar, al que se ordena el fin de una nave, ya que ésta sirve para la navegación, norma y dirige la construcción de la nave. Del mismo modo la primera filosofía es normativa de las demás ciencias especulativas; porque todas dependen de ella, ya que de ella reciben sus principios y dirección, contra quienes niegan los principios; y toda la primera filosofía se ordena al conocimiento de Dios como a su fin último, por lo que se le llama ciencia divina. Por consiguiente el conocimiento divino es el último fin del conocimiento. y de la operación humanos.
7. En todas las cosas que ordenadamente obran y se mueven, necesariamente el fin del primer agente y principio de movimiento ha de ser el fin último de todas; como el fin del general en un ejército es el fin de todos los militares que luchan bajo sus órdenes. Y entre todas las partes del hombre, la inteligencia es el principio motor supremo; porque la inteligencia mueve el apetito, proponiéndole su objeto. Y el apetito intelectual, que es la voluntad, mueve los apetitos sensitivos, que son la ira y la concupiscencia; de ahí que no obedecemos a la concupiscencia, sino mediante el imperio de la voluntad. Y el apetito sensitivo, una vez consintiendo la voluntad mueve el cuerpo. Luego el fin de la inteligencia es el fin de todas las acciones humanas. Y el fin y bien de la inteligencia es verdadero; y por consiguiente, el fin último es el más verdadero. Luego el fin de todo el hombre, y de todas sus operaciones y deseos, es conocer la primera verdad, que es Dios.
8. Naturalmente se encuentra en todos los hombres el deseo de conocer las causas de todo lo que aparece; por ello los hombres empezaron a filosofar por la admiración qué sentían por aquellas cosas que se manifestaban, aunque ocultaban sus causas; y una vez encontrando las causas, descansaban. Y no cesamos de inquirir hasta que llegamos a una primera causa. Y sólo creemos haber conocido perfectamente, cuando conocemos la primera causa. Por consiguiente el hombre desea por naturaleza conocer la primera causa, como su fin último. Y la primera causa de todo es Dios. Luego el último fin del hombre es conocer a Dios.
9. Todo hombre naturalmente desea conocer las causas de cualquier efecto conocido. Y el entendimiento humano conoce el ser universal. Luego naturalmente desea conocer su causa, que únicamente puede ser Dios, como hemos demostrado. Y nadie, consigue su fin último hasta que descansa su deseo natural. Por tanto no basta, para la felicidad humana. que es el último fin, el conocimiento de cualquier cosa inteligible, si no alcanza el conocimiento de Dios, que le haga descansar su deseo natural , como último fin. Por lo tanto, el último fin del hombre es el, conocimiento mismo de Dios.
10. Un cuerpo que tiende por apetito natural a un lugar, tanto con mayor velocidad y vehemencia se dirige a él, cuanto está más próximo. Por ello prueba Aristóteles en Del Cielo, libro 1, caps. 4 y 5, que el movimiento natural rectilíneo no puede ser indefinido, porque lo indefinido no se mueve más antes que después. Y lo que se mueve con más vehemencia después que antes, no se mueve indefinidamente, sino hacia un objeto determinado. Pero en el deseo de conocer encontramos eso precisamente: cuanto más sabe alguien, tanto más desea conocer. Luego el deseo natural de conocer en el hombre tiende a un fin determinado. Y tal fin no puede ser otro que el más noble de los seres cognoscibles, que es Dios. Por tanto el conocimiento divino es el fin último del hombre. Y el fin último tanto del hombre como de cualquier sustancia intelectual, es su felicidad; porque eso es lo que desea toda sustancia intelectual como último fin, y como fin por sí mismo únicamente. Por tanto la felicidad y beatitud última de toda sustancia intelectual consiste en conocer a Dios.
Por eso se ha dicho: "Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt. 5, 8). Y: "Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero" (Jo. 17, 3).
Esta doctrina coincide con la de Aristóteles, en la Ética, libro 10, cap. 7, donde afirma que la felicidad del hombre es especulativa, en cuanto contempla el más elevado de los objetos cognoscibles.
CAPITULO XXVI
La felicidad no consiste en un acto de la voluntad
1. La sustancia intelectual no únicamente alcanza a Dios mediante su operación intelectual, sino también deseándolo con la voluntad, y amándolo, y encontrando en él su deleite; por ello podrían algunos juzgar que la última felicidad del hombre no consiste en conocer a Dios, sino más bien en amarlo, o en algún otro acto de la voluntad respecto al mismo; especialmente siendo el bien el objeto de la voluntad, y por tanto teniendo el aspecto de fin; en cambio la verdad, objeto de la inteligencia, no tiene aspecto de fin, a no ser en cuanto también es bueno. Luego no parece que el hombre consiga su último fin por un acto del entendimiento, sino de la voluntad.
2. La última perfección de la operación es el gozo, que perfecciona la operación como la hermosura perfecciona la juventud, según dice el Filósofo en la Etica, libro 10, cap. 4. Por consiguiente, si la operación perfecta es el último fin, parece que el último fin más bien consiste en una operación de la voluntad, que de la inteligencia.
3. El gozo parece siempre desearse por sí, y nunca por otro; y así resulta tonto preguntar a una persona por qué quiere gozar. Y esta es precisamente la condición del último fin: que se busque por sí mismo. Por consiguiente más radica el último fin en la operación de la voluntad que de la inteligencia, según parece.
4. Todos concuerdan en el deseo del último fin ya que es natural. Y más hombres buscan el gozo que el conocimiento. Luego más parece fin el gozo que el conocimiento.
5. La voluntad parece ser una potencia más elevada que la inteligencia; porque la voluntad mueve la inteligencia hacia el fin, y la inteligencia reflexiona en acto lo que tiene en hábito, cuando uno quiere. Luego la acción de la voluntad parece más noble que la de la inteligencia. Por tanto más bien parece que el último fin es la felicidad, que consiste en un acto de la voluntad, que en un acto del entendimiento.
Pero evidentemente se demuestra que eso es imposible:
1. La felicidad es el bien propio de una naturaleza intelectual. Luego necesariamente ha de convenir a la naturaleza intelectual según aquello que le es más propio. Pero el apetito no es lo más propio de la naturaleza intelectual; ya que se encuentra en todos los seres, aunque de diversas maneras en cada uno. Tal diversidad proviene del hecho de que cada cosa tiene un tipo diverso de conocimiento: las que no tienen conocimiento alguno, tienen sólo apetito natural; las que tienen conocimiento sensitivo, también tienen apetito del mismo nivel, incluido en las tendencias irascibles y concupiscibles; y las que tienen conocimiento intelectual, también tienen un apetito proporcionado a dicho conocimiento, que es la voluntad. Por consiguiente la voluntad, en cuanto apetito, no es propio de la naturaleza intelectual, sino únicamente en cuanto depende de la inteligencia. En cambio el intelecto es propio de la naturaleza intelectual por propia definición. Luego la beatitud o felicidad consiste principal y sustancialmente en un acto de la inteligencia, más que en un acto de la voluntad.
