Como fascinación ante la muerte en Georges Bataille
Belén Castellanos R.
1. Introducción
En este escrito, vamos a tratar de exponer algunos apuntes en relación al pensamiento de Bataille. Para ello, nos centraremos en su paticular modo de concebir la sexualidad humana, una sexualidad que, más allá de la animal, estaría impulsada por algo tan distintivo del humano como es la conciencia de la muerte. No queremos olvidar, sin embargo, la conexión de esta temática con el proyecto, siempre renovado, de abordar, de modo general, el sentido de la Filosofía. Por ello, precisamente, hemos elegido una temática como el erotismo: porque la dimensión erótica se encuentra en un punto en el que confluyen fenómenos tan variados como son el impulso animal, la prohibición, la civilización, la transgresión, el trabajo, la aparición de la conciencia, la fiesta y la religión. Así, si la Filosofía tuviera algo de erótico, podría mostrarse de un modo tan intenso como la vida misma. La filosofía, además, es erótica en tanto que conserva ese resplandor característico de los saberes iniciáticos y de las transgresiones del pensamiento. Inversamente, el erotismo es filosófico en cuanto que debe su génesis a la aparición de la conciencia de la muerte. Justamente es ésta la linea que nos gustaría ensayar para responder a la cuestión del por qué de la Filosofía, recogiendo así el proyecto de los primeros filósofos, los presocráticos, en conexión con Nietzsche y con el propio Bataille: crear una Filosofía que se parezca al juego de la vida.
2. mundo humano y el mundo animal
Bataille trata la cuestión de la sexualidad humana fundamentalmente en dos obras: Las lágrimas de Eros y El erotismo. Precisamente éste, “erotismo” será el nombre que Bataille use para caracterizar las particularidades de la sexualidad específicamente humana (no siempre, el sexo entre humanos es específicamente humano). Si decimos esto es porque estamos tratando de trazar una diferencia entre la sexualidad natural, animal, y la humana. De alguna manera, la práctica sexual es una de las cosas que el hombre conserva de la animalidad. Sin embargo, incluso en esos casos en los que el hombre se comporta animalmente, habría que matizar y decir que más bien, busca una especie de reencuentro, de recuperación de la animalidad, que ya no es tarea animal sino propiamente humana. Por tanto, lo que caracteriza al ser humano no es vivir fuera de la animalidad sino en un lugar situado entre el deseo de volver a ella y la imposibilidad de cumplirlo.
El ser humano construye un mundo alejado de la animalidad, es decir, racional, planificado, ordenado, previsible, que le aporta seguridad, pero por momentos, ansía la animalidad, la intensidad del apetito animal, en la que encuentra una imagen de libertad. Sin embargo, la libertad que el humano persigue no puede ser ya la vuelta al mundo apetitivo del animal, del mismo modo que la violencia humana no puede volverse hacia atrás y participar de la violencia inocente del animal, puesto que en él ha aparecido la conciencia (y, en particular, la conciencia de la muerte), que reparte las posibilidades de la vida entre lo permitido y lo prohibido. Este conocimiento es irrenunciable e irrevocable.
3. La conciencia, la prohibición y la transgresión.
Hay algo en nosotros que sigue funcionando sin el consentimiento de la conciencia, pero en la medida en que la conciencia no lo ratifica, nos pasa desapercibido. Nos referimos al impulso animal, que nosotros no advertimos y que sólo se nos hace patente en forma de caída, de pecado: en forma de culpabilidad. Siempre que lo pensamos, lo pensamos negativamente, como transgresión de la normalidad. La transgresión no consiste en el desconocimiento de la norma o en la insensibilidad la misma, sino, al contrario, en una firme observancia del orden social, que requiere, a modo de oxigenación, de excepciones. La transgresión pone en juego el placer de la libertad pero también la angustia de la culpa.
Este regusto agridulce, es el que concede a la sexualidad humana una particularidad, una emocionalidad tanto más intensa: el erotismo. El campo del erotismo es el campo del goce más allá del goce físico del sexo. Se trata del gusto por la transgresión. La transgresión no pertenece a lo racional, pero tampoco la prohibición nace de la Razón sino del sentimiento de aversión hacia aquello que nos aterroriza, que es fundamentalmente, la muerte y, correlativamente, la violencia. Pretender acabar con la muerte y con la violencia no es, en absoluto, algo racional. Así, no es que la prohibición nazca de la Razón, sino al revés: la Razón nace de la prohibición: la Razón es sólo un modo de pensamiento que se opone al pensamiento caótico: se trata de pensar como si la muerte y el caos no existieran o, en todo caso, fueran anomalías. La Razón es, en cierto sentido, irracional. Sin embargo, nuestra humanidad está envuelta en la génesis de estas prohibiciones relativas a la muerte.
La onda expansiva de estas prohibiciones entorno a la muerte, alcanza a la sexualidad, en cuanto que la sexualidad es próxima a la muerte y nos acerca, en varios sentidos a la experiencia de la muerte. El sentido que tiene la transgresión de la prohibición sexual, entonces, va más allá de nuestra capacidad o no para reprimir los apetitos naturales. El sentido de dicha transgresión tiene relación con la fascinación que nos genera la muerte: “El único medio para acercarse a la verdad del erotismo es el estremecimiento” 1; “Si es cierto que “diabólico” significa esencialmente la coincidencia de la muerte y del erotismo (...) no podremos dejar de percibir, vinculada al nacimiento del erotismo, la preocupación, la obsesión de la muerte”2. La muerte genera tanto miedo como fascinación (“... en el extremo queremos resueltamente lo que pone en peligro nuestra vida”3), ¿por qué? Por una lado, el ser humano tiene un deseo angustioso de hacer durar su individualidad para siempre, pero al mismo tiempo, no sólo conoce la imposibilidad a la que, en este sentido, se enfrenta, sino que a este deseo le opone otro contrario: la búsqueda de la continuidad del Ser, es decir, de la conexión con el todo, para la cual habría que disolverse en él, es decir, morir. Así es como el ser humano quiere vivir pero no acaba de satisfacerle la individualidad, sino que desea ir más allá de esa especie de soledad vital: desea ir más allá de sí mismo, aunque ir más allá de sí mismo, implica dejar de ser sí mismo, es decir, morir como individuo y como humano: estar en continuidad con la naturaleza entera. Pero, mientras que la ley humana es contra la muerte y el matar, la ley de la nuturaleza es la muerte, mientras que la ley humana es moral, la ley de la naturaleza es inocente, no hay en ella distinción entre el bien y el mal y no hay en ella, por tanto, prohibición ni transgresión. La transgresión es únicamente la forma que tiene el ser humano de volver a la naturaleza, pero, precisamente por eso, la naturaleza a la que vuelve el ser humano ya no es, rigurosamente, la naturaleza: el camino de vuelta nunca conduce a una supuesta situación original, puesto que una acumulación de conocimiento ha tenido lugar:“La superación de una situación no es nunca un retorno al punto de partida. En la libertad está la impotencia de la libertad”4. Ya por el hecho de vivirse el sexo como transgresión, experimentamos con él, la continuidad con la naturaleza, puesto que la transgresión, implica cierto caos, que pone en entredicho la ley y la racionalidad humana, para llevarnos más allá.
