Introducción
Marcuse era un desconocido para los franceses hasta que se produjeron los hechos de mayo de 1968. Sólo unos pocos conocían de este filósofo de origen germano que había nacido en Berlín en 1898, que era representante del freudo-marxismo alemán de la década del treinta, cuya condición de marxista y judío lo obligó, ante la llegada del nazismo a refugiarse en Europa y luego definitivamente en Estados Unidos, a partir de 1934. Trabajó en varias universidades pero se estableció definitivamente en la Universidad de San Diego, California.
Una vez que estallaron los hechos de mayo, sobre las barricadas y sobre los muros de la Sorbona, señorearon como dueñas de la Revolución, las tres M: Marx, Mao, Marcuse. Marcuse se elevó por encima de los dos gigantes del marxismo. Sus libros comenzaron a tener abundante demanda y éxito. Una vez terminados los incendios a mediados de mayo, apareció El hombre unidimensional. Luego aparecieron, El fin de la utopía, Razón y revolución; luego, en marzo de 1969, Hacia la liberación; en mayo de dicho año, Filosofía y revolución.
A principios de mayo de 1968, se organizaron jornadas marcusianas, y luego de los acontecimientos se formaron círculos de estudios, asambleas generales críticas, grupos de investigación, en los que las obras de Marcuse fueron estudiadas y difundidas con mucho entusiasmo. Algunos grupos de analistas, le endosaron a Marcuse la paternidad ideológica de los acontecimientos de mayo, cuestión que lo sorprendió. Sin embargo, no puede negarse que muchas de las consignas utilizadas como, la crítica de la sociedad de consumo, la represión, la rebelión sexual, la imaginación al poder, constituían planteamientos que Marcuse había hecho.
Marcuse retoma en todas sus obras el tema de no pactar con la sociedad industrial avanzada ni con la represión. Nada de reformismo sino ruptura, negación total. Rechazar todo lo que oliera a esta sociedad, ya que aceptar cualquier tópico sería soportar el engranaje del sistema y convertirse en su más cercano cómplice antes de ser su prisionero. Sólo el rechazo total y radical es una defensa eficaz, al mismo tiempo que se constituye en la condición primera para edificar luego, sobre las ruinas del sistema existente, la nueva sociedad.
No obstante, Pierre Masset considera que al cuestionar todo se expone a su vez Marcuse, a ser cuestionado. Sus seguidores se encontrarían en una situación embarazosa, divididos entre el miedo a traicionarlo si lo critican y traicionarlo también si no lo cuestionan. Adoptar un padre adoptivo incuestionable, ¿no sería traicionar el mensaje de cuestionamiento del maestro de San Diego? Esto se haría en nombre no de la negatividad total sino en nombre de la reflexión filosófica.
L crítica de la sociedad industrial avanzada
El hombre unidimensional fue publicado en Boston en 1964 y fue traducido al francés en mayo de 1968; lleva por subtítulo Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada. En dicha obra Marcuse considera al capitalismo norteamericano, fiel modelo de la sociedad industrial avanzada, como la vía para lograr una sociedad cerrada, una sociedad que controla e integra todas las dimensiones de la existencia tanto privada como pública, que administra metódicamente los instintos humanos; una sociedad en la que cualquier forma de negación del orden establecido se reprime y se convierte en factor de cohesión y adhesión.
Dicho proceso de integración, se realiza “sin terror explícito o abierto, puesto que la democracia consolida la dominación de manera más eficiente que el absolutismo. Libertad administrada y represión instintiva se transforman en fuentes renovadas de la productividad”. Esta productividad se convierte en destrucción, no sólo en Vietnam sino destrucción del hombre en general, de la naturaleza; derroche de materias primas, de fuerzas de trabajo, envenenamiento del aire, del agua, violencia, ostentación desvergonzada del mal. La sociedad industrializada avanzada o sociedad de consumo, se caracteriza por la producción y la destrucción.
La lucha por la existencia, la explotación del hombre y la naturaleza se convirtieron en más científicas y racionales pero al mismo tiempo triunfan el derroche, la inseguridad y la destrucción. “Esta sociedad en su conjunto es irracional; su productividad destruye el libre desenvolvimiento de las necesidades y facultades humanas; su paz no se mantiene sino por la amenaza constante de la guerra” (Marcuse, 1964; 15-17). En Hacia la liberación, plantea el carácter de obscenidad para expresar lo irracional y absurdo, así como lo inmoral de la sociedad de consumo. Exponer impúdicamente mercaderías en exceso, hartarse de comida y llenar de ella los recipientes de basura mientras existen innumerables víctimas del hambre, es en realidad una obscenidad. Igualmente, esta sociedad de abundancia “es obscena en los discursos, en las sonrisas de sus políticos y sus oradores, en sus plegarias, en su ignorancia, en la falsa sabiduría de los intelectuales que mantiene” (Marcuse, 1969; 18).
Esta sociedad industrial podría ser llamada sociedad unidimensional, ya que todo está estandarizado, uniformado, perfectamente integrado según normas comunes y todo en ella, hombres y cosas, aparece pasado por el tamiz del conformismo social. Las necesidades de los sujetos están condicionadas, impuestas por los intereses de los grupos sociales dominantes: Automóvil, televisión, artículos para el hogar, producidos según las leyes mercantiles del beneficio, apareciendo impuestos a la existencia cotidiana de los individuos. En esta sociedad, el individuo queda despojado de toda personalidad, carece de espesor y relieve, es un ser unidimensional. No le quedan otros medios para afirmar su autonomía que la agresividad o la estupidez: conducir un automóvil, comprar un fusil, manipular máquinas mecánicas o perder el tiempo con la televisión.
Publicidad y lenguaje
La publicidad es una de las características de la sociedad industrial avanzada. “Los agentes de la publicidad fabrican el universo de comunicación en el que se expresa el comportamiento unidimensional” (Marcuse, 1969; 110). El universo en el que vivimos es un universo manipulado, en el que las formas de pensamiento dialécticas, bidimensionales, ceden cada vez más el lugar a los hábitos de pensamiento sociales y al comportamiento tecnológico. La sociedad de consumo somete el lenguaje a un tratamiento reductor y estandarizado. Palabra y lenguaje se impregnan de elementos mágicos, autoritarios y rituales. La expresión está dirigida a la eficacia, el rendimiento y el beneficio, y es un factor poderoso de condicionamiento de los espíritus.
El principio de operacionalismo tiene en el mundo tecnológico la misión de identificar las cosas y sus funciones, cuestión que se traduce en el plano lingüístico por la identificación de la palabra y el concepto; más apropiadamente, el concepto es absorbido por la palabra y esta remite al comportamiento fabricado y estandarizado por la publicidad. Todo es sometido al interés del comercio y las técnicas de la publicidad permiten una manipulación y un condicionamiento perfecto de los espíritus. Así, el discurso público atrapa a los individuos en el ámbito de una visión uniforme. Se manipula el vocabulario, que habla hipócritamente de la moralidad para servir a los intereses de una sociedad inmoral: la categoría de obscenidad tan apropiada para dicha sociedad, “nunca se aplica al comportamiento moral del orden existente, sino siempre al de los otros” (Marcuse, 1969; 18).
Simplificación, unificación, inmediatez, univocidad, funcionalismo pero también represión y autoritarismo: Estas son los rasgos del lenguaje cerrado al que nos condena una sociedad que tiende por completo a la utilidad y al beneficio. Dicho lenguaje se difunde en todo el mundo, lo mismo en el ámbito capitalista que en el comunista. Hasta en el mundo del ocio que debería corresponder por excelencia a la libertad y la fantasía individual, está colonizado por la sociedad tecnológica, comercializado y entregado a una explotación racional. Así los placeres modifican nuestros gustos y necesidades, y cuando se trata de ocios culturales como la televisión, el cine o la radio, imponen sus esquemas a nuestro lenguaje.
Cultura y Arte
Marcuse estudia el fenómeno de la uniformación e integración, característico de la sociedad de consumo, al que en El Hombre Unidimensional le ha dado el nombre de “desublimación represiva”, que consistiría en igualar con el rasero de lo inferior. “El culto a la personalidad, a la autonomía, al humanismo, al amor trágico y romántico, es el ideal de una época superada”. Dicha cultura se halla cuestionada por la realidad misma, ya que el hombre moderno, gracias a la racionalidad tecnológica, puede superar a los héroes y semidioses propuestos por la cultura de antaño, es que la realidad de hoy trasciende a la ficción de antes.
Esta dimensión de la realidad que era la cultura superior decrece hasta desaparecer. Sus elementos de oposición, de alteridad, de trascendencia con relación a la realidad social vivida, no son negados ni rechazados sino incorporados al orden existente. Lo cultural pierde su valor, porque ya no garantiza la bidimensionalidad del hombre y se vuelve realidad; con esto pierde toda su fuerza de cuestionamiento ya que está integrado y triturado por la sociedad de consumo. Los medios de masas sólo conocen como denominador común la forma mercantil, y como único valor el valor de cambio.
El amor trágico de Romeo y Julieta o de Madame Bovary, que era un cuestionamiento a la sociedad, ya no está presente en las historias de amor de la literatura contemporánea; es que la sociedad tecnológica suprimió a los héroes trágicos eliminándolos, anulando todos los tabúes, diluyendo sus historias destruyendo la sustancia misma del arte. Platón, Hegel, Shelley, Baudelaire o Marx, Bach o Freud, eran acusadores contra este mundo de la ganancia. Pero en el comercio se convierten en un elemento de la sociedad de consumo, explotados ellos mismos y explotando, instrumentos al servicio de la dominación. En definitiva, las artes se convierten en sencillos “engranajes de una máquina cultural que remodela su contenido” (Marcuse, 1964; 90).
Sexualidad
La sociedad tecnológica refuerza la dominación; la mecanización transformó la libido; focalizó la libido para cumplir con las necesidades del trabajo y del rendimiento. Lo erótico quedó reducido a la sexualidad. El mundo tecnológico al que debe adaptarse no le parece hostil y si lo erótico quedó debilitado, la sexualidad se volvió más intensa.
En esta sociedad de consumo la libertad sexual es grande, y todo lo que tenga que ver con el sexo tiene valor comercial. Es que el sexo se integró a las relaciones públicas y de trabajo; componentes libidinosos fueron integrados a la producción y circulación de mercancías. El resultado de esta sabia manipulación es la sumisión del individuo y la desaparición de la protesta. Esta desublimación de lo erótico y su degradación en lo erótico suministra placeres aunque sea sólo una seudoliberación. Mientras que la sublimación preservaba la necesidad de liberación, la desublimación controlada debilita la rebelión de los instintos contra la sociedad establecida. Este es el planteamiento central de Marcuse sobre la desublimación represiva de la sexualidad.
Según Freud la civilización descansa en el sofrenamiento constante de los instintos. “La felicidad no es un valor cultural sino que está subordinada al trabajo, a la reproducción y a las leyes del orden social” (Marcuse, 1963; 15). Eros sin barreras es tan fatal como su contrapartida mortal, el instinto de muerte. Bajo la influencia de la realidad exterior, que es el mundo sociohistórico en el cual vivimos, los instintos del animal se vuelven pulsiones humanas. Sublimación, proyección, represión, designan las mutaciones de los instintos gracias a las cuales el animal humano se convierte en ser humano. A esto es lo que llama Freud transformación del principio del placer en principio de realidad.