2. En todas las potencias movidas por sus objetos, los objetos son naturalmente anteriores a los actos de tales potencias, como el motor es naturalmente anterior al movimiento del objeto móvil. La voluntad es una potencia de ese tipo; pues lo apetecible mueve el apetito. Por consiguiente el objeto de la voluntad es naturalmente anterior a su acto. Por tanto su objeto primario precede todos sus actos. Luego no puede un acto de la voluntad ser el primer objeto querido. Y tal objeto es el último fin, o sea la felicidad. Luego es imposible que la beatitud o felicidad sea el mismo acto de la voluntad.
3. En todas las potencias que pueden volverse sobre sus propios actos, necesariamente los actos de tal potencia primero se dirigen a un objeto, y sólo después sobre sí mismos. Pues si la inteligencia conoce que conoce, primeramente ha de conocer un objeto, y después conocerá que conoce; pues el mismo conocer que conoce, se refiere al conocimiento de un objeto. Luego o bien habría de proceder indefinidamente, o, si hemos de llegar a un primer objeto conocido, éste no puede ser el acto mismo de entender, sino un objeto inteligible. Igualmente es necesario que el primer objeto querido no sea el mismo querer, sino un bien. Y lo primero que una naturaleza intelectual quiere es la misma felicidad o beatitud; porque por ella queremos cuanto queremos. Luego es imposible que la felicidad consista esencialmente en un acto de la voluntad.
4. Todas las cosas son por naturaleza verdaderas de acuerdo con los elementos que constituyen su sustancia; pues un hombre verdadero difiere de uno pintado en los elementos que constituyen la sustancia del hombre. Y la verdadera felicidad no difiere de la falsa según el acto de la voluntad; pues de la misma manera se comporta la voluntad al desear, amar o gozar, sea cual fuere el objeto que se le proponga como bien sumo, sea verdadero o falso. Pero que sea verdadero o falso el bien supremo que se le propone como tal a la voluntad, depende del entendimiento. Por consiguiente la beatitud o felicidad consiste esencialmente más en la inteligencia que en un acto de la voluntad.
5. Si un acto de la voluntad fuese la felicidad misma, tal acto sería o desear, o amar o gozarse. Pero es imposible que el deseo sea el último fin; pues el deseo se da en la voluntad en cuanto ésta tiende a algo que aún no tiene, lo que sería contrario a la noción de fin último. Tampoco amar puede ser el último fin, pues también se ama el bien no sólo cuando ya se posee, sino cuando aún no se posee; pues es propio del amor buscar con el deseo lo que aún no se tiene; y si el amor es más perfecto, se debe a que ya se posee lo que se ama. Por consiguiente son diversos tener el bien, que es un fin, y amar, que antes de tener su objeto es imperfecto, y es perfecto sólo después de tenerlo. De modo semejante el gozo no es aún el último fin; pues la posesión de un bien es la causa del gozo, sea porque sintamos poseer el bien en el presente, sea porque recordamos un bien que anteriormente hemos tenido, sea porque esperamos un bien por adquirir. Luego el gozo no es el último fin. Por tanto ningún acto de la voluntad puede ser esencialmente la felicidad misma.
6. Si el gozo fuese el fin último, sería apetecible por sí mismo. Pero eso es falso; pues hemos de distinguir qué tipo de deleite hemos de apetecer, por el objeto que tal deleite goza; porque el gozo que se sigue de las operaciones buenas y apetecibles, es bueno y apetecible; y al contrario el que se sigue de las operaciones malas. Por tanto su bondad y apetibilidad depende de otra cosa. Por consiguiente no es el último fin, que es la felicidad.
7. El recto orden de las cosas ha de estar de acuerdo con la naturaleza; porque las cosas naturales están ordenadas a sus fines sin error alguno. Y en las cosas naturales se da el gozo por la operación, y no al contrario. Pues la naturaleza puso en los animales el deleite en aquello que es necesario para los fines; como en el uso del alimento, que se ordena a la conservación del individuo, y en el uso de los órganos sexuales, que se ordena a la conservación de la especie; y si no hubiese deleite, los animales se abstendrían del uso de las cosas necesarias. Luego es imposible que sea el gozo el fin último.
8. El gozo no parece ser otra cosa que el descanso de la voluntad en un bien que le conviene, como el deseo es la inclinación de la voluntad a un bien que ha de conseguir. Y como el hombre se inclina por la voluntad a su fin y en él descansa, así los cuerpos naturales tienen inclinaciones naturales a sus propios fines, y descansan una vez que han conseguido dicho fin. Sería ridículo decir que el fin del movimiento de un cuerpo pesado no consiste en estar en su propio lugar, sino el descanso de la inclinación por la que tendía a dicho lugar. Pues si principalmente la naturaleza tendiese a aquietar la inclinación, simplemente no la daría; pero si la da, es para que tienda a su propio lugar, el cual una vez conseguido como fin, trae como consecuencia el descanso de la inclinación; y por lo tanto tal descanso no es el fin, sino sólo acompaña al fin.
9. Si una cosa externa fuese el fin de otra cosa, ésta tendría como fin último la operación por la cual conseguiría principalmente dicha cosa; igualmente, cuando alguien pone el dinero como su fin, decimos que su fin es poseerlo, no amarlo o desearlo. Y el fin último de la sustancia intelectual es Dios. Por consiguiente la felicidad o beatitud del hombre consistirá en aquello por lo que principalmente se acerca a Dios. Y tal operación es entender, porque no podemos querer lo que no conocemos. Por lo tanto, la última felicidad del hombre radica sustancialmente en el conocimiento de Dios por la inteligencia, y no en un acto de la voluntad.
Por consiguiente, según lo explicado, es clara la respuesta a las objeciones.
1. La felicidad es objeto de la voluntad, por incluir la noción de bien; pero no por ello necesariamente ha de ser sustancialmente el acto mismo de la voluntad, como decía la primera objeción. Más aún, precisamente por ser el primer objeto de la voluntad, se sigue que no es su acto.