4. La intimidad entre la sexualidad y la muerte.
¿Por qué decimos que sexualidad y muerte están abrazadas? Decía Bataille que “para nosotros, que somos seres discontinuos, la muerte tiene el sentido de la continuidad, la muerte tiene el sentido de la continuidad del ser”5. Recíprocamente, arrancar al ente de la discontinuidad, es decir, violar su individualidad, es siempre algo caracterizado por una suma violencia. Pasar del estado normal al deseo erótico supone una disolución relativa de nuestro ser individuado: en la sexualidad, el individuo rompe su unidad orgánica (sus flujos ya no circulan por el interior de su cuerpo), se rompe en trozos, que se connectan con los trozos de un cuerpo que entes era ajeno. El hecho de desvestirse ya indica el paso a la apertura, es decir, la exposición de los orificios susceptibles de convertirse en conductos. Esta apertura conlleva el sentimiento de obscenidad. Se está produciendo, en la unión sexual, algo análogo a lo que la muerte opera en el cuerpo: una descomposición y una recomposición de los pedazos esparcidos, con otros cuerpos.
Ya la biología romántica había relacionado el amor y la muerte diciendo que ésta última es el precio de la reproducción sexual, ya que, en condiciones óptimas, los seres unicelulares que se reproducen por mitosos, no morirían nunca. Bataille modifica un poco este punto de vista, diciendo que la propia reproducción sexual, como sabemos, implica la muerte de los seres discontinuos que son los progenitores, tanto como la reproducción asexual. Lo que ocurre es que, mientras en esta última, la muerte del “progenitor” coincide, en su efectuación, con el nacimiento de los dos (o más) organismos nuevos, en la primera se da una prórroga. Si pensamos en los organismos que nos componen, podremos ver también en ellos, individuos, es decir, seres discontinuos que, al igual que nosotros entrar en relación unos con otros, formando nuevos seres en los que ya no subsisten o, al menos, no lo hacen sin cambiar de naturaleza. Algo análogo a lo que ocurre en la fusión de óvulo y espermatozoide, encontramos en la unión sexual de nuestros cuerpos. En la reproducción está implicada la muerte y en el erotismo hay una fascinación por la muerte, de la cual Sade, el vampiro y la enfermedad venérea, son formas extremas.
La sexualidad y la muerte se pertenecen la una a la otra: “La muerte de uno es correlativa al nacimiento de otro. La vida es siempre un producto de la descomposición de la vida. Antes que nada es tributaria de la muerte, que le hace un lugar; luego, lo es de la corrupción, que sigue a la muerte y que vuelve a poner en circulación las substancias necesarias para la incesante venida al mundo de nuevos seres”6. De este modo, Bataille inicia un análisis que parte de la reescritura de Anaximandro. Recordemos la famosa frase de éste recogida así por Simplicio: “El nacimiento a los seres existentes les viene de aquello en lo que convierten al perecer, “según la necesidad, pues se pagan, los unos a los otros, mutua pena y retribución por su injusticia según la disposición del tiempo”, como Anaximandro dice en términos un tanto poéticos”7.
Así, la sexualidad animal, también está relacionada con la muerte, pero al no haber en él, conciencia de la muerte, tampoco la vivencia sexual abre en él un interrogante existencial. El animal no vive la sexualidad con la misma intensidad psicológica con la que la vive alguien que, teniendo conciencia de su individualidad y de su mortalidad, experimenta el sexo como aquello que anula esa individualidad (incluso a nivel de conciencia, que queda, en el acto sexual, claramente debilitada) y lo pone delante de eso que tanto le angustia y le fascina: la muerte, su propia muerte. Por eso afirma Bataille: “La angustia mortal no inclina necesariamente a la voluptuosidad, pero la voluptuosidad, en la angustia mortal, es más profunda”8. La sexualidad es, para el ser humano, una de esas experiencias que le permiten bajar la guardia ante el peligro de la muerte, es una fuerza tal que le permite superar la angustia de la muerte, de la culpa y de la vergüenza. En el sexo, uno no tiene que guardar su compostura digna, decorosa y racional, sino todo lo contrario. En el acto sexual, se aflojan los miedos relacionados con la muerte, con la moral y con la incoherencia, y por ello, posibilita, una intensificación de la vida, al sacerla del orden y de la rutina propias de la vida humana, es decir, propias de la vida planificada en torno al tiempo de trabajo. El ser humano no se define por la angustia ante aquello que le desborda y que lo desposee, sino por un deseo o, mejor dicho, un goce, en el que la supera: “... la perturbación erótica inmediata nos da un sentimiento que lo supera todo; es un sentimiento tal que las sombrías perspectivas vinculadas a la situación del ser discontinuo caen en el olvido”9. Ese goce viene dado a base de repetir la exposición a aquello que produce la angustia. En Más allá del principio del placer, Freud muestra como muchos de los juegos infantiles consisten en repetir, simbólicamente, aquello que tememos, sirviendo como preparación.
5. El trabajo y la prohibición de la sexualidad y la violencia
Recuerda Bataille que el mundo del trabajo es la génesis de lo humano, de la razón humana. Decíamos que el erotismo aparece como forma de una sexualidad prohibida y vivida como transgresión, como fechoría. Por ello vamos a decir que aquello que cerca la sexualidad es lo mismo que aquello que la intensifica dándole el carácter erótico y convirtiéndola en una aventura psicológica. El agente fundamental de todo esto es el trabajo. Expliquémonos. El mundo del trabajo y la aparición de las prohibiciones, son simultáneos. Las exigencias aparejadas a una producción eficiente, están altamente relacionadas con las técnicas de disciplina y regularidad. En el mundo del trabajo, la cuestión es reducir el azar, o sea, los efectos no esperados, al mínimo, y ello implica una importante performación del tiempo, introduciendo en él, ritmos, duraciones, regularidades, repeticiones, asociaciones. La Razón es una imagen concreta del pensar: la que lo hace girar en torno a la búsqueda del tiempo útil, evitando el caos y las mezclas improductivas: “El trabajo exige un comportamiento en el cual el cálculo del esfuerzo relacionado con la eficacia productiva es constante. El trabajo exige una conducta razonable, en la que no se admiten los impulsos tumultuosos que se liberan en la fiesta o, más generalmente, en el juego”10.
