"La filosofía no es el arte de consolar a los tontos ... su única tarea es la búsqueda de la verdad y destruir prejuicios."

Filosofía, Modernidad y Revolución



Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.

Kart Marx: XIª Tesis sobre Feuerbach.

Preámbulo

El adjetivo moderno, a partir del cual se ha forjado en el siglo XIX el término modernidad, designa lo que pertenece a una época reciente. Puede tener el sentido de actual, de contemporáneo, y se opone a antiguo. Después de la Polémica de los Antiguos y los Modernos, en el siglo XVII, ese término se cargó de una connotación positiva. Los partidarios de lo moderno parten del supuesto de un progreso de la humanidad. La modernidad, al nivel socio - histórico, designa el hecho histórico importante que afecta, a finales de la Edad Media y en los orígenes del Renacimiento, a todas las formas de cultura y a todas las formas de existencia en Europa. El hombre europeo funda en ella - por oposición al hombre medieval - sus formas de vida propias, en un nuevo reparto de la referencia a la tradición. Este reparto se hace posible por la constitución de una memoria histórica, filológica y hermenéutica, y la referencia al progreso, que hacen posible el progreso de las ciencias y de las técnicas, la evolución acelerada del movimiento de las fuerzas productivas al servicio de un dominio sin precedentes de los procesos naturales. Fue también posible por la construcción política del Estado moderno, y la referencia filosófica a los valores del humanismo y de la razón.

Alain Touraine describe los diferentes elementos filosófico - políticos que componen esa modernidad: una revolución del hombre ilustrado contra la tradición; la sacralización de la sociedad; la sumisión de la razón a la ley natural. La modernización en su acepción occidental es «la obra de la misma razón, y en consecuencia sobre todo de la ciencia, de la tecnología y de la educación, y las políticas sociales de modernización no deben tener otro fin que despejar el camino de la razón suprimiendo las reglamentaciones, las defensas corporativistas o las barreras aduaneras, creando la seguridad y la previsibilidad que necesita el empresario y formando gestores y los operadores competentes y concienzudos. ( ... ) Occidente, pues, ha vivido y pensado la modernidad como una revolución. La razón no conoce ninguna experiencia; al contrario, hace tabla rasa de las creencias y de las formas de organización social y política que no se basan en una demostración de tipo científico». Además, la modernidad engendra, a causa de la secularización, un nuevo pensamiento político que sustituye a Dios por la Sociedad como principio de juicio moral. «La idea de que la sociedad es una fuente de valores, que el bien es lo que es útil a la sociedad y el mal lo que perjudica su integración y su eficacia, es un elemento esencial de la ideología de la modernidad. Para no someterse más a la ley del padre hay que sustituirla por el interés de los hermanos y someter al individuo al interés de la colectividad». En fin, «el pensamiento modernista afirma que los seres humanos pertenecen a un mundo gobernado por leyes naturales que la razón descubre y a las que ella también está sometida. E identifica el pueblo, la nación, a un cuerpo social que funciona también según leyes naturales y que debe desprenderse de formas de organización y de dominio irracionales, que persiguen fraudulentamente hacerse legitimar recurriendo a una revelación o una decisión sobrehumanas».

La modernidad es ante todo un utensilio crítico. Las armas de la crítica se volverán, pues, contra ella. La modernidad es la época de la interpretación de la interpretación. Numerosos pensadores - el más radical fue Nietzsche - denunciaron los daños de la ideología moderna. Freud provocó un replanteamiento radical del ideal del hombre como ser racional. Luego vino la Escuela de Francfort, en la que los trabajos de Michel Foucault pusieron en evidencia lo antinômica que era la modernidad respecto a la idea de progreso del bienestar, subrayando los procesos de alienación engendrados por las sociedades modernas. El deterioro de la ideología y de las prácticas modernas, principalmente en la creación estética, alumbró el concepto de posmodernismo y de posmodernidad. Jean - François Lyotard la considera como una «hipermodernidad», en el sentido de que las vanguardias se agotan ellas mismas en su búsqueda incesante de la modernidad. La posmodernidad significa sobre todo la desaparición de todo modelo de sociedad: los actores se vuelven hacia sí mismos, hacia la satisfacción de sus necesidades narcisistas, y la identidad social la suministra lo que se consume y no lo que se es. La posmodernidad remite a una sociedad sin historia, en el sentido en el que ya no hay grandes proyectos, y la autorreflexión, hasta la auto - irrisión, sustituye a toda perspectiva historícista.

