Jose A Alvarez Caperochipi.
1. La cuestión de los orígenes en Kierkegaard.
La figura de Abraham es el tema central del libro de Kierkegaard, Temor y temblor, uno de los libros más decisivos del pensamiento moderno: plantea la noción espiritual de pecado y el juicio de Abraham. Abraham personaliza las nociones de angustia, desesperación, que constituyen el centro del pensamiento de Kierkegaard, y en las que el autor presenta frontalmente la noción de pecado y la cuestión de los orígenes. Según Kierkegaard, el pensamiento secular desconoce lo que es la fe y el pecado, conceptos que tienen su origen en la fe y desesperación de Abraham, consecuencia del sacrificio de Isaac.
Para Kierkegaard la fe significa la supremacía del hombre sobre el sistema. La fe es la paradoja por la que un individuo es superior a lo general, una suspensión teleología de la ética. Abraham manifiesta la supremacía del hombre, creado a imagen de Dios, sobre su mundo. Kierkegaard justifica a Abraham: Abraham simboliza la grandeza de la fe. El sacrificio es signo de la entrega total, sacrificio del hijo, y por ser lo mas amado también del mundo. Según Kierkegaard, en el sacrificio encontró la recompensa: Abraham no renuncia a Isaac en virtud de la fe, sino que por ella lo obtuvo plenamente. Kierkegaard elogia a Abraham por ser el primer hombre que supero la prueba de Dios y venció mediante ella el mundo. Kierkegaard exalta la desesperación como camino hacia la fe; el sacrificio del hijo manifiesta la desesperación del hombre. La fe es la paradoja por lo que lo interior es superior a lo exterior. Renunciando al mundo triunfa sobre el mundo y lo somete; Abraham por renunciar al mundo lo conquista, por sacrificar a su hijo lo recupera, por renunciar al amor conquista a Dios.
Kierkegaard considera al paganismo como la ausencia de conciencia del pecado, y la enfermedad mortal de la desesperación como la ventaja especifica del cristiano sobre el hombre natural; siendo el pecado la muerte es condición autentica del cristiano el morir espiritualmente, desesperarse humanamente, destruir lo humano, para buscar la fe. En ejercitación del cristianismo explica que solo el terror de la conciencia del pecado empuja hacia el sentimiento religioso. La fe se describe, especialmente en su obra la enfermedad mortal o de la desesperación y el pecado, como un resultado del pecado.
La exposición de Kierkegaard, no presenta un Abraham singular, existente hace centurias, al que un día sonríe la fortuna de ser elegido de Dios; sino un ser real y presente, cotidiano, que define desde el sacrificio la fe como paradigma que se repite incesantemente, como locura del hombre que pretende su supremacía sobre la colectividad y el orden social, afirmando su relación directa con Dios a través del sacrificio de lo humano, de todo lo humano, y en particular del hijo, lo mas amado de lo humano. Abraham quería agradar a su Dios, nada le importaba Sara, el hijo, la alianza, el mundo. El se sentía el único, el elegido, el superior, el preferido de su creador; para él no existía la religión, ni la ética ni el derecho solo su Dios. Abraham significa la muerte del hijo, la entrega total a Dios. Solo desde esa entrega empieza el hombre cristiano, el único hombre auténtico, el que ha superado el paganismo. Y es consciente de una contradicción ontológica, absoluta, irremediable, solo superada por la fe: el concepto de pecado, que se concreta en la decisión firme e irrevocable de matar al hijo en nombre del Señor, matar al hijo para ser grato al Creador.
Kierkegaard subraya el costo del sacrificio: Abraham es grande por el amor que es odio de sí mismo, fe que es angustia, fe que es desesperación. Cuando vuelva del monte Moria Abraham experimenta la soledad absoluta. Algo sobre lo que se insiste en las últimas páginas de temor y temblor: el silencio. Tres días camino en su soledad sin haber comunicado nada a Sara a Isaac o a Eliezer; tres días de interioridad, meditación e introspección; pero lo peor vino después, ¿Qué le queda a la vuelta de monte Moria? su mujer murió de la pena, Isaac teme a su padre, y él fue solo un viejo solo y desesperado. El tormento más espantoso de Abraham es la distancia infinita que separa a Abraham del resto de los hombres, y de su propio hijo; pero ese tormento no es nada comparado con el temor que Abraham siente ante la presencia divina. El que mató por una causa noble tiene la justificación de la causa, el que mato por causa innoble encuentra su justificación en culpar a los demás. Pero... ¿qué puede justificar a Abraham? ¿Quién puede mirar a Abraham a los ojos? ¿Y en que se distingue Abraham de tantos otros que mataron a sus hijos? No se distingue en ser más bueno que ellos, al contrario, él se siente el más desesperado por la pretensión de haberlo hecho en nombre de Dios.
Y es que Kierkegaard introduce un tema nuevo en el pensamiento que se escapaba a Hegel: el concepto de pecado. La relación del hombre con Dios introduce la paradoja. Ahí, en la relación del hombre con Dios, están no solo el sacrificio y la fe, sino también la idolatría y el pecado. Esta claro que el sacrificio que no es grato a Dios es un espantoso pecado... ¿y como sabemos cual es grato a Dios? ¿Cómo sabremos si es grato a Dios?
Yo creo que el reto fundamental del pensamiento secular moderno es el de comprender la noción espiritual de pecado, que es el eje de todo el relato de la Escritura. La noción de Kierkegaard tiene el mérito de permitir descubrir a un "laico" la diferencia fundamental entre el pensamiento secular y el religioso, y es una puerta de acceso privilegiada a ese mundo misterioso e incomprensible que constituye la experiencia religiosa; da además una clave decisiva para comprender la crisis del marxismo y del hegelianismo en general. Planteamiento fascinante porque propone una explicación de la relaciones entre Religión y filosofía, entre Iglesia y Estado. Hegel había construido el Estado. Se sentía orgulloso del hombre, del espíritu del hombre y su racionalidad, que el Estado encarnaba. Kierkegaard, rechaza a Hegel, pero también rechaza la razón y el Estado en nombre de la fe, y toma el argumento supremo de la Escritura, interpretándola a su modo.
Pero el concepto de pecado en Kierkegaard me parece excesivamente simplificado. Creo que en Kierkegaard los argumentos escriturarios, y Abraham en particular, son mas una excusa para la critica a Hegel que un pensamiento maduro de lector reposado de la Biblia, fundado en una tradición protestante. Yo creo que Kierkegaard es un Hegeliano que se ha sentido condenado, y ha acusado a Hegel de su condena. Para Kierkegaard el progreso hegeliano se enfrenta a la aporía del pecado: El pecado, según Kierkegaard, es una experiencia en el que el hombre que se atreve a mirar a su Dios, cara a cara, cae en el abismo profundo de la contemplación de su condenación. Para Kierkegaard el pecado, radical corrupción de la naturaleza humana, desesperación y angustia, pone en tela de juicio la noción de progreso y la fe en el Estado, el hombre y la historia.
En su crítica a Hegel, Kierkegaard es excesivamente apasionado, y condena al hombre, la racionalidad y el Estado. En el fondo describe su propia condenación e impotencia ante el Estado. Es un pequeño y jorobado danés ante Alemania. También puede enfocarse como la impotencia de un luterano ante la majestad de la Roma católica. Es la Dinamarca doblemente acomplejada ante alemanes y curas, pero que prefiere condenarse a unificarse con Alemania, o a volver a la obediencia religiosa. Yo creo que muchas nociones hegelianas y anticatólicas influyen en Kierkegaard. La principal, la noción de obediencia ciega e incondicional. Lo que podemos denominar la seguridad espiritual por la obediencia, A un hombre que encuentra su libertad en la racionalidad y en el Estado por la obediencia (Hegel), se opone un hombre que alcanza a su Dios en la desesperación y angustia por la obediencia ciega, hasta matar al hijo (Kierkegaard). Y si Kierkegaard concibe una conciencia critica frente a un hombre aniquilado por el Estado, solo nos ofrece una aun más terrible aniquilación del hombre ante un Dios terrible, que lo condena porque nunca puede alcanzarlo y porque le ordena matar a su hijo. Desde los planteamientos de Kierkegaard, los juristas están destinados a ser los siervos de los curas. El Estado es, en los más puros principios medievales, el esclavo inmaduro y avergonzado de una Iglesia pletórica y triunfante por la fe (aunque desesperada).
Quiero destacar aquí que la lectura de Kierkegaard me deja el sabor de las dos lecturas posibles de la escritura. Una lectura optimista y festiva del hombre ante el Creador, en la que todo es felicidad, alegría, promesas y bendiciones, que es mas o menos la visión que nos imparten los predicadores domingueros cualquiera que sea su credo y religión, y que es también la visión orgullosa y pretenciosa de una naturaleza humana en estado de continuo progreso que nos presenta Hegel y el marxismo.
En mi opinión la postura de Kierkegaard sobre el pecado es excesivamente superficial y simplista, y es que su religión es una simplificación filosófica. Se centra exclusivamente en la figura de Abraham, mientras que la Escritura presenta a Job como el contrapunto de Abraham, y explica a través de Job otro sentido del pecado, como algo esencialmente limitado; y presenta la desesperación y el sufrimiento del condenado no como una situación definitiva e irreversible, sino más bien como una circunstancia trágica pero no ontológica. Por otra parte Kierkegaard hace del pecado y de la desesperación una condición específicamente masculina, cuando la escritura presenta paralelamente el pecado del hombre y de la mujer. Finalmente Kierkegaard se olvida de lo jurídico, de lo colectivo como elemento determinante de la naturaleza del hombre. Su pensamiento peca de individualismo y de falta de sentido historicista del derecho y de las relaciones humanas.
2. Primera respuesta a Kierkegaard: Dudas sobre la legitimidad de la conducta de Abraham en el monte Moria. La desesperación de Job.
Yo creo que la crítica a Kierkegaard se puede hacer desde la propia Escritura. Hay un elemento estremecedor en la conducta de Abraham: un padre que esta dispuesto a matar a su hijo por cumplir el mandato divino. Esta postura de Kierkegaard sobre la fe y el pecado, que aparecen ligadas al sacrificio del hijo, no puede menos que llenarnos de perplejidad. La legitimidad moral de un crimen, del peor de los crímenes --el parricidio de un hijo-- es difícil de comprender, pero aun es más difícil de admitir la orgullosa presunción de quien no pretende haberlo hecho por error, o por necesidad o por degeneración personal, sino que afirma mediante ello su supremacía moral sobre la colectividad, es decir la supremacía de la religión sobre el derecho.
La muerte del hijo ¿es en sí un acto intrínsecamente perverso? De entre todos los que sacrifican a su hijo ¿Cual es el sacrificio grato a Dios? ¿Puede el fin justificar los medios? Y aun más... ¿porque es el sacrificio grato a Dios? ¿Es de esencia de la espiritualidad el sacrificio del hijo? Pero… ¿No es el sacrificio de lo humano la esencia de la idolatría? ¿No ha sido el hombre creado a imagen de su Creador?