2. Tampoco necesariamente aquello que de algún modo perfecciona una cosa ha de ser su fin, como decía la objeción segunda. Pues la perfección de una cosa puede serlo de dos maneras: primera, suponiendo ya la especie; segunda, para especificarla. Por ejemplo, la perfección de una casa, en cuanto ya está especificada, es aquello a lo que se ordena la casa, o sea que se le habite; pues no se construiría la casa si no fuese para ello; luego debería tal finalidad añadirse en la definición, cuando se trate de una definición perfecta. Pero la perfección que se ordena a especificar una cosa, puede ser o bien aquello que constituye la especie, como los principios sustanciales de la misma; o bien lo que se ordena a conservar la especie, como los apoyos que se construyen para sostenerla; o bien cuanto hace que el uso de tal cosa sea más conveniente, como su hermosura. Por consiguiente, lo que constituye la perfección de una cosa ya especificada es su fin, como la habitación es fin de la casa. Y también es fin de la cosa la propia operación de la misma, que es como su uso. Lo que se requiere para la perfección especifica de una cosa no es su fin, sino al contrario, la cosa es fin de tales requisitos. Por ejemplo, la materia y la forma existen en función de la especie, porque, aun cuando la forma sea fin de la generación, sin embargo no lo es del objeto ya generado y especificado; más aún, la forma se requiere para que la especie esté completa. Igualmente las cosas que conservan un objeto en su especie, como la salud y la facultad nutritiva, aunque perfeccionan al animal, sin embargo no son su fin, sino al contrario. Lo que se requiere para adaptar la cosa para que realice las operaciones de su especie y para que consiga más fácilmente su fin, no son fin de la cosa, sino al contrario; como la hermosura y fuerza del cuerpo humano y otras cualidades semejantes, de las que dice el Filósofo en la Etica, libro 1, cap. 12, que sirven orgánicamente para la felicidad. El deleite es una perfección de la operación; pero no porque la operación se ordene a sí misma específicamente, sino que se ordena a otros fines; como alimentarse está ordenado a la conservación del individuo; pero de algún modo es semejante a la perfección que se ordena a la especie de una cosa, en cuanto por la deleitación realizamos con más atención y cuidado la operación en la que nos deleitamos. Por ello dice el Filósofo en la Etica, libro 10, cap. 9, que el deleite perfecciona la operación, como la hermosura la juventud; pero tal hermosura es para el joven, y no al contrario.
3. Tampoco es suficiente razón para afirmar que el deleite sea el último fin, el observar que los hombres lo buscan no por otro motivo, sino por sí mismo, como concluía la tercer objeción. Porque, aun cuando el deleite no sea el último fin, sin embargo sí lo acompaña, ya que surge del hecho de alcanzar el fin.
4. No se dan más hombres que busquen el deleite del conocimiento, que quienes busquen el conocimiento mismo; en cambio más son los que buscan los deleites sensibles que quienes buscan el conocimiento intelectual y el deleite que se sigue de tal conocimiento. Porque muchos más hay que capten lo exteriormente cognoscible, ya que el conocimiento humano comienza por lo sensible.
5. Es evidentemente falso lo que afirma la quinta objeción: que la voluntad es superior al entendimiento, por ser su principio motriz. Porque de manera propia y primera, el entendimiento mueve la voluntad; pues la voluntad en cuanto tal es movida por su objeto, que es el bien aprehendido. Pero la voluntad mueve al intelecto accidentalmente, en cuanto el entender mismo se manifiesta como un bien, y en tal sentido la voluntad lo desea. De ahí se sigue que el entendimiento entiende en acto, y en ello precede a la voluntad. Pues la voluntad no podría jamás desear entender si el entendimiento no captase primero que el entender es bueno. Y además la voluntad mueve el entendimiento a operar en acto a la manera como se dice que el agente mueve; y el entendimiento mueve la voluntad a la manera como mueve el fin, ya que el bien conocido es el bien de la voluntad. Y en cuanto al movimiento, el agente es posterior al fin, ya que el agente no mueve sino por el fin. Luego es obvio que el entendimiento simplemente es superior a la voluntad., aunque la voluntad puede ser más elevada que el entendimiento, de manera accidental y en algunos aspectos.
CAPITULO XXVII
La felicidad humana no consiste en deleites corporales
Por lo anterior fácilmente demostramos que es imposible que la felicidad humana consista en los placeres del cuerpo, los que principalmente se encuentran en el alimento y en el uso, de los órganos sexuales.
1. Hemos demostrado que, según el orden de la naturaleza, el deleite se da en función de la operación, y no a la inversa. Por consiguiente, si las operaciones no fuesen el último fin, los deleites que se siguen de ellas ni serían el último fin, ni lo acompañarían. Mas nos consta que las operaciones a las que acompañan dichos deleites no son el último fin, pues están ordenadas a otros fines evidentes, como la alimentación a la conservación del cuerpo, y la unión sexual a la generación de la prole. Por consiguiente los deleites que las acompañan ni son el último fin, ni acompañan al último fin. Luego no podemos poner en tales deleites la felicidad.
2. La voluntad es apetito superior al sensitivo, como antes hemos dicho. Y la felicidad no consiste en el acto de la voluntad, como también probamos anteriormente. Por consiguiente mucho menos consistirá en tales deleites, que radican en el apetito sensitivo.
3. La felicidad es propia del hombre, no de los brutos, a no ser en sentido lato. Pero los deleites de que hablamos son comunes a los hombres y a los brutos. Luego no puede ponerse en ellos la felicidad.
4. El último fin es el más noble de aquellos a los que una cosa se ordena, pues incluye la noción de óptimo. Pero tales deleites no convienen a un hombre por lo que tiene de más noble, que es la inteligencia, sino por los sentidos. Por consiguiente no hemos de poner en tales deleites la felicidad.
5. La más alta perfección del hombre no ha de ponerse en lo que lo une a las cosas inferiores, sino en lo que lo une a lo más elevado; pues el fin es mejor que aquello de lo que es fin. Y los deleites de que tratamos consisten en que el hombre se une mediante el sentido con algunas de esas realidades inferiores a él, como son las sensibles. Por consiguiente no se ha de poner en ellos la felicidad.
6. Lo que es bueno únicamente en cuanto es moderado, no es absolutamente bueno, sino recibe la bondad de quien lo modera. Y el uso de tales deleites no es bueno al hombre, sino moderadamente, pues de otro modo los deleites se obstaculizarían mutuamente. Por consiguiente tales deleites no son absolutamente buenos para el hombre. Y lo que es el sumo bien ha de ser absolutamente bueno, porque lo que es absolutamente bueno es mejor que lo bueno por otro motivo. Por lo tanto tales deleites no son el bien sumo del hombre, como lo es la felicidad.