Modernidad, Filosofía y Revolución

La Modernidad es fruto de la crisis de orden, autoridad y principio provocada por la serie de acontecimientos, que sucediéndose casi simultáneamente entre 1450 y 1600, hace imposible la reforma de un orden feudal ya anquilosado y acabado. Estos acontecimientos fueron: el descubrimiento de América y la circunnavegación de la Tierra; el Renacimiento italiano; la revolución copernicana; la consolidación del absolutismo real y de los estados nacionales; el descubrimiento del método científico y la fundación de la ciencia físico matemática por Galileo; el auge y la consolidación creciente del mercado y la burguesía; el descubrimiento de la imprenta de tipos móviles y la brújula; la Reforma protestante y las guerras de religión que definitivamente liquidaron al orden feudal y a la unidad espiritual de la Cristiandad. Cada uno de estos acontecimientos trastocó, en su orden, los supuestos fácticos, intelectuales, institucionales y morales tradicional y universalmente establecidos y aceptados. En un lapso cortísimo de tiempo se pasó, por ejemplo, de la imagen ptolemaica del universo a la copernicana; de la tradicional física de Aristóteles a la nueva ciencia de Galileo; de los tradicionales límites de la tierra en las Columnas de Hércules a la travesía del Atlántico y del Pacífico, el descubrimiento de América y la circunnavegación del globo; de la autoridad consagrada de los autores clásicos, a la sola y libre autoridad de la razón, la verificación y la experiencia; de la autoridad única de la Iglesia de Roma en cuestiones de Fe, moral y teología, al libre examen y a la sola autoridad de la Escritura reivindicada por Lutero y la Reforma protestante. La Modernidad será el intento de superar, de manera definitiva y absoluta, esta crisis universal de autoridad y principio. De esa pretensión deriva el radicalismo revolucionario moderno.

La reforma protestante selló el fin del orden medieval y abrió un cauce que ha determinado hasta hoy el desarrollo de la sociedad europea. La Fe, la Biblia, el Evangelio, la Iglesia y la religión, de fuentes de conciencia, espiritualidad, comunidad, cultura, universalidad, libertad, humanidad y destino que habían sido, se convirtieron, con la Reforma, en ocasión de discordia, desafección, violencia, intolerancia y guerra.

Esto no fue accidental: el protestantismo, sobre todo en sus formas extremas y puritanas, dada su interpretación de Dios, la Fe, el mal, la libertad y el hombre, fue el factor decisivo, no sólo de la destrucción de la unidad de la cristiandad europea, sino de la propagación de una metafísica, o visión del Ser, que fue determinante en el surgimiento del radicalismo revolucionario moderno.
La otra fuente de ese radicalismo ha sido el racionalismo y naturalismo filosófico del siglo 17. Este surgió y se constituyó, en aspectos determinantes y esenciales de su doctrina, como reacción y en abierto contraste y oposición a la visión protestante de la Realidad y el Ser. No se puede, por eso, entender el radicalismo revolucionario moderno, sea en su forma marxista, sea en su forma liberal, sin entender al protestantismo. Dicho de otro modo, la lógica de las reivindicaciones y propósitos del radicalismo revolucionario moderno no son, fundamentalmente, de naturaleza social, económica o política: aun en sus formas más profanas, agnósticas y ateas, la lógica de la revolución moderna es metafísica y teológica en su esencia.

Ni el Renacimiento, ni la nueva ciencia físico-matemática de Galileo, ni la revolución astronómica de Copérnico y de Brahe, implicaban, de por sí, una ruptura con las fuentes esenciales del orden medieval. Ese orden, fundado en la Fe católica y en la tradición greco-romana que heredaron los germanos, nunca descalificó al saber ni a la razón humana. Para la Fe católica y la tradición clásica, la inteligencia es, y ha sido siempre, una fuente esencial y universal de orden, verdad, sabiduría y conciencia.

La descalificación esencial de la razón y el saber humano, y por lo tanto, de la naturaleza, la libertad y el hombre, no proviene de esas fuentes: proviene, en los tiempos modernos, de la Reforma luterana. Según Lutero, el pecado de Adán y Eva convirtió absoluta y esencialmente en réprobos a la naturaleza, la humanidad y la historia. Nada que el hombre pueda naturalmente ser o hacer, nada que natural y originariamente exista, tiene, en razón del pecado, virtud o bondad intrínseca: la naturaleza, la humanidad y la historia son, consiguientemente, constitutiva y esencialmente malas. Más allá de cualquier disputa ética, política o jurídica y subyaciendo a toda la confrontación dogmática y teológica, la raíz de la negación protestante de la catolicidad es esta negación de la bondad e integridad esencial de la Naturaleza, la Humanidad y la Historia.