Los deseos del hombre ya no le pertenecen, son organizados por la sociedad, y este proceso de represión de los instintos, que se da tanto en el desarrollo de la especie como del individuo, debe ser retomado por la civilización para detener los ataques de lo reprimido. Según Freud, esta represión es impuesta por la lucha por la existencia, es de índole económica: la escasez de los medios de subsistencia obliga a la sociedad a limitar el número de sus miembros y a volcar sus energías de la actividad sexual hacia el trabajo. Freud considera el principio del placer y el principio de realidad como permanentemente antagónicos; según él, una civilización no represiva es imposible, y la represión aumenta en proporción a la civilización misma.
En el ámbito de la sexualidad la organización represiva se manifiesta en la subordinación de los instintos parciales a la genitalidad procreadora. Todo lo que no tiene que ver con la procreación se vuelve prohibido bajo el nombre de perversión. La sexualidad deja de ser un principio autónomo que rige todo el organismo, y se transforma en “una función temporal especializada, un medio para alcanzar un fin” (Marcuse, 1963; 47). Para Marcuse es el principio de rendimiento el que suministra esta transformación, ya que en la civilización contemporánea todo se dirige hacia la ganancia, la competencia, la expansión creciente. Mediante la división del trabajo cada vez más especializada, los individuos quedan apresados en un aparato que le es ajeno. No viven su vida sino que cumplen funciones preestablecidas, trabajan para la alienación.
La sociedad sin oposición
Los efectos combinados de la desublimación cultural y artística así como los de la desublimación sexual, la publicidad y la represión llevan a la sociedad tecnológica a un estado de hipnosis o anestesia. Los términos embotamiento, encerramiento, sociedad sin oposición, utilizados por Marcuse lucen apropiados. La tecnología es totalitaria, produce unificación, cohesión e integración social. Así la sociedad industrial avanzada se convierte en un universo político, en el cual por medio del dispositivo de la tecnología, cultura, política y economía se amalgaman en un sistema omnipresente que devora o repele todas las alternativas. En países económicamente muy avanzados, como Estados Unidos o Alemania Occidental se observa a los sindicatos aliarse con el capital para proteger y mantener el orden existente.
La mecanización reduce gradualmente la energía física requerida por el trabajo y el obrero moderno, que se parece poco al proletario descrito por Marx, está por integrarse a la sociedad tecnológica. Las ocupaciones tienden a asimilarse y la proporción de trabajadores de cuello duro y no productivos aumenta sin cesar. Así se atenúa la actitud de negación y oposición. En la civilización industrial los obreros quedan reducidos a ser instrumentos y los mismos técnicos son esclavos de las máquinas que fabrican; aunque son esclavos sublimados puesto que no tienen conciencia de su esclavitud.
Una sociedad es libre si utiliza todas sus potencialidades para satisfacer las necesidades individuales; por el contrario, es dominadora si las necesidades individuales se subordinan a la necesidad social. En nuestras sociedades todas las necesidades humanas, del hombre como animal racional, obedecen al mandato de la explotación y el rendimiento; el individuo pierde hasta el deseo de actuar como hombre libre.
Filosofía y análisis linguístico
En la misma filosofía, en opinión de Marcuse, se puede analizar el impacto de la sociedad industrial avanzada. La filosofía unidimensional aparece como el sistema de pensamiento que subyace a la sociedad unidimensional al tiempo que la expresa. La filosofía positiva, o positivista, se define por oposición al pensamiento negativo, esencialmente dialéctico, en virtud de que es el producto o resultado de una racionalidad tecnológica que busca la eficacia, y de una lógica de dominación al servicio del universo establecido.
En Razón y revolución, escrita durante los años de la guerra, se propuso mostrar que la filosofía positiva, desvirtuando la herencia de Hegel, llegó a través de Comte, Stahl y Von Stein al totalitarismo del poder político establecido; más apropiadamente, al fascismo y al nacionalsocialismo. Se proponía rescatar los estudios hegelianos y el renacer del pensamiento negativo que estaba en etapa de extinción.
Ahora conviene precisar algunos aspectos del proyecto marcusiano de la crítica de la sociedad industrial avanzada. ¿Qué tipo de hombre espera realizar Marcuse? ¿Cuál es el modelo de sociedad que espera construir? ¿Cómo se concibe al hombre en la sociedad, en el proyecto marcusiano?
El mundo nuevo
Rasgos generales de este mundo futuro
Se trata de una revolución y no de reformas. Ruptura, discontinuidad, rechazo del orden establecido. Las nuevas formas de una sociedad humana libre, no pueden concebirse como la prolongación de las antiguas. Si el marxismo quiere continuar siendo la teoría crítica de la sociedad que fue hasta ahora, debe aceptar el escándalo de la diferencia cualitativa. “Debe redefinir la libertad de tal manera que no pueda confundírsela con nada de lo que pasó hasta ahora” (Marcuse, 1968; 15).
La diferencia cualitativa que distingue a la sociedad socialista futura, sociedad de la libertad, de las sociedades dominadas existentes, es la dimensión estético-erótica, idea en la cual el concepto de estética tiene el sentido original de desarrollo de la sensibilidad y que plantea la convergencia de la técnica y el arte, el trabajo y el juego, así como la satisfacción de las necesidades instintivas y las inclinaciones espontáneas del hombre.
Con respecto a los proyectos históricos de la historia contemporánea, la mayor verdad histórica corresponde a aquel de los dos sistemas que procure la mayor productividad sin destrucción y ofrezca “la mayor cantidad de oportunidades para una pacificación” (Marcuse, 1964; 248).La palabra pacificación es utilizada constantemente por Marcuse para designar el estado de apaciguamiento de las necesidades, de satisfacción de los instintos; concepción según la cual la vida libre de los instintos abandonados a sí mismos se expande en feliz armonía de la paz recuperada.
En consecuencia de lo anteriormente escrito, la ruptura radical, la negación total del orden establecido señalan un giro histórico en la orientación del progreso: la existencia humana será cambiada, incluidos el mundo del trabajo y la lucha contra la naturaleza. Tener estas ideas, lamentarse acerca del materialismo del hombre moderno e invitarlo a lo bello y al bien de este mundo y el otro, es demostrar que aún se es prisionero de este mundo de represión.
Se trata de una sociedad en la cual la producción y la productividad estarán organizadas en función de necesidades y metas instintivas que serán la negación de las que predominan en la sociedad represiva. En dicha sociedad las necesidades sublimadas se desarrollarán en ella libremente, y la energía erótica, trabajando en forma social, traerá la cooperación y la solidaridad en la fundación de un mundo natural y social, que rechazará la dominación y la presión represiva, y que tendrá como principio de realidad a la paz. En resumen, la sociedad que debe nacer más allá de la negación total es una sociedad pacificada, estético-erótica, no represiva, de goce y satisfacción.
Posibilidad del advenimiento de la civilización no represiva
La civilización no represiva sólo puede establecerse si desaparecen los factores de represión. Según Freud, el elemento esencial del que depende la organización de la civilización en forma de represión y dominación es la Ananké, la lucha por la existencia. Dicha necesidad fue la impuso el control represivo de los instintos, canalizando sus tendencias polimorfas exclusivamente hacia la función genital reproductora y condenando como prohibidos todas las perversiones en las cuales se consumiría la energía sexual. Así la sexualidad inclinó todas sus energías hacia el trabajo; igualmente, fue la que organizó el trabajo mediante una división social eficaz.
El hecho de que la represión se haya vuelto anacrónica y artificial no significa que vaya a desaparecer. Ella subsiste, se aferra y se fortalece: Cuanto más aumenta la productividad y las riquezas, se impone todavía más la necesidad de liquidar los excedentes, para crear necesidades y condicionar a la clientela, para construir cómplices del bienestar y la dominación a los intereses opuestos, privados o públicos, de los productores, consumidores o vendedores. De esta manera, el sistema económico y administrativo, sin dejar de desarrollarse, se volvería más totalitario.
Una de las fuerzas explosivas que harán saltar el sistema, es la inherente al propio progreso técnico, es la automatización. Esta, “una vez que logró los límites de posibilidades técnicas, es incompatible con una sociedad en la que el proceso de producción descansa en la explotación privada de la fuerza de trabajo humana” (Marcuse, 1964; 60-62). El factor principal de la producción y de la riqueza, ya no es el trabajo humano, ni su tiempo de trabajo sino su poder de productividad, es decir, su capacidad tecnológica de dominar a la naturaleza. La automatización no sólo permite producir más, también permite pasar de la cantidad a la calidad; la fuerza de trabajo separada del individuo se convierte en objeto productivo independiente. Es una verdadera revolución.
El desarrollo de la automatización es una necesidad del capitalismo, por las leyes del beneficio y de la competencia internacional pero le dicta un límite: la automatización generalizada significa el fin del capitalismo, ya que existiría una sociedad en la cual desaparecería la pobreza, en la que el trabajo sería juego y en la que la imaginación permitiría a la humanidad desarrollar libremente todas sus posibilidades.
Las posibilidades técnicas no serán suficiente para que desaparezca la pobreza y para lograr la civilización no represiva, puesto que se deben tomar en cuenta las reacciones defensivas de la sociedad represiva. La civilización debe defenderse contra la posibilidad de un mundo que podría ser libre.
Hacia una reestructuración de los instintos
No es posible cambiar la sociedad si no se intenta cambiar al hombre hasta en sus necesidades e instintos más profundos, ya que el hombre fue transformado por la civilización. En consecuencia, sería ilusorio pretender que un mejor porvenir se logrará con sólo hacer algunas reformas que mejoren el funcionamiento del mercado o de la competencia; hace falta un cambio fundamental en la estructura instintiva como en lo cultural. Para Marcuse, es posible una civilización no represiva en la que pueda ejercerse el libre juego de los instintos. Con esta afirmación, el pensador alemán permanece dentro de la más estricta ortodoxia freudiana.
Al filósofo de la Escuela de Francfurt, le interesa el psicoanálisis como filosofía del hombre; no la terapéutica sino la teoría. Él se propone retomar el pensamiento de Freud para definir sus implicaciones filosóficas y sociológicas. El carácter fijo y no histórico de los conceptos freudianos, entre ellos, la inevitabilidad del antagonismo entre pulsiones y civilización, entre principio de placer y principio de realidad oculta una realidad histórica. La civilización se fundamenta en el principio de la realidad, que persigue lo que es socialmente útil mientras que la civilización moderna se basa en el principio de rendimiento, que es un caso particular del principio de realidad. Igualmente, se debe distinguir la represión fundamental de las pulsiones, sin la que ninguna civilización sería posible, de las coacciones suplementarias que mantienen la dominación social propia de nuestras sociedades modernas y que Marcuse denomina sobrerepresión.
Más allá del principio de realidad: la imaginación
Para Marcuse, los símbolos proporcionados por la imaginación no sólo remiten al pasado sino que tienen valor de arquetipos que pueden servir de modelos para individuos o sociedades maduras. Estos héroes culturales simbolizan actitudes frente a la existencia, actos que determinaron y pueden continuar determinando el destino de la humanidad.
En las sociedades industriales, es la imagen de Prometeo, héroe que se rebela contra los dioses, que domina las fuerzas naturales y crea la civilización, simboliza el trabajo, el Logos, el progreso por medio de la represión; es el héroe típico de la civilización del rendimiento, mientras que Pandora, símbolo de la sexualidad y el placer, está destinada a la maldición. Luego, tendremos que buscar arquetipos diferentes de Prometeo si deseamos lograr una restauración de las pulsiones y una transformación de la existencia.
Orfeo y Narciso, simbolizan la alegría, la realización y la paz; son héroes culturales que nos pueden ayudar a construir un mundo dionisíaco o apolíneo (*) en el que un nuevo principio de realidad le dará a Eros un lugar importante. El canto de Orfeo purifica el mundo animal, reconcilia al león con el cordero y al león con el hombre. Libera la naturaleza, pone en movimiento los bosques y las piedras para que participen de la alegría de existir. Símbolos de belleza y paz, Orfeo y Narciso significan la redención del placer, la detención del tiempo, la absorción de la muerte en un paraíso de silencio, de sueño y de noche, un Nirvana lleno de vida en el que Eros y Thanatos se reconcilian con un beso.