7. En todo lo que existe por sí, lo más sigue a lo más, y lo absoluto a lo absoluto. Por ejemplo, el calor calienta; pero a mayor calor, más calentamiento; y a máximo calor, calentamiento máximo. Así, pues, si dichos deleites fuesen buenos absolutamente, necesariamente lo mejor sería buscarlos al máximo. Pero eso es evidentemente falso; porque su demasiado uso es un vicio, y es dañoso para el cuerpo, e impide los deleites semejantes. Por tanto no son bienes absolutos para el hombre. Luego, no consiste en ellos la felicidad humana.
8. Los actos de virtud son laudables porque se ordenan a la felicidad. Mas si en los deleites carnales consistiese la felicidad humana, los actos de virtud más laudables consistirían en ceder a tales deleites, y no en abstenerse de ellos. Pero eso es evidentemente falso, pues un acto de templanza es más digno de alabanza cuando se abstiene de deleites; más aún, por ello se le llama así. Por lo tanto no está en dichos deleites la felicidad humana.
9. El fin último de cualquier cosa es Dios, como ya demostramos anteriormente. Por consiguiente hemos de señalar como fin último del hombre aquello por lo cual más se acerca a Dios. Pero tales deleites más bien impiden al hombre en su máximo acercamiento a Dios, el que se da por la contemplación, que se ve impedida por dichos deleites, porque al sumergirse el hombre en lo sensible más se aparta de lo inteligible. Por consiguiente no hemos de poner en los deleites la felicidad humana.
Así se destruye el error de los epicúreos, que ponían en tales placeres la felicidad humana. De tales personas afirma Salomón: "Lo que me pareció bueno es que cada uno coma, beba y disfrute de su trabajo con alegría... y tal es su herencia" (Eccles. 5, 17). Y: "Reguemos por doquiera los signos de nuestra alegría; porque ésta es nuestra suerte y nuestra herencia" (Sap. 2, 9). También queda refutado el error de los cerintianos, quienes en la última felicidad después de la resurrección, imaginan que se seguirán mil años de placeres carnales en el reino de Cristo; por eso se les llamó Jiliastas o Milenarios, pues en griego filia es lo mismo que Mil. También se excluyen los errores de los judíos y sarracenos, quienes ponen el premio de los justos en dichos placeres; ya que la felicidad es el premio de la virtud.
CAPITULO XXVIII
La felicidad no consiste en honores
De lo anterior deducimos con toda evidencia que tampoco puede consistir en los honores el bien sumo del hombre, que es la felicidad.
1. El fin último del hombre y su felicidad son su perfectísima operación, como se ha demostrado. Pero el honor del hombre no consiste en su acción, sino en la operación del otro que le muestra reverencia. Luego no se puede poner la felicidad del hombre en los honores.
2. No es último fin aquello que es deseable o es un bien por razón de otro. Y el honor es de tal naturaleza; porque nadie es honrado rectamente a no ser por otro bien que tiene; y por ello los hombres buscan ser honrados, porque quieren tener un testimonio de algún bien que tienen, por lo, cual más se alegran los hombres cuando los honran los grandes y los sabios. Luego no hemos de poner la felicidad en los honores.
3. Se llega a la felicidad por la virtud. Y las operaciones de las virtudes son voluntarias, pues de otra manera no serían dignas de alabanza. Por consiguiente es preciso que la felicidad sea un bien al que llegue el hombre por su voluntad. Pero no está en poder del hombre conseguir el honor, sino más bien está en poder de aquél que lo honra. Luego no hemos de poner la felicidad humana en los honores.
4. Todo cuanto es digno de honor únicamente puede encontrarse en los buenos; pero también los malos son honrados. Luego es mejor ser digno de honor que ser honrado. Por consiguiente el honor no es el sumo bien del hombre.
5. El bien sumo es el bien perfecto. Y el bien perfecto no tolera ningún mal. Y nadie que tenga algún mal puede ser perfectamente feliz. Por lo tanto es imposible que sea malo aquél que ha conseguido el sumo bien. Pero un hombre malo puede conseguir honores. Luego el honor no es el bien sumo del hombre.
CAPÍTULO XXIX
La felicidad del hombre no consiste en la gloria humana
Por las mismas razones podemos afirmar que tampoco en la gloria, que consiste en la celebridad de la fama, radica el bien sumo del hombre.
1. Según Cicerón, la gloria es “la frecuente fama de alguien, llena de alabanza” y según Ambrosio “un conocimiento cierto, unido a la alabanza". Los hombres quieren descollar con cierta alabanza y reconocimiento, para ser honrados. Luego la gloria se busca en función del honor. Y si el honor no es el bien sumo, menos lo será la gloria.
2.. Bienes laudables son aquellos según los cuales una persona se ordena a su fin. Y quien está ordenado a un fin, todavía no ha conseguido dicho fin. Luego no se atribuye la alabanza a quien ya ha conseguido su último fin, sino más bien se le atribuye honor, como dice el Filósofo en la Etica, libro 1, cap. 12. Por consiguiente la gloria no puede ser el bien sumo, pues principalmente consiste en la alabanza.
3. Conocer es más noble que ser conocido; pues únicamente conocen los más nobles de entre los seres, y en cambio aun los seres ínfimos son conocidos. Por consiguiente no puede ser la gloria el fin sumo del hombre, pues la gloria consiste en ser conocido.
4. Nadie desea que se le conozca, sino en lo bueno; en cambio quiere ocultar cuanto tiene de malo. Por tanto ser conocido es bueno y deseable por los bienes que se conocen. Luego tales bienes son mejores que el mismo ser conocido. Y así, el bien sumo del hombre no consiste en la gloria, ya que ésta consiste en ser conocido.
5. El bien sumo debe ser perfecto, ya que en él descansa el apetito. Pero el conocimiento de la fama, en lo que consiste la gloria, es algo imperfecto, pues tiene mucho de error e incertidumbre. Por lo tanto no puede tal gloria ser el bien sumo.
5. El bien sumo del hombre debe ser lo más estable entre todas las cosas humanas, pues naturalmente deseamos que dure el bien. Pero la gloria basada en la fama es de lo más inestable; porque nada hay más mutable que la opinión y la alabanza humanas. Luego tal gloria no es el bien sumo del hombre.