Freud había tratado el trabajo como un modo de sublimación. Según él, todos disponemos de una cantidad de energía que recibe el nombre de libido. Esta energía es plástica, es decir, es susceptible de liberarse de una multitud de maneras distintas. Eso sí, necesita liberarse, ya que si no, quedaría circulando en nuestro interior, produciendo desasosiego, angustia y neurosis. Las formas primarias en las que esta energía se canaliza son la sexualidad y la agresividad y, por ello, en la medida en que crece una, decrece la otra. Sin embargo, la cultura humana, la civilización, exigiría poner freno a ambas para asegurar cierto orden en la convivencia. La única manera de frenar esos impulsos sin caer en la patología antes mencionada, es la sublimación o, lo que es lo mismo, la canalización o el desplazamiento de esa energía hacia actividades socialmente útiles o reconocidas, como son el trabajo o el deporte. En un sentido parecido, dice Bataille: “... todo hombre dispone de una cantidad limitada de energía, y si dedica una parte de ella al trabajo, le falta para la consumación erótica, que se ve disminuida en la misma proporción”11. Sin embargo, Bataille afirma que el propio sexo es una forma de violencia y el trabajo más que suponer una sublimación, supone la creación de un ámbito en el que la violencia y la sexualidad están excluidas. Freud entiende el trabajo como una sublimación exigida por la civilización, mientras que para Bataille, es el trabajo el que está a la base de la civilización, siendo ésta una exigencia de aquel. El mundo del trabajo implica eliminar, en su seno, toda violencia. Tanto la muerte como la sexualidad aparecen como signos de violencia, es decir, de desorden, de arracionalidad, de anulación de la existencia discreta o individual. Sin embargo, el mundo del trabajo, para lograr sostenibilidad, necesita un envés, necesita la fiesta.
6. La fiesta y la religión
El erotismo viene dado por una sexualidad vivida como transgresión, como fiesta, como ruptura con los códigos sociales y con el propio yo: “... en todas partes, aunque en diferentes grados, nuestra actividad sexual aparece como contraria a nuestra dignidad”12. En la misma línea, afirma Bataille: “Hablamos de erotismo siempre que un ser humano se conduce de una manera claramente opuesta a los comportamientos y juicios habituales. El erotismo deja entrever el reverso de una fachada cuya apariencia correcta nunca es desmentida; en ese reverso se revelan sentimientos, partes del cuerpo y maneras de ser que comúnmente nos dan vergüenza”13. El punto en que erotismo y religión se encuentran es precisamente este que hemos referido: la fiesta. No conocemos más fiesta que la religiosa:“Las prácticas dionisiacas fueron primero violentamente religiosas, fueron un movimiento exaltado, un movimiento extraviado (...) Esencialmente, el culto a Dionisos fue trágico y, al mismo tiempo, erótico y estuvo sumido en una delirante promiscuidad...”14; “Tenemos la costumbre de asociar la religión a la ley y la razón. Pero si nos atenemos a lo que, en su conjunto, fundamenta las religiones, deberemos rechazar este principio. Sin duda, la religión es básicamente subversiva; desvía el cumplimiento de las leyes. Al menos, impone el exceso, el sacrificio y la fiesta, cuya culminación es el éxtasis”15. Freud creía que, primitivamente, las renuncias religiosas fueron cesiones a la divinidad y así, la prohibición quedaba en pausa cuando se la trangredía en nombre de la divinidad, en la fiesta.
Veamos sus aspectos fundamentales: 1) Desde el punto de vista antropológico, la fiesta aparece como el necesario revés de la Ley, un revés, no obstante, interno, dispuesto o inherente a la propia Ley. Es la transgresión que confirma la Ley. Es, también, el lugar en el que se fijan una serie de condiciones que posibilitan el levantamiento, siempre temporal y contextual, de la prohibición. Así, por ejemplo, la celebración de una boda se identifica con el ritual a cambio del cual, queda en suspenso la prohibición que recaía sobre la sexualidad y la vida erótica. No es que sólo el sexo exterior al matrimonio sea una transgresión sino que el propio acto del matrimonio es una transgresión y, como tal, pautada y prevista por la Ley. Freud cree que, primitivamente, las renuncias religiosas fueron cesiones a la divinidad y así, la prohibición quedaba en pausa cuando se la trangredía en nombre de la divinidad, en la fiesta. Así, la sociedad humana se definiría, más que por una estricta observancia de la prohibición, por la transgresión organizada de la misma; 2) Desde el punto de vista económico, la fiesta es la conjuración del excedente, de eso que Bataille denomina “parte maldita”. Bataille considera que la vida pone en juego unas cantidades de energía que siempre conlleva una sobreabundancia. El movimiento vital y la producción, conllevan, siempre un excedente dificilmente gestionable: “El goce material, en principio, es contrario al incremento de las riquezas. Pero el incremento de las riquezas es (...) contrario al placer que tenemos derecho a esperar de ellas. El aumento de las riquezas conduce a la superproducción, cuya única salida es la guerra”16. Lejos de plantearse una teoría económica considerada como reflexión acerca de la distribución de recursos escasos, es decir, una economía centrada en la necesidad, se plantea en Bataille, una teoría económica entendida como búsqueda del canal más adecuado para vehiculizar el inevitable excedente. Se trataría, entonces, de una economía centrada en la consumación. Todos los canales de consumación parecen encontrar un límite (el crecimiento o la reproducción acaban multiplicando el excedente hasta llegar a conducir el hábitat hacia la forma de olla a presión), no habiendo, finalmente, más salida que el puro derroche sin sentido, dilapidación inútil que no recaiga en el círculo acumulativo. Tal es la prodigalidad propia de la sexualidad erótica y de la violencia gratuita, siendo, por ello, los elementos copertenecientes y propios de la fiesta: “... en el trance de la fiebre sexual (...) gastamos nuestras fuerzas sin mesura y a veces, en la violencia de la pasión, dilapidamos sin provecho ingentes recursos”17. En el mismo sentido, continua Bataille más adelante: “Queremos sentirnos lo más alejados posible del mundo en que el incremento de recursos es la regla (...) Queremos un mundo invertido, queremos el mundo al revés. La verdad del erotismo es la traición”18; 3) Desde el punto de vista ontológico, podríamos decir que la fiesta es ese evento en el que se celebra la naturaleza, al tiempo que se la imita. Siendo puro arte efímero, en la naturaleza se suceden, felizmente, creación y destrucción, sin falta de consentimiento ni de significacncia humana. El erotismo es festivo en la medida en que se sitúa en la otra cara del orden: en el caos, en el que prohibición y prescripción, descomposición y mezcla, amo y escalvo, ganancia y pérdida, se funden y se confunden: “No era por azar que en las orgías de las saturnales se invertía el orden social mismo, con el amo sirviendo al esclavo y éste acostado en el lecho de aquél”19.