(*) Dionisíaco (apolíneo). Términos creados por Nietzsche, derivados de Apolo que él oponía a Dionisios. En filosofía, Apolo es el Dios de la medida y la armonía mientras Dionisios es el dios de la embriaguez, la inspiración y el entusiasmo. Apolinismo traduce la contemplación extasiada de un mundo de imaginación y de ensueño, del mundo de la apariencia bella que nos libera del devenir. El dionisimo en cambio, concibe activamente el devenir, lo siente de manera subjetiva como la voluptuosidad curiosa del creador mezclada con la cólera del destructor.
Solo el Eros órfico y narcisístico, vuelve libres las cosas de ser lo que son y de realizarse en la belleza. Refiriéndose a Narciso y para justificarse de haberlo evocado al igual que a Orfeo, puesto que es concebido como antagonista de Eros, Marcuse toma la imagen de Narciso de la mitología griega y no de la teoría freudiana de la libido. En la mitología griega Narciso es antagonista de Eros, simboliza el sueño y la muerte, no es que solo se ame a sí mismo sino que vive según su propio Eros en una especie de comunión universal.
De la teoría crítica a la praxis revolucionaria
El conocimiento del marxismo es indispensable para entender a Marcuse. Es casi constante la referencia a Marx explícita o implícitamente. El componente marxista es mucho más antiguo que el freudiano que aparece con su instalación definitiva en territorio estadounidense. Marcuse sólo tenía veinte años cuando la revolución alemana y entonces militaba en las filas de la socialdemocracia, cosa que abandonó en 1919. “Abandoné las filas de ese partido luego del asesinato de Rosa de Luxemburgo porque me convencí de que dicho partido actuaba en alianza con fuerzas reaccionarias, destructivas y represivas” (Marcuse, 1968; 68). Desde ese momento, ese partido se deslizó permanentemente hacia la derecha hasta su completa desubicación de la izquierda.
En la universidad de Friburgo, Brisgau, en la que finalizó sus estudios, experimentó fuerte influencia de Heidegger, cuestión que le permitió ubicar a Hegel. Su tesis sobre la ontología de Hegel y la historicidad fue producto de esta doble filiación. Marcuse llegó así al marxismo hegeliano y heideggeriano, que expuso en artículos que publicó en la revista socialdemócrata Die Gesellschaft. Pronto ingresó a la élite del marxismo europeo o marxismo alemán, junto con Georg Lukács aunque menos comprometido que éste en el ámbito político.
Lukács no disimulaba su hostilidad hacia él, porque veía un neohegeliano de izquierda, un marxista disidente en quien el pensamiento de Hegel y de Heidegger habían desviado la herencia de Marx. Marcuse siempre comulgó con las ideas de la Escuela de Francfurt, especialmente con Theodor Adorno y Horkheimer, pues, los unía una similar preocupación sociológica y la misma identificación con el marxismo.
En Estados Unidos escribió Razón y revolución, que publicó en 1941, contra el fascismo y el nazismo. Allí sufrió la creciente influencia de Freud, abriéndose cada vez más a las preocupaciones de orden psicoanalítico y sociológico. En el plano político, después de abandonar la socialdemocracia, se volvió hacia el comunismo pero sin adherirse plenamente a él, pues en la medida que la experiencia stalinista multiplicaba sus errores, se alejó profundamente del comunismo soviético.
El marxismo como teoría crítica
La teoría marxista es una crítica en la medida en que sus conceptos condenan el orden establecido en su totalidad. La intención crítica del marxismo coincide con la intención de Hegel, independientemente de los azares del hegelianismo y su posteridad positivista. Marcuse considera al pensamiento negativo como la fuerza motriz del pensamiento dialéctico empleado como instrumento para analizar el mundo de los hechos en los propios términos de su inadecuación interna. A pesar de que cuestiona el análisis marxista en muchos puntos considera que es el mejor instrumento de que dispone el ser humano para criticar el orden establecido. El mayor reproche que le hace Marcuse al marxismo es no haber sido lo suficientemente radical.
El marxismo debe arriesgarse a redefinir la libertad de manera tal que no se la pueda confundir con nada de lo que conoció hasta ahora. En lugar de continuar criticando al socialismo en el marco del desarrollo de fuerzas productivas y de tener en cuenta exclusivamente el aumento de productividad, debemos aceptar el riesgo de discutir la diferencia cualitativa que separa a la sociedad socialista, como sociedad de la libertad, de las sociedades establecidas.
Marcuse insiste en unir la teoría crítica al marxismo como complemento que contenía sólo en sus principios. Entonces se podría hablar de superación del marxismo en el sentido de extensión y enriquecimiento. Dada la diferencia de la época en la que escribió Marx y el tiempo actual, es inevitable que su teoría esté desfasada de la realidad de hoy. Cuando menciona que el reino de la libertad no puede existir sino fuera del reino de la necesidad, esto es cierto en cierto sentido. No obstante, sería más profundamente verdadero afirmar que la diferencia cualitativa que diferencia a la sociedad libre consiste en dejar aflorar el reino de la libertad en el reino de la necesidad, de manera tal que el trabajo mismo participe de esta libertad, contrariamente a lo que pensaba Marx.
El análisis científico de Marx no podía admitir que el trabajo pudiera convertirse en juego, cuestión que era más apropiada del utopista Fourier. Pero en nuestra época la tecnología eliminó la utopía y todo se vuelve posible, cuestión que Marx no podía prever. De igual manera la historia se desarrolló de manera distinta a la prevista por Marx; la revolución no triunfó en el país más industrializado sino que lo hizo en el más atrasado de Europa; el capitalismo no se esfumó sino que es cada vez más próspero. Marx subestimó la productividad del capitalismo que logró elevar el nivel de vida en los países capitalistas y reforzar el sistema. Puede decirse que el concepto de proletariado en los países industrializados avanzados es un concepto mitológico, dado el nivel de vida de las clases trabajadoras. La idea de Marx, considerando lo que es el socialismo hoy día, es sencillamente un sueño.
El marxismo soviético se esfuerza por disimular sus contradicciones; se atiene a la teoría marxista clásica pero en la práctica se adapta a la realidad con lo cual contradice la teoría y la práctica. Así, Lenin reemplazó en la práctica el proletariado como conciencia revolucionaria por el aparato del partido, pero manteniendo en la teoría la noción de proletariado revolucionario. De igual manera, Stalin después de la última guerra desarrolla la política de lo dos bloques con lo cual reconoce abiertamente la unificación internacional del capitalismo.
Los agentes de la lucha revolucionaria
Marx siempre consideró al proletariado como la clase revolucionaria, ya que ha sido la víctima de la explotación capitalista, es depositario según el pensamiento de Marx, del destino de la revolución. Pero ya no ocurre lo mismo, puesto en la sociedad de consumo, la clase obrera está ligada al sistema de las necesidades pero no a su negación; ya no tiene la necesidad de transformar la sociedad puesto que está integrada al sistema.
El desarrollo del mundo capitalista alteró la estructura y función de la burguesía y proletariado como clases principales, hasta despojarlas de su papel histórico de agentes de transformación social. Existe “un interés poderoso que une a los antiguos antagonistas para mantener y reforzar las instituciones” (Marcuse, 1964; 19). La idea de una evolución gradual del capitalismo sustituye a la de cambio cualitativo revolucionario. Es que el capitalismo desarrollado tuvo éxito cuando integró la clase obrera a su sistema de dominación y en particular a las organizaciones obreras.
La elevación del nivel de vida y la disminución de la distancia entre patrones y obreros en cuanto a bienes de consumo, permitió la desaparición progresiva de los intereses de la clase obrera. Gracias a las técnicas de publicidad de masas, el capitalismo logró crear en el obrero necesidades para fortalecer la dominación de los poseedores. Es por eso, que la mayor parte de los trabajadores comparten las necesidades estabilizadoras y contrarevolucionarias de la clase media. La clase obrera aburguesada aspira a niveles de consumo mayores y ve en los intelectuales de izquierda un peligro al cuestionar el sistema.
La mecanización disminuyó al máximo la energía física requerida para el trabajo. El proletario a quien el capitalismo compraba la energía humana y la explotaba para extraerle el máximo de plusvalía, desapareció de los países capitalistas. En las sociedades modernas el proletario ha sido sustituido por el obrero que se está integrando cada vez más a la sociedad tecnológica. Las mismas ocupaciones cambian; la cantidad de trabajadores de “cuello duro” e improductivos crece sin cesar.
En Francia e Italia, los partidos comunistas se debilitan y se integran a la sociedad capitalista; ahora tienen un programa limitado, que elimina la posibilidad de tomar el poder por medio de la revolución y se contentan con cumplir el papel de oposición parlamentario en el sistema establecido. El partido marxista-leninista, que tenía como misión desarrollar la conciencia política de las masas obreras, fue obligado a integrarse al proceso democrático burgués y a solicitar para sus miembros reivindicaciones de carácter económico, de manera tal que en vez de promover el crecimiento de una conciencia política radical, contribuye a inhibirla. Según Marcuse, la herencia histórica de la clase obrera son los investigadores, técnicos, especialistas e ingenieros, en virtud de que ocupan posiciones importantes de control en el proceso de producción, pueden detenerlo fácilmente. La clase de los técnicos, esta nueva clase obrera, esta inteligencia instrumentalista, está en condiciones de alterar el modo y las relaciones de producción, y darle un nuevo curso. Para ello, los técnicos deben renunciar a su mentalidad de tecnócratas, ya que la tecnocracia mantiene y mejora el sistema de dominación. Aceptar la posibilidad de que la tecnología y la técnica se pongan al servicio de las necesidades del hombre libre conformaría una revolución contra los tecnócratas.
Marcuse, sin embargo, es escéptico respecto del papel revolucionario de los técnicos, ya que en la actualidad son los mejores pagados y más favorecidos por el sistema capitalista. Mientras dicho sector permanezca aislado, solo podrá encarar una revolución tecnocrática, es decir, una transformación del capitalismo desarrollado en un capitalismo tecnocrático de Estado, pero no aspirarán a la instauración de una nueva sociedad. Estas observaciones de Marcuse son compartidas por Noam Chomsky en su obra L´Amérique et ses nouveaux mandarins. Los técnicos así definidos son sumisos a la tecnocracia y trabajan para el mantenimiento del orden existente. Chomsky es un representante prestigioso de la nueva izquierda norteamericana, por la que siente Marcuse inocultable simpatía.
La nueva sociedad debe recurrir a otras fuerzas, en virtud de que no cuenta ni con la clase obrera, ni con los técnicos, ni con el Partido Comunista. Estos aliados, según Marcuse, son los estudiantes. Al efecto dice: “Veo en la oposición estudiantil actual uno de los factores más decisivos de cambio en el mundo, como un fermento muy activo que quizás se transforme algún día en una fuerza revolucionaria” (Marcuse, 1968; 41).
A veces se oye decir que Marcuse inspiró las rebeliones estudiantiles en todo el mundo. Esto es falso. La mayor parte de los estudiantes rebeldes, incluyendo los “enragés”, (que traduce rabiosos), que se aplicó a los estudiantes que apelaban a la violencia, especialmente en mayo de 1968, en París, ignoraban lo escrito por Marcuse y su existencia. Lo que pasó fue que coincidieron en la crítica común de la sociedad de consumo y se apoyaron mutuamente. Marcuse veía en la acción estudiantil la realización de sus proyectos y los estudiantes veían en el pensamiento de Marcuse la justificación de su movimiento.