CAPÍTULO XXX
La felicidad del hombre no consiste en riquezas
Por lo mismo es evidente que tampoco las riquezas son el bien sumo del hombre.
1. No apetecemos las riquezas sino en función de otra cosa; pues por sí mismas no nos proporcionan ningún bien, sino solamente las usamos o para sustento del cuerpo o para un fin semejante. Pero lo que es supremo ha de ser deseado por sí mismo y no por otra cosa. Luego las riquezas no son el bien sumo del hombre.
2. Su posesión o conservación no pueden ser el bien sumo del hombre, ya que al desprendernos de ellas sacamos el mayor provecho. Mas las riquezas nos aprovechan más cuando se gastan, pues tal es su uso. Por lo tanto su posesión no puede ser el mayor bien del hombre.
3. Un acto de virtud es laudable en cuanto nos acerca a la felicidad. Por ello es laudable el acto de liberalidad y generosidad, que se ejercitan desprendiéndose del dinero, más bien que conservándolo; por ello tales virtudes toman su nombre del desprendimiento. Por consiguiente la felicidad del hombre no consiste en la posesión de riquezas.
4. Aquello cuya consecución produce al hombre el mayor bien, necesariamente ha de ser lo mejor que el hombre. Pero el hombre es mejor que las riquezas, ya que las cosas están ordenadas al uso del hombre. Luego no se encuentra en las riquezas el bien sumo del hombre.
5. El bien sumo del hombre no puede estar sujeto a la suerte, ya que lo fortuito sucede sin esfuerzo de la mente. Pero el hombre debe conseguir el bien propio mediante su razón. Y en cambio la suerte juega un papel muy importante en la consecución de las riquezas. Por lo tanto la felicidad no consiste en las riquezas.
6. Es evidente lo que afirmamos, por el hecho de que, involuntariamente perdemos las riquezas; y que al contrario, pueden conseguirlas los malos, que deberían carecer del bien sumo; y porque son inestables, y por otros motivos semejantes que pueden explicitarse a partir de los argumentos anteriores.
CAPITULO XXXI
La felicidad no consiste en el poder mundano
Igualmente podemos afirmar que el poder humano de ningún modo puede ser el sumo bien del hombre:
1. Porque para conseguirlo juega un papel importante la suerte, y una vez conseguido es inestable, y no está sujeto a la voluntad humana, y con frecuencia lo consiguen los malos; cosas todas que repugnan al bien sumo, como acabamos de mostrar.
2. El hombre es especialísimamente bueno en cuanto alcanza el bien sumo. Pero no por tener poder el hombre es bueno o malo; pues no es bueno todo aquél que puede hacer el bien, ni malo el que puede hacer el mal. Luego el bien sumo no consiste en el poder que tenga el hombre.
3. Todo poder es para algo. Pero el bien sumo no es para otra cosa. Luego el poder no es el sumo bien.
4. Aquello de lo que alguien puede usar mal o bien, no puede ser su bien sumo; pues es mejor aquello que nadie puede usar para el mal. Pero el poderoso puede usar su poder para bien o para mal, ya que las facultades racionales pueden dirigirse a términos opuestos. Por consiguiente el poder no es el bien supremo del hombre.
5. Si el bien sumo fuese algún poder, necesariamente éste sería perfectísimo. Pero el poder humano es imperfectísimo; pues está fundado en las voluntades y opiniones de los hombres, en las cuales se encuentra una enorme inconstancia, y cuanto mayor es el poder, tanto más depende de un mayor número de personas; lo cual también lo debilita, porque lo que depende de muchos, puede ser destruido de múltiples maneras. Luego el bien sumo del hombre no consiste en el poder humano.
Por consiguiente la felicidad del hombre no consiste en ningún bien extrínseco, ya que todos los bienes extrínsecos, que solemos llamar buena suerte, están contenidos en los que hemos enumerado.
CAPITULO XXXII
La felicidad no consiste en bienes del cuerpo
Tampoco puede consistir en bienes del cuerpo, tales como la salud, la hermosura, la fuerza; y se prueba con toda evidencia.
1. Todas estas cosas son comunes a los buenos y a los malos, y son inestables, y no dependen de la voluntad.
2. El alma es superior al cuerpo, el cual ni vive ni puede tener tales bienes sino por el alma. Por consiguiente los bienes del alma, tales como entender, son mejores que los del cuerpo. Por lo tanto el bien del cuerpo no puede ser el bien sumo del hombre.
3. Estos bienes son comunes al hombre y a otros animales. Pero la felicidad es el bien propio del hombre. Luego la felicidad no está en dichos bienes.
4. Muchos animales son mejores que el hombre en cuanto a los bienes del cuerpo; pues algunos son más veloces, otros más fuertes, etcétera. Por consiguiente, sí en ellos estuviese el sumo bien del hombre, éste no sería el mejor entre los animales, lo que es evidentemente falso. Luego la felicidad humana no consiste en los bienes del cuerpo.
CAPÍTULO XXXIII
La felicidad no radica en la parte sensitiva.
Por las, mismas razones, podemos probar que el bien sumo, del hombre no radica en los bienes de la parte sensitiva.
1. Estos bienes son comunes a los animales y al hombre.
2. La inteligencia es mejor que los sentidos. Por lo tanto el bien del intelecto es mejor que el del sentido. Por consiguiente el sumo bien del hombre no consiste en el sentido.
3. Los máximos deleites de los sentidos se encuentran en los alimentos y en el placer venéreo, en los que debería consistir el bien sumo, si éste fuera sensible. Pero no se encuentra en ellos. Por consiguiente el sumo bien del hombre no radica en sus sentidos.
4. Queremos nuestros sentidos por su utilidad y por el conocimiento. Y toda la utilidad de los sentidos se refiere a bienes del cuerpo, y el conocimiento sensible se ordena al intelectual. Por ello los animales que carecen de inteligencia no se deleitan al sentir, a no ser en cuanto se refiere a la utilidad del cuerpo, porque por el conocimiento sensible consiguen lo necesario para el alimento o para el placer venéreo. Luego el sumo bien del hombre no radica en la parte sensitiva, y así tampoco su felicidad.
CAPÍTULO XXXIV
La felicidad últitna del hombre no consiste en los actos de las virtudes morales
Es evidente que la felicidad del hombre no consiste tampoco en las operaciones e las virtudes morales.