Kierkegaard pretende fundar su pensamiento en la Escritura, pero quizás la crítica de Kierkegaard se puede hacer desde la propia Escritura. Abraham parte con su asno (¿?), y se levanta muy de mañana (¿demasiado temprano?). El Señor no le exige un sacrificio inmediato, le da un largo plazo de tres días de camino, junto a su hijo, a un lugar lejano cuyo nombre no le anuncia y cuyo sentido quizás es que reconsidere. ¿Y que significa que Dios prueba a Abraham? Dios probó a Abraham, pero ¿lo aprobó? Después del sacrificio el Señor permanece oculto, no le halaga, no le acompaña; un ángel anónimo salva al hijo (¿falta de cortesía de la divinidad en despedirse de quien tanta lealtad le ofrecía?...Al menos si viniesen ángeles y arcángeles con citaras y arpas...). Y el ángel no le abruma en alabanzas y bendiciones, sino que le habla de algo terrible, angustioso, aterrador: el temor de Dios. De la camaradería entre Abraham y Dios que presidía las relaciones entre ambos se pasa a una evidente ocultación del Señor a Abraham y el siguiente relato de la Escritura es el de la muerte de Sara.
Un breve análisis crítico tras estas pistas literarias nos llena de perplejidad: ¿cómo partió Abraham sin el permiso de Sara? ¿Acaso no nos dice la Escritura que el ángel anunció un hijo a Sara? ¿No nos dice la escritura que Dios se acordó de Sara al concederle el hijo? En todo caso era a Sara a la que El Señor debió haber pedido el sacrificio. ¿Acaso murió Sara de pena al saber lo que había hecho su esposo? El relato de la Escritura nos presenta a Isaac como un mozo crecido... ¿podía Abraham sacrificar a su hijo sin el consentimiento del propio hijo? ¿Acaso no participaba Isaac, como hijo, de la naturaleza divina? Y la alianza... ¿No rompía Abraham la alianza matando a su hijo, a su único hijo, el titular de la promesa?
Así que podemos tomar como primera hipótesis de trabajo que Abraham pudiera haber sido engañado por su Creador para subir al monte Moria. Pero... ¿Acaso es posible pensar que el Creador engañe al hombre? ¿Engañó el Señor a Abraham al pedirle la muerte del hijo? ¿Es el engaño una conducta digna del Creador? ¿Que sentido tiene crear el hombre para engañarlo y condenarlo? Es estremecedor comprobar que la Escritura presenta ejemplos del engaño inducido del pecador como medio para que este se destruya, y destruir con ello el pecado y el orden social que representa. Es coherente presumir que la desesperación consecuencia del engaño espiritual, constituye el fundamento de muchas sectas y religiones, y que en el fundamento de la religión idólatra pudiera estar el protagonismo de la condena del hijo: el hombre que es engañado por lo espiritual, se desarraiga de su propia esencia matando a su hijo. En mi opinión, este engaño espiritual pudiera ser la clave del concepto de pecado, y una posible explicación de porque existiendo un único Dios hay sin embargo tantas religiones.
Y Abraham no sería el único engaño que nos refiere la Escritura. Veamos otros ejemplos: Un relato extraordinariamente interesante de tentación nos cuenta el libro de los Reyes; la narración presupone la condenación del reino de Israel y el anuncio del exilio. Josafat rey de Juda y Ahab rey de Israel se aprestan a salir en campaña para reconquistar Ramot Galaad; los profetas rodean al rey y entre alabanzas y cánticos le auguran una total y completa victoria. Pero Miqueas se presenta ante el rey y le anuncia: he visto al Señor sentado en su trono, y a toda la corte del cielo en pie junto a él, a derecha e izquierda; y el Señor decía: ¿quién engañara a Ahab, para que suba y perezca en Ramot Galaad? Y uno decía esto, y otro aquello. Pero se adelanto un espíritu y de pie ante el Señor dijo: Yo lo seduciré. El Señor le pregunto ¿cómo? Y él respondió: saldré y seré un espíritu de mentira en la boca de sus profetas. Y el Señor respondió: ve y hazlo así, tú lograras seducirlo. Ahab moriría en la batalla y su reino seria después destruido. Este relato de la Escritura es el más claro ejemplo del Señor engañando al hombre, o al menos consintiendo su engaño.
La puesta en escena de la revelación profética a Isaias, en el capítulo VI de su libro, es muy similar. Estaba el Señor en su trono rodeado de su corte... Y el Señor decía: ¿a quien enviare? ¿Quién ira por nosotros? Y yo respondí, heme aquí yo iré. Y el señor dijo: ofusca el corazón de este pueblo, cierra sus ojos, de suerte que no vean, ni oigan, ni entiendan, ni se conviertan, ni se curen... Yo pregunte ¿hasta cuando Señor? Y respondió: hasta que las ciudades estén devastadas y desiertas, las casas vacías, la tierra abandonada.
Pero hay otras extrañas conductas concurrentes de la divinidad que pueden también confundir al hombre, y amargar las relaciones del hombre con su Creador: El corazón del Faraón es endurecido por el Señor para que se destruya él y los egipcios, y Job es tentado para que maldiga al Señor.
La lectura de Kierkegaard hace apasionante el reencuentro de Abraham, de un Abraham que pecó y se desesperó. Ese es el Abraham de Kierkegaard, Pero yo que me apasione en mis años de profesor santiagués, y en las largas tardes lluviosas y oscuras del largo invierno compostelano, hace años, leyendo Temor y Temblor; después de digerir toda la apasionante biografía Kierkegaardiana y protestante, he desarrollado una especie de costra critica contra Kierkegaard. El Abraham de Kierkegaard es un Abraham irreal y ficticio, un Abraham muy distinto del que nos perfila la Escritura. Los principales argumentos de crítica a Kierkegaard los da la propia lectura de la Escritura cuando trata de responder a un desesperado: Job. La angustia y la desesperación es la historia de Job, y la escritura analiza en detalle la cuestión de los orígenes en la respuesta a Job.
El libro de Job explica el sentido de la tentación y aborda frontalmente la cuestión de los orígenes. La cuestión se inicia como un Juicio celestial. El Señor esta rodeado de su corte; Satán, que viene de pasear por la tierra (la tierra entregada al acusador después del pecado de Abraham), se presenta ante Dios, El Señor entonces nombra a Job, y en cuanto Job es nombrado Satán se vuelve celoso de su poderío. ¿Te has fijado en mi siervo Job? La virtud de Job hace que el Señor señale a Job. Satán pregunta: ¿es que Job teme a Dios desinteresadamente? Gracias a su virtud Job obtuvo honor, riqueza y estima. Y Dios pone en manos de Satán la hacienda de Job (primera tentación). Otro día (segunda tentación) la imprecación del Señor al acusador se vuelve premiosa: "en vano me has incitado contra él para perderle". Satán insiste contra Job y le entrega Dios entonces también sus huesos y su carne, y aun su mujer le tienta... ¡Maldice a Dios y muere!..., pero tampoco peca Job esta vez, y permanece solo en su angustia y desesperación. Job mantiene su inocencia, reclama el juicio para sí, y se enfrenta a sus amigos, que bendecidos por la fortuna pretenden además ser los predilectos de Dios. Abraham acepta el juicio de Dios a Sodoma y Gomorra y aceptó gustoso la muerte de su propio hijo, mientras que Job se enfrenta a Dios y clama por la justicia.
La Escritura pone entonces en boca del Señor una respuesta a la cuestión de los orígenes: el pecado es una situación que precede a Job y que ha causado que el mundo se encuentre entregado al acusador, que es el señor de la tierra (vengo de pasearme por la tierra, dice el acusador). Pero el reino del acusador no es indefinido, finalmente Dios interviene, desautoriza a Satán, da una explicación a Job, y la reconciliación se consuma. El Señor es Creador, el pecado es necesariamente algo limitado. Proclama la inocencia de Job y condena los amigos. El justo era Job, el que se rebelo, no los amigos que proclamaban la justicia de Dios. La proclamación necia de la justicia de Dios, el servilismo a la autoridad constituida, aunque fuese la Celestial, era solo narcisismo y orgullo..., el pecado en se oculta tras quien pretende hacer el bien. Dios aprecia que se opongan a El y lo acusen, aprecia el testimonio de Job porque la injusticia es manifiesta y sin embargo todos se acallan ante ella; incluso el poderoso se siente el predilecto de Dios. Job intercede en favor de sus amigos, y por haber intercedido en favor de sus amigos restituye a Job su antigua prosperidad duplicada, y sus hijas son las más hermosas de la tierra.
El libro da dos respuestas a Job sobre el sentido del engaño, de la tentación y del sufrimiento, la primera explicación parece ser una respuesta a Eliahu: no conoces los orígenes, y Job comprende: soy polvo y ceniza; es decir el pecado antecedía a Job, estaba en su naturaleza, era un desorden social y una injusticia manifiesta, que además se presentaba como el bien, la tierra había ocultado un pecado que estaba en los orígenes. Pero aun el señor le dará una segunda explicación, quizás específicamente referida a Job, la lucha contra el mal. La tentación, el sufrimiento y el engaño son consentidos en el contexto de la lucha contra el mal. El mal se presenta como el bien y así se condena engañando al malvado. Evidentemente las respuestas del Señor a Job son mas complejas que todo esto y prometo abordarlas mas detenidamente en un próximo comentario, aquí solo quiero subrayar que el engaño espiritual esta en la esencia de la experiencia religiosa, y que en el libro de Job se explica su sentido: la conducta de Abraham pudiera ser desautorizada expresamente por la escritura.
Por cierto la historia termina bien… pero los primeros hijos de Job se han perdido irremisiblemente, y la primera mujer de Job, la que le incitaba a pecar, tampoco es recordada. El señor cuando le devuelve el doble de lo que tenia no parece devolverle siquiera una mujer. Job se queda solo en su rebelión. Y ¿por que? ¿Que ha hecho mal Job? Job no se ha merecido una mujer. Seguramente Job tampoco ha sabido defender Sodoma y Gomorra. Le devuelve hijos, amigos, siervos y riquezas, pero no mujer ni arraigo político.
4. Segunda respuesta. La mujer y el pecado en Kierkegaard.
Y aun me quedan dos discursos críticos sobre Kierkegaard. Kierkegaard solo toma en cuenta el pecado espiritual como pecado específicamente masculino. El hombre perverso que mata a su hijo, es también el que destruye a la mujer por su dependencia afectiva. En realidad el individualismo de Kierkegaard le traiciona no solo al contemplar espiritualmente el concepto de pecado, como una radical distancia entre el hombre y su Creador, sino también al concebir una radical maldad solo en el Hombre, no en la mujer. El hombre perverso que imagina Kierkegaard ante su Creador es el hombre destructivo ante su mujer. Pero esa perspectiva de la bondad esencial de la mujer tampoco es escrituraria, y ambos, hombre y mujer, participan, cada uno a su modo, del pecado, quizás la mujer participa tanto o mas radicalmente en el pecado.