Marcuse ve en la oposición estudiantil el germen de la revolución, una fuerza prerevolucionaria que no puede hacer nada profundo sin la ayuda de otras fuerzas; es sólo una posibilidad de liberación, a la cual para llevarse a la práctica, le falta potencia material. Pero es el “fermento de la esperanza” y prueba que la idea de una sociedad libre responde a una necesidad real. Opina que el movimiento estudiantil tiene un papel histórico ya que son quienes proporcionarán los cuadros de la sociedad; y el carácter estético-sexual de su rebelión contra la moral oficial es un serio elemento de desintegración para la sociedad existente.
Las formas de oposición obedecen por una parte, al esfuerzo teórico de estudio y enseñanza, que conllevan a veces a la creación de universidades críticas, a fin de que la actividad intelectual no sea reducida y monopolizada por los poderes establecidos que se expresan por medio de la universidad oficial. Por lo tanto, se trata de contrapolitizar la universidad y no de politizarla.
Lo que pueden hacer en lo inmediato los estudiantes, es denunciar los errores e injusticias de la sociedad presente, y posteriormente actuar en función de las condiciones propias de cada país en el que se encuentran. En Estados Unidos, abogar por el fin de la guerra en Vietnam. Su tarea más urgente es “organizarse en escala mundial, estableciendo relaciones entre los movimientos estudiantiles de los distintos países” (Marcuse, 1968; 59-41).
Marcuse ve en el fenómeno de los hippies, algo interesante, pues se han negado a participar de la sociedad de la abundancia. Con sus cabellos largos y mugrientos, sus costumbres primitivas y su sentimentalismo bucólico, creen cuestionar y rechazar el mundo del dinero, la violencia y la guerra. “Eso, ya es un cambio cualitativo de la necesidad” ya no es la necesidad de coches, comodidad, televisión, sino más bien la negación de dichas necesidades. Buscan un mundo original, una existencia genuina y natural, hecha de placer y escasez, con un cierto erotismo de la mugre, en un trasfondo de naturaleza virgen y de no violencia, de marihuana y de promiscuidad.
Hoy día, son los frentes nacionales de liberación de los países subdesarrollados, los únicos en los cuales coinciden los dos factores históricos de la Revolución, para que insurja la sociedad libre. Estos son, el factor objetivo, la base humana de producción, en este caso el proletariado rural y también el naciente proletariado industrial, y el factor subjetivo, la conciencia política y la necesidad de cambio como necesidad vital. Sin embargo, dichos frentes nacionales no son lo suficientemente fuertes para derrocar el capitalismo, a menos que se produzca una alianza entre el Tercer Mundo y los movimientos que actúan por la rebelión dentro de los propios bastiones del capitalismo.
Táctica y estrategia revolucionarias
Al igual que la teoría crítica, la práctica política a la que interesa la tarea de transformar las posibilidades en realidad, no puede descansar en una concepción de la revolución que data del siglo XIX o de comienzos del siglo XX y que ya no es válida, salvo en una gran parte del Tercer Mundo. La idea de tomar el poder mediante una sublevación en masa dirigida por un partido revolucionario, que impondría un nuevo poder central para iniciar los cambios fundamentales. Esta estrategia no es válida para los países industrializados y en éstos los partidos marxistas recurren a la estrategia a largo plazo de los frentes populares; y donde la clase obrera se integró al sistema establecido, dicha estrategia es inconcebible.
Los únicos principios generales, según Marcuse, de la estrategia revolucionaria son los del rechazo absoluto y la solidaridad. Rechazo absoluto, gran rechazo, ruptura. Estas palabras son frecuentemente utilizadas por dicho pensador judío. No se puede ni siquiera pensar en pactar con el enemigo. Siendo el gran defecto de la sociedad represiva el de integrarlo y uniformarlo todo, incluyendo toda manifestación de crítica, ninguna práctica política tendría la posibilidad de acabar con esta servidumbre sino logra situarse fuera del orden establecido.
Condiciones que deben reunir los agentes revolucionarios
La enfermedad que se trata de curar es el esclavizamiento de la conciencia bajo la ley de la administración total de la sociedad de consumo, el cambio radical debe iniciarse en la conciencia misma. La transformación de la conciencia es la primera etapa hacia el cambio de la existencia social, hacia la aparición del nuevo sujeto. Dicha labor no es fácil; se trata de despertar la conciencia de un marasmo que la anestesia y le impide darse cuenta de su propia desdicha. Se trata en otras palabras, de reeducar la conciencia y con ella el saber, la percepción y el sentimiento a fin de que capten lo que sucede: el crimen contra la humanidad. La dominación represiva no usa el terror para dominar las conciencias sino la astucia y la persuasión falaz, destruyendo toda facultad crítica.
Nadie puede conducir la revolución necesaria si no está convencido de que las fuerzas productivas y técnicas para llevarla a cabo ya existen. Por eso es urgente educar las conciencias en este sentido. ”Estoy convencido de que la liberación de la conciencia, el trabajo tendiente a desarrollar la conciencia es una de las tareas fundamentales del materialismo revolucionario actual” (Marcuse, 1968; 24). Es necesario además, el factor objetivo, llamado organización, pues, la sociedad represiva aplasta al hombre bajo el peso del poder y dominación de tal manera que la conciencia más libre está condenada a la impotencia desde el mismo momento en que quiera oponérsele. Por eso es apremiante trabajar en dos frentes simultáneamente: Liberar la conciencia y a la vez infiltrarse por todas las grietas del sistema existente.
El sistema establecido se sirve del creciente poder que ejerce, para perfeccionar su misión de explotación y opresión, hasta transformarla en un totalitarismo del que es imposible evadirse. La liberación de la conciencia es la condición previa de la acción revolucionaria. Ahora bien, ¿Cómo orientar a quienes aceptan la sociedad tal como es? ¿Encuentran en ella bienestar, seguridad, hasta llegan a defenderla contra todos aquellos que la cuestionan, por ejemplo, los obreros norteamericanos o alemanes en contra de los estudiantes revolucionarios? ¿Cómo hacerles entender que la verdad de su conciencia y felicidad está en la revolución?
El principio básico del marxismo es trasladar lo económico hacia lo político, superar las reivindicaciones salariales para cuestionar el propio sistema capitalista. El hombre debe buscar el camino que lo lleve de la conciencia falsa a la verdadera, de su interés inmediato al real. El estado de adormecimiento, adoctrinamiento y regimentación de la sociedad contemporánea, elimina cualquier esperanza de provocar el surgimiento de nuevas necesidades mediante una evolución progresiva. Entonces, aparece como hipótesis, la idea de la dictadura como condición liberar esas nuevas necesidades, para provocar el nacimiento de esas nuevas ideas. Una dictadura muy diferente a la dictadura del proletariado prevista por el marxismo; dictadura en el sentido de contraadministración, una administración que elimine las suciedades difunde la administración actual.
En cualquier caso, no es una tarea fácil reeducar las conciencias, implantar nuevas maneras de ver, escuchar, sentir o comprender las cosas y avizorar en una lejanía todavía virtual un mundo del que estarían proscriptas la agresividad y la explotación. “La construcción de una nueva sociedad es impensable sin una nueva sensibilidad y una nueva conciencia de los hombres. Éstos deberían hablar un lenguaje nuevo, tener gestos e inclinaciones diferentes. Tendrían que haber desarrollado en sí mismos una barrera instintiva contra la crueldad, la brutalidad y la fealdad" (Marcuse, 1969; 34).
Esta transformación afectaría también la división social del trabajo y las relaciones de producción. Las pulsiones de la vida superarían a la agresividad y el sentimiento de culpa. Los hombres gozarían de su humanidad sin remordimientos, de la ternura, la sensibilidad y no tendrían vergüenza de sí mismos. Marcuse cree que la primera rebelión poderosa contra la sociedad existente, la de mayo francés, es una de sus expresiones. Esta nueva sensibilidad se convirtió en una fuerza política y una praxis. El pensador alemán siempre ha sostenido que sin sentimientos, ideas morales o emociones no se puede hacer política ni tampoco ciencia.
Antes que en el plano sociopolítico, en el cual se podrá lograr definitivamente la caída del sistema, es en el plano cultural donde debe comenzarse el intento de aniquilación del sistema imperante. Eso significa que del lenguaje, las costumbres, el arte, el modo de vida en general, deben partir los primeros intentos serios para desmantelar la fortaleza del orden establecido.
El arte contemporáneo constituye otra forma de negación y rebelión contra la sociedad. Se trate de artes plásticas, literatura o música, el arte contemporáneo no es la sustitución de un estilo por otro, sino que conforma un intento de descomposición de la propia estructura de la percepción. Todavía no se ha hallado el nuevo objeto de la percepción artística pero el objeto tradicional es rechazado junto con el realismo del arte. Por eso hay que hacer estallar esta falsa inmediatez, a fin de liberar la sensibilidad de todo esclavizamiento social represivo.
Condiciones previas de parte del capitalismo
Pese al poder y al dominio que tiene la sociedad represiva y el capitalismo que la inspira, la sostiene y la protege, siempre ofrece flancos y desaciertos para atacarla y criticarla. Es un principio de la teoría marxista que el capitalismo sucumbirá debido a sus propias contradicciones internas, pese a que dicha sociedad de consumo ha tenido la habilidad de integrar todas las fuerzas hostiles en un solo continuo férreamente unificado.
Dentro de las contradicciones internas del capitalismo, se menciona principalmente, la existente entre el desarrollo inaudito de las fuerzas productivas y la riqueza social, y por otro lado, la utilización destructiva y represiva de las fuerzas de producción, en guerras y derroches, es más pronunciada que nunca. No obstante, es conveniente acelerar dichas contradicciones internas para acentuar el debilitamiento de los países capitalistas. Cualquier crisis, bien sea de orden económico o moral, puede llevar a este debilitamiento.
Las consecuencias que seguirán a la guerra de Vietnam, como la reconversión de la economía, la desocupación a la que dará origen, la saturación de los mercados, el derroche, las reivindicaciones salariales estimuladas por el aumento del nivel de vida, todo esto, en suma, hace que el capitalismo no esté exento de una crisis económica. Sin embargo, esta crisis no sería suficiente para abatir el sistema imperante, ya que el Estado capitalista, en tanto permanezca, podrá paliar la lucha de clases en el marco del capitalismo.
Métodos y realizaciones
Ahora bien, ¿La transformación de la sociedad debe efectuarse en medio de un clima democrático o de la revolución? ¿Mediante reformas graduales y lentas o utilizando la violencia? ¿Cómo evolución o como ruptura? Parecería natural por el tipo de planteamientos que ha hecho Marcuse, que tanto insiste en una ruptura radical entre la sociedad futura y no represiva y la actual, no debe postular otra metodología que el de la ruptura y revolución. Según las circunstancias y el contexto, la misma tendencia revolucionaria puede imponer prácticas diferentes, como métodos reformistas. Es sólo cuestión de estrategias para llegar a instaurar una sociedad radicalmente nueva.
Marcuse no niega la práctica reformista pues piensa que se deben utilizar todas las posibilidades al máximo pero opina que la oposición exclusivamente utilizando la vía democrática, no es suficiente. “Hay que utilizar todas las posibilidades de educación, información y esclarecimiento que existen en el interior del sistema, sacar provecho de toda reforma que se le pueda arrancar” (Marcuse, 1968; 112). Cualquier tipo de oposición debe ir acompañada de una oposición extraparlamentaria así como del trabajo de educación en el marco establecido y la oposición radical que tienda a trascender el orden establecido.