1. Si la felicidad humana es última, no puede ordenarse a otro fin posterior. Pero todas las virtudes morales son ordenables a algún fin diverso. Esto es evidente, por ejemplo analizando algunas de las principales: las operaciones de la fortaleza, que se realizan en la guerra, están ordenadas a la victoria y a la paz; sería, pues, tonto pelear sólo por pelear. De modo semejante las operaciones de la justicia están ordenadas a conservar la paz entre los hombres, en cuanto cada uno puede poseer lo suyo tranquilamente; y lo mismo se diga de las demás. Luego la última felicidad del hombre no consiste en el ejercicio de las virtudes morales.
2. Las virtudes morales sirven para que se conserve una proporción entre las cosas externas y las pasiones intrínsecas. Pero no es posible el último fin de la vida humana consista en la modificación de las pasiones o de las cosas externas, ya que dichas pasiones y cosas exteriores son ordenables a otras cosas. Luego no es posible que la última felicidad del hombre consista en el ejercicio de las virtudes morales.
3. Como el hombre es hombre en cuanto goza de razón, necesariamente su bien propio, que es la felicidad, está en conformidad con lo que es propio de la razón. Y más propio de la razón es lo que tiene en sí que lo que realiza en otro ser. Por consiguiente como el bien moral es algo que la razón realiza en otras cosas, no puede ser lo mejor del hombre, que es la felicidad; sino que tal bien debe ser algo fundado en la razón misma.
4. Arriba demostramos que el fin último de todas la cosas es asemejarse a Dios. Por consiguiente lo que más hace al hombre asemejarse a Dios es su felicidad. Pero no puede ser por los actos morales. Porque éstos no Pueden atribuirse a Dios sino metafóricamente, pues no pueden atribuirse a Dios pasiones ni cosa alguna semejante que se refiera a las virtudes morales. Por consiguiente la felicidad última del hombre, que es también su último fin, no puede consistir en actos morales
5. La felicidad es el bien propio del hombre. Por lo tanto aquello que es lo más propio del hombre entre todos los bienes humanos, y que lo especifica respecto a los demás animales, es en lo que principalmente se ha de buscar su felicidad última. Pero no es el acto moral, pues también otros animales participan de alguna manera de la fortaleza o de la liberalidad; en cambio ningún animal participa de la acción intelectual. Por consiguiente no consiste la última felicidad del hombre en actos morales.
CAPÍTULO XXXV
La última felicidad del hombre no consiste en el ejercicio de la prudencia
Por lo dicho resulta evidente que la última felicidad humana no consiste tampoco en el ejercicio de la prudencia.
1. El ejercicio de la prudencia sólo se refiere a lo que está relacionado con las virtudes morales. Y la última felicidad del hombre no consiste en los actos de las virtudes morales. Luego tampoco en el ejercicio de la prudencia.
2. La última felicidad del hombre consiste en la más elevada operación del hombre. Pero la más elevada operación del hombre, según lo que le es propio, se refiere a los objetos más perfectos. Pero el ejercicio de la prudencia no se refiere a los objetos más perfectos de la inteligencia o la razón, ya que su objeto no es lo necesario, sino lo que puede realizarse contingentemente. Luego la última felicidad no consiste en su ejercicio.
3. Lo que se ordena a otra cosa como a su fin no es la felicidad última del hombre. Pero el ejercicio de la prudencia se ordena a otra cosa como a su fin, tanto porque todo conocimiento práctico, que incluye la prudencia, se ordena a la acción, como porque la prudencia hace que el hombre se ordene convenientemente en aquellas cosas que miran al fin. Así lo dice Aristóteles en la Etica, libro 6, cap. 9. Luego la felicidad última del hombre no consiste en el ejercicio de la prudencia.
4. Los animales irracionales no participan de la felicidad, como dice Aristóteles en la Etica, libro 1, capítulo 10. En cambio hasta cierto punto participan de la prudencia, como dice el mismo filósofo en la Metafísica, libro 1, cap. 1. Luego la felicidad no consiste en el ejercicio de la prudencia.
CAPITULO XXXVI
La felicidad no consiste en el ejercicio del arte
Tampoco puede consistir en el ejercicio del arte.
1. El conocimiento artístico también es práctico, y por consiguiente se ordena a un fin. Luego no puede ser el último fin.
2. Los fines del arte son cosas artificiales, que no pueden ser el último fin de la vida humana, ya que más bien nosotros somos el fin de las cosas artificiales; porque todas las cosas se fabrican para uso del hombre. Luego la última felicidad del hombre no puede consistir en el ejercicio del arte.
CAPITULO XXXVII
La felicidad última del hombre consiste en la contemplación de Dios
Por consiguiente, si la última felicidad del hombre no consiste en los bienes exteriores que suelen atribuirse a la suerte, ni en los del cuerpo, ni en los del alma en cuanto a la parte sensitiva, ni en los que se refieren a la parte intelectual respecto a los actos de las virtudes morales, ni en la parte intelectual práctica del hombre, como el arte y la prudencia, sólo queda que consista en la contemplación de la verdad.
1. Sólo esta operación del hombre le es propia, y de ningún modo participa de ella con los demás animales.
2. Tampoco se ordena dicha operación a otra cosa como a su fin, ya que la contemplación busca la verdad por sí misma.
3. Esta operación une al hombre a las sustancias superiores mediante la semejanza, ya que tal operación es propia y exclusiva del hombre y de las sustancias separadas.
4. Por dicha operación se une a los seres superiores, conociéndolos de alguna manera.
5. Es la operación para la que el hombre tiene mayor capacidad, ya que poco auxilio necesita del exterior para realizarla.
6. Parece que a ésta se ordenan todas las demás operaciones del hombre como a su fin. Pues para la contemplación perfecta se requieren la integridad corporal, a la cual están ordenadas todas las cosas artificiales necesarias para la vida. También el descanso de las perturbaciones de las pasiones, al que se llega mediante el ejercicio de las virtudes morales y de la prudencia. Y el descanso de las pasiones exteriores, al que se ordena todo el recto gobierno de la vida civil. De manera que, si consideramos las cosas rectamente, todos los oficios humanos parecen servir a la contemplación de la verdad.
Mas no es posible que la última felicidad del hombre consista en la contemplación de los primeros principios, que es imperfectísima; porque se refiere principalmente a los universales, está en potencia de "conocer las cosas, es principio y no fin del estudio humano, proviene de nuestra naturaleza y no del estudio de la verdad. Tampoco en el conocimiento de las ciencias, pues estas se refieren a las cosas ínfimas, ya que la felicidad debe ser la operación de la inteligencia que tenga por objeto los inteligibles más nobles. Luego sólo nos queda que la última felicidad del hombre consista en la contemplación de la sabiduría, en cuanto considera lo divino.