En efecto, al estudio de la seducción dedica Kierkegaard su diario de un seductor, y sus siluetas. El perfil del seductor y la seducida aparecen además reiteradamente en distintos contextos; en todos ellos la mujer aparece condenada por su dependencia afectiva. En el diario de un seductor están presentes todos los elementos de su pensamiento sobre las relaciones entre hombre y mujer. La joven ingenua aparece enfrentada al hombre sin escrúpulos, que lo sabe todo del amor. Ella esconde su intimidad porque comprende la fuerza destructora del amor que se le ofrece, pero en vano porque tentada por el misterio sucumbirá a las tretas preconcebidas del varón. Una vez completada la conquista, el hombre ha satisfecho su vanidad, y entonces la desprecia; y ella aun comprendiendo desde el principio su impotencia ante la conducta engañosa y pérfida del varón, no podrá ya dejar de amarlo. En Kierkegaard, el amor es el modo de expresarse la desesperación en la mujer, la mujer condenada por el amor es el modo de manifestarse la religiosidad femenina, recibir y sacrificarse por el hombre desesperado, y ser destruida por él.
En siluetas Kierkegaard se detiene en el análisis de los dos grandes mitos de seducción masculina: Don Juan y Fausto. El primero representa la mujer condenada por la pasión de la juventud, la belleza y la espontaneidad masculina; el segundo representa la mujer seducida por la espiritualidad y profundidad del hombre sabio. La vivencia femenina de las dos grandes pasiones: la sexualidad y la desesperación. Ambos seductores se caracterizan por no tener temor de Dios: Don Juan escala alegremente las tapias del convento, sin temor del comendador o los espectros; mientras que es el escepticismo de Fausto el que le permite pactar con el diablo. En ambos casos ella comprende su terrible destino, comprende que el amor la condena a los infiernos, pero sucumbe irremisiblemente ante la fuerza del amor. La culpabilidad de la mujer para Kierkegaard es, si puede hablarse de ese modo, su amor a la vida, su paganismo virtual, su negativa radical a sufrir la desesperación de la ausencia de Dios, su tendencia patológica a colocar el amor humano en el lugar que corresponde al amor de Dios. Plantea Kierkegaard la duda sobre la fe monacal de Doña Elvira después del pecado, y opina que será difícil que encuentre un sacerdote que le predique el evangelio de arrepentimiento y penitencia con la misma convicción con que Don Juan le explicaba el lenguaje del placer. Por otra parte presenta a Fausto deseando la alegría pura, imparable y caudalosa del alma femenina, y no desea Margarita espiritualmente sino sensualmente, mientras ella se estremece con horror en la contemplación de la condenación de Fausto, sin dejar por ello de complacerse ni de negarse ante el amor humano.
Parte Kierkegaard de que por la mujer entro el pecado al mundo, pero lejos de concebir una culpabilidad específica en la mujer en el pecado, la considera más perfecta que el hombre, y solo por ello más culpable. El amor es lo único importante para ella, y el amor llena la totalidad de su existencia; para el amor vive y en el amor se justifica; el que la ama hace más por ella que todos los demás hombres con todos sus sacrificios. El alma femenina es intemporal y por ello permanece fiel en el amor, y nunca aceptara que fue engañada, porque el amor es un valor en sí mismo, aunque sea desgraciado.
En diapsalmata nos dice Kierkegaard que los hombres son demasiado mezquinos para ser pecadores, el amor masculino es un amor inmediato y sensible, ligado al pathos y a la fatalidad, tiene sus obstáculos fuera de él y no dentro de él, es efímero y superficial como Don Juan, ávido de belleza y ostentación, y se mofa de lo eterno. El hombre carece de abnegación y capacidad de sufrimiento. El hombre ama al azar y en él el amor es una simple sensación, al contrario de la mujer en la que el amor es participación. El amor en el hombre tiene naturaleza conquistadora, que proviene de la soberbia, porque les falta el recogimiento y la interioridad necesaria para saber querer, por eso se entrega indiscriminadamente a cualquiera; la mujer por el contrario tiene la humildad suficiente para saber lo que vale el amor, y por ello cuando se entrega se vuelca en retener y conservar. El amor reflexivo es pecaminoso, y convierte la relación entre hombre y mujer en antiestética, y en inmoral; lo reflexivo en el amor es también típicamente masculino, en la mujer el amor es estético y religioso, solo después de ser corrompida la mujer hace cálculos en el amor, y aun entonces solo si no la aman. El pecado masculino se manifiesta doblemente, ante Dios es el miserable que huye sin atreverse a mirar su interioridad, ante la mujer es el terrible tirano que la esclaviza y destruye por su falta de espiritualidad.
Para Kierkegaard, la borrachera emocional es signo de paganismo y es un comportamiento típicamente masculino, la abnegación es la forma femenina de amar; en el que la entrega y capacidad de sacrificio son inseparables del amor mismo. Por amar mucho la mujer esta mas cerca de Dios que el hombre, porque el sufrimiento y el amor hacen al hombre religioso. El amor tiene la virtud de aniñar, por eso la mujer nunca deja de ser niña. Para la mujer la tragedia más grande es el amor desdichado, y no hay desconsuelo mayor que el de la esposa abandonada. La perversión de la mujer proviene de no haber sido amada, entonces el resentimiento y la venganza pueden ocupar el vacío que deja la falta de amor, porque la felicidad es propiamente en la mujer la entrega total e incondicionada de sí misma.
En la enfermedad mortal, cuando habla Kierkegaard de la desesperación de no querer ser si mismo, nos recuerda que la angustia y la desesperación son parte de la esencia femenina, pero en ella se compensa con la capacidad de entrega absoluta y abandono al objeto amado; antes de amar la mujer vive en la angustia y la desesperación de no saber quien es y no querer ser si misma, solo cuando ama tiene idea cabal de quien es en realidad, por amar se encuentra a sí misma. En la bendición nupcial se recibe la mujer como pecadora y ordenándole que se someta en razón del pecado; pero ella en su sometimiento expresa su fuerza redentora mediante la debilidad. ¡Nadie es capaz de hundir tanto los ojos como una mujer, pero nadie los puede elevar tan altos como ella! Mientras Adán hacia el mono de árbol en árbol, Eva seguía con provecho las clases de filosofía de la serpiente; no solo escucha sino que sabe comprender, amar y acoger a quien le habla, incluso la serpiente.
Para Kierkegaard, si la desesperación es la condición de Abraham, la religiosidad es la condición femenina. El sentimiento religioso es innato en la mujer y por ello pasa directamente de la experiencia estética al apasionamiento religioso. Es una mujer corrompida aquella a la que el enamoramiento no torna una mujer piadosa. Y si en la plenitud del amor descubre la grandeza de la presencia de Dios, en el estremecimiento de la maternidad descubre la humildad de la plegaria. La maternidad transforma en eterno un amor efímero. La mujer sabe descubrir y reírse de la pequeñez del hombre: de nada sirven las grandes pasiones, el héroe y el poeta se trasforman en dependientes y funcionarios, ha dejado de ser dueño de sí mismo. El castigo en la mujer no es la desesperación sino el dolor del hijo y el sometimiento al marido, ella es en definitiva la que paga el pecado del mundo. La mujer es mas refinada que el hombre y busca hacer eterno lo efímero, por eso solo en la religiosidad encuentra la profundidad autentica del amor; el amor en la mujer es una temporalidad que contiene en sí misma la eternidad.
El matrimonio es para Kierkegaard, según explica en sus diálogos sobre el amor y el matrimonio, una expresión de la redención que aporto al hombre el cristianismo: el descubrimiento del valor de la mujer. Siendo el amor todo para ella nunca ha tenido nada que objetar al matrimonio como recepción del marido de Dios; la humildad de saber que hay una potencia superior a la que poder agradecer la dicha del querer; solos pero a los ojos de Dios. La vanidad del hombre piensa que ha conquistado a la mujer, la humildad de la mujer da las gracias por haber recibido el hombre de Dios. Para la mujer solo en el matrimonio tiene sentido el amor y el amor existe para el matrimonio, por eso es una grave ofensa para cualquier muchacha casarse con ella por otro motivo que no sea amarla; y no tiene sentido el amor si no es para siempre. La mujer que vivió en su primera juventud solo para la vanidad y el lujo, siendo esposa y madre será capaz de soportar todas las humillaciones por su familia y aun mendigará ante quien crea que puede favorecer a sus hijos. Los solteros acaban convirtiéndose en esclavos de sus sirvientes, obsesionados con minucias y rarezas que los sirvientes descubren y a través de ellas esclavizan a sus amos; solo por el matrimonio se encuentra la plenitud de la persona, y el matrimonio es la casa de la mujer, donde no hay mujer la hacienda es devastada. El matrimonio ennoblece al hombre con el rubor pudoroso que es propio de la mujer, y da sentido y fortaleza a la vida de la mujer, aportando tranquilidad y armonía a su interioridad. La interpretación poética y sexual del amor es esencialmente pagana, alabar la belleza de la muchacha en la primera juventud, cuando, según Kierkegaard, la belleza de la mujer se desarrolla con los años y solo llega a ser completa cuando siendo madre empieza a amar con ternura. En la espontaneidad del niño se encontrara la mujer a sí misma y se realiza el amor, y habrá fructificado en su plenitud el sentido religioso que solo la mujer comprende en el matrimonio.
También en este punto el pensamiento de Kierkegaard lo he ido madurando a lo largo de los años, y lo que al principio fue una rendida admiración hacia el autor danés, poco a poco se fue enfriando, hasta rechazar finalmente de modo radical su injusticia e inexactitud. Solo tras madurar su lectura he comprendido que su concepción de la mujer es el justo complemento de su concepto de pecado: Dios destruye al hombre, el hombre destruye a la mujer, una espantosa compensación de culpas, que no se corresponde con la realidad. No estaría de mas concebir su vivencia de la fidelidad femenina como una transposición de una fe luterana en que solo la gratuidad trasciende la corrupción esencial de lo humano, y en la que el amor perdura por sí mismo y no necesita de las obras, ni de ser correspondido. El pecado que nos presenta Kierkegaard es algo específicamente masculino, y pienso que el pecado debiera ser a la vez masculino y femenino.
La aproximación escrituraria al pecado femenino es muy distinta de Kierkegaard. Es obvio que Kierkegaard solo se acuerda de la escritura para alabar a Abraham, pero no para inspirarse sobre el alma de la mujer, responsable o al menos cómplice del pecado: la mujer toma la manzana y la da al marido; la Escritura nos presenta una iniciativa femenina en el pecado. Hemos visto en Kierkegaard una perspectiva masculina del pecado, pero... ¿Donde esta el pecado de la mujer? Kierkegaard no desarrolla específicamente la noción de pecado espiritual en Sara, y se limita a explayarse en la belleza espiritual y natural de la mujer. Kierkegaard lejos de considerar a la mujer pecadora la considera redentora.
En cualquier caso no es una Sara sacrificada, pura e inocente la que nos presenta la escritura. En efecto la escritura nos presenta a una Sara fisgona, (que escucha detrás de la puerta; Gn 18,10), mentirosa (No me he reído; Gn, 18 15), holgazana (a la que es necesario increpar para que trabaje: date prisa; Gn 18,6), sensual y despreciativa de su marido (¡a mi edad disfrutare placer siendo mi marido un viejo!), egoísta y poco hospitalaria (¿donde esta Sara? ; Gn 18, 9), y que se reía de las promesas divinas (Gn 18,12). Y esta terrible presentación de la personalidad de Sara nos la hace la escritura justo antes de relatarnos la perversión y destrucción de Sodoma y Gomorra. Yo creo que los dos terribles sucesos de condenar la tierra y de condenar al hijo se pueden imputar con igual propiedad a Sara que a Abraham.