El puritanismo no fue, por eso, un accidente en la historia de la Reforma. Si el Hombre, la Historia y la Naturaleza son sustancialmente malos, la Fe y por lo tanto Dios, el Dios del Antiguo y el Nuevo Testamento, así como sus sucedáneos profanos posteriores, sucedáneos como la Razón, el Progreso, la Historia, la Revolución, la Humanidad, la Ciencia o la Libertad, exigirán la radical y absoluta negación y refundación de todo. Dicho en otros términos, la sola Fe de Lutero y la Reforma, la Fe absolutizada, será, como lo serán también sus sucedáneos profanos posteriores, inquisitorial por definición y esencia. Definiendo, en efecto, a los que la abrazan como hijos de la luz, los separará absolutamente de los que la adversan, a los que estigmatizará como hijos de las tinieblas, y como no hay ni puede haber mediación entre ambos, esta oposición absoluta terminará convirtiendo a la Iglesia en secta, en vengador y verdugo a Cristo, al Espíritu de Verdad y Caridad en violencia y a la vida y a la existencia humana en perpetua confrontación y guerra, o lo que es lo mismo, infierno.

La edad moderna o la "modernidad", en el sentido histórico, cultural y filosófico del término, deriva esencialmente de dos fuentes: la del radicalismo y subjetivismo protestante que se inicia con Lutero, y la del radicalismo de la subjetividad y de la razón que se inicia con Descartes. Estos dos radicalismos, el de la "sola" Fe del protestantismo, y el de la "sola" Razón del racionalismo, han progresivamente determinado, dado el influjo de Occidente en el resto del mundo, el curso histórico universal desde el siglo XVI hasta el presente.

Ambos radicalismos se afirman, identifican y definen como la realización o cumplimiento del infinito e inagotable caudal de Verdad y Realidad que la Revelación bíblica y cristiana por un lado, y la Filosofía griega por el otro, encarnan y revelan. Esto explica que ambas hayan pretendido erigirse en jueces y árbitros de la historia universal, o lo que es lo mismo, que ambas hayan reclamado y reivindicado para sí la representación exclusiva de la Consumación y el Sentido de la Historia.

Tanto la reivindicación Protestante de un Saber definitivo y absoluto como la reivindicación Racionalista de una Ciencia plena y perfecta, rompen la unidad ontológica, moral e histórica de la Humanidad al erigir a la "nueva" conciencia y subjetividad, al nuevo y definitivo Saber, en norma y juez absoluto del Ser, la Verdad y la Historia, es decir, en Dios. En esto consiste la "emancipación" o "liberación" del Hombre, la Subjetividad y la Historia cuyo anuncio y proclamación define y da inicio a los tiempos "Modernos". En esto consiste la buena nueva que erige a la "modernidad" no en una época histórica más, sino en la nueva, auténtica, y definitiva época axial de la historia universal, en el verdadero adviento de la plenitud de los tiempos que conducirá, final, necesaria e inevitablemente, al hombre nuevo y a la consumación, liberación y redención definitiva de la Sociedad y la Historia. Esto es lo que el protestantismo radical entiende por "Buena Nueva" y "Tiempo de Salvación"; esto es lo que el racionalismo filosófico moderno define como "Ilustración", "Progreso", o "Revolución".

A la luz de este nuevo" Saber y Ciencia", a la luz de esta Gnosis moderna, se relegará todo el pasado histórico de la humanidad a las tinieblas de la ignorancia o del pecado y se asumirá la construcción de una sociedad y un hombre "Nuevos". En nombre de este nuevo "Saber"; en nombre de esta nueva "Conciencia"; en nombre de esta nueva y definitiva "Verdad" y su "Ética", el hombre "nuevo", sea el justificado y liberado por la sola Fe del protestantismo radical, sea el emancipado y liberado por el "Progreso", o la "Revolución", o la "Ciencia", procederá a devorar a la humanidad y a devastar la tierra. En eso estamos.