La oposición en referencia, a menos que sea un ritual inocente o un movimiento ritual y simbólico, debe tomar partido por la desobediencia civil, ya que negarse a recurrir a la violencia es, en muchos casos, condenarse a la ineficacia y hacerle el juego al orden existente. Contra la violencia institucionalizada se dirige la violencia ilegal de la resistencia. Tanto la violencia de la opresión como la violencia de la liberación son fuerzas históricas y continuarán siéndolas. La prédica de la no violencia incondicional perpetúa la violencia institucionalizada del orden establecido. Además, la violencia institucionalizada se extiende en las sociedades actuales en todo el cuerpo social mientras que la violencia de la oposición se restringe a grupos particulares.
Ahora, ¿Cómo conciliar esto con los sentimientos humanitarios y las metas humanas que Marcuse predica? Ël responde que si un movimiento revolucionario origina siempre el odio, los filósofos y conductores del movimiento deben evitar que el odio se transforme en crueldad, brutalidad, terror, elementos que forman parte del universo de la represión. La ideología radical debe ceder terreno a la táctica en la práctica. Hay que recurrir a la violencia cuando es la única salida posible pero sin buscarla por sí misma. El enfrentamiento por sí mismo es absurdo.
No es por odio a la democracia que se debe combatir; al contrario, declara Marcuse, “nadie es más partidario de la democracia que yo. Mi objeción es que hoy no existe democracia en ninguna de las sociedades existentes. Se ha establecido cierta forma democrática muy limitada e ilusoria, plena de desigualdades mientras se debe crear las verdaderas condiciones de la democracia” (Marcuse, 1968;35).
Refiriéndose a la guerra del Vietnam, dice que representa una alternativa decisiva en el desarrollo del sistema, quizás es el comienzo de su fin, en cuanto suministra una rotunda prueba de que el cuerpo y la voluntad de los hombres pueden tener a raya, con armas de pobres, a la maquinaria de aniquilamiento más perfeccionada y eficaz de todos los tiempos. En general, los pueblos del Tercer Mundo conformado mayoritariamente por un proletariado agrario mantenidos en un estado de frustración mental y material, desorganizados políticamente carecen de otro recurso que no sea la guerrilla basada en el apoyo de la población local y las ventajas del terreno.
Esta es la gran oportunidad ofrecida a las fuerzas de liberación. Pero esta oportunidad es mínima puesto que ningún poder establecido permitirá que se repita el ejemplo de Cuba. Estas luchas del tercer Mundo tienen una importancia histórica ya que mantienen vivas las esperanzas de una nueva sociedad de liberación, al mantener una herida siempre abierta en los flancos del capitalismo internacional infectando al sistema en diferentes puntos. Mantienen viva la combatividad de los pueblos proletarios y tienen un valor moral de educación: en la constante lucha, hacen el aprendizaje de la nueva forma de vida que se trata de crear.
No obstante, consideradas en el nivel de estrategia mundial, estas rebeliones de hormigas no podrán abatir por sí solas al capitalismo mundialmente organizado. La Unión Soviética y China parecen verse obligadas a ejercer una contrapresión con respecto a la dominación capitalista. Según Marcuse, nuestra época es un período de transición entre la sociedad de represión en la que aún estamos y la sociedad libre cuyos contornos apenas percibimos. Se trata de un período de preparación psicológica, subjetiva, cultural y moral que nos lleve a anular viejas costumbres, ideas, sentimientos, incluso instintos que durante siglos de represión formaron, para finalmente transformarnos en una nueva sociedad.
En una época en que las diversas interpretaciones teóricas del marxismo han originado tantas escuelas, en la que el estructuralismo, en particular, revolucionó la teoría marxista, específicamente la comprensión renovada de Marx por la lectura original dada por Louis Althusser, Marcuse no se nos presenta como un teórico. Su única obra de pensamiento teórico-marxista, Razón y revolución, a pesar de algunos pasajes de Hegel a Marx, no contiene nada muy original. Marcuse no hace ningún enfoque nuevo sobre Marx ni sobre El Capital u otros escritos marxistas. Su actitud es la de un sociólogo pero no la de un teórico.
Es más original, la síntesis que hace en su pensamiento entre el marxismo y el psicoanálisis. Reich ya lo había intentado antes que Marcuse pero fue él quien utilizó dicha síntesis como instrumento de una crítica radical de la sociedad industrial avanzada al mismo tiempo que el modelo de la sociedad futura que busca. Este modelo es el aporte original de Marcuse a la sociedad contemporánea. El marxismo de Marcuse, en resumen, no muy original como teoría ni como práctica, consiste básicamente en la preocupación constante por la liberación del hombre alienado. Esta es la tendencia que sostiene la reflexión crítica y alimenta la resistencia revolucionaria. Pero cuando se fundamenta en el materialismo histórico, esta preocupación humanista de liberación, pacificación y búsqueda de felicidad en la justicia constituye una tendencia marxista; así lo sostiene el marxismo tradicional. Jamás renunció a ese impulso de juventud.
Bibliografía
Marcuse, Hebert (1963). Eros y Civilización.
Marcuse, Hebert (1964). El Hombre Unidimensional.
Marcuse, Hebert (1968). El Fin de la utopía.
Marcuse, Hebert. (1969). Hacia la liberación.
Masset, Pierre. (1969) El Pensamiento de Marcuse.
Marcuse era un desconocido para los franceses hasta que se produjeron los hechos de mayo de 1968. Sólo unos pocos conocían de este filósofo de origen germano que había nacido en Berlín en 1898, que era representante del freudo-marxismo alemán de la década del treinta, cuya condición de marxista y judío lo obligó, ante la llegada del nazismo a refugiarse en Europa y luego definitivamente en Estados Unidos, a partir de 1934. Trabajó en varias universidades pero se estableció definitivamente en la Universidad de San Diego, California.
Una vez que estallaron los hechos de mayo, sobre las barricadas y sobre los muros de la Sorbona, señorearon como dueñas de la Revolución, las tres M: Marx, Mao, Marcuse. Marcuse se elevó por encima de los dos gigantes del marxismo. Sus libros comenzaron a tener abundante demanda y éxito. Una vez terminados los incendios a mediados de mayo, apareció El hombre unidimensional. Luego aparecieron, El fin de la utopía, Razón y revolución; luego, en marzo de 1969, Hacia la liberación; en mayo de dicho año, Filosofía y revolución.
A principios de mayo de 1968, se organizaron jornadas marcusianas, y luego de los acontecimientos se formaron círculos de estudios, asambleas generales críticas, grupos de investigación, en los que las obras de Marcuse fueron estudiadas y difundidas con mucho entusiasmo. Algunos grupos de analistas, le endosaron a Marcuse la paternidad ideológica de los acontecimientos de mayo, cuestión que lo sorprendió. Sin embargo, no puede negarse que muchas de las consignas utilizadas como, la crítica de la sociedad de consumo, la represión, la rebelión sexual, la imaginación al poder, constituían planteamientos que Marcuse había hecho.
Marcuse retoma en todas sus obras el tema de no pactar con la sociedad industrial avanzada ni con la represión. Nada de reformismo sino ruptura, negación total. Rechazar todo lo que oliera a esta sociedad, ya que aceptar cualquier tópico sería soportar el engranaje del sistema y convertirse en su más cercano cómplice antes de ser su prisionero. Sólo el rechazo total y radical es una defensa eficaz, al mismo tiempo que se constituye en la condición primera para edificar luego, sobre las ruinas del sistema existente, la nueva sociedad.
No obstante, Pierre Masset considera que al cuestionar todo se expone a su vez Marcuse, a ser cuestionado. Sus seguidores se encontrarían en una situación embarazosa, divididos entre el miedo a traicionarlo si lo critican y traicionarlo también si no lo cuestionan. Adoptar un padre adoptivo incuestionable, ¿no sería traicionar el mensaje de cuestionamiento del maestro de San Diego? Esto se haría en nombre no de la negatividad total sino en nombre de la reflexión filosófica.
L crítica de la sociedad industrial avanzada
El hombre unidimensional fue publicado en Boston en 1964 y fue traducido al francés en mayo de 1968; lleva por subtítulo Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada. En dicha obra Marcuse considera al capitalismo norteamericano, fiel modelo de la sociedad industrial avanzada, como la vía para lograr una sociedad cerrada, una sociedad que controla e integra todas las dimensiones de la existencia tanto privada como pública, que administra metódicamente los instintos humanos; una sociedad en la que cualquier forma de negación del orden establecido se reprime y se convierte en factor de cohesión y adhesión.
Dicho proceso de integración, se realiza “sin terror explícito o abierto, puesto que la democracia consolida la dominación de manera más eficiente que el absolutismo. Libertad administrada y represión instintiva se transforman en fuentes renovadas de la productividad”. Esta productividad se convierte en destrucción, no sólo en Vietnam sino destrucción del hombre en general, de la naturaleza; derroche de materias primas, de fuerzas de trabajo, envenenamiento del aire, del agua, violencia, ostentación desvergonzada del mal. La sociedad industrializada avanzada o sociedad de consumo, se caracteriza por la producción y la destrucción.
La lucha por la existencia, la explotación del hombre y la naturaleza se convirtieron en más científicas y racionales pero al mismo tiempo triunfan el derroche, la inseguridad y la destrucción. “Esta sociedad en su conjunto es irracional; su productividad destruye el libre desenvolvimiento de las necesidades y facultades humanas; su paz no se mantiene sino por la amenaza constante de la guerra” (Marcuse, 1964; 15-17). En Hacia la liberación, plantea el carácter de obscenidad para expresar lo irracional y absurdo, así como lo inmoral de la sociedad de consumo. Exponer impúdicamente mercaderías en exceso, hartarse de comida y llenar de ella los recipientes de basura mientras existen innumerables víctimas del hambre, es en realidad una obscenidad. Igualmente, esta sociedad de abundancia “es obscena en los discursos, en las sonrisas de sus políticos y sus oradores, en sus plegarias, en su ignorancia, en la falsa sabiduría de los intelectuales que mantiene” (Marcuse, 1969; 18).
Esta sociedad industrial podría ser llamada sociedad unidimensional, ya que todo está estandarizado, uniformado, perfectamente integrado según normas comunes y todo en ella, hombres y cosas, aparece pasado por el tamiz del conformismo social. Las necesidades de los sujetos están condicionadas, impuestas por los intereses de los grupos sociales dominantes: Automóvil, televisión, artículos para el hogar, producidos según las leyes mercantiles del beneficio, apareciendo impuestos a la existencia cotidiana de los individuos. En esta sociedad, el individuo queda despojado de toda personalidad, carece de espesor y relieve, es un ser unidimensional. No le quedan otros medios para afirmar su autonomía que la agresividad o la estupidez: conducir un automóvil, comprar un fusil, manipular máquinas mecánicas o perder el tiempo con la televisión.
Publicidad y lenguaje
La publicidad es una de las características de la sociedad industrial avanzada. “Los agentes de la publicidad fabrican el universo de comunicación en el que se expresa el comportamiento unidimensional” (Marcuse, 1969; 110). El universo en el que vivimos es un universo manipulado, en el que las formas de pensamiento dialécticas, bidimensionales, ceden cada vez más el lugar a los hábitos de pensamiento sociales y al comportamiento tecnológico. La sociedad de consumo somete el lenguaje a un tratamiento reductor y estandarizado. Palabra y lenguaje se impregnan de elementos mágicos, autoritarios y rituales. La expresión está dirigida a la eficacia, el rendimiento y el beneficio, y es un factor poderoso de condicionamiento de los espíritus.