Sara no puede soportar su esterilidad y primero sacrifica a su marido para tener un hijo entregándole a la esclava egipcia, para luego, por celos, cuando esta queda embarazada, expulsarla al desierto; ¿Y el ángel que salvó a Agar, acaso no condenaba a Sara?; pero luego al quedar embarazada, no puede soportar la comparación de su hijo con el hijo de Agar y expulsara también a Ismael, el hijo de Abraham, exponiéndole en el desierto a una muerte segura. Así hay una terrible compensación pues igual que Sara condena a Ismael al que la escritura llama el hijo de Abraham, condenaría después a Isaac al que la Escritura llama el hijo de Sara. En el fondo Sara nunca perdono a Abraham que pidiese al Señor un hijo para él y no un hijo para ambos; y Abraham nunca perdona a Sara que expulsase a su hijo Ismael. En su vejez el resentimiento había amargado la vida de ambos, fue entonces cuando vinieron los ángeles a condenar Sodoma y Gomorra y a regalarles un hijo, pero entonces Sara ya no reía.
La alabanza a la mujer tiene un claro fundamento escriturario (en los proverbios en particular), pero también hay que contemplar la otra cara de la moneda, que la escritura nos presenta con toda crudeza: la sabiduría de la mujer construye la casa y su locura la destruye. El amor de la mujer que Kierkegaard vivencia con tanta intensidad es a veces inseparable de una condena del mundo. En Sara vivenciamos la fuerza de los celos, su naturaleza posesiva, su desprecio a Abraham, su carácter violento, vengativo y su crueldad ante los extraños. Kierkegaard nos presenta preferentemente a la mujer como hija, esposa y madre, en el contexto de una relación estable y familiar, pero no se detiene, como sin embargo subraya reiteradamente la Escritura, en la faceta de la mujer que empujada por la tempestad del mundo o el huracán de su interioridad (la envidia, el resentimiento, los celos,...), todo lo destruye: Jezabel engaña y miente, organiza un proceso para condenar a Naboth y robarle su viña, Bethsabe traiciona a su marido para ir con David. Los dos reinos (la esencia de lo jurídico) se destruyen por el pecado de la mujer.
En mi opinión, la figura del hombre seductor es una novedad de la literatura moderna pero no es escrituraria. El hombre en la Escritura aparece como violador (así la violación de la hija de Jacob, o la violación de la hermana de Absalon por el hijo de David); el hombre aparece como prepotente (así Gedeon o los reyes de Israel, Salomon, David) a los que por su poder se le entregan las mujeres de los pueblos de la tierra. Y los hombre religiosos aparecen como enamorados (así, Isaac, Jacob, Elcana), etc. Pero en toda la escritura no aparece ni una sola vez el hombre seductor, o la mujer que se imagina Kierkegaard: seducida, enamorada, abandonada a un destino solitario por culpa de un amor desgraciado. En la escritura la iniciativa de la seducción es siempre femenina. Y no una, dos o tres veces, sino innumerables, cientos, miles de veces; la escritura es toda ella una reiterada reiteración de seducciones femeninas. Eva seduce a Adán, Raquel seduce a Jacob, Tamar seduce a Juda, Dalida seduce a Sansón, Betsabe seduce a David, las mujeres extrajeras a Salomon, Jezabel seduce a Ajab, Ruth seduce Boaz, Ester seduce a Ahasveros, etc.etc...etc... Y en todas estas seducciones hay una constante: no es la mujer la que aparece postrada ante el varón sino al contrario, el hombre seducido entrega su alma a la mujer, y ello es causa de que se prohíba el matrimonio con mujeres extranjeras (en la reconstrucción de Israel por Esdras y Nehemias), porque traen la idolatría y la destrucción a la tierra (como paso con Salomon, Ahab, etc...), el hombre se somete a los designios de su esposa.
En Kierkegaard, la iniciativa del amor es masculina, pero la escritura parece resaltar el protagonismo de la mujer; en Kierkegaard el amor es una relación entre dos personas mientras que la escritura parece poner el acento en el carácter religioso y social de las relaciones humanas. Para Kierkegaard la seducción es una cualidad típicamente masculina, y el seductor es un pagano radicalmente alejado de Dios, que carece de temor de Dios (Don Juan y Fausto); porque concibe a la naturaleza humana radicalmente apartada de su Creador, pero la Escritura hace del amor una muestra de la predilección divina, y hace a la mujer la seductora del varón por su mayor profundidad espiritual. La mujer sabe aproximarse discretamente, conoce al hombre, lo seduce con sus encantos y lo traiciona en el momento cumbre: como Jael que asesina al general cananeo con un clavo de la tienda, como Dalida que prepara innumerables trampas a Sansón, y en la tradición cristiana también Judit que asesina a Holofernes y le corta la cabeza tras entregarse al mismo.
En la Escritura vivir la pasión amorosa no impide a la mujer después destruir fríamente al hombre llegado el momento. El hombre asume el papel de víctima de la seducción: Adán, Lot, Ajab, etc...son víctimas de los engaños y las mentiras de las mujeres que los sedujeron para destruirlos: su mujer, su hija, su hermana, y aun su propia madre (como la perversa reina Atilia, del segundo libro de los reyes, que destruye su estirpe) pueden en ocasiones traicionarlos; y todo el libro de los proverbios esta dirigido a prevenir al hombre frente a la seducción de la extranjera, la prostituta o la adultera.
5. Tercera respuesta. Kierkegaard no sabe que es el Estado.
En Kierkegaard la religión es una experiencia básicamente individual, mientras que la escritura está también atenta al sentido colectivo del pecado: la idolatría define a los pueblos, y la idolatría es el origen del pecado. ¿Que es la idolatría? Difícil saberlo ¿un engaño? La Escritura parece poner el acento en el pecado de los orígenes no como pecado masculino, sino como pecado de la tierra (Satán, en el libro de Job, venia de rodear la tierra), que es un reflejo del pecado espiritual, y que condena igualmente el hombre y la mujer. El reto espiritual del hombre y la mujer, es como seres libres, triunfar sobre el pecado material y reconstruir la tierra, que es testimonio de la justicia. El desorden social una vez instituido colectivamente condiciona igualmente las relaciones entre el hombre y Dios y las relaciones humanas; y muy específicamente la idolatría se manifiesta en el abuso de la mujer (la serpiente la engaña). El precio de la idolatría es el sacrificio de la tierra y en ella está el amor humano. El sentido sacrifical del amor es la esencia de la presentación escrituraria de las relaciones afectivas y de la religión. El hombre se sacrifica en la guerra, la mujer se sacrifica en la sexualidad: es el sacrificio de las moabitas, de las filisteas y también de Ester; con su sacrificio la mujer defiende su casa, su tierra y su religión.
En particular en Ester y Jezabel aparecen las mujeres que se sacrifican por sus pueblos, así como Judit, la mujer asesina, cuya cononicidad no es aceptada por judíos y protestantes. En toda la historia de la esclavitud Egipcia y del destierro por el desierto no nos cuenta la escritura ninguna historia de amor. Los israelitas no pueden tener amor si no tienen la tierra, y perderán el amor con la tierra. Mijail, la hija de Saul, recibe a David por esposo pero solo lo ama efímeramente y luego lo traiciona ante su padre, y esa traición prefigura la expulsión de la estirpe de David de la tierra de Israel. David no podrá conocer a Abisag, la sunamita, que le acompaña en su vejez para que no tenga frío. A partir de ahí los reyes de Israel sienten el frío del alma femenina: están sometidos a mujeres perversas que prefiguran la perversión de la tierra, que es su propia perversión. Mijail desprecia a David por amor a su padre Saul, Rahab la prostituta salva a su padre a la entrada de los israelitas en Jericó, y la hija de Jefte el galadita acepta ser sacrificada virgen por la promesa de su padre. En la Escritura observamos que junto al concepto de pecado personal aparece la sexualidad, como vivencia específicamente femenina, que juzga las personas y los pueblos y que está ligada al pecado de la tierra; la escritura destaca la importancia de una entidad colectiva para el encuentro de una identidad humana y para la vivencia del amor.
Quizás la desesperación del hombre (Abraham) igual no proviene de la grandeza del sacrificio de su hijo, sino de la ausencia de una identidad colectiva que de sentido al amor y a la justicia, no ha sabido reedificar su tierra, la tierra nueva. En definitiva tras el juicio espiritual, que solo conoce el condenado, el pecado se proyecta sobre toda la colectividad y se vivencia por la violencia y la mujer sometida en el sacrificio del amor y la sexualidad. Y es que a mi entender, la Escritura pudiera plantear la cuestión principal en las relaciones entre Abraham y el Señor en un momento anterior al sacrificio del hijo. El clímax de la historia, es la destrucción de Sodoma y Gomorra. Abraham no sabe construir la justicia en la tierra. No tiene fe en la racionalidad, en la capacidad de construir la justicia por el derecho, en el espíritu que se manifiesta a sí mismo en el Estado como realidad de la historia. El Señor descendió para ver el grito que había llegado hasta Él. La oportunidad de arrepentirse es la tentación: 50 justos, 40, 30, 20, 10,..., Abraham consintió la destrucción de Sodoma y Gomorra, fue un mal negociante, pidió diez justos para salvar Sodoma y Gomorra cuando le bastaba uno solo. Bastaba conque Abraham, como luego Moisés en el monte Sinaí, hubiese intercedido por Sodoma y Gomorra. Ya antes se había dejado llevar por la vanidad, Melquisedeq le llamo el escogido de Dios y el se lo creyó, es mas le dió el diezmo de todo, el diezmo ese es lo que le falto en la negociación con Dios.
El varón consagrado que Kierkegaard toma como paradigma de cristiano, destruye su arraigo y se enfrenta a la desaprobación de su Creador. Las razones de esta desaprobación nos las da el libro de Job: Juzgó lo espiritual sin conocer los orígenes, y por su consagración se somete a la violencia injusta y no triunfa sobre el mal. En definitiva Kierkegaard, con su exaltación del varón desesperado, al que considera arquetipo del cristianismo, condena el derecho como una forma de paganismo: se entrega al pecado de los orígenes y escapa del mundo para no luchar contra el mal. Kierkegaard para poder condenar a Hegel tiene que condenar el hombre, la racionalidad, el Estado el mundo y la historia. Es un filósofo fracasado que tiene que matar a su hijo y condenarse para poder criticar a Hegel.
La crítica de Kierkegaard al derecho y al Estado no es justa. Y podemos ridiculizar ahora la crítica de Kierkegaard a Hegel. Abraham no ha leído a Hegel. Abraham quizás destruyó con orgullo el fundamento de las relaciones entre los hombres porque cuando el Señor se presento ante él no sabia lo que era el Estado y la justicia, no tuvo fe en la obra del hombre, en el espíritu de su tiempo, en el Estado de la racionalidad; quizás por eso el Señor le tentó en el monte Moria.