Según expone Bataille, la religión cristiana sería la más alejada de la religiosidad primitiva, aunque religión, no obstante. El cristianismo es una religión en cuanto que se dedica a lo divino, que es la esencia de la continuidad: “El cristianismo nunca abandonó la esperanza de acabar reduciendo ese mundo de la discontinuidad egoísta al reino de la continuidad inflamado de amor”20. Sin embargo, esa continuidad anhelada se promete, en el cristianismo como fin de la historia, como resolución de todo conflicto y de todo antagonismo. A partir del cristianismo, empezamos a creer que no hay advenimiento posible del amor, de la composición, si no es a condición de conjurar la violencia para siempre. Lo positivo, para Bataille, de la religiosidad primaria es la asunción de una inagotabilidad e inevitabilidad de la violencia inherente a la vida, a su exceso de energía:
“... una humanidad que se creyera ajena a estas actitudes, rechazadas por el primer movimiento de la razón, se volvería mustia y se vería reducida a un estado similar al de los ancianos (...), si no se comportase, de vez en cuando, de un modo perfectamente opuesto a sus principios”21. “Por regla general, el verdugo no emplea el lenguaje de la violencia que ejerce en nombre de un poder establecido, sino el del poder que aparentemente lo excusa, lo justifica y le da una razón de ser decorosa”22. De alguna manera, el critianismo no sólo se aleja sino que invierte la religiosidad primitiva, ya que vincula el caos vertiginoso de la sexualidad y de la muerte, que constituian el mundo de lo sagrado, al lado obscuro, identificando la divinidad que era Dionisos con la extraña divina anti-divinidad satánica: “A rechazar el aspecto erótico de la religión, los hombres la han convertido en una moral utilitaria...”23.
La trampa del cristianismo está en que, tratando de conquistar una continuidad que burle la muerte (muerte que es siempre violencia), va a imaginar la continuidad (en el tiempo) de lo que es discontinuo (en el espacio): “Redujo lo sagrado, lo divino, a la persona discontinua de un Dios creador. Más aún: de una manera general, hizo del más allá de este mundo real una prolongación de todas las almas discontinuas”24.
7. Un lugar para la Filosofía
La ciencia pertenece al campo del trabajo y del lenguaje, es decir, del campo que ha expulsado la sexualidad, la perturbación, para poder funcionar, para poder establecer la claridad y la distinción:“Por el trabajo nos ha sido dada la conciencia clara y distinta de los objetos, y la ciencia siempre ha seguido siendo la compañera de las técnicas. La exuberancia sexual, por el contrario, nos aleja de la conciencia: atenúa en nosotros la facultad de discernimiento”25. También la ciancia aparecería en un movimiento de rechazo de la animalidad. La sexualidad erótica, en tanto que opuesta al trabajo, no puede ser desvelada mediante el esfuerzo científico. En cierta medida, son esferas inconmensurables. Del erotismo, es imposible hacer una observación externa, dado que las escenas sexuales ponen al observador en situación de participación, por su carácter contagioso. Recordemos entonces que la única vía de acceso al conocimiento del erotismo es la propia experiencia erótica que llega a la conciencia en forma de culpa, de “pecado”. La transgresión se conforma, así, como condición de posibilidad del conocimiento en este ámbito particular.
La Filosofía, tradicionalmente, también ha pertenecido al mundo del orden, del trabajo y del lenguaje. Sin embargo, así como la ciencia ha sido totalmente sometida a la lógica de la rentabilidad y del beneficio, la Filosofía puede acercarse a la majestuosidad de lo inútil. Por eso, le es posible salir del círculo de la mercantilización. La Filosofía, como el arte, no tiene porque ser un instrumento de otra cosa, sino que puede ser ejercida como finalidad en sí misma: “La respuesta al deseo erótico -así como del deseo, quizá más humano (menos físico), de la poesía y del éxtasis (...) es, por el contrario, un fin (...) De hecho, la búsqueda de los medios es siempre, en último término, razonable. La búsqueda de un fin está relacionada con el deseo, que a menudo desafía a la razón” 26. Así la concebían los presocráticos y Aristóteles, como puro lujo. Bataille deja propuesta la tarea de hacer de la Filosofía la manifestación de una libertad soberana, es decir, hacer de la Filosofía una fiesta, un juego en el que llevemos al límite las posibilidades del pensamiento: “... el hombre es esencialmente, el animal que trabaja. Pero también sabe transformar el trabajo en juego”27. Hablamos incluso de diversión: de la diversión de crear perspectivas, maneras distintas de sentir, independizándonos incluso de ese yugo y de esa ficción que es la Verdad neutral. La Filosofía como juego muestra que el mundo se performa y el sentido se construye. Divierte mostrando distintas perspectivas desde las que ver el mundo y advirtiendo que la interpretación del sentido común (y de la moral) sólo es una más, la que ha logrado instalarse. De este modo la Filosofía recogería ese método de conocimiento que se abre paso mediante la transgresión, ya que ofrecer nuevos criterios de valoración es, de por sí, una transgresión. La Filosofía es una transgresión, una perversión, una violencia del pensamiento.
La Filosofía, además, tendría algo de erótico en la medida en que persigue como temática principal, el infinito, la eternidad, siendo, al mismo tiempo, la actividad de un ser finito y discontinuo. En este sentido, tiene el cometido de guiar la asunción de la temporalidad de la vida particular y reconciliarnos con la muerte.
Belén Castellanos R.
1. Introducción
En este escrito, vamos a tratar de exponer algunos apuntes en relación al pensamiento de Bataille. Para ello, nos centraremos en su paticular modo de concebir la sexualidad humana, una sexualidad que, más allá de la animal, estaría impulsada por algo tan distintivo del humano como es la conciencia de la muerte. No queremos olvidar, sin embargo, la conexión de esta temática con el proyecto, siempre renovado, de abordar, de modo general, el sentido de la Filosofía. Por ello, precisamente, hemos elegido una temática como el erotismo: porque la dimensión erótica se encuentra en un punto en el que confluyen fenómenos tan variados como son el impulso animal, la prohibición, la civilización, la transgresión, el trabajo, la aparición de la conciencia, la fiesta y la religión. Así, si la Filosofía tuviera algo de erótico, podría mostrarse de un modo tan intenso como la vida misma. La filosofía, además, es erótica en tanto que conserva ese resplandor característico de los saberes iniciáticos y de las transgresiones del pensamiento. Inversamente, el erotismo es filosófico en cuanto que debe su génesis a la aparición de la conciencia de la muerte. Justamente es ésta la linea que nos gustaría ensayar para responder a la cuestión del por qué de la Filosofía, recogiendo así el proyecto de los primeros filósofos, los presocráticos, en conexión con Nietzsche y con el propio Bataille: crear una Filosofía que se parezca al juego de la vida.