Una de las fuentes principales de la idea moderna de Revoluciones el Racionalismo filosófico del siglo 17. Ese Racionalismo constituye uno de los fundamentos intelectuales y morales de las ideologías revolucionarias que tan dramáticamente han devastado el siglo 20. Esa relación no es casual. El racionalismo filosófico moderno fundado por Descartes se comprende y define a sí mismo como un nuevo saber o una nueva ciencia, que sustituyendo de raíz, no sólo a Aristóteles, sino a todo el saber acumulado de la humanidad, se propone transformar la historia y convertir al hombre en dueño y señor de la naturaleza. Este nuevo saber no es una ciencia entre otras; no es un saber condicionado y limitado como todos. Este nuevo saber, fundado en una razón o en una conciencia metódicamente depurada de toda inherencia del mundo y los sentidos, es un saber innato, definitivo y absoluto. Dicho en otros términos, este nuevo saber es el Saber mismo, regla, criterio y norma de toda verdad y todo orden. Gracias a él se le descubre al hombre la posibilidad, metafísica y sistemáticamente justificada y avalada, de desarraigar definitivamente el error, la ignorancia y todos los males que de ellas se derivan de la faz de la tierra, entre otros, la violencia y la injusticia. El racionalismo filosófico fundado por Descartes es, por eso, más que la fuente de los proyectos revolucionarios modernos, la Revolución misma. Es ni más ni menos que el descubrimiento del sentido de la historia como un proceso de auto liberación universal; como el tránsito definitivo del hombre de las tinieblas a la luz; como el paso de su ignorancia y servidumbre universal a su iluminación, liberación y emancipación definitiva. Todo ello gracias a la sola virtud de la nueva ciencia de la Razón y de su Lógica. Por esa Lógica el hombre terminará descubriéndose a sí mismo como Absoluto y asumirá la tarea, no ya como Adán, de ser como Dios, sino ahora, como el nuevo Saberse lo demuestra, de Ser Dios. La Revolución moderna no es, por eso, social, económica o política: es metafísica. De lo que se trata no es de mejorar la realidad sino de recrearla absoluta y definitivamente. Esto es lo que la nueva Racionalidad exige. Por eso, lo que la revolución persigue no son cambios progresivos y parciales; no son procesos de transformación llevados a cabo con la anuencia y participación de la sociedad a través de proyectos específicos susceptibles de ser evaluados en libertad por los interesados mismos. Lo que la revolución persigue es un cambio Absoluto. No se trata de cambiar aspectos de la realidad: se trata de cambiar, absolutamente, a la Realidad misma. Este es el demencial mandato del racionalismo moderno. En esta nueva teología se funda el carácter totalitario, dogmático, necesario, intransigente y universal de la revolución moderna. Ella es la justificación y aval de la "moralidad", "derecho" y "obligatoriedad" de la violencia revolucionaria

Las revoluciones modernas, sean ellas de izquierda o de derecha, conducen fatalmente a la negación de la conciencia y la libertad. Por revoluciones de izquierda me refiero a las llevadas a cabo en Rusia por Lenin, en China por Mao y en Cuba por Castro. Por revoluciones de derecha me refiero a la fascista de Mussolini en Italia y a la nacional socialista de Hitler en Alemania.

La "teoría" de estas revoluciones, su modelo conceptual, lo que técnicamente se llama ideología revolucionaria, es un producto occidental, es el resultado de lo que histórica y filosóficamente se llama "Modernidad". El padre intelectual y filosófico de la Modernidad es Descartes. La Modernidad es por eso, esencialmente, una visión filosófica del mundo, una visión del Orden entero de la Realidad. Esa visión se distingue, entre otras cosas, por su pretensión de ser, o de haber descubierto definitivamente y para la humanidad entera, el criterio o camino único, inconmovible y absoluto de la Verdad. No se trata pues de una visión entre otras, se trata de una visión, o saber, o ciencia, "definitiva"; se trata de la certeza de haber alcanzado la posibilidad de trascender y superar de una vez por todas y de manera absoluta, el error, la irracionalidad y la ignorancia que han aquejado desde siempre a la humanidad, así como a todos los males que de éstas se derivan.

Este "nuevo" saber o nueva ciencia, es pura y absolutamente racional y lógica, por eso está al alcance de todos, es absolutamente objetiva, y es técnica, metódica y universalmente transmisible y comprobable. El descubrimiento de esta nueva "ciencia" o de esta absoluta y definitiva "racionalidad", marca el inicio de una nueva historia y de una nueva humanidad. Desde su punto de vista, el pasado entero de la humanidad queda no sólo epistemológica, sino ontológicamente superado. Esto significa que lo que se le plantea como destino y deber a la humanidad, de ahora en adelante, no solo es deslastrarse o emanciparse en nombre de la razón y de la ciencia de la irracionalidad y la ignorancia en que según esta visión termina resolviéndose el pasado entero de la humanidad, sino también y simultáneamente, avocarse a la construcción del "hombre nuevo".