El principio de operacionalismo tiene en el mundo tecnológico la misión de identificar las cosas y sus funciones, cuestión que se traduce en el plano lingüístico por la identificación de la palabra y el concepto; más apropiadamente, el concepto es absorbido por la palabra y esta remite al comportamiento fabricado y estandarizado por la publicidad. Todo es sometido al interés del comercio y las técnicas de la publicidad permiten una manipulación y un condicionamiento perfecto de los espíritus. Así, el discurso público atrapa a los individuos en el ámbito de una visión uniforme. Se manipula el vocabulario, que habla hipócritamente de la moralidad para servir a los intereses de una sociedad inmoral: la categoría de obscenidad tan apropiada para dicha sociedad, “nunca se aplica al comportamiento moral del orden existente, sino siempre al de los otros” (Marcuse, 1969; 18).
Simplificación, unificación, inmediatez, univocidad, funcionalismo pero también represión y autoritarismo: Estas son los rasgos del lenguaje cerrado al que nos condena una sociedad que tiende por completo a la utilidad y al beneficio. Dicho lenguaje se difunde en todo el mundo, lo mismo en el ámbito capitalista que en el comunista. Hasta en el mundo del ocio que debería corresponder por excelencia a la libertad y la fantasía individual, está colonizado por la sociedad tecnológica, comercializado y entregado a una explotación racional. Así los placeres modifican nuestros gustos y necesidades, y cuando se trata de ocios culturales como la televisión, el cine o la radio, imponen sus esquemas a nuestro lenguaje.
Cultura y Arte
Marcuse estudia el fenómeno de la uniformación e integración, característico de la sociedad de consumo, al que en El Hombre Unidimensional le ha dado el nombre de “desublimación represiva”, que consistiría en igualar con el rasero de lo inferior. “El culto a la personalidad, a la autonomía, al humanismo, al amor trágico y romántico, es el ideal de una época superada”. Dicha cultura se halla cuestionada por la realidad misma, ya que el hombre moderno, gracias a la racionalidad tecnológica, puede superar a los héroes y semidioses propuestos por la cultura de antaño, es que la realidad de hoy trasciende a la ficción de antes.
Esta dimensión de la realidad que era la cultura superior decrece hasta desaparecer. Sus elementos de oposición, de alteridad, de trascendencia con relación a la realidad social vivida, no son negados ni rechazados sino incorporados al orden existente. Lo cultural pierde su valor, porque ya no garantiza la bidimensionalidad del hombre y se vuelve realidad; con esto pierde toda su fuerza de cuestionamiento ya que está integrado y triturado por la sociedad de consumo. Los medios de masas sólo conocen como denominador común la forma mercantil, y como único valor el valor de cambio.
El amor trágico de Romeo y Julieta o de Madame Bovary, que era un cuestionamiento a la sociedad, ya no está presente en las historias de amor de la literatura contemporánea; es que la sociedad tecnológica suprimió a los héroes trágicos eliminándolos, anulando todos los tabúes, diluyendo sus historias destruyendo la sustancia misma del arte. Platón, Hegel, Shelley, Baudelaire o Marx, Bach o Freud, eran acusadores contra este mundo de la ganancia. Pero en el comercio se convierten en un elemento de la sociedad de consumo, explotados ellos mismos y explotando, instrumentos al servicio de la dominación. En definitiva, las artes se convierten en sencillos “engranajes de una máquina cultural que remodela su contenido” (Marcuse, 1964; 90).
Sexualidad
La sociedad tecnológica refuerza la dominación; la mecanización transformó la libido; focalizó la libido para cumplir con las necesidades del trabajo y del rendimiento. Lo erótico quedó reducido a la sexualidad. El mundo tecnológico al que debe adaptarse no le parece hostil y si lo erótico quedó debilitado, la sexualidad se volvió más intensa.
En esta sociedad de consumo la libertad sexual es grande, y todo lo que tenga que ver con el sexo tiene valor comercial. Es que el sexo se integró a las relaciones públicas y de trabajo; componentes libidinosos fueron integrados a la producción y circulación de mercancías. El resultado de esta sabia manipulación es la sumisión del individuo y la desaparición de la protesta. Esta desublimación de lo erótico y su degradación en lo erótico suministra placeres aunque sea sólo una seudoliberación. Mientras que la sublimación preservaba la necesidad de liberación, la desublimación controlada debilita la rebelión de los instintos contra la sociedad establecida. Este es el planteamiento central de Marcuse sobre la desublimación represiva de la sexualidad.
Según Freud la civilización descansa en el sofrenamiento constante de los instintos. “La felicidad no es un valor cultural sino que está subordinada al trabajo, a la reproducción y a las leyes del orden social” (Marcuse, 1963; 15). Eros sin barreras es tan fatal como su contrapartida mortal, el instinto de muerte. Bajo la influencia de la realidad exterior, que es el mundo sociohistórico en el cual vivimos, los instintos del animal se vuelven pulsiones humanas. Sublimación, proyección, represión, designan las mutaciones de los instintos gracias a las cuales el animal humano se convierte en ser humano. A esto es lo que llama Freud transformación del principio del placer en principio de realidad.
Los deseos del hombre ya no le pertenecen, son organizados por la sociedad, y este proceso de represión de los instintos, que se da tanto en el desarrollo de la especie como del individuo, debe ser retomado por la civilización para detener los ataques de lo reprimido. Según Freud, esta represión es impuesta por la lucha por la existencia, es de índole económica: la escasez de los medios de subsistencia obliga a la sociedad a limitar el número de sus miembros y a volcar sus energías de la actividad sexual hacia el trabajo. Freud considera el principio del placer y el principio de realidad como permanentemente antagónicos; según él, una civilización no represiva es imposible, y la represión aumenta en proporción a la civilización misma.
En el ámbito de la sexualidad la organización represiva se manifiesta en la subordinación de los instintos parciales a la genitalidad procreadora. Todo lo que no tiene que ver con la procreación se vuelve prohibido bajo el nombre de perversión. La sexualidad deja de ser un principio autónomo que rige todo el organismo, y se transforma en “una función temporal especializada, un medio para alcanzar un fin” (Marcuse, 1963; 47). Para Marcuse es el principio de rendimiento el que suministra esta transformación, ya que en la civilización contemporánea todo se dirige hacia la ganancia, la competencia, la expansión creciente. Mediante la división del trabajo cada vez más especializada, los individuos quedan apresados en un aparato que le es ajeno. No viven su vida sino que cumplen funciones preestablecidas, trabajan para la alienación.
La sociedad sin oposición
Los efectos combinados de la desublimación cultural y artística así como los de la desublimación sexual, la publicidad y la represión llevan a la sociedad tecnológica a un estado de hipnosis o anestesia. Los términos embotamiento, encerramiento, sociedad sin oposición, utilizados por Marcuse lucen apropiados. La tecnología es totalitaria, produce unificación, cohesión e integración social. Así la sociedad industrial avanzada se convierte en un universo político, en el cual por medio del dispositivo de la tecnología, cultura, política y economía se amalgaman en un sistema omnipresente que devora o repele todas las alternativas. En países económicamente muy avanzados, como Estados Unidos o Alemania Occidental se observa a los sindicatos aliarse con el capital para proteger y mantener el orden existente.
La mecanización reduce gradualmente la energía física requerida por el trabajo y el obrero moderno, que se parece poco al proletario descrito por Marx, está por integrarse a la sociedad tecnológica. Las ocupaciones tienden a asimilarse y la proporción de trabajadores de cuello duro y no productivos aumenta sin cesar. Así se atenúa la actitud de negación y oposición. En la civilización industrial los obreros quedan reducidos a ser instrumentos y los mismos técnicos son esclavos de las máquinas que fabrican; aunque son esclavos sublimados puesto que no tienen conciencia de su esclavitud.
Una sociedad es libre si utiliza todas sus potencialidades para satisfacer las necesidades individuales; por el contrario, es dominadora si las necesidades individuales se subordinan a la necesidad social. En nuestras sociedades todas las necesidades humanas, del hombre como animal racional, obedecen al mandato de la explotación y el rendimiento; el individuo pierde hasta el deseo de actuar como hombre libre.
Filosofía y análisis linguístico
En la misma filosofía, en opinión de Marcuse, se puede analizar el impacto de la sociedad industrial avanzada. La filosofía unidimensional aparece como el sistema de pensamiento que subyace a la sociedad unidimensional al tiempo que la expresa. La filosofía positiva, o positivista, se define por oposición al pensamiento negativo, esencialmente dialéctico, en virtud de que es el producto o resultado de una racionalidad tecnológica que busca la eficacia, y de una lógica de dominación al servicio del universo establecido.
En Razón y revolución, escrita durante los años de la guerra, se propuso mostrar que la filosofía positiva, desvirtuando la herencia de Hegel, llegó a través de Comte, Stahl y Von Stein al totalitarismo del poder político establecido; más apropiadamente, al fascismo y al nacionalsocialismo. Se proponía rescatar los estudios hegelianos y el renacer del pensamiento negativo que estaba en etapa de extinción.
Ahora conviene precisar algunos aspectos del proyecto marcusiano de la crítica de la sociedad industrial avanzada. ¿Qué tipo de hombre espera realizar Marcuse? ¿Cuál es el modelo de sociedad que espera construir? ¿Cómo se concibe al hombre en la sociedad, en el proyecto marcusiano?
El mundo nuevo
Rasgos generales de este mundo futuro
Se trata de una revolución y no de reformas. Ruptura, discontinuidad, rechazo del orden establecido. Las nuevas formas de una sociedad humana libre, no pueden concebirse como la prolongación de las antiguas. Si el marxismo quiere continuar siendo la teoría crítica de la sociedad que fue hasta ahora, debe aceptar el escándalo de la diferencia cualitativa. “Debe redefinir la libertad de tal manera que no pueda confundírsela con nada de lo que pasó hasta ahora” (Marcuse, 1968; 15).
La diferencia cualitativa que distingue a la sociedad socialista futura, sociedad de la libertad, de las sociedades dominadas existentes, es la dimensión estético-erótica, idea en la cual el concepto de estética tiene el sentido original de desarrollo de la sensibilidad y que plantea la convergencia de la técnica y el arte, el trabajo y el juego, así como la satisfacción de las necesidades instintivas y las inclinaciones espontáneas del hombre.
Con respecto a los proyectos históricos de la historia contemporánea, la mayor verdad histórica corresponde a aquel de los dos sistemas que procure la mayor productividad sin destrucción y ofrezca “la mayor cantidad de oportunidades para una pacificación” (Marcuse, 1964; 248).La palabra pacificación es utilizada constantemente por Marcuse para designar el estado de apaciguamiento de las necesidades, de satisfacción de los instintos; concepción según la cual la vida libre de los instintos abandonados a sí mismos se expande en feliz armonía de la paz recuperada.
En consecuencia de lo anteriormente escrito, la ruptura radical, la negación total del orden establecido señalan un giro histórico en la orientación del progreso: la existencia humana será cambiada, incluidos el mundo del trabajo y la lucha contra la naturaleza. Tener estas ideas, lamentarse acerca del materialismo del hombre moderno e invitarlo a lo bello y al bien de este mundo y el otro, es demostrar que aún se es prisionero de este mundo de represión.
Se trata de una sociedad en la cual la producción y la productividad estarán organizadas en función de necesidades y metas instintivas que serán la negación de las que predominan en la sociedad represiva. En dicha sociedad las necesidades sublimadas se desarrollarán en ella libremente, y la energía erótica, trabajando en forma social, traerá la cooperación y la solidaridad en la fundación de un mundo natural y social, que rechazará la dominación y la presión represiva, y que tendrá como principio de realidad a la paz. En resumen, la sociedad que debe nacer más allá de la negación total es una sociedad pacificada, estético-erótica, no represiva, de goce y satisfacción.