2. mundo humano y el mundo animal
Bataille trata la cuestión de la sexualidad humana fundamentalmente en dos obras: Las lágrimas de Eros y El erotismo. Precisamente éste, “erotismo” será el nombre que Bataille use para caracterizar las particularidades de la sexualidad específicamente humana (no siempre, el sexo entre humanos es específicamente humano). Si decimos esto es porque estamos tratando de trazar una diferencia entre la sexualidad natural, animal, y la humana. De alguna manera, la práctica sexual es una de las cosas que el hombre conserva de la animalidad. Sin embargo, incluso en esos casos en los que el hombre se comporta animalmente, habría que matizar y decir que más bien, busca una especie de reencuentro, de recuperación de la animalidad, que ya no es tarea animal sino propiamente humana. Por tanto, lo que caracteriza al ser humano no es vivir fuera de la animalidad sino en un lugar situado entre el deseo de volver a ella y la imposibilidad de cumplirlo.
El ser humano construye un mundo alejado de la animalidad, es decir, racional, planificado, ordenado, previsible, que le aporta seguridad, pero por momentos, ansía la animalidad, la intensidad del apetito animal, en la que encuentra una imagen de libertad. Sin embargo, la libertad que el humano persigue no puede ser ya la vuelta al mundo apetitivo del animal, del mismo modo que la violencia humana no puede volverse hacia atrás y participar de la violencia inocente del animal, puesto que en él ha aparecido la conciencia (y, en particular, la conciencia de la muerte), que reparte las posibilidades de la vida entre lo permitido y lo prohibido. Este conocimiento es irrenunciable e irrevocable.
3. La conciencia, la prohibición y la transgresión.
Hay algo en nosotros que sigue funcionando sin el consentimiento de la conciencia, pero en la medida en que la conciencia no lo ratifica, nos pasa desapercibido. Nos referimos al impulso animal, que nosotros no advertimos y que sólo se nos hace patente en forma de caída, de pecado: en forma de culpabilidad. Siempre que lo pensamos, lo pensamos negativamente, como transgresión de la normalidad. La transgresión no consiste en el desconocimiento de la norma o en la insensibilidad la misma, sino, al contrario, en una firme observancia del orden social, que requiere, a modo de oxigenación, de excepciones. La transgresión pone en juego el placer de la libertad pero también la angustia de la culpa.
Este regusto agridulce, es el que concede a la sexualidad humana una particularidad, una emocionalidad tanto más intensa: el erotismo. El campo del erotismo es el campo del goce más allá del goce físico del sexo. Se trata del gusto por la transgresión. La transgresión no pertenece a lo racional, pero tampoco la prohibición nace de la Razón sino del sentimiento de aversión hacia aquello que nos aterroriza, que es fundamentalmente, la muerte y, correlativamente, la violencia. Pretender acabar con la muerte y con la violencia no es, en absoluto, algo racional. Así, no es que la prohibición nazca de la Razón, sino al revés: la Razón nace de la prohibición: la Razón es sólo un modo de pensamiento que se opone al pensamiento caótico: se trata de pensar como si la muerte y el caos no existieran o, en todo caso, fueran anomalías. La Razón es, en cierto sentido, irracional. Sin embargo, nuestra humanidad está envuelta en la génesis de estas prohibiciones relativas a la muerte.
La onda expansiva de estas prohibiciones entorno a la muerte, alcanza a la sexualidad, en cuanto que la sexualidad es próxima a la muerte y nos acerca, en varios sentidos a la experiencia de la muerte. El sentido que tiene la transgresión de la prohibición sexual, entonces, va más allá de nuestra capacidad o no para reprimir los apetitos naturales. El sentido de dicha transgresión tiene relación con la fascinación que nos genera la muerte: “El único medio para acercarse a la verdad del erotismo es el estremecimiento” 1; “Si es cierto que “diabólico” significa esencialmente la coincidencia de la muerte y del erotismo (...) no podremos dejar de percibir, vinculada al nacimiento del erotismo, la preocupación, la obsesión de la muerte”2. La muerte genera tanto miedo como fascinación (“... en el extremo queremos resueltamente lo que pone en peligro nuestra vida”3), ¿por qué? Por una lado, el ser humano tiene un deseo angustioso de hacer durar su individualidad para siempre, pero al mismo tiempo, no sólo conoce la imposibilidad a la que, en este sentido, se enfrenta, sino que a este deseo le opone otro contrario: la búsqueda de la continuidad del Ser, es decir, de la conexión con el todo, para la cual habría que disolverse en él, es decir, morir. Así es como el ser humano quiere vivir pero no acaba de satisfacerle la individualidad, sino que desea ir más allá de esa especie de soledad vital: desea ir más allá de sí mismo, aunque ir más allá de sí mismo, implica dejar de ser sí mismo, es decir, morir como individuo y como humano: estar en continuidad con la naturaleza entera. Pero, mientras que la ley humana es contra la muerte y el matar, la ley de la nuturaleza es la muerte, mientras que la ley humana es moral, la ley de la naturaleza es inocente, no hay en ella distinción entre el bien y el mal y no hay en ella, por tanto, prohibición ni transgresión. La transgresión es únicamente la forma que tiene el ser humano de volver a la naturaleza, pero, precisamente por eso, la naturaleza a la que vuelve el ser humano ya no es, rigurosamente, la naturaleza: el camino de vuelta nunca conduce a una supuesta situación original, puesto que una acumulación de conocimiento ha tenido lugar:“La superación de una situación no es nunca un retorno al punto de partida. En la libertad está la impotencia de la libertad”4. Ya por el hecho de vivirse el sexo como transgresión, experimentamos con él, la continuidad con la naturaleza, puesto que la transgresión, implica cierto caos, que pone en entredicho la ley y la racionalidad humana, para llevarnos más allá.
4. La intimidad entre la sexualidad y la muerte.
¿Por qué decimos que sexualidad y muerte están abrazadas? Decía Bataille que “para nosotros, que somos seres discontinuos, la muerte tiene el sentido de la continuidad, la muerte tiene el sentido de la continuidad del ser”5. Recíprocamente, arrancar al ente de la discontinuidad, es decir, violar su individualidad, es siempre algo caracterizado por una suma violencia. Pasar del estado normal al deseo erótico supone una disolución relativa de nuestro ser individuado: en la sexualidad, el individuo rompe su unidad orgánica (sus flujos ya no circulan por el interior de su cuerpo), se rompe en trozos, que se connectan con los trozos de un cuerpo que entes era ajeno. El hecho de desvestirse ya indica el paso a la apertura, es decir, la exposición de los orificios susceptibles de convertirse en conductos. Esta apertura conlleva el sentimiento de obscenidad. Se está produciendo, en la unión sexual, algo análogo a lo que la muerte opera en el cuerpo: una descomposición y una recomposición de los pedazos esparcidos, con otros cuerpos.