1. La cuestión de los orígenes en Kierkegaard.
La figura de Abraham es el tema central del libro de Kierkegaard, Temor y temblor, uno de los libros más decisivos del pensamiento moderno: plantea la noción espiritual de pecado y el juicio de Abraham. Abraham personaliza las nociones de angustia, desesperación, que constituyen el centro del pensamiento de Kierkegaard, y en las que el autor presenta frontalmente la noción de pecado y la cuestión de los orígenes. Según Kierkegaard, el pensamiento secular desconoce lo que es la fe y el pecado, conceptos que tienen su origen en la fe y desesperación de Abraham, consecuencia del sacrificio de Isaac.
Para Kierkegaard la fe significa la supremacía del hombre sobre el sistema. La fe es la paradoja por la que un individuo es superior a lo general, una suspensión teleología de la ética. Abraham manifiesta la supremacía del hombre, creado a imagen de Dios, sobre su mundo. Kierkegaard justifica a Abraham: Abraham simboliza la grandeza de la fe. El sacrificio es signo de la entrega total, sacrificio del hijo, y por ser lo mas amado también del mundo. Según Kierkegaard, en el sacrificio encontró la recompensa: Abraham no renuncia a Isaac en virtud de la fe, sino que por ella lo obtuvo plenamente. Kierkegaard elogia a Abraham por ser el primer hombre que supero la prueba de Dios y venció mediante ella el mundo. Kierkegaard exalta la desesperación como camino hacia la fe; el sacrificio del hijo manifiesta la desesperación del hombre. La fe es la paradoja por lo que lo interior es superior a lo exterior. Renunciando al mundo triunfa sobre el mundo y lo somete; Abraham por renunciar al mundo lo conquista, por sacrificar a su hijo lo recupera, por renunciar al amor conquista a Dios.
Kierkegaard considera al paganismo como la ausencia de conciencia del pecado, y la enfermedad mortal de la desesperación como la ventaja especifica del cristiano sobre el hombre natural; siendo el pecado la muerte es condición autentica del cristiano el morir espiritualmente, desesperarse humanamente, destruir lo humano, para buscar la fe. En ejercitación del cristianismo explica que solo el terror de la conciencia del pecado empuja hacia el sentimiento religioso. La fe se describe, especialmente en su obra la enfermedad mortal o de la desesperación y el pecado, como un resultado del pecado.
La exposición de Kierkegaard, no presenta un Abraham singular, existente hace centurias, al que un día sonríe la fortuna de ser elegido de Dios; sino un ser real y presente, cotidiano, que define desde el sacrificio la fe como paradigma que se repite incesantemente, como locura del hombre que pretende su supremacía sobre la colectividad y el orden social, afirmando su relación directa con Dios a través del sacrificio de lo humano, de todo lo humano, y en particular del hijo, lo mas amado de lo humano. Abraham quería agradar a su Dios, nada le importaba Sara, el hijo, la alianza, el mundo. El se sentía el único, el elegido, el superior, el preferido de su creador; para él no existía la religión, ni la ética ni el derecho solo su Dios. Abraham significa la muerte del hijo, la entrega total a Dios. Solo desde esa entrega empieza el hombre cristiano, el único hombre auténtico, el que ha superado el paganismo. Y es consciente de una contradicción ontológica, absoluta, irremediable, solo superada por la fe: el concepto de pecado, que se concreta en la decisión firme e irrevocable de matar al hijo en nombre del Señor, matar al hijo para ser grato al Creador.
Kierkegaard subraya el costo del sacrificio: Abraham es grande por el amor que es odio de sí mismo, fe que es angustia, fe que es desesperación. Cuando vuelva del monte Moria Abraham experimenta la soledad absoluta. Algo sobre lo que se insiste en las últimas páginas de temor y temblor: el silencio. Tres días camino en su soledad sin haber comunicado nada a Sara a Isaac o a Eliezer; tres días de interioridad, meditación e introspección; pero lo peor vino después, ¿Qué le queda a la vuelta de monte Moria? su mujer murió de la pena, Isaac teme a su padre, y él fue solo un viejo solo y desesperado. El tormento más espantoso de Abraham es la distancia infinita que separa a Abraham del resto de los hombres, y de su propio hijo; pero ese tormento no es nada comparado con el temor que Abraham siente ante la presencia divina. El que mató por una causa noble tiene la justificación de la causa, el que mato por causa innoble encuentra su justificación en culpar a los demás. Pero... ¿qué puede justificar a Abraham? ¿Quién puede mirar a Abraham a los ojos? ¿Y en que se distingue Abraham de tantos otros que mataron a sus hijos? No se distingue en ser más bueno que ellos, al contrario, él se siente el más desesperado por la pretensión de haberlo hecho en nombre de Dios.
Y es que Kierkegaard introduce un tema nuevo en el pensamiento que se escapaba a Hegel: el concepto de pecado. La relación del hombre con Dios introduce la paradoja. Ahí, en la relación del hombre con Dios, están no solo el sacrificio y la fe, sino también la idolatría y el pecado. Esta claro que el sacrificio que no es grato a Dios es un espantoso pecado... ¿y como sabemos cual es grato a Dios? ¿Cómo sabremos si es grato a Dios?
Yo creo que el reto fundamental del pensamiento secular moderno es el de comprender la noción espiritual de pecado, que es el eje de todo el relato de la Escritura. La noción de Kierkegaard tiene el mérito de permitir descubrir a un "laico" la diferencia fundamental entre el pensamiento secular y el religioso, y es una puerta de acceso privilegiada a ese mundo misterioso e incomprensible que constituye la experiencia religiosa; da además una clave decisiva para comprender la crisis del marxismo y del hegelianismo en general. Planteamiento fascinante porque propone una explicación de la relaciones entre Religión y filosofía, entre Iglesia y Estado. Hegel había construido el Estado. Se sentía orgulloso del hombre, del espíritu del hombre y su racionalidad, que el Estado encarnaba. Kierkegaard, rechaza a Hegel, pero también rechaza la razón y el Estado en nombre de la fe, y toma el argumento supremo de la Escritura, interpretándola a su modo.
Pero el concepto de pecado en Kierkegaard me parece excesivamente simplificado. Creo que en Kierkegaard los argumentos escriturarios, y Abraham en particular, son mas una excusa para la critica a Hegel que un pensamiento maduro de lector reposado de la Biblia, fundado en una tradición protestante. Yo creo que Kierkegaard es un Hegeliano que se ha sentido condenado, y ha acusado a Hegel de su condena. Para Kierkegaard el progreso hegeliano se enfrenta a la aporía del pecado: El pecado, según Kierkegaard, es una experiencia en el que el hombre que se atreve a mirar a su Dios, cara a cara, cae en el abismo profundo de la contemplación de su condenación. Para Kierkegaard el pecado, radical corrupción de la naturaleza humana, desesperación y angustia, pone en tela de juicio la noción de progreso y la fe en el Estado, el hombre y la historia.
En su crítica a Hegel, Kierkegaard es excesivamente apasionado, y condena al hombre, la racionalidad y el Estado. En el fondo describe su propia condenación e impotencia ante el Estado. Es un pequeño y jorobado danés ante Alemania. También puede enfocarse como la impotencia de un luterano ante la majestad de la Roma católica. Es la Dinamarca doblemente acomplejada ante alemanes y curas, pero que prefiere condenarse a unificarse con Alemania, o a volver a la obediencia religiosa. Yo creo que muchas nociones hegelianas y anticatólicas influyen en Kierkegaard. La principal, la noción de obediencia ciega e incondicional. Lo que podemos denominar la seguridad espiritual por la obediencia, A un hombre que encuentra su libertad en la racionalidad y en el Estado por la obediencia (Hegel), se opone un hombre que alcanza a su Dios en la desesperación y angustia por la obediencia ciega, hasta matar al hijo (Kierkegaard). Y si Kierkegaard concibe una conciencia critica frente a un hombre aniquilado por el Estado, solo nos ofrece una aun más terrible aniquilación del hombre ante un Dios terrible, que lo condena porque nunca puede alcanzarlo y porque le ordena matar a su hijo. Desde los planteamientos de Kierkegaard, los juristas están destinados a ser los siervos de los curas. El Estado es, en los más puros principios medievales, el esclavo inmaduro y avergonzado de una Iglesia pletórica y triunfante por la fe (aunque desesperada).
Quiero destacar aquí que la lectura de Kierkegaard me deja el sabor de las dos lecturas posibles de la escritura. Una lectura optimista y festiva del hombre ante el Creador, en la que todo es felicidad, alegría, promesas y bendiciones, que es mas o menos la visión que nos imparten los predicadores domingueros cualquiera que sea su credo y religión, y que es también la visión orgullosa y pretenciosa de una naturaleza humana en estado de continuo progreso que nos presenta Hegel y el marxismo.
En mi opinión la postura de Kierkegaard sobre el pecado es excesivamente superficial y simplista, y es que su religión es una simplificación filosófica. Se centra exclusivamente en la figura de Abraham, mientras que la Escritura presenta a Job como el contrapunto de Abraham, y explica a través de Job otro sentido del pecado, como algo esencialmente limitado; y presenta la desesperación y el sufrimiento del condenado no como una situación definitiva e irreversible, sino más bien como una circunstancia trágica pero no ontológica. Por otra parte Kierkegaard hace del pecado y de la desesperación una condición específicamente masculina, cuando la escritura presenta paralelamente el pecado del hombre y de la mujer. Finalmente Kierkegaard se olvida de lo jurídico, de lo colectivo como elemento determinante de la naturaleza del hombre. Su pensamiento peca de individualismo y de falta de sentido historicista del derecho y de las relaciones humanas.
2. Primera respuesta a Kierkegaard: Dudas sobre la legitimidad de la conducta de Abraham en el monte Moria. La desesperación de Job.
Yo creo que la crítica a Kierkegaard se puede hacer desde la propia Escritura. Hay un elemento estremecedor en la conducta de Abraham: un padre que esta dispuesto a matar a su hijo por cumplir el mandato divino. Esta postura de Kierkegaard sobre la fe y el pecado, que aparecen ligadas al sacrificio del hijo, no puede menos que llenarnos de perplejidad. La legitimidad moral de un crimen, del peor de los crímenes --el parricidio de un hijo-- es difícil de comprender, pero aun es más difícil de admitir la orgullosa presunción de quien no pretende haberlo hecho por error, o por necesidad o por degeneración personal, sino que afirma mediante ello su supremacía moral sobre la colectividad, es decir la supremacía de la religión sobre el derecho.
La muerte del hijo ¿es en sí un acto intrínsecamente perverso? De entre todos los que sacrifican a su hijo ¿Cual es el sacrificio grato a Dios? ¿Puede el fin justificar los medios? Y aun más... ¿porque es el sacrificio grato a Dios? ¿Es de esencia de la espiritualidad el sacrificio del hijo? Pero… ¿No es el sacrificio de lo humano la esencia de la idolatría? ¿No ha sido el hombre creado a imagen de su Creador?