La "Modernidad", en otros términos, es en sí misma "la revolución", por eso las revoluciones de izquierda o de derecha a las que aludimos antes, lejos de ser su negación, no son sino su lógica y necesaria consecuencia y consumación. Esto, en términos generales, no es tomado en cuenta en Occidente, donde tanto los líderes políticos y sociales, como los formadores de opinión, siguen erróneamente contraponiendo Revolución a Modernidad, o Mercado a Revolución, o Neo- Liberalismo a Revolución.

La crisis del mundo actual está en gran parte determinada por esta ignorancia de la naturaleza de la Modernidad occidental con su obsesiva pretensión de recrear al Hombre, al Mundo y a la Historia de la Humanidad en términos de la lógica de su nueva y supuestamente definitiva versión de la ciencia, el progreso y la racionalidad. No hay, por eso, salida a nuestra situación si no entendemos la naturaleza de la Modernidad; si no entendemos que ella misma es la crisis: la fuente revolucionaria originaria de la que manan las pretensiones hegemónicas, el común radicalismo y la aparente oposición entre "Mercado" y "Revolución".

Las crisis universales son, esencialmente, crisis espirituales, concreta y específicamente, crisis espirituales de la cultura mundial dominante. En la actualidad, la cultura mundial dominante es la cultura de la Modernidad occidental: la cultura del occidente racionalista y materialista moderno. Dado el influjo masivo que esta cultura ha ejercido y ejerce sobre el resto del mundo, podría decirse que las crisis mundiales actuales, mas que crisis del Mundo, son crisis del racionalismo y materialismo occidental dominante y de la visión y praxis revolucionaria que de éste se derivan.

Los orígenes filosóficos e históricos de esta visión y praxis revolucionaria Moderna se encuentran en las premisas del racionalismo filosófico fundado por Descartes en el siglo XVII. Partiendo de esas premisas, la filosofía "moderna", o el racionalismo filosófico moderno, termina resolviéndose en dos grandes modelos o paradigmas de acción y de conciencia: el modelo de la "Revolución" y el modelo del "Mercado". Ambos modelos o paradigmas se consideran a sí mismos como la consumación y el cumplimiento del entero pasado moral, espiritual, intelectual e histórico de la humanidad y el inicio o el adviento de una nueva Historia y una nueva Humanidad.

¿Còmo se llega a semejante posición? ¿Cómo es posible semejante presunción? Dicho de otro modo, ¿qué define el carácter revolucionario del racionalismo filosófico moderno fundado por Descartes? Lo define, esencialmente, la descalificación ontológica del Mundo; la sustitución del Mundo por la Conciencia de Sí como primera, absoluta y originaria Realidad y Evidencia. ¿Que quiere decir eso? Quiere decir, que de ahora en adelante el Pensamiento definirá a la Realidad: no la Realidad al Pensamiento. Quiere decir, que una vez negada o relegada la realidad e independencia ontológica del Mundo, una vez reducida o fenomenizada su existencia, la Sola Conciencia queda erigida en juez y árbitro único de la Realidad y su Orden. Quiere decir, en dos palabras, que de ahora en adelante el sólo Pensamiento juzga, define y norma la Existencia.

De ahora en adelante, la autonomía de la Razón o la Conciencia no será sólo moral: será ontológica, es decir, absoluta. El espíritu humano no tendrá, consiguientemente, ni reconocerá, norma: será su propia norma, será "norma de sí". La Razón, la sola Razón, se basta. De ahí, entre otras cosas, la autosuficiencia ontológica y moral de la Acción humana, especialmente la de la Ciencia y la Libertad modernas. El hombre es libre absolutamente. Esto quiere decir que es libre de toda trascendencia: de toda trascendencia ontológica y de toda trascendencia moral. El hombre o la humanidad serán al fin, por eso, como lo afirmó en la Antigüedad el sofista Protágoras, "la medida de todas las cosas". O más radicalmente aún, el hombre o la humanidad serán, como en su visión nihilista y blasfema de Dios se lo propuso el Tentador al Hombre en el Jardín del Edén, "como Dios".