Posibilidad del advenimiento de la civilización no represiva
La civilización no represiva sólo puede establecerse si desaparecen los factores de represión. Según Freud, el elemento esencial del que depende la organización de la civilización en forma de represión y dominación es la Ananké, la lucha por la existencia. Dicha necesidad fue la impuso el control represivo de los instintos, canalizando sus tendencias polimorfas exclusivamente hacia la función genital reproductora y condenando como prohibidos todas las perversiones en las cuales se consumiría la energía sexual. Así la sexualidad inclinó todas sus energías hacia el trabajo; igualmente, fue la que organizó el trabajo mediante una división social eficaz.
El hecho de que la represión se haya vuelto anacrónica y artificial no significa que vaya a desaparecer. Ella subsiste, se aferra y se fortalece: Cuanto más aumenta la productividad y las riquezas, se impone todavía más la necesidad de liquidar los excedentes, para crear necesidades y condicionar a la clientela, para construir cómplices del bienestar y la dominación a los intereses opuestos, privados o públicos, de los productores, consumidores o vendedores. De esta manera, el sistema económico y administrativo, sin dejar de desarrollarse, se volvería más totalitario.
Una de las fuerzas explosivas que harán saltar el sistema, es la inherente al propio progreso técnico, es la automatización. Esta, “una vez que logró los límites de posibilidades técnicas, es incompatible con una sociedad en la que el proceso de producción descansa en la explotación privada de la fuerza de trabajo humana” (Marcuse, 1964; 60-62). El factor principal de la producción y de la riqueza, ya no es el trabajo humano, ni su tiempo de trabajo sino su poder de productividad, es decir, su capacidad tecnológica de dominar a la naturaleza. La automatización no sólo permite producir más, también permite pasar de la cantidad a la calidad; la fuerza de trabajo separada del individuo se convierte en objeto productivo independiente. Es una verdadera revolución.
El desarrollo de la automatización es una necesidad del capitalismo, por las leyes del beneficio y de la competencia internacional pero le dicta un límite: la automatización generalizada significa el fin del capitalismo, ya que existiría una sociedad en la cual desaparecería la pobreza, en la que el trabajo sería juego y en la que la imaginación permitiría a la humanidad desarrollar libremente todas sus posibilidades.
Las posibilidades técnicas no serán suficiente para que desaparezca la pobreza y para lograr la civilización no represiva, puesto que se deben tomar en cuenta las reacciones defensivas de la sociedad represiva. La civilización debe defenderse contra la posibilidad de un mundo que podría ser libre.
Hacia una reestructuración de los instintos
No es posible cambiar la sociedad si no se intenta cambiar al hombre hasta en sus necesidades e instintos más profundos, ya que el hombre fue transformado por la civilización. En consecuencia, sería ilusorio pretender que un mejor porvenir se logrará con sólo hacer algunas reformas que mejoren el funcionamiento del mercado o de la competencia; hace falta un cambio fundamental en la estructura instintiva como en lo cultural. Para Marcuse, es posible una civilización no represiva en la que pueda ejercerse el libre juego de los instintos. Con esta afirmación, el pensador alemán permanece dentro de la más estricta ortodoxia freudiana.
Al filósofo de la Escuela de Francfurt, le interesa el psicoanálisis como filosofía del hombre; no la terapéutica sino la teoría. Él se propone retomar el pensamiento de Freud para definir sus implicaciones filosóficas y sociológicas. El carácter fijo y no histórico de los conceptos freudianos, entre ellos, la inevitabilidad del antagonismo entre pulsiones y civilización, entre principio de placer y principio de realidad oculta una realidad histórica. La civilización se fundamenta en el principio de la realidad, que persigue lo que es socialmente útil mientras que la civilización moderna se basa en el principio de rendimiento, que es un caso particular del principio de realidad. Igualmente, se debe distinguir la represión fundamental de las pulsiones, sin la que ninguna civilización sería posible, de las coacciones suplementarias que mantienen la dominación social propia de nuestras sociedades modernas y que Marcuse denomina sobrerepresión.
Más allá del principio de realidad: la imaginación
Para Marcuse, los símbolos proporcionados por la imaginación no sólo remiten al pasado sino que tienen valor de arquetipos que pueden servir de modelos para individuos o sociedades maduras. Estos héroes culturales simbolizan actitudes frente a la existencia, actos que determinaron y pueden continuar determinando el destino de la humanidad.
En las sociedades industriales, es la imagen de Prometeo, héroe que se rebela contra los dioses, que domina las fuerzas naturales y crea la civilización, simboliza el trabajo, el Logos, el progreso por medio de la represión; es el héroe típico de la civilización del rendimiento, mientras que Pandora, símbolo de la sexualidad y el placer, está destinada a la maldición. Luego, tendremos que buscar arquetipos diferentes de Prometeo si deseamos lograr una restauración de las pulsiones y una transformación de la existencia.
Orfeo y Narciso, simbolizan la alegría, la realización y la paz; son héroes culturales que nos pueden ayudar a construir un mundo dionisíaco o apolíneo (*) en el que un nuevo principio de realidad le dará a Eros un lugar importante. El canto de Orfeo purifica el mundo animal, reconcilia al león con el cordero y al león con el hombre. Libera la naturaleza, pone en movimiento los bosques y las piedras para que participen de la alegría de existir. Símbolos de belleza y paz, Orfeo y Narciso significan la redención del placer, la detención del tiempo, la absorción de la muerte en un paraíso de silencio, de sueño y de noche, un Nirvana lleno de vida en el que Eros y Thanatos se reconcilian con un beso.
(*) Dionisíaco (apolíneo). Términos creados por Nietzsche, derivados de Apolo que él oponía a Dionisios. En filosofía, Apolo es el Dios de la medida y la armonía mientras Dionisios es el dios de la embriaguez, la inspiración y el entusiasmo. Apolinismo traduce la contemplación extasiada de un mundo de imaginación y de ensueño, del mundo de la apariencia bella que nos libera del devenir. El dionisimo en cambio, concibe activamente el devenir, lo siente de manera subjetiva como la voluptuosidad curiosa del creador mezclada con la cólera del destructor.
Solo el Eros órfico y narcisístico, vuelve libres las cosas de ser lo que son y de realizarse en la belleza. Refiriéndose a Narciso y para justificarse de haberlo evocado al igual que a Orfeo, puesto que es concebido como antagonista de Eros, Marcuse toma la imagen de Narciso de la mitología griega y no de la teoría freudiana de la libido. En la mitología griega Narciso es antagonista de Eros, simboliza el sueño y la muerte, no es que solo se ame a sí mismo sino que vive según su propio Eros en una especie de comunión universal.
De la teoría crítica a la praxis revolucionaria
El conocimiento del marxismo es indispensable para entender a Marcuse. Es casi constante la referencia a Marx explícita o implícitamente. El componente marxista es mucho más antiguo que el freudiano que aparece con su instalación definitiva en territorio estadounidense. Marcuse sólo tenía veinte años cuando la revolución alemana y entonces militaba en las filas de la socialdemocracia, cosa que abandonó en 1919. “Abandoné las filas de ese partido luego del asesinato de Rosa de Luxemburgo porque me convencí de que dicho partido actuaba en alianza con fuerzas reaccionarias, destructivas y represivas” (Marcuse, 1968; 68). Desde ese momento, ese partido se deslizó permanentemente hacia la derecha hasta su completa desubicación de la izquierda.
En la universidad de Friburgo, Brisgau, en la que finalizó sus estudios, experimentó fuerte influencia de Heidegger, cuestión que le permitió ubicar a Hegel. Su tesis sobre la ontología de Hegel y la historicidad fue producto de esta doble filiación. Marcuse llegó así al marxismo hegeliano y heideggeriano, que expuso en artículos que publicó en la revista socialdemócrata Die Gesellschaft. Pronto ingresó a la élite del marxismo europeo o marxismo alemán, junto con Georg Lukács aunque menos comprometido que éste en el ámbito político.
Lukács no disimulaba su hostilidad hacia él, porque veía un neohegeliano de izquierda, un marxista disidente en quien el pensamiento de Hegel y de Heidegger habían desviado la herencia de Marx. Marcuse siempre comulgó con las ideas de la Escuela de Francfurt, especialmente con Theodor Adorno y Horkheimer, pues, los unía una similar preocupación sociológica y la misma identificación con el marxismo.
En Estados Unidos escribió Razón y revolución, que publicó en 1941, contra el fascismo y el nazismo. Allí sufrió la creciente influencia de Freud, abriéndose cada vez más a las preocupaciones de orden psicoanalítico y sociológico. En el plano político, después de abandonar la socialdemocracia, se volvió hacia el comunismo pero sin adherirse plenamente a él, pues en la medida que la experiencia stalinista multiplicaba sus errores, se alejó profundamente del comunismo soviético.
El marxismo como teoría crítica
La teoría marxista es una crítica en la medida en que sus conceptos condenan el orden establecido en su totalidad. La intención crítica del marxismo coincide con la intención de Hegel, independientemente de los azares del hegelianismo y su posteridad positivista. Marcuse considera al pensamiento negativo como la fuerza motriz del pensamiento dialéctico empleado como instrumento para analizar el mundo de los hechos en los propios términos de su inadecuación interna. A pesar de que cuestiona el análisis marxista en muchos puntos considera que es el mejor instrumento de que dispone el ser humano para criticar el orden establecido. El mayor reproche que le hace Marcuse al marxismo es no haber sido lo suficientemente radical.
El marxismo debe arriesgarse a redefinir la libertad de manera tal que no se la pueda confundir con nada de lo que conoció hasta ahora. En lugar de continuar criticando al socialismo en el marco del desarrollo de fuerzas productivas y de tener en cuenta exclusivamente el aumento de productividad, debemos aceptar el riesgo de discutir la diferencia cualitativa que separa a la sociedad socialista, como sociedad de la libertad, de las sociedades establecidas.
Marcuse insiste en unir la teoría crítica al marxismo como complemento que contenía sólo en sus principios. Entonces se podría hablar de superación del marxismo en el sentido de extensión y enriquecimiento. Dada la diferencia de la época en la que escribió Marx y el tiempo actual, es inevitable que su teoría esté desfasada de la realidad de hoy. Cuando menciona que el reino de la libertad no puede existir sino fuera del reino de la necesidad, esto es cierto en cierto sentido. No obstante, sería más profundamente verdadero afirmar que la diferencia cualitativa que diferencia a la sociedad libre consiste en dejar aflorar el reino de la libertad en el reino de la necesidad, de manera tal que el trabajo mismo participe de esta libertad, contrariamente a lo que pensaba Marx.
El análisis científico de Marx no podía admitir que el trabajo pudiera convertirse en juego, cuestión que era más apropiada del utopista Fourier. Pero en nuestra época la tecnología eliminó la utopía y todo se vuelve posible, cuestión que Marx no podía prever. De igual manera la historia se desarrolló de manera distinta a la prevista por Marx; la revolución no triunfó en el país más industrializado sino que lo hizo en el más atrasado de Europa; el capitalismo no se esfumó sino que es cada vez más próspero. Marx subestimó la productividad del capitalismo que logró elevar el nivel de vida en los países capitalistas y reforzar el sistema. Puede decirse que el concepto de proletariado en los países industrializados avanzados es un concepto mitológico, dado el nivel de vida de las clases trabajadoras. La idea de Marx, considerando lo que es el socialismo hoy día, es sencillamente un sueño.
El marxismo soviético se esfuerza por disimular sus contradicciones; se atiene a la teoría marxista clásica pero en la práctica se adapta a la realidad con lo cual contradice la teoría y la práctica. Así, Lenin reemplazó en la práctica el proletariado como conciencia revolucionaria por el aparato del partido, pero manteniendo en la teoría la noción de proletariado revolucionario. De igual manera, Stalin después de la última guerra desarrolla la política de lo dos bloques con lo cual reconoce abiertamente la unificación internacional del capitalismo.