Ya la biología romántica había relacionado el amor y la muerte diciendo que ésta última es el precio de la reproducción sexual, ya que, en condiciones óptimas, los seres unicelulares que se reproducen por mitosos, no morirían nunca. Bataille modifica un poco este punto de vista, diciendo que la propia reproducción sexual, como sabemos, implica la muerte de los seres discontinuos que son los progenitores, tanto como la reproducción asexual. Lo que ocurre es que, mientras en esta última, la muerte del “progenitor” coincide, en su efectuación, con el nacimiento de los dos (o más) organismos nuevos, en la primera se da una prórroga. Si pensamos en los organismos que nos componen, podremos ver también en ellos, individuos, es decir, seres discontinuos que, al igual que nosotros entrar en relación unos con otros, formando nuevos seres en los que ya no subsisten o, al menos, no lo hacen sin cambiar de naturaleza. Algo análogo a lo que ocurre en la fusión de óvulo y espermatozoide, encontramos en la unión sexual de nuestros cuerpos. En la reproducción está implicada la muerte y en el erotismo hay una fascinación por la muerte, de la cual Sade, el vampiro y la enfermedad venérea, son formas extremas.
La sexualidad y la muerte se pertenecen la una a la otra: “La muerte de uno es correlativa al nacimiento de otro. La vida es siempre un producto de la descomposición de la vida. Antes que nada es tributaria de la muerte, que le hace un lugar; luego, lo es de la corrupción, que sigue a la muerte y que vuelve a poner en circulación las substancias necesarias para la incesante venida al mundo de nuevos seres”6. De este modo, Bataille inicia un análisis que parte de la reescritura de Anaximandro. Recordemos la famosa frase de éste recogida así por Simplicio: “El nacimiento a los seres existentes les viene de aquello en lo que convierten al perecer, “según la necesidad, pues se pagan, los unos a los otros, mutua pena y retribución por su injusticia según la disposición del tiempo”, como Anaximandro dice en términos un tanto poéticos”7.
Así, la sexualidad animal, también está relacionada con la muerte, pero al no haber en él, conciencia de la muerte, tampoco la vivencia sexual abre en él un interrogante existencial. El animal no vive la sexualidad con la misma intensidad psicológica con la que la vive alguien que, teniendo conciencia de su individualidad y de su mortalidad, experimenta el sexo como aquello que anula esa individualidad (incluso a nivel de conciencia, que queda, en el acto sexual, claramente debilitada) y lo pone delante de eso que tanto le angustia y le fascina: la muerte, su propia muerte. Por eso afirma Bataille: “La angustia mortal no inclina necesariamente a la voluptuosidad, pero la voluptuosidad, en la angustia mortal, es más profunda”8. La sexualidad es, para el ser humano, una de esas experiencias que le permiten bajar la guardia ante el peligro de la muerte, es una fuerza tal que le permite superar la angustia de la muerte, de la culpa y de la vergüenza. En el sexo, uno no tiene que guardar su compostura digna, decorosa y racional, sino todo lo contrario. En el acto sexual, se aflojan los miedos relacionados con la muerte, con la moral y con la incoherencia, y por ello, posibilita, una intensificación de la vida, al sacerla del orden y de la rutina propias de la vida humana, es decir, propias de la vida planificada en torno al tiempo de trabajo. El ser humano no se define por la angustia ante aquello que le desborda y que lo desposee, sino por un deseo o, mejor dicho, un goce, en el que la supera: “... la perturbación erótica inmediata nos da un sentimiento que lo supera todo; es un sentimiento tal que las sombrías perspectivas vinculadas a la situación del ser discontinuo caen en el olvido”9. Ese goce viene dado a base de repetir la exposición a aquello que produce la angustia. En Más allá del principio del placer, Freud muestra como muchos de los juegos infantiles consisten en repetir, simbólicamente, aquello que tememos, sirviendo como preparación.
5. El trabajo y la prohibición de la sexualidad y la violencia
Recuerda Bataille que el mundo del trabajo es la génesis de lo humano, de la razón humana. Decíamos que el erotismo aparece como forma de una sexualidad prohibida y vivida como transgresión, como fechoría. Por ello vamos a decir que aquello que cerca la sexualidad es lo mismo que aquello que la intensifica dándole el carácter erótico y convirtiéndola en una aventura psicológica. El agente fundamental de todo esto es el trabajo. Expliquémonos. El mundo del trabajo y la aparición de las prohibiciones, son simultáneos. Las exigencias aparejadas a una producción eficiente, están altamente relacionadas con las técnicas de disciplina y regularidad. En el mundo del trabajo, la cuestión es reducir el azar, o sea, los efectos no esperados, al mínimo, y ello implica una importante performación del tiempo, introduciendo en él, ritmos, duraciones, regularidades, repeticiones, asociaciones. La Razón es una imagen concreta del pensar: la que lo hace girar en torno a la búsqueda del tiempo útil, evitando el caos y las mezclas improductivas: “El trabajo exige un comportamiento en el cual el cálculo del esfuerzo relacionado con la eficacia productiva es constante. El trabajo exige una conducta razonable, en la que no se admiten los impulsos tumultuosos que se liberan en la fiesta o, más generalmente, en el juego”10.
Freud había tratado el trabajo como un modo de sublimación. Según él, todos disponemos de una cantidad de energía que recibe el nombre de libido. Esta energía es plástica, es decir, es susceptible de liberarse de una multitud de maneras distintas. Eso sí, necesita liberarse, ya que si no, quedaría circulando en nuestro interior, produciendo desasosiego, angustia y neurosis. Las formas primarias en las que esta energía se canaliza son la sexualidad y la agresividad y, por ello, en la medida en que crece una, decrece la otra. Sin embargo, la cultura humana, la civilización, exigiría poner freno a ambas para asegurar cierto orden en la convivencia. La única manera de frenar esos impulsos sin caer en la patología antes mencionada, es la sublimación o, lo que es lo mismo, la canalización o el desplazamiento de esa energía hacia actividades socialmente útiles o reconocidas, como son el trabajo o el deporte. En un sentido parecido, dice Bataille: “... todo hombre dispone de una cantidad limitada de energía, y si dedica una parte de ella al trabajo, le falta para la consumación erótica, que se ve disminuida en la misma proporción”11. Sin embargo, Bataille afirma que el propio sexo es una forma de violencia y el trabajo más que suponer una sublimación, supone la creación de un ámbito en el que la violencia y la sexualidad están excluidas. Freud entiende el trabajo como una sublimación exigida por la civilización, mientras que para Bataille, es el trabajo el que está a la base de la civilización, siendo ésta una exigencia de aquel. El mundo del trabajo implica eliminar, en su seno, toda violencia. Tanto la muerte como la sexualidad aparecen como signos de violencia, es decir, de desorden, de arracionalidad, de anulación de la existencia discreta o individual. Sin embargo, el mundo del trabajo, para lograr sostenibilidad, necesita un envés, necesita la fiesta.