La absolutización radical de la conciencia es, pues, el fundamento del radicalismo revolucionario moderno. La autosuficiencia ontológica de la conciencia, en otros términos, es "la" revolución; es la premisa común de la Modernidad en cualquiera de sus versiones, neo liberal o revolucionaria; es la condición de la posibilidad del "hombre nuevo", tanto del revolucionario como del "progresista o emancipado o liberado" de las sociedades de mercado de occidente; y es, por último, el fundamento de la identificación Moderna entre Razón y Poder que hace inevitable el culto al Poder y la consiguiente perversión de la libertad que tanto el Mercado como la Revolución exhiben.

Hacer abstracción del Mundo; sustraerse al Mundo; separar, aislar y vaciar a la Mente del Mundo; no ver, oír, tocar, gustar, sentir, ni vivir a la Existencia, solo "pensarla": este es el principio de la filosofía moderna, éste es el rasgo distintivo del racionalismo filosófico fundado por Descartes.

Esta filosofía, con su rechazo intencional y metódico del Mundo y su inevitable y consiguiente absolutización del Pensar y la Conciencia, es la raíz del radicalismo revolucionario moderno. Es esta filiación Racionalista la que explica que la índole primaria y esencial de este radicalismo no sea ética ni religiosa, ni tampoco social, económica, o política, es decir, no sea originariamente fáctica, histórica y realista sino, "a temporal, a histórica y abstracta". Dicho de otro modo, es esta filiación filosófica Racionalista la que explica que la "revolución" moderna, sea formal y esencialmente una "Abstracción": un puro modelo o construcción mental cuya "lógica" o realidad existe en el sólo y puro" pensamiento. Esta condición "Abstracta" es la raíz de su drama y su tragedia. Debido a ella la revolución moderna es, literalmente, un "sueño de la razón", y los sueños de la razón, como lo vio y expresó Goya en su momento, "engendran monstruos".

Condicionada por la "lógica" que resulta de a) la negación de la existencia independiente y efectiva del Mundo; b) la inevitable absolutización del Pensamiento o la Conciencia que de ello se deriva; y c) la consiguiente reducción del Ser o la Realidad a "idea", "concepto", o pura "representación" u "objeto" de la Mente, la Revolución Moderna, sea en su forma "liberal" o en su forma "socialista", termina fatalmente resolviendo a la Verdad, el Bien, la Justicia, la Vida, la Libertad y la Existencia en pura "Lógica" o "Sistema": esto es, en un "Proceso" anónimo, impersonal, necesario, abstracto, objetivo y absoluto, íntegra y perfectamente analizable, previsible y controlable y por lo tanto, técnica, metódica y "científicamente" administrable y gobernable.

Esta "Conciencia" racionalista, cuyo aislamiento de la efectiva existencia y realidad del Mundo hace posible la reducción del Ser y la Razón a pura Lógica o Sistema, será considerada como la encarnación definitiva y absoluta del Saber y de la Ciencia. La obediencia a esa "Lógica", la adecuación de la vida y de la acción a los preceptos y requerimientos del "Sistema", serán considerados a su vez, como la esencia de la Libertad, la regla y norma del Bien y el principio y fundamento de todo Derecho Legitimidad y Justicia. De ahora en adelante, la Moral y el Imperio de la Razón se identifican; la Moral y la Lógica del Sistema, sea éste el de la "Revolución" o el del Mercado", se identifican. De ahora en adelante, la Razón y el Poder, y por lo tanto, la Moral y el Poder, se identifican. Esta Lógica Totalitaria, éste Absolutismo del Sistema, esta liquidación monstruosa de la autonomía de la Persona y su Libertad, es el fruto "ilustrado, emancipado y progresista" de la comprensión "moderna y racionalista" de la Razón y la Libertad.

El racionalismo moderno se articula histórica y filosóficamente en dos grandes corrientes: la idealista proveniente de Descartes, y la empirista proveniente de F.Bacon, T.Hobbes y J.Locke. Ambas corrientes comparten, entre otras cosas, la tesis de que la Razón, la verdadera y auténtica Razón, es esencial y constitutivamente Poder.

Esta reducción de la Razón a Poder define la esencia de la Modernidad y es la fuente de la idea Ilustrada, de que a través de la nueva "Racionalidad" la Humanidad superará la ignorancia, el error y la superstición y se liberará definitivamente de todo límite y necesidad. La difusión de esta doctrina, asegurará a su vez, el "Adviento del Progreso y la Libertad", es decir, el descubrimiento y asunción por parte de la Humanidad de su verdadero Destino y su auténtica Vocación, a saber, la de recrear, según los parámetros de la nueva Razón y por lo tanto "racional y científicamente", el Orden entero de la Realidad.