Kierkegaard pretende fundar su pensamiento en la Escritura, pero quizás la crítica de Kierkegaard se puede hacer desde la propia Escritura. Abraham parte con su asno (¿?), y se levanta muy de mañana (¿demasiado temprano?). El Señor no le exige un sacrificio inmediato, le da un largo plazo de tres días de camino, junto a su hijo, a un lugar lejano cuyo nombre no le anuncia y cuyo sentido quizás es que reconsidere. ¿Y que significa que Dios prueba a Abraham? Dios probó a Abraham, pero ¿lo aprobó? Después del sacrificio el Señor permanece oculto, no le halaga, no le acompaña; un ángel anónimo salva al hijo (¿falta de cortesía de la divinidad en despedirse de quien tanta lealtad le ofrecía?...Al menos si viniesen ángeles y arcángeles con citaras y arpas...). Y el ángel no le abruma en alabanzas y bendiciones, sino que le habla de algo terrible, angustioso, aterrador: el temor de Dios. De la camaradería entre Abraham y Dios que presidía las relaciones entre ambos se pasa a una evidente ocultación del Señor a Abraham y el siguiente relato de la Escritura es el de la muerte de Sara.
Un breve análisis crítico tras estas pistas literarias nos llena de perplejidad: ¿cómo partió Abraham sin el permiso de Sara? ¿Acaso no nos dice la Escritura que el ángel anunció un hijo a Sara? ¿No nos dice la escritura que Dios se acordó de Sara al concederle el hijo? En todo caso era a Sara a la que El Señor debió haber pedido el sacrificio. ¿Acaso murió Sara de pena al saber lo que había hecho su esposo? El relato de la Escritura nos presenta a Isaac como un mozo crecido... ¿podía Abraham sacrificar a su hijo sin el consentimiento del propio hijo? ¿Acaso no participaba Isaac, como hijo, de la naturaleza divina? Y la alianza... ¿No rompía Abraham la alianza matando a su hijo, a su único hijo, el titular de la promesa?
Así que podemos tomar como primera hipótesis de trabajo que Abraham pudiera haber sido engañado por su Creador para subir al monte Moria. Pero... ¿Acaso es posible pensar que el Creador engañe al hombre? ¿Engañó el Señor a Abraham al pedirle la muerte del hijo? ¿Es el engaño una conducta digna del Creador? ¿Que sentido tiene crear el hombre para engañarlo y condenarlo? Es estremecedor comprobar que la Escritura presenta ejemplos del engaño inducido del pecador como medio para que este se destruya, y destruir con ello el pecado y el orden social que representa. Es coherente presumir que la desesperación consecuencia del engaño espiritual, constituye el fundamento de muchas sectas y religiones, y que en el fundamento de la religión idólatra pudiera estar el protagonismo de la condena del hijo: el hombre que es engañado por lo espiritual, se desarraiga de su propia esencia matando a su hijo. En mi opinión, este engaño espiritual pudiera ser la clave del concepto de pecado, y una posible explicación de porque existiendo un único Dios hay sin embargo tantas religiones.
Y Abraham no sería el único engaño que nos refiere la Escritura. Veamos otros ejemplos: Un relato extraordinariamente interesante de tentación nos cuenta el libro de los Reyes; la narración presupone la condenación del reino de Israel y el anuncio del exilio. Josafat rey de Juda y Ahab rey de Israel se aprestan a salir en campaña para reconquistar Ramot Galaad; los profetas rodean al rey y entre alabanzas y cánticos le auguran una total y completa victoria. Pero Miqueas se presenta ante el rey y le anuncia: he visto al Señor sentado en su trono, y a toda la corte del cielo en pie junto a él, a derecha e izquierda; y el Señor decía: ¿quién engañara a Ahab, para que suba y perezca en Ramot Galaad? Y uno decía esto, y otro aquello. Pero se adelanto un espíritu y de pie ante el Señor dijo: Yo lo seduciré. El Señor le pregunto ¿cómo? Y él respondió: saldré y seré un espíritu de mentira en la boca de sus profetas. Y el Señor respondió: ve y hazlo así, tú lograras seducirlo. Ahab moriría en la batalla y su reino seria después destruido. Este relato de la Escritura es el más claro ejemplo del Señor engañando al hombre, o al menos consintiendo su engaño.
La puesta en escena de la revelación profética a Isaias, en el capítulo VI de su libro, es muy similar. Estaba el Señor en su trono rodeado de su corte... Y el Señor decía: ¿a quien enviare? ¿Quién ira por nosotros? Y yo respondí, heme aquí yo iré. Y el señor dijo: ofusca el corazón de este pueblo, cierra sus ojos, de suerte que no vean, ni oigan, ni entiendan, ni se conviertan, ni se curen... Yo pregunte ¿hasta cuando Señor? Y respondió: hasta que las ciudades estén devastadas y desiertas, las casas vacías, la tierra abandonada.
Pero hay otras extrañas conductas concurrentes de la divinidad que pueden también confundir al hombre, y amargar las relaciones del hombre con su Creador: El corazón del Faraón es endurecido por el Señor para que se destruya él y los egipcios, y Job es tentado para que maldiga al Señor.
La lectura de Kierkegaard hace apasionante el reencuentro de Abraham, de un Abraham que pecó y se desesperó. Ese es el Abraham de Kierkegaard, Pero yo que me apasione en mis años de profesor santiagués, y en las largas tardes lluviosas y oscuras del largo invierno compostelano, hace años, leyendo Temor y Temblor; después de digerir toda la apasionante biografía Kierkegaardiana y protestante, he desarrollado una especie de costra critica contra Kierkegaard. El Abraham de Kierkegaard es un Abraham irreal y ficticio, un Abraham muy distinto del que nos perfila la Escritura. Los principales argumentos de crítica a Kierkegaard los da la propia lectura de la Escritura cuando trata de responder a un desesperado: Job. La angustia y la desesperación es la historia de Job, y la escritura analiza en detalle la cuestión de los orígenes en la respuesta a Job.
El libro de Job explica el sentido de la tentación y aborda frontalmente la cuestión de los orígenes. La cuestión se inicia como un Juicio celestial. El Señor esta rodeado de su corte; Satán, que viene de pasear por la tierra (la tierra entregada al acusador después del pecado de Abraham), se presenta ante Dios, El Señor entonces nombra a Job, y en cuanto Job es nombrado Satán se vuelve celoso de su poderío. ¿Te has fijado en mi siervo Job? La virtud de Job hace que el Señor señale a Job. Satán pregunta: ¿es que Job teme a Dios desinteresadamente? Gracias a su virtud Job obtuvo honor, riqueza y estima. Y Dios pone en manos de Satán la hacienda de Job (primera tentación). Otro día (segunda tentación) la imprecación del Señor al acusador se vuelve premiosa: "en vano me has incitado contra él para perderle". Satán insiste contra Job y le entrega Dios entonces también sus huesos y su carne, y aun su mujer le tienta... ¡Maldice a Dios y muere!..., pero tampoco peca Job esta vez, y permanece solo en su angustia y desesperación. Job mantiene su inocencia, reclama el juicio para sí, y se enfrenta a sus amigos, que bendecidos por la fortuna pretenden además ser los predilectos de Dios. Abraham acepta el juicio de Dios a Sodoma y Gomorra y aceptó gustoso la muerte de su propio hijo, mientras que Job se enfrenta a Dios y clama por la justicia.
La Escritura pone entonces en boca del Señor una respuesta a la cuestión de los orígenes: el pecado es una situación que precede a Job y que ha causado que el mundo se encuentre entregado al acusador, que es el señor de la tierra (vengo de pasearme por la tierra, dice el acusador). Pero el reino del acusador no es indefinido, finalmente Dios interviene, desautoriza a Satán, da una explicación a Job, y la reconciliación se consuma. El Señor es Creador, el pecado es necesariamente algo limitado. Proclama la inocencia de Job y condena los amigos. El justo era Job, el que se rebelo, no los amigos que proclamaban la justicia de Dios. La proclamación necia de la justicia de Dios, el servilismo a la autoridad constituida, aunque fuese la Celestial, era solo narcisismo y orgullo..., el pecado en se oculta tras quien pretende hacer el bien. Dios aprecia que se opongan a El y lo acusen, aprecia el testimonio de Job porque la injusticia es manifiesta y sin embargo todos se acallan ante ella; incluso el poderoso se siente el predilecto de Dios. Job intercede en favor de sus amigos, y por haber intercedido en favor de sus amigos restituye a Job su antigua prosperidad duplicada, y sus hijas son las más hermosas de la tierra.
El libro da dos respuestas a Job sobre el sentido del engaño, de la tentación y del sufrimiento, la primera explicación parece ser una respuesta a Eliahu: no conoces los orígenes, y Job comprende: soy polvo y ceniza; es decir el pecado antecedía a Job, estaba en su naturaleza, era un desorden social y una injusticia manifiesta, que además se presentaba como el bien, la tierra había ocultado un pecado que estaba en los orígenes. Pero aun el señor le dará una segunda explicación, quizás específicamente referida a Job, la lucha contra el mal. La tentación, el sufrimiento y el engaño son consentidos en el contexto de la lucha contra el mal. El mal se presenta como el bien y así se condena engañando al malvado. Evidentemente las respuestas del Señor a Job son mas complejas que todo esto y prometo abordarlas mas detenidamente en un próximo comentario, aquí solo quiero subrayar que el engaño espiritual esta en la esencia de la experiencia religiosa, y que en el libro de Job se explica su sentido: la conducta de Abraham pudiera ser desautorizada expresamente por la escritura.
Por cierto la historia termina bien… pero los primeros hijos de Job se han perdido irremisiblemente, y la primera mujer de Job, la que le incitaba a pecar, tampoco es recordada. El señor cuando le devuelve el doble de lo que tenia no parece devolverle siquiera una mujer. Job se queda solo en su rebelión. Y ¿por que? ¿Que ha hecho mal Job? Job no se ha merecido una mujer. Seguramente Job tampoco ha sabido defender Sodoma y Gomorra. Le devuelve hijos, amigos, siervos y riquezas, pero no mujer ni arraigo político.
4. Segunda respuesta. La mujer y el pecado en Kierkegaard.
Y aun me quedan dos discursos críticos sobre Kierkegaard. Kierkegaard solo toma en cuenta el pecado espiritual como pecado específicamente masculino. El hombre perverso que mata a su hijo, es también el que destruye a la mujer por su dependencia afectiva. En realidad el individualismo de Kierkegaard le traiciona no solo al contemplar espiritualmente el concepto de pecado, como una radical distancia entre el hombre y su Creador, sino también al concebir una radical maldad solo en el Hombre, no en la mujer. El hombre perverso que imagina Kierkegaard ante su Creador es el hombre destructivo ante su mujer. Pero esa perspectiva de la bondad esencial de la mujer tampoco es escrituraria, y ambos, hombre y mujer, participan, cada uno a su modo, del pecado, quizás la mujer participa tanto o mas radicalmente en el pecado.