De esta manera resulta evidente, por vía de inducción, lo que anteriormente hemos probado por razonamientos que la última felicidad del hombre no consiste sino en la contemplación de Dios.
CAPÍTULO XXXVIII
La felicidad humana no consiste en el conocimiento común de Dios que suele tener la mayoría de los hombres
Nos queda por investigar en qué tipo de conocimiento de Dios consiste la felicidad de la sustancia intelectual. Pues existe un cierto conocimiento común y confuso de Dios, en casi todos los hombres. Dicho conocimiento se o bien porque Dios es evidente por sí mismo, tomando la evidencia como principio de demostración, como algunos opinan, según hemos dicho antes; o bien (lo que parece más de acuerdo con la verdad) porque el hombre puede llegar inmediatamente al conocimiento de dios mediante la razón natural; pues viendo los hombres cómo las cosas se mueven según un orden determinado, y no pudiendo haber orden sin ordenador, suelen percibir ordinariamente que existe un ordenador de las cosas que observamos. Sin embargo, de dicha consideración no suelen deducir inmediatamente quién sea, o cómo sea, o si es único; por ejemplo, como vemos que un hombre se mueve y ejecuta ciertas obras, percibimos en él cierta causa de dichas operaciones, que no se encuentra en otras cosas, y llamamos alma a dicha causa; pero no por ello sabemos qué sea el alma, si es lo mismo que el cuerpo, o cómo realiza tales operaciones. Pero no es posible que tal conocimiento sea suficiente para la felicidad.
1. La felicidad ha de ser una operación sin defecto. Pero el tipo de conocimiento del que hablamos está mezclado con muchos errores. Por ello muchos creyeron que el ordenador de todas las cosas del mundo eran los cuerpos celestiales, por lo cual los llamaron dioses; otros creyeron que eran los mismos elementos de los que las cosas se generan pensando que los movimientos y operaciones naturales que tienen no les han sido comunicados por otro ordenador, sino que tales elementos son los ordenadores de las demás cosas; otros, finalmente, creyendo que los actos humanos no deben ordenarse a ningún otro ordenador, sino al gobierno humano, llamaron dioses a los hombres que gobiernan a los otros. Por consiguiente tal tipo de conocimiento de Dios no es suficiente para la felicidad.
2. La felicidad es fin de los actos humanos. Pero los actos humanos no se ordenan a tal tipo de conocimiento como a su fin; más aún, dicho conocimiento más bien se encuentra en los hombres como un principio. Luego no consiste en él la felicidad.
3. Nadie parece digno de reprensión por carecer de felicidad; más bien se alaba a quienes no la tienen, y por eso tienden a ella. Pero cualquier hombre parece muy digno de ser vituperado si carece de dicho conocimiento de Dios; pues la máxima estupidez del hombre se manifiesta en no percibir los signos tan evidentes de Dios, como se juzgaría estúpido a quien, viendo a un hombre, no comprendiese que tiene alma. Por ello dice la Escritura: "Dice el necio en su corazón: No hay Dios" (Ps. 13, l). Por consiguiente tal conocimiento de Dios no basta para la felicidad.
4. Todo conocimiento que tenemos de una cosa en general, sin que se particularice en sus propiedades, es imperfectísimo, como el que tenemos del hombre cuando sabemos que se mueve. Con este tipo de conocimiento conocemos las cosas que sólo existen en potencia; pues las propiedades de un ser se contienen potencialmente en la idea general. Pero la felicidad es una operación perfecta, y el bien sumo del hombre debe estar en acto, y no sólo en potencia, ya que la potencia llena la noción de bien cuando por el acto se perfecciona. Por consiguiente tal conocimiento de Dios no nos es suficiente para la felicidad.
CAPITULO XXXIX
La felicidad humana no consiste en el conocimiento de Dios adquirido por demostración
Se da un conocimiento de Dios más elevado que el anterior, y se adquiere por demostración. Esta nos lleva a un conocimiento más propio de él; pues por la demostración se remueven muchas cosas, por lo que más se distingue de los otros seres. Por ejemplo, la demostración nos enseña que Dios es inmutable, eterno, incorpóreo, absolutamente simple, único, y todo lo demás que de él demostramos. Al conocimiento propio de una cosa se llega no sólo mediante afirmaciones, sino también por negaciones; porque así como es propio del hombre ser animal racional, así es impropio que sea inanimado o irracional. Pero hay una diferencia entre ambos modos de conocimiento: por el afirmativo, adquiriendo un conocimiento propio del objeto sabemos qué es y cómo se distingue de los demás; y por el negativo, supuesto el conocimiento del objeto, sabemos cómo se diferencia de los demás seres, aunque siga siendo desconocida su esencia. De esta suerte es el conocimiento demostrativo que tenemos de Dios. Pero tampoco es suficiente para la última felicidad del hombre.
1. Todo cuanto Pertenece a una especie, logra normalmente el fin de dicha especie: lo que tenemos por naturaleza, lo tenemos siempre o en la mayor parte de los casos, aun cuando ocasionalmente falle por alguna corrupción. Pero la felicidad es el fin de la especie humana, ya que todos los hombres la desean naturalmente. Por lo tanto, la felicidad es un bien común al que todos los hombres pueden llegar, a menos que se vean impedidos por algún obstáculo. En cambio pocos llegan al conocimiento de Dios por vía de demostración, por los impedimentos de la misma, que ya tratamos. Por consiguiente tal conocimiento no es esencialmente la misma felicidad humana.
2. El ser en acto es el fin de la existencia en potencia, como consta por lo antedicho. Por consiguiente la felicidad, que es el último fin, es el acto no mezclado de potencia para un acto posterior. Pero el conocimiento demostrativo de Dios todavía queda en potencia para que algo más se conozca de Dios, o al menos de un modo más noble; pues los filósofos posteriores se han esforzado por añadir algo al conocimiento que tenemos de Dios, sobre lo que habían recibido de los primeros. Por lo tanto tal tipo de conocimiento no es la última felicidad del hombre.
3. La felicidad excluye toda miseria; pues nadie puede ser al mismo tiempo feliz y miserable. Mas el engaño y el error son gran parte de la miseria, pues los hombres los rehuyen naturalmente. Pero tal conocimiento demostrativo de Dios puede tener múltiples errores; lo que resulta evidente, pues muchos que llegaron a conocer por demostración ciertas verdades sobre Dios, cayeron en muchos errores posteriormente, en sus elucubraciones, por faltarles la demostración. Y aun cuando algunos hayan alcanzado así algo de la verdad divina, por vía de demostración, evidentemente se trata de muy pocos; pero no puede ser así la felicidad, que es un fin universal. Por consiguiente la felicidad última del hombre no radica en este tipo de conocimiento.