Esto supone, nada más y nada menos, que la sustitución de Dios por el Hombre como fundamento absoluto de la Realidad. La Revolución moderna, socialista o liberal, trasciende, por eso, el plano de la sola crítica o transformación, política, económica y social y se ordena fatalmente a lo que es de por sí imposible de cambiar: la estructura misma del Orden ontológico y moral de la Realidad. Como lo expresó Nietzsche inolvidablemente en su Gaya Ciencia, lo que la Modernidad pretende es la "muerte de Dios", el cual sería sustituido por una Humanidad "autónoma, independizada y liberada" de toda normatividad esencial; de todo orden, subordinación y jerarquía ontológica y moral; de toda Verdad, Bien, Deber y Moralidad.

Puesto en términos Bíblicos, lo que se busca es la sustitución, en el corazón del hombre, de la Ley por la Libertad. La Ley estaría representada por el Primer Mandamiento: "Amarás al Señor tu Dios con toda tu mente y todas tus fuerzas y todo tu corazón". La Libertad por la incitación del Tentador al Hombre en el Jardín del Edén: "Serás como Dios". Una vez aceptada esta falsa oposición proveniente de Lutero y la Reforma, la sustitución del Amor de Dios, reducido a Ley, por la Voluntad de Poder, erigida en Libertad, se convierte en una fatalidad. Dicho en otros términos, una vez aceptada la falsa y sofistica oposición entre Libertad y Ley proveniente de Lutero y la Reforma, la sustitución del Amor de Dios por la Voluntad de Poder será asumida como el mandamiento nuevo de la Modernidad, como el fin y norma del Proyecto o Proceso del Progreso y la Revolución.

Ahora bien, la reducción de la Razón a Poder o a Voluntad de Poder en que se funda la Modernidad, es, como lo vio Nietzsche, la fuente misma de su quebranto y disolución. Esto es así porque la identidad entre Razón y Poder supone y conduce, inexorablemente, al nihilismo, es decir, a la negación absoluta de toda Verdad, Orden, Sentido, y Finalidad, de la índole que sea, incluyendo la del "Proyecto Revolucionario" mismo y su fe, "racional y científica", en el Progreso y la Liberación que se revelan así, dadas sus premisas, como máscaras y disimulaciones de la única, sola y soberana Voluntad de Poder en que se resuelve y anula "la verdad del culto "moderno" al Mercado y la Revolución.

Ni la "Muerte de Dios", ni la "muerte de la Verdad", el Bien, la Persona, el Espíritu y la Libertad fueron locuras o inventos de Nietzsche para quebrantar la autocomplacencia del culto Moderno al Progreso y a la Razón". Ese culto, propagado por el afán Moderno de sustituir a Dios por mitos como el del Empresario-Providencia, creador de puestos de trabajo y mediador universal de "Bienestar, Progreso y Felicidad", o como el del Revolucionario-Redentor, mediador universal del "Hombre Nuevo, la Justicia y la Liberación", deriva entero del nihilismo que resulta de la identidad entre Razón y Poder que define a la Modernidad.

Nietzsche no funda, pues, el nihilismo moderno: lo constata, describe su "psicología", descubre sus disimulaciones y sus máscaras, diagnostica su curso, identifica sus implicaciones, define sus exigencias. Entre ellas, la de que no hay Verdad y si no hay Verdad, tampoco hay razón, ciencia, fines, sentido, ni principios, lo cual significa no sólo la disolución del edificio entero de la Modernidad, sino la disolución de cualquier edificio, de la índole que sea, es decir, la disolución del alcance, jerarquía, y significación ontológica y moral de toda Norma, Ley, Orden y Principio: nada tiene fundamento porque no existen Fundamentos.

Negar a la Verdad, no es por eso "liberarse". Negar a la Verdad es negar al Ser, es afirmar que no hay nada que Ver y si no hay nada que Ver, no hay nada que juzgar o decidir, no hay nada que amar, desear, esperar, encontrar, elegir, añorar o rechazar. El querer mismo carece de sentido y la soledad ontológica y moral del hombre es absoluta. En un contexto semejante, la mente, el juicio, la elección y la conciencia son la vivencia misma de la nada. Pensar es un infierno. ¿Y la libertad? ¿Qué puede ser la libertad si todo acto libre se ordena a un fin y no hay fines? ¿Qué, sino también ella pura inanidad y vacío? Por eso es que hay que aturdirse, no pensar, no buscar, no preguntar, drogarse, engañarse, distraerse, ocuparse: sobre todo ocuparse, de modo compulsivo, obsesivo, absoluto, para liberarse así del Pensar y la Conciencia. No es, pues, accidental el desprecio del occidente Moderno por las Culturas y el Espíritu; no es accidental su obsesión Técnica, su absolutización del Poder, su culto al Éxito, la Acción y la Eficacia.