En efecto, al estudio de la seducción dedica Kierkegaard su diario de un seductor, y sus siluetas. El perfil del seductor y la seducida aparecen además reiteradamente en distintos contextos; en todos ellos la mujer aparece condenada por su dependencia afectiva. En el diario de un seductor están presentes todos los elementos de su pensamiento sobre las relaciones entre hombre y mujer. La joven ingenua aparece enfrentada al hombre sin escrúpulos, que lo sabe todo del amor. Ella esconde su intimidad porque comprende la fuerza destructora del amor que se le ofrece, pero en vano porque tentada por el misterio sucumbirá a las tretas preconcebidas del varón. Una vez completada la conquista, el hombre ha satisfecho su vanidad, y entonces la desprecia; y ella aun comprendiendo desde el principio su impotencia ante la conducta engañosa y pérfida del varón, no podrá ya dejar de amarlo. En Kierkegaard, el amor es el modo de expresarse la desesperación en la mujer, la mujer condenada por el amor es el modo de manifestarse la religiosidad femenina, recibir y sacrificarse por el hombre desesperado, y ser destruida por él.
En siluetas Kierkegaard se detiene en el análisis de los dos grandes mitos de seducción masculina: Don Juan y Fausto. El primero representa la mujer condenada por la pasión de la juventud, la belleza y la espontaneidad masculina; el segundo representa la mujer seducida por la espiritualidad y profundidad del hombre sabio. La vivencia femenina de las dos grandes pasiones: la sexualidad y la desesperación. Ambos seductores se caracterizan por no tener temor de Dios: Don Juan escala alegremente las tapias del convento, sin temor del comendador o los espectros; mientras que es el escepticismo de Fausto el que le permite pactar con el diablo. En ambos casos ella comprende su terrible destino, comprende que el amor la condena a los infiernos, pero sucumbe irremisiblemente ante la fuerza del amor. La culpabilidad de la mujer para Kierkegaard es, si puede hablarse de ese modo, su amor a la vida, su paganismo virtual, su negativa radical a sufrir la desesperación de la ausencia de Dios, su tendencia patológica a colocar el amor humano en el lugar que corresponde al amor de Dios. Plantea Kierkegaard la duda sobre la fe monacal de Doña Elvira después del pecado, y opina que será difícil que encuentre un sacerdote que le predique el evangelio de arrepentimiento y penitencia con la misma convicción con que Don Juan le explicaba el lenguaje del placer. Por otra parte presenta a Fausto deseando la alegría pura, imparable y caudalosa del alma femenina, y no desea Margarita espiritualmente sino sensualmente, mientras ella se estremece con horror en la contemplación de la condenación de Fausto, sin dejar por ello de complacerse ni de negarse ante el amor humano.
Parte Kierkegaard de que por la mujer entro el pecado al mundo, pero lejos de concebir una culpabilidad específica en la mujer en el pecado, la considera más perfecta que el hombre, y solo por ello más culpable. El amor es lo único importante para ella, y el amor llena la totalidad de su existencia; para el amor vive y en el amor se justifica; el que la ama hace más por ella que todos los demás hombres con todos sus sacrificios. El alma femenina es intemporal y por ello permanece fiel en el amor, y nunca aceptara que fue engañada, porque el amor es un valor en sí mismo, aunque sea desgraciado.
En diapsalmata nos dice Kierkegaard que los hombres son demasiado mezquinos para ser pecadores, el amor masculino es un amor inmediato y sensible, ligado al pathos y a la fatalidad, tiene sus obstáculos fuera de él y no dentro de él, es efímero y superficial como Don Juan, ávido de belleza y ostentación, y se mofa de lo eterno. El hombre carece de abnegación y capacidad de sufrimiento. El hombre ama al azar y en él el amor es una simple sensación, al contrario de la mujer en la que el amor es participación. El amor en el hombre tiene naturaleza conquistadora, que proviene de la soberbia, porque les falta el recogimiento y la interioridad necesaria para saber querer, por eso se entrega indiscriminadamente a cualquiera; la mujer por el contrario tiene la humildad suficiente para saber lo que vale el amor, y por ello cuando se entrega se vuelca en retener y conservar. El amor reflexivo es pecaminoso, y convierte la relación entre hombre y mujer en antiestética, y en inmoral; lo reflexivo en el amor es también típicamente masculino, en la mujer el amor es estético y religioso, solo después de ser corrompida la mujer hace cálculos en el amor, y aun entonces solo si no la aman. El pecado masculino se manifiesta doblemente, ante Dios es el miserable que huye sin atreverse a mirar su interioridad, ante la mujer es el terrible tirano que la esclaviza y destruye por su falta de espiritualidad.
Para Kierkegaard, la borrachera emocional es signo de paganismo y es un comportamiento típicamente masculino, la abnegación es la forma femenina de amar; en el que la entrega y capacidad de sacrificio son inseparables del amor mismo. Por amar mucho la mujer esta mas cerca de Dios que el hombre, porque el sufrimiento y el amor hacen al hombre religioso. El amor tiene la virtud de aniñar, por eso la mujer nunca deja de ser niña. Para la mujer la tragedia más grande es el amor desdichado, y no hay desconsuelo mayor que el de la esposa abandonada. La perversión de la mujer proviene de no haber sido amada, entonces el resentimiento y la venganza pueden ocupar el vacío que deja la falta de amor, porque la felicidad es propiamente en la mujer la entrega total e incondicionada de sí misma.
En la enfermedad mortal, cuando habla Kierkegaard de la desesperación de no querer ser si mismo, nos recuerda que la angustia y la desesperación son parte de la esencia femenina, pero en ella se compensa con la capacidad de entrega absoluta y abandono al objeto amado; antes de amar la mujer vive en la angustia y la desesperación de no saber quien es y no querer ser si misma, solo cuando ama tiene idea cabal de quien es en realidad, por amar se encuentra a sí misma. En la bendición nupcial se recibe la mujer como pecadora y ordenándole que se someta en razón del pecado; pero ella en su sometimiento expresa su fuerza redentora mediante la debilidad. ¡Nadie es capaz de hundir tanto los ojos como una mujer, pero nadie los puede elevar tan altos como ella! Mientras Adán hacia el mono de árbol en árbol, Eva seguía con provecho las clases de filosofía de la serpiente; no solo escucha sino que sabe comprender, amar y acoger a quien le habla, incluso la serpiente.
Para Kierkegaard, si la desesperación es la condición de Abraham, la religiosidad es la condición femenina. El sentimiento religioso es innato en la mujer y por ello pasa directamente de la experiencia estética al apasionamiento religioso. Es una mujer corrompida aquella a la que el enamoramiento no torna una mujer piadosa. Y si en la plenitud del amor descubre la grandeza de la presencia de Dios, en el estremecimiento de la maternidad descubre la humildad de la plegaria. La maternidad transforma en eterno un amor efímero. La mujer sabe descubrir y reírse de la pequeñez del hombre: de nada sirven las grandes pasiones, el héroe y el poeta se trasforman en dependientes y funcionarios, ha dejado de ser dueño de sí mismo. El castigo en la mujer no es la desesperación sino el dolor del hijo y el sometimiento al marido, ella es en definitiva la que paga el pecado del mundo. La mujer es mas refinada que el hombre y busca hacer eterno lo efímero, por eso solo en la religiosidad encuentra la profundidad autentica del amor; el amor en la mujer es una temporalidad que contiene en sí misma la eternidad.
El matrimonio es para Kierkegaard, según explica en sus diálogos sobre el amor y el matrimonio, una expresión de la redención que aporto al hombre el cristianismo: el descubrimiento del valor de la mujer. Siendo el amor todo para ella nunca ha tenido nada que objetar al matrimonio como recepción del marido de Dios; la humildad de saber que hay una potencia superior a la que poder agradecer la dicha del querer; solos pero a los ojos de Dios. La vanidad del hombre piensa que ha conquistado a la mujer, la humildad de la mujer da las gracias por haber recibido el hombre de Dios. Para la mujer solo en el matrimonio tiene sentido el amor y el amor existe para el matrimonio, por eso es una grave ofensa para cualquier muchacha casarse con ella por otro motivo que no sea amarla; y no tiene sentido el amor si no es para siempre. La mujer que vivió en su primera juventud solo para la vanidad y el lujo, siendo esposa y madre será capaz de soportar todas las humillaciones por su familia y aun mendigará ante quien crea que puede favorecer a sus hijos. Los solteros acaban convirtiéndose en esclavos de sus sirvientes, obsesionados con minucias y rarezas que los sirvientes descubren y a través de ellas esclavizan a sus amos; solo por el matrimonio se encuentra la plenitud de la persona, y el matrimonio es la casa de la mujer, donde no hay mujer la hacienda es devastada. El matrimonio ennoblece al hombre con el rubor pudoroso que es propio de la mujer, y da sentido y fortaleza a la vida de la mujer, aportando tranquilidad y armonía a su interioridad. La interpretación poética y sexual del amor es esencialmente pagana, alabar la belleza de la muchacha en la primera juventud, cuando, según Kierkegaard, la belleza de la mujer se desarrolla con los años y solo llega a ser completa cuando siendo madre empieza a amar con ternura. En la espontaneidad del niño se encontrara la mujer a sí misma y se realiza el amor, y habrá fructificado en su plenitud el sentido religioso que solo la mujer comprende en el matrimonio.
También en este punto el pensamiento de Kierkegaard lo he ido madurando a lo largo de los años, y lo que al principio fue una rendida admiración hacia el autor danés, poco a poco se fue enfriando, hasta rechazar finalmente de modo radical su injusticia e inexactitud. Solo tras madurar su lectura he comprendido que su concepción de la mujer es el justo complemento de su concepto de pecado: Dios destruye al hombre, el hombre destruye a la mujer, una espantosa compensación de culpas, que no se corresponde con la realidad. No estaría de mas concebir su vivencia de la fidelidad femenina como una transposición de una fe luterana en que solo la gratuidad trasciende la corrupción esencial de lo humano, y en la que el amor perdura por sí mismo y no necesita de las obras, ni de ser correspondido. El pecado que nos presenta Kierkegaard es algo específicamente masculino, y pienso que el pecado debiera ser a la vez masculino y femenino.
La aproximación escrituraria al pecado femenino es muy distinta de Kierkegaard. Es obvio que Kierkegaard solo se acuerda de la escritura para alabar a Abraham, pero no para inspirarse sobre el alma de la mujer, responsable o al menos cómplice del pecado: la mujer toma la manzana y la da al marido; la Escritura nos presenta una iniciativa femenina en el pecado. Hemos visto en Kierkegaard una perspectiva masculina del pecado, pero... ¿Donde esta el pecado de la mujer? Kierkegaard no desarrolla específicamente la noción de pecado espiritual en Sara, y se limita a explayarse en la belleza espiritual y natural de la mujer. Kierkegaard lejos de considerar a la mujer pecadora la considera redentora.
En cualquier caso no es una Sara sacrificada, pura e inocente la que nos presenta la escritura. En efecto la escritura nos presenta a una Sara fisgona, (que escucha detrás de la puerta; Gn 18,10), mentirosa (No me he reído; Gn, 18 15), holgazana (a la que es necesario increpar para que trabaje: date prisa; Gn 18,6), sensual y despreciativa de su marido (¡a mi edad disfrutare placer siendo mi marido un viejo!), egoísta y poco hospitalaria (¿donde esta Sara? ; Gn 18, 9), y que se reía de las promesas divinas (Gn 18,12). Y esta terrible presentación de la personalidad de Sara nos la hace la escritura justo antes de relatarnos la perversión y destrucción de Sodoma y Gomorra. Yo creo que los dos terribles sucesos de condenar la tierra y de condenar al hijo se pueden imputar con igual propiedad a Sara que a Abraham.