6. La fiesta y la religión
El erotismo viene dado por una sexualidad vivida como transgresión, como fiesta, como ruptura con los códigos sociales y con el propio yo: “... en todas partes, aunque en diferentes grados, nuestra actividad sexual aparece como contraria a nuestra dignidad”12. En la misma línea, afirma Bataille: “Hablamos de erotismo siempre que un ser humano se conduce de una manera claramente opuesta a los comportamientos y juicios habituales. El erotismo deja entrever el reverso de una fachada cuya apariencia correcta nunca es desmentida; en ese reverso se revelan sentimientos, partes del cuerpo y maneras de ser que comúnmente nos dan vergüenza”13. El punto en que erotismo y religión se encuentran es precisamente este que hemos referido: la fiesta. No conocemos más fiesta que la religiosa:“Las prácticas dionisiacas fueron primero violentamente religiosas, fueron un movimiento exaltado, un movimiento extraviado (...) Esencialmente, el culto a Dionisos fue trágico y, al mismo tiempo, erótico y estuvo sumido en una delirante promiscuidad...”14; “Tenemos la costumbre de asociar la religión a la ley y la razón. Pero si nos atenemos a lo que, en su conjunto, fundamenta las religiones, deberemos rechazar este principio. Sin duda, la religión es básicamente subversiva; desvía el cumplimiento de las leyes. Al menos, impone el exceso, el sacrificio y la fiesta, cuya culminación es el éxtasis”15. Freud creía que, primitivamente, las renuncias religiosas fueron cesiones a la divinidad y así, la prohibición quedaba en pausa cuando se la trangredía en nombre de la divinidad, en la fiesta.
Veamos sus aspectos fundamentales: 1) Desde el punto de vista antropológico, la fiesta aparece como el necesario revés de la Ley, un revés, no obstante, interno, dispuesto o inherente a la propia Ley. Es la transgresión que confirma la Ley. Es, también, el lugar en el que se fijan una serie de condiciones que posibilitan el levantamiento, siempre temporal y contextual, de la prohibición. Así, por ejemplo, la celebración de una boda se identifica con el ritual a cambio del cual, queda en suspenso la prohibición que recaía sobre la sexualidad y la vida erótica. No es que sólo el sexo exterior al matrimonio sea una transgresión sino que el propio acto del matrimonio es una transgresión y, como tal, pautada y prevista por la Ley. Freud cree que, primitivamente, las renuncias religiosas fueron cesiones a la divinidad y así, la prohibición quedaba en pausa cuando se la trangredía en nombre de la divinidad, en la fiesta. Así, la sociedad humana se definiría, más que por una estricta observancia de la prohibición, por la transgresión organizada de la misma; 2) Desde el punto de vista económico, la fiesta es la conjuración del excedente, de eso que Bataille denomina “parte maldita”. Bataille considera que la vida pone en juego unas cantidades de energía que siempre conlleva una sobreabundancia. El movimiento vital y la producción, conllevan, siempre un excedente dificilmente gestionable: “El goce material, en principio, es contrario al incremento de las riquezas. Pero el incremento de las riquezas es (...) contrario al placer que tenemos derecho a esperar de ellas. El aumento de las riquezas conduce a la superproducción, cuya única salida es la guerra”16. Lejos de plantearse una teoría económica considerada como reflexión acerca de la distribución de recursos escasos, es decir, una economía centrada en la necesidad, se plantea en Bataille, una teoría económica entendida como búsqueda del canal más adecuado para vehiculizar el inevitable excedente. Se trataría, entonces, de una economía centrada en la consumación. Todos los canales de consumación parecen encontrar un límite (el crecimiento o la reproducción acaban multiplicando el excedente hasta llegar a conducir el hábitat hacia la forma de olla a presión), no habiendo, finalmente, más salida que el puro derroche sin sentido, dilapidación inútil que no recaiga en el círculo acumulativo. Tal es la prodigalidad propia de la sexualidad erótica y de la violencia gratuita, siendo, por ello, los elementos copertenecientes y propios de la fiesta: “... en el trance de la fiebre sexual (...) gastamos nuestras fuerzas sin mesura y a veces, en la violencia de la pasión, dilapidamos sin provecho ingentes recursos”17. En el mismo sentido, continua Bataille más adelante: “Queremos sentirnos lo más alejados posible del mundo en que el incremento de recursos es la regla (...) Queremos un mundo invertido, queremos el mundo al revés. La verdad del erotismo es la traición”18; 3) Desde el punto de vista ontológico, podríamos decir que la fiesta es ese evento en el que se celebra la naturaleza, al tiempo que se la imita. Siendo puro arte efímero, en la naturaleza se suceden, felizmente, creación y destrucción, sin falta de consentimiento ni de significacncia humana. El erotismo es festivo en la medida en que se sitúa en la otra cara del orden: en el caos, en el que prohibición y prescripción, descomposición y mezcla, amo y escalvo, ganancia y pérdida, se funden y se confunden: “No era por azar que en las orgías de las saturnales se invertía el orden social mismo, con el amo sirviendo al esclavo y éste acostado en el lecho de aquél”19.
Según expone Bataille, la religión cristiana sería la más alejada de la religiosidad primitiva, aunque religión, no obstante. El cristianismo es una religión en cuanto que se dedica a lo divino, que es la esencia de la continuidad: “El cristianismo nunca abandonó la esperanza de acabar reduciendo ese mundo de la discontinuidad egoísta al reino de la continuidad inflamado de amor”20. Sin embargo, esa continuidad anhelada se promete, en el cristianismo como fin de la historia, como resolución de todo conflicto y de todo antagonismo. A partir del cristianismo, empezamos a creer que no hay advenimiento posible del amor, de la composición, si no es a condición de conjurar la violencia para siempre. Lo positivo, para Bataille, de la religiosidad primaria es la asunción de una inagotabilidad e inevitabilidad de la violencia inherente a la vida, a su exceso de energía:
“... una humanidad que se creyera ajena a estas actitudes, rechazadas por el primer movimiento de la razón, se volvería mustia y se vería reducida a un estado similar al de los ancianos (...), si no se comportase, de vez en cuando, de un modo perfectamente opuesto a sus principios”21. “Por regla general, el verdugo no emplea el lenguaje de la violencia que ejerce en nombre de un poder establecido, sino el del poder que aparentemente lo excusa, lo justifica y le da una razón de ser decorosa”22. De alguna manera, el critianismo no sólo se aleja sino que invierte la religiosidad primitiva, ya que vincula el caos vertiginoso de la sexualidad y de la muerte, que constituian el mundo de lo sagrado, al lado obscuro, identificando la divinidad que era Dionisos con la extraña divina anti-divinidad satánica: “A rechazar el aspecto erótico de la religión, los hombres la han convertido en una moral utilitaria...”23.