Para justificar y disimular esta muerte espiritual, para aliviar y narcotizar la íntima desesperación de su alma, el occidente Moderno ha creado las ideologías. Ellas son las mitologías modernas; las fórmulas que nos eximen de pensar; las grandes recetas técnicas de la felicidad universal; los narcotizantes sustitutos del Ser, el Mundo, Dios, el Hombre y la Conciencia que nos "salvan", como magistralmente lo describió Dostoyevski en su Leyenda del Gran Inquisidor, no sólo de la Nada, sino del Pensamiento, la Vida y la Libertad. Con tal, por supuesto, que le entreguemos el alma, que abdiquemos del propio juicio y la libertad, que accedamos en convertirnos, total e incondicionalmente, en activistas o engranajes del Proceso, o Culto o Sistema o Liturgia de, por ejemplo la Nación, el Estado, la Ciencia, la Humanidad, el Mercado, la Raza, el Progreso o la Revolución.

Esta enfermedad espiritual, esta auténtica patología del alma, esta ceguera moral y espiritual, esta radical y voluntaria alienación de la mente y la voluntad, esta basura intelectual, es lo que el occidente "Moderno" en nombre de la "Ciencia, el Progreso y la Liberación", pretende imponerle hoy al mundo a través del culto ideológico al Mercado o a la Revolución.

La tesis de la identidad entre Razón y Poder conduce a la afirmación de que no hay Verdad; de que toda decisión y juicio es relativa y circunstancial; de que no hay, consiguientemente, ni puede haber, en ningún sentido último y esencial, Ser, Bien, Mente, Sentido, ni Libertad. En este nihilismo concluyen los sueños de la Modernidad.

¿Qué queda entonces, si no hay Mente ni Libertad? Quedan las "formas" de la Mente y la Libertad: queda la "Lógica". Una lógica "liberada e independizada" de la Verdad, el Bien y la Libertad. La Lógica "dura" de la Ciencia y de la Técnica; la Lógica "libre" de la fantasía y de la imaginación, y subyaciéndolas a todas, la Lógica de las Lógicas: la lógica del Vacío, la Nada y la Desesperación; la lógica del Absurdo y la Inanidad que deriva de "obliga", "autoriza" y "ordena" al crimen, la muerte, el suicidio y la destrucción.

Dicho en otros términos, dada la lógica del nihilismo y dada la inevitabilidad de la acción, la Mente y la Libertad solo se cumplen en el vicio, el crimen y la depravación. No sólo se puede pecar: se debe pecar. Esta es la esencia de la nueva ciencia o racionalidad; esta es la esencia de la libertad; esta es la única y verdadera ética y espiritualidad: la última lógica a la que el hombre, inseparable del razonamiento y de la verdad, desesperadamente obedece y se aferra en su afán de sentido y finalidad. En esta profanación demónica de la mente y la libertad, se resuelve el ethos del culto al Poder, la Eficacia y la Acción que informa a la "Modernidad". Este es el término al que conducen lo que hoy entienden por "Libertad", Derecho y Autonomía tanto el "Mercado" como la "Revolución".

La identidad entre Razón y Poder conduce, pues, a la instrumentalización y funcionalización de la Razón. Esto conduce a su vez, a la relativización o reducción de la Verdad, el Bien y la Libertad, a Poder. Si la Razón es Poder, todo es Poder, o máscara del Poder, absolutamente. Esto supone la destrucción de la Razón, la Persona, la Conciencia y la Libertad, no solamente de hecho, sino de iuris: en tanto que principios y normas de vida y acción. Esto lo demuestran hasta la saciedad la praxis y el derecho sociedades liberales y revolucionarias Modernas.

Liberalismo y Revolución no son, por eso, alternativas: son máscaras del Nihilismo y la Voluntad de Poder que minan a la civilización occidental moderna y a través de ella a todas las culturas de la Tierra. Esta falsa y fatal alternativa es, sin embargo, lo que hoy en Venezuela, tanto gobierno "revolucionario" como oposición "liberal", plegándose a la mortífera lógica de la "modernidad", le están ofreciendo, criminal e irresponsablemente al Pueblo y a la Nación como camino de progreso, justicia y liberación.