Sara no puede soportar su esterilidad y primero sacrifica a su marido para tener un hijo entregándole a la esclava egipcia, para luego, por celos, cuando esta queda embarazada, expulsarla al desierto; ¿Y el ángel que salvó a Agar, acaso no condenaba a Sara?; pero luego al quedar embarazada, no puede soportar la comparación de su hijo con el hijo de Agar y expulsara también a Ismael, el hijo de Abraham, exponiéndole en el desierto a una muerte segura. Así hay una terrible compensación pues igual que Sara condena a Ismael al que la escritura llama el hijo de Abraham, condenaría después a Isaac al que la Escritura llama el hijo de Sara. En el fondo Sara nunca perdono a Abraham que pidiese al Señor un hijo para él y no un hijo para ambos; y Abraham nunca perdona a Sara que expulsase a su hijo Ismael. En su vejez el resentimiento había amargado la vida de ambos, fue entonces cuando vinieron los ángeles a condenar Sodoma y Gomorra y a regalarles un hijo, pero entonces Sara ya no reía.
La alabanza a la mujer tiene un claro fundamento escriturario (en los proverbios en particular), pero también hay que contemplar la otra cara de la moneda, que la escritura nos presenta con toda crudeza: la sabiduría de la mujer construye la casa y su locura la destruye. El amor de la mujer que Kierkegaard vivencia con tanta intensidad es a veces inseparable de una condena del mundo. En Sara vivenciamos la fuerza de los celos, su naturaleza posesiva, su desprecio a Abraham, su carácter violento, vengativo y su crueldad ante los extraños. Kierkegaard nos presenta preferentemente a la mujer como hija, esposa y madre, en el contexto de una relación estable y familiar, pero no se detiene, como sin embargo subraya reiteradamente la Escritura, en la faceta de la mujer que empujada por la tempestad del mundo o el huracán de su interioridad (la envidia, el resentimiento, los celos,...), todo lo destruye: Jezabel engaña y miente, organiza un proceso para condenar a Naboth y robarle su viña, Bethsabe traiciona a su marido para ir con David. Los dos reinos (la esencia de lo jurídico) se destruyen por el pecado de la mujer.
En mi opinión, la figura del hombre seductor es una novedad de la literatura moderna pero no es escrituraria. El hombre en la Escritura aparece como violador (así la violación de la hija de Jacob, o la violación de la hermana de Absalon por el hijo de David); el hombre aparece como prepotente (así Gedeon o los reyes de Israel, Salomon, David) a los que por su poder se le entregan las mujeres de los pueblos de la tierra. Y los hombre religiosos aparecen como enamorados (así, Isaac, Jacob, Elcana), etc. Pero en toda la escritura no aparece ni una sola vez el hombre seductor, o la mujer que se imagina Kierkegaard: seducida, enamorada, abandonada a un destino solitario por culpa de un amor desgraciado. En la escritura la iniciativa de la seducción es siempre femenina. Y no una, dos o tres veces, sino innumerables, cientos, miles de veces; la escritura es toda ella una reiterada reiteración de seducciones femeninas. Eva seduce a Adán, Raquel seduce a Jacob, Tamar seduce a Juda, Dalida seduce a Sansón, Betsabe seduce a David, las mujeres extrajeras a Salomon, Jezabel seduce a Ajab, Ruth seduce Boaz, Ester seduce a Ahasveros, etc.etc...etc... Y en todas estas seducciones hay una constante: no es la mujer la que aparece postrada ante el varón sino al contrario, el hombre seducido entrega su alma a la mujer, y ello es causa de que se prohíba el matrimonio con mujeres extranjeras (en la reconstrucción de Israel por Esdras y Nehemias), porque traen la idolatría y la destrucción a la tierra (como paso con Salomon, Ahab, etc...), el hombre se somete a los designios de su esposa.
En Kierkegaard, la iniciativa del amor es masculina, pero la escritura parece resaltar el protagonismo de la mujer; en Kierkegaard el amor es una relación entre dos personas mientras que la escritura parece poner el acento en el carácter religioso y social de las relaciones humanas. Para Kierkegaard la seducción es una cualidad típicamente masculina, y el seductor es un pagano radicalmente alejado de Dios, que carece de temor de Dios (Don Juan y Fausto); porque concibe a la naturaleza humana radicalmente apartada de su Creador, pero la Escritura hace del amor una muestra de la predilección divina, y hace a la mujer la seductora del varón por su mayor profundidad espiritual. La mujer sabe aproximarse discretamente, conoce al hombre, lo seduce con sus encantos y lo traiciona en el momento cumbre: como Jael que asesina al general cananeo con un clavo de la tienda, como Dalida que prepara innumerables trampas a Sansón, y en la tradición cristiana también Judit que asesina a Holofernes y le corta la cabeza tras entregarse al mismo.
En la Escritura vivir la pasión amorosa no impide a la mujer después destruir fríamente al hombre llegado el momento. El hombre asume el papel de víctima de la seducción: Adán, Lot, Ajab, etc...son víctimas de los engaños y las mentiras de las mujeres que los sedujeron para destruirlos: su mujer, su hija, su hermana, y aun su propia madre (como la perversa reina Atilia, del segundo libro de los reyes, que destruye su estirpe) pueden en ocasiones traicionarlos; y todo el libro de los proverbios esta dirigido a prevenir al hombre frente a la seducción de la extranjera, la prostituta o la adultera.
5. Tercera respuesta. Kierkegaard no sabe que es el Estado.
En Kierkegaard la religión es una experiencia básicamente individual, mientras que la escritura está también atenta al sentido colectivo del pecado: la idolatría define a los pueblos, y la idolatría es el origen del pecado. ¿Que es la idolatría? Difícil saberlo ¿un engaño? La Escritura parece poner el acento en el pecado de los orígenes no como pecado masculino, sino como pecado de la tierra (Satán, en el libro de Job, venia de rodear la tierra), que es un reflejo del pecado espiritual, y que condena igualmente el hombre y la mujer. El reto espiritual del hombre y la mujer, es como seres libres, triunfar sobre el pecado material y reconstruir la tierra, que es testimonio de la justicia. El desorden social una vez instituido colectivamente condiciona igualmente las relaciones entre el hombre y Dios y las relaciones humanas; y muy específicamente la idolatría se manifiesta en el abuso de la mujer (la serpiente la engaña). El precio de la idolatría es el sacrificio de la tierra y en ella está el amor humano. El sentido sacrifical del amor es la esencia de la presentación escrituraria de las relaciones afectivas y de la religión. El hombre se sacrifica en la guerra, la mujer se sacrifica en la sexualidad: es el sacrificio de las moabitas, de las filisteas y también de Ester; con su sacrificio la mujer defiende su casa, su tierra y su religión.
En particular en Ester y Jezabel aparecen las mujeres que se sacrifican por sus pueblos, así como Judit, la mujer asesina, cuya cononicidad no es aceptada por judíos y protestantes. En toda la historia de la esclavitud Egipcia y del destierro por el desierto no nos cuenta la escritura ninguna historia de amor. Los israelitas no pueden tener amor si no tienen la tierra, y perderán el amor con la tierra. Mijail, la hija de Saul, recibe a David por esposo pero solo lo ama efímeramente y luego lo traiciona ante su padre, y esa traición prefigura la expulsión de la estirpe de David de la tierra de Israel. David no podrá conocer a Abisag, la sunamita, que le acompaña en su vejez para que no tenga frío. A partir de ahí los reyes de Israel sienten el frío del alma femenina: están sometidos a mujeres perversas que prefiguran la perversión de la tierra, que es su propia perversión. Mijail desprecia a David por amor a su padre Saul, Rahab la prostituta salva a su padre a la entrada de los israelitas en Jericó, y la hija de Jefte el galadita acepta ser sacrificada virgen por la promesa de su padre. En la Escritura observamos que junto al concepto de pecado personal aparece la sexualidad, como vivencia específicamente femenina, que juzga las personas y los pueblos y que está ligada al pecado de la tierra; la escritura destaca la importancia de una entidad colectiva para el encuentro de una identidad humana y para la vivencia del amor.
Quizás la desesperación del hombre (Abraham) igual no proviene de la grandeza del sacrificio de su hijo, sino de la ausencia de una identidad colectiva que de sentido al amor y a la justicia, no ha sabido reedificar su tierra, la tierra nueva. En definitiva tras el juicio espiritual, que solo conoce el condenado, el pecado se proyecta sobre toda la colectividad y se vivencia por la violencia y la mujer sometida en el sacrificio del amor y la sexualidad. Y es que a mi entender, la Escritura pudiera plantear la cuestión principal en las relaciones entre Abraham y el Señor en un momento anterior al sacrificio del hijo. El clímax de la historia, es la destrucción de Sodoma y Gomorra. Abraham no sabe construir la justicia en la tierra. No tiene fe en la racionalidad, en la capacidad de construir la justicia por el derecho, en el espíritu que se manifiesta a sí mismo en el Estado como realidad de la historia. El Señor descendió para ver el grito que había llegado hasta Él. La oportunidad de arrepentirse es la tentación: 50 justos, 40, 30, 20, 10,..., Abraham consintió la destrucción de Sodoma y Gomorra, fue un mal negociante, pidió diez justos para salvar Sodoma y Gomorra cuando le bastaba uno solo. Bastaba conque Abraham, como luego Moisés en el monte Sinaí, hubiese intercedido por Sodoma y Gomorra. Ya antes se había dejado llevar por la vanidad, Melquisedeq le llamo el escogido de Dios y el se lo creyó, es mas le dió el diezmo de todo, el diezmo ese es lo que le falto en la negociación con Dios.
El varón consagrado que Kierkegaard toma como paradigma de cristiano, destruye su arraigo y se enfrenta a la desaprobación de su Creador. Las razones de esta desaprobación nos las da el libro de Job: Juzgó lo espiritual sin conocer los orígenes, y por su consagración se somete a la violencia injusta y no triunfa sobre el mal. En definitiva Kierkegaard, con su exaltación del varón desesperado, al que considera arquetipo del cristianismo, condena el derecho como una forma de paganismo: se entrega al pecado de los orígenes y escapa del mundo para no luchar contra el mal. Kierkegaard para poder condenar a Hegel tiene que condenar el hombre, la racionalidad, el Estado el mundo y la historia. Es un filósofo fracasado que tiene que matar a su hijo y condenarse para poder criticar a Hegel.
La crítica de Kierkegaard al derecho y al Estado no es justa. Y podemos ridiculizar ahora la crítica de Kierkegaard a Hegel. Abraham no ha leído a Hegel. Abraham quizás destruyó con orgullo el fundamento de las relaciones entre los hombres porque cuando el Señor se presento ante él no sabia lo que era el Estado y la justicia, no tuvo fe en la obra del hombre, en el espíritu de su tiempo, en el Estado de la racionalidad; quizás por eso el Señor le tentó en el monte Moria.