La trampa del cristianismo está en que, tratando de conquistar una continuidad que burle la muerte (muerte que es siempre violencia), va a imaginar la continuidad (en el tiempo) de lo que es discontinuo (en el espacio): “Redujo lo sagrado, lo divino, a la persona discontinua de un Dios creador. Más aún: de una manera general, hizo del más allá de este mundo real una prolongación de todas las almas discontinuas”24.
7. Un lugar para la Filosofía
La ciencia pertenece al campo del trabajo y del lenguaje, es decir, del campo que ha expulsado la sexualidad, la perturbación, para poder funcionar, para poder establecer la claridad y la distinción:“Por el trabajo nos ha sido dada la conciencia clara y distinta de los objetos, y la ciencia siempre ha seguido siendo la compañera de las técnicas. La exuberancia sexual, por el contrario, nos aleja de la conciencia: atenúa en nosotros la facultad de discernimiento”25. También la ciancia aparecería en un movimiento de rechazo de la animalidad. La sexualidad erótica, en tanto que opuesta al trabajo, no puede ser desvelada mediante el esfuerzo científico. En cierta medida, son esferas inconmensurables. Del erotismo, es imposible hacer una observación externa, dado que las escenas sexuales ponen al observador en situación de participación, por su carácter contagioso. Recordemos entonces que la única vía de acceso al conocimiento del erotismo es la propia experiencia erótica que llega a la conciencia en forma de culpa, de “pecado”. La transgresión se conforma, así, como condición de posibilidad del conocimiento en este ámbito particular.
La Filosofía, tradicionalmente, también ha pertenecido al mundo del orden, del trabajo y del lenguaje. Sin embargo, así como la ciencia ha sido totalmente sometida a la lógica de la rentabilidad y del beneficio, la Filosofía puede acercarse a la majestuosidad de lo inútil. Por eso, le es posible salir del círculo de la mercantilización. La Filosofía, como el arte, no tiene porque ser un instrumento de otra cosa, sino que puede ser ejercida como finalidad en sí misma: “La respuesta al deseo erótico -así como del deseo, quizá más humano (menos físico), de la poesía y del éxtasis (...) es, por el contrario, un fin (...) De hecho, la búsqueda de los medios es siempre, en último término, razonable. La búsqueda de un fin está relacionada con el deseo, que a menudo desafía a la razón” 26. Así la concebían los presocráticos y Aristóteles, como puro lujo. Bataille deja propuesta la tarea de hacer de la Filosofía la manifestación de una libertad soberana, es decir, hacer de la Filosofía una fiesta, un juego en el que llevemos al límite las posibilidades del pensamiento: “... el hombre es esencialmente, el animal que trabaja. Pero también sabe transformar el trabajo en juego”27. Hablamos incluso de diversión: de la diversión de crear perspectivas, maneras distintas de sentir, independizándonos incluso de ese yugo y de esa ficción que es la Verdad neutral. La Filosofía como juego muestra que el mundo se performa y el sentido se construye. Divierte mostrando distintas perspectivas desde las que ver el mundo y advirtiendo que la interpretación del sentido común (y de la moral) sólo es una más, la que ha logrado instalarse. De este modo la Filosofía recogería ese método de conocimiento que se abre paso mediante la transgresión, ya que ofrecer nuevos criterios de valoración es, de por sí, una transgresión. La Filosofía es una transgresión, una perversión, una violencia del pensamiento.
La Filosofía, además, tendría algo de erótico en la medida en que persigue como temática principal, el infinito, la eternidad, siendo, al mismo tiempo, la actividad de un ser finito y discontinuo. En este sentido, tiene el cometido de guiar la asunción de la temporalidad de la vida particular y reconciliarnos con la muerte.
Nitas:
1 G. Bataille: Las lágrimas de Eros. Ed. Ed. Tusquets. Barcelona 3007. p. 88.
2 Ibid. p. 41.
3 G. Bataille: El erotismo. Ed. Tusquets. Barcelona, 2007. p. 91.
4 Ibid. p. 134.
5 Ibid. p. 17.
6 Ibid. p. 59.
7 G. S. Kirk, J. E. Raven y M. Schofield: Los filósofos presocráticos. Ed. Gredos, Madrid, 1994. p. 177.
8 G. Bataille: El erotismo. Op. cit. p. 111.
9 Ibid. p. 29.
10 Ibid. p. 45.
11 Ibid. p. 164.
12 Ibid. p. 114.
13 Ibid. p. 115.
14 G. Bataille: Las lágrimas de Eros. Op. cit. p. 86.
15 Ibid. p. 90-91.
16 Ibid. p. 187.
17 G. Bataille: El erotismo. Op. cit. p. 176.
18 Ibidem.
19 Ibid. p. 119
20 Ibid. p. 124.
21 Ibid. p. 191.
22 Ibid. p. 194.
23 G. Bataille: Las lágrimas de Eros. Op. cit. p. 91-92.
24 G. Bataille: El erotismo. Op. Cit. 2007. p. 126.
25 Ibid. p. 167.
26 G. Bataille: Las lágrimas de Eros. Op. cit. p. 36.
27 Ibid. p. 66.
1 G. Bataille: Las lágrimas de Eros. Ed. Ed. Tusquets. Barcelona 3007. p. 88.
2 Ibid. p. 41.
3 G. Bataille: El erotismo. Ed. Tusquets. Barcelona, 2007. p. 91.
4 Ibid. p. 134.
5 Ibid. p. 17.
6 Ibid. p. 59.
7 G. S. Kirk, J. E. Raven y M. Schofield: Los filósofos presocráticos. Ed. Gredos, Madrid, 1994. p. 177.
8 G. Bataille: El erotismo. Op. cit. p. 111.
9 Ibid. p. 29.
10 Ibid. p. 45.
11 Ibid. p. 164.
12 Ibid. p. 114.
13 Ibid. p. 115.
14 G. Bataille: Las lágrimas de Eros. Op. cit. p. 86.
15 Ibid. p. 90-91.
16 Ibid. p. 187.
17 G. Bataille: El erotismo. Op. cit. p. 176.
18 Ibidem.
19 Ibid. p. 119
20 Ibid. p. 124.
21 Ibid. p. 191.
22 Ibid. p. 194.
23 G. Bataille: Las lágrimas de Eros. Op. cit. p. 91-92.
24 G. Bataille: El erotismo. Op. Cit. 2007. p. 126.
25 Ibid. p. 167.
26 G. Bataille: Las lágrimas de Eros. Op. cit. p. 36.
27 Ibid. p. 66.