4. La felicidad consiste en una operación perfecta. Y la perfección del conocimiento requiere certeza. Por eso no decimos que conocemos algo hasta que sabemos que es imposible que se dé lo contrario, como consta por los Analíticos Posteriores, libro 1, cap. 2. Mas el conocimiento de que tratamos está lleno de incertidumbre, como lo demuestra la diversidad de opiniones acerca de lo divino, entre aquellos que se han esforzado por alcanzarlo mediante la demostración. Luego no puede estar en ese conocimiento la última felicidad.
5. Una vez que se ha conseguido el último fin, descansa el deseo de la voluntad, porque el último fin de todo conocimiento humano es la felicidad. Por consiguiente la verdadera felicidad consistirá esencialmente en aquel tipo de conocimiento que, una vez adquirido, no deje ya ningún deseo de mayor conocimiento. Pero tal tipo de conocimiento no puede ser el que los filósofos han adquirido por demostración; porque, aun teniéndolo, todavía deseamos conocer lo que no se alcanza por ese camino. Luego tal conocimiento no puede ser la felicidad última.
6. El fin de cualquier cosa que esté en potencia es pasar al acto; pues hacia él tiende por el movimiento por el que se mueve hacia el fin. Y todo ser en potencia tiende a pasar al acto en cuanto sea posible. Y un ser existe en potencia cuando toda su potencia puede reducirse al acto. Luego su fin es que toda su potencia pase al acto; por ejemplo, un cuerpo pesado que esté fuera de su medio, está en potencia para estar en su lugar. Pero otras cosas están en potencia de tal manera que no puede ésta pasar de una vez al acto, como sucede con la materia prima; por lo cual tiende mediante el movimiento a pasar sucesivamente al acto de diversas formas, que por su diversidad no pueden comunicársele al mismo tiempo. Y parece que el entendimiento está en potencia para todo ser inteligible, como hemos dicho. Y dos inteligibles pueden al mismo tiempo existir en el entendimiento posible, según el acto primero que es la ciencia, aun cuando quizá no según el acto segundo, que es advertencia en acto. De donde se deduce que toda la potencia del entendimiento posible puede reducirse de una sola vez al acto. Por consiguiente tal cosa es necesaria para que se dé el último fin, que es la felicidad. Pero esto no se logra mediante el conocimiento de Dios por demostración, porque, una vez que lo desarrollamos, aún ignoramos muchas cosas. Luego tal conocimiento no es suficiente para la última felicidad.
CAPÍTULO XL
La felicidad humana no consiste en el conocimiento de Dios por la fe
Hay otro tipo de conocimiento de Dios; en cierto sentido superior al que tratamos en el capítulo precedente, y por el que todos pueden conocer a Dios; esto es, por la fe. Este conocimiento es superior al demostrativo, ya que muchas verdades no pueden alcanzarse por la demostración, por razón de su eminencia, como lo demostramos al principio de esta obra. Pero tampoco es posible que en este tipo de conocimiento de Dios consista la última felicidad del hombre.
1. La felicidad es la operación perfecta de la inteligencia humana, como consta por lo dicho anteriormente. Mas en el conocimiento por la fe, la operación del entendimiento es imperfectísima en cuanto a lo que corresponde al entendimiento mismo, aun cuando la perfección de parte del objeto sea máxima; pues el entendimiento no alcanza a comprender aquello a lo que da su asentimiento. Por consiguiente ni siquiera en este conocimiento de Dios se encuentra la última felicidad del hombre.
2. Ya anteriormente, demostramos que la última felicidad no consiste principalmente en un acto de la voluntad. Mas en el conocimiento por la fe la voluntad tiene la primacía; pues el entendimiento da su asentimiento a lo que se le propone por la fe, por su voluntad, no llevado por la evidencia de la misma verdad. Por consiguiente tampoco está en este tipo de conocimiento la última felicidad del hombre.
3. Quien cree presta su asentimiento a lo que otro le propone, aun cuando él mismo no lo vea; luego la fe nos proporciona un conocimiento más semejante al oído que a la visión. Y nadie creería lo que no ve, y que otro le propone, si no considerase que quien se lo propone tiene un conocimiento más perfecto de las cosas propuestas que quien no ve. Por consiguiente, o es falsa dicha consideración del creyente, o el que le propone lo que ha de creerse tiene un mejor conocimiento de lo propuesto. Pero si quien propone lo que ha de creerse no lo conoce por sí mismo, sino por haberlo escuchado de otro, no podemos proceder indefinidamente, pues entonces el asentimiento por la fe sería vano y sin ninguna certeza; porque no se encontraría algo que fuese cierto por sí mismo, y que fuese fundamento de la certeza de quienes creyeren por la fe. Pero no es posible que el conocimiento por la fe sea falso y vano, como consta por lo dicho; y sin embargo, si lo fuese, no podría consistir en tal conocimiento la felicidad. Luego existe un conocimiento de Dios superior al de la fe; sea que quien propone las verdades de fe vea la verdad inmediatamente, como creemos en Cristo, sea que la haya recibido directamente de quien ve la verdad, como creemos en la palabra de los apóstoles y profetas. Y como la felicidad consiste en el conocimiento supremo de Dios, es imposible que consista en el que tenemos por la fe.
4. El deseo natural descansa en la felicidad, ya que ésta es el último fin. Pero el conocimiento por la fe no hace descansar el deseo, sino más bien lo enciende, porque todos deseamos ver aquello que creemos. Por consiguiente la última felicidad del hombre no se da en el conocimiento por la fe.
5. El conocimiento de Dios es un fin, en cuanto nos une a Dios, que es el fin de todas las cosas. Pero el conocimiento por la fe no nos hace perfectamente presente a la inteligencia el objeto creído, ya que por la fe conocemos lo ausente, no lo presente. Por ello dice el Apóstol que "mientras caminamos por, la fe, somos guiados por el Señor" (II Cor. 5, 6). Dios se hace presente por la fe al afecto, ya que el creyente da un asentimiento voluntario a Dios, como dice el Apóstol: "Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones" (Ef. 3,17). Por consiguiente no es posible que la última felicidad del hombre consista en el conocimiento por la fe.