Los agentes de la lucha revolucionaria
Marx siempre consideró al proletariado como la clase revolucionaria, ya que ha sido la víctima de la explotación capitalista, es depositario según el pensamiento de Marx, del destino de la revolución. Pero ya no ocurre lo mismo, puesto en la sociedad de consumo, la clase obrera está ligada al sistema de las necesidades pero no a su negación; ya no tiene la necesidad de transformar la sociedad puesto que está integrada al sistema.
El desarrollo del mundo capitalista alteró la estructura y función de la burguesía y proletariado como clases principales, hasta despojarlas de su papel histórico de agentes de transformación social. Existe “un interés poderoso que une a los antiguos antagonistas para mantener y reforzar las instituciones” (Marcuse, 1964; 19). La idea de una evolución gradual del capitalismo sustituye a la de cambio cualitativo revolucionario. Es que el capitalismo desarrollado tuvo éxito cuando integró la clase obrera a su sistema de dominación y en particular a las organizaciones obreras.
La elevación del nivel de vida y la disminución de la distancia entre patrones y obreros en cuanto a bienes de consumo, permitió la desaparición progresiva de los intereses de la clase obrera. Gracias a las técnicas de publicidad de masas, el capitalismo logró crear en el obrero necesidades para fortalecer la dominación de los poseedores. Es por eso, que la mayor parte de los trabajadores comparten las necesidades estabilizadoras y contrarevolucionarias de la clase media. La clase obrera aburguesada aspira a niveles de consumo mayores y ve en los intelectuales de izquierda un peligro al cuestionar el sistema.
La mecanización disminuyó al máximo la energía física requerida para el trabajo. El proletario a quien el capitalismo compraba la energía humana y la explotaba para extraerle el máximo de plusvalía, desapareció de los países capitalistas. En las sociedades modernas el proletario ha sido sustituido por el obrero que se está integrando cada vez más a la sociedad tecnológica. Las mismas ocupaciones cambian; la cantidad de trabajadores de “cuello duro” e improductivos crece sin cesar.
En Francia e Italia, los partidos comunistas se debilitan y se integran a la sociedad capitalista; ahora tienen un programa limitado, que elimina la posibilidad de tomar el poder por medio de la revolución y se contentan con cumplir el papel de oposición parlamentario en el sistema establecido. El partido marxista-leninista, que tenía como misión desarrollar la conciencia política de las masas obreras, fue obligado a integrarse al proceso democrático burgués y a solicitar para sus miembros reivindicaciones de carácter económico, de manera tal que en vez de promover el crecimiento de una conciencia política radical, contribuye a inhibirla. Según Marcuse, la herencia histórica de la clase obrera son los investigadores, técnicos, especialistas e ingenieros, en virtud de que ocupan posiciones importantes de control en el proceso de producción, pueden detenerlo fácilmente. La clase de los técnicos, esta nueva clase obrera, esta inteligencia instrumentalista, está en condiciones de alterar el modo y las relaciones de producción, y darle un nuevo curso. Para ello, los técnicos deben renunciar a su mentalidad de tecnócratas, ya que la tecnocracia mantiene y mejora el sistema de dominación. Aceptar la posibilidad de que la tecnología y la técnica se pongan al servicio de las necesidades del hombre libre conformaría una revolución contra los tecnócratas.
Marcuse, sin embargo, es escéptico respecto del papel revolucionario de los técnicos, ya que en la actualidad son los mejores pagados y más favorecidos por el sistema capitalista. Mientras dicho sector permanezca aislado, solo podrá encarar una revolución tecnocrática, es decir, una transformación del capitalismo desarrollado en un capitalismo tecnocrático de Estado, pero no aspirarán a la instauración de una nueva sociedad. Estas observaciones de Marcuse son compartidas por Noam Chomsky en su obra L´Amérique et ses nouveaux mandarins. Los técnicos así definidos son sumisos a la tecnocracia y trabajan para el mantenimiento del orden existente. Chomsky es un representante prestigioso de la nueva izquierda norteamericana, por la que siente Marcuse inocultable simpatía.
La nueva sociedad debe recurrir a otras fuerzas, en virtud de que no cuenta ni con la clase obrera, ni con los técnicos, ni con el Partido Comunista. Estos aliados, según Marcuse, son los estudiantes. Al efecto dice: “Veo en la oposición estudiantil actual uno de los factores más decisivos de cambio en el mundo, como un fermento muy activo que quizás se transforme algún día en una fuerza revolucionaria” (Marcuse, 1968; 41).
A veces se oye decir que Marcuse inspiró las rebeliones estudiantiles en todo el mundo. Esto es falso. La mayor parte de los estudiantes rebeldes, incluyendo los “enragés”, (que traduce rabiosos), que se aplicó a los estudiantes que apelaban a la violencia, especialmente en mayo de 1968, en París, ignoraban lo escrito por Marcuse y su existencia. Lo que pasó fue que coincidieron en la crítica común de la sociedad de consumo y se apoyaron mutuamente. Marcuse veía en la acción estudiantil la realización de sus proyectos y los estudiantes veían en el pensamiento de Marcuse la justificación de su movimiento.
Marcuse ve en la oposición estudiantil el germen de la revolución, una fuerza prerevolucionaria que no puede hacer nada profundo sin la ayuda de otras fuerzas; es sólo una posibilidad de liberación, a la cual para llevarse a la práctica, le falta potencia material. Pero es el “fermento de la esperanza” y prueba que la idea de una sociedad libre responde a una necesidad real. Opina que el movimiento estudiantil tiene un papel histórico ya que son quienes proporcionarán los cuadros de la sociedad; y el carácter estético-sexual de su rebelión contra la moral oficial es un serio elemento de desintegración para la sociedad existente.
Las formas de oposición obedecen por una parte, al esfuerzo teórico de estudio y enseñanza, que conllevan a veces a la creación de universidades críticas, a fin de que la actividad intelectual no sea reducida y monopolizada por los poderes establecidos que se expresan por medio de la universidad oficial. Por lo tanto, se trata de contrapolitizar la universidad y no de politizarla.
Lo que pueden hacer en lo inmediato los estudiantes, es denunciar los errores e injusticias de la sociedad presente, y posteriormente actuar en función de las condiciones propias de cada país en el que se encuentran. En Estados Unidos, abogar por el fin de la guerra en Vietnam. Su tarea más urgente es “organizarse en escala mundial, estableciendo relaciones entre los movimientos estudiantiles de los distintos países” (Marcuse, 1968; 59-41).
Marcuse ve en el fenómeno de los hippies, algo interesante, pues se han negado a participar de la sociedad de la abundancia. Con sus cabellos largos y mugrientos, sus costumbres primitivas y su sentimentalismo bucólico, creen cuestionar y rechazar el mundo del dinero, la violencia y la guerra. “Eso, ya es un cambio cualitativo de la necesidad” ya no es la necesidad de coches, comodidad, televisión, sino más bien la negación de dichas necesidades. Buscan un mundo original, una existencia genuina y natural, hecha de placer y escasez, con un cierto erotismo de la mugre, en un trasfondo de naturaleza virgen y de no violencia, de marihuana y de promiscuidad.
Hoy día, son los frentes nacionales de liberación de los países subdesarrollados, los únicos en los cuales coinciden los dos factores históricos de la Revolución, para que insurja la sociedad libre. Estos son, el factor objetivo, la base humana de producción, en este caso el proletariado rural y también el naciente proletariado industrial, y el factor subjetivo, la conciencia política y la necesidad de cambio como necesidad vital. Sin embargo, dichos frentes nacionales no son lo suficientemente fuertes para derrocar el capitalismo, a menos que se produzca una alianza entre el Tercer Mundo y los movimientos que actúan por la rebelión dentro de los propios bastiones del capitalismo.
Táctica y estrategia revolucionarias
Al igual que la teoría crítica, la práctica política a la que interesa la tarea de transformar las posibilidades en realidad, no puede descansar en una concepción de la revolución que data del siglo XIX o de comienzos del siglo XX y que ya no es válida, salvo en una gran parte del Tercer Mundo. La idea de tomar el poder mediante una sublevación en masa dirigida por un partido revolucionario, que impondría un nuevo poder central para iniciar los cambios fundamentales. Esta estrategia no es válida para los países industrializados y en éstos los partidos marxistas recurren a la estrategia a largo plazo de los frentes populares; y donde la clase obrera se integró al sistema establecido, dicha estrategia es inconcebible.
Los únicos principios generales, según Marcuse, de la estrategia revolucionaria son los del rechazo absoluto y la solidaridad. Rechazo absoluto, gran rechazo, ruptura. Estas palabras son frecuentemente utilizadas por dicho pensador judío. No se puede ni siquiera pensar en pactar con el enemigo. Siendo el gran defecto de la sociedad represiva el de integrarlo y uniformarlo todo, incluyendo toda manifestación de crítica, ninguna práctica política tendría la posibilidad de acabar con esta servidumbre sino logra situarse fuera del orden establecido.
Condiciones que deben reunir los agentes revolucionarios
La enfermedad que se trata de curar es el esclavizamiento de la conciencia bajo la ley de la administración total de la sociedad de consumo, el cambio radical debe iniciarse en la conciencia misma. La transformación de la conciencia es la primera etapa hacia el cambio de la existencia social, hacia la aparición del nuevo sujeto. Dicha labor no es fácil; se trata de despertar la conciencia de un marasmo que la anestesia y le impide darse cuenta de su propia desdicha. Se trata en otras palabras, de reeducar la conciencia y con ella el saber, la percepción y el sentimiento a fin de que capten lo que sucede: el crimen contra la humanidad. La dominación represiva no usa el terror para dominar las conciencias sino la astucia y la persuasión falaz, destruyendo toda facultad crítica.
Nadie puede conducir la revolución necesaria si no está convencido de que las fuerzas productivas y técnicas para llevarla a cabo ya existen. Por eso es urgente educar las conciencias en este sentido. ”Estoy convencido de que la liberación de la conciencia, el trabajo tendiente a desarrollar la conciencia es una de las tareas fundamentales del materialismo revolucionario actual” (Marcuse, 1968; 24). Es necesario además, el factor objetivo, llamado organización, pues, la sociedad represiva aplasta al hombre bajo el peso del poder y dominación de tal manera que la conciencia más libre está condenada a la impotencia desde el mismo momento en que quiera oponérsele. Por eso es apremiante trabajar en dos frentes simultáneamente: Liberar la conciencia y a la vez infiltrarse por todas las grietas del sistema existente.
El sistema establecido se sirve del creciente poder que ejerce, para perfeccionar su misión de explotación y opresión, hasta transformarla en un totalitarismo del que es imposible evadirse. La liberación de la conciencia es la condición previa de la acción revolucionaria. Ahora bien, ¿Cómo orientar a quienes aceptan la sociedad tal como es? ¿Encuentran en ella bienestar, seguridad, hasta llegan a defenderla contra todos aquellos que la cuestionan, por ejemplo, los obreros norteamericanos o alemanes en contra de los estudiantes revolucionarios? ¿Cómo hacerles entender que la verdad de su conciencia y felicidad está en la revolución?
El principio básico del marxismo es trasladar lo económico hacia lo político, superar las reivindicaciones salariales para cuestionar el propio sistema capitalista. El hombre debe buscar el camino que lo lleve de la conciencia falsa a la verdadera, de su interés inmediato al real. El estado de adormecimiento, adoctrinamiento y regimentación de la sociedad contemporánea, elimina cualquier esperanza de provocar el surgimiento de nuevas necesidades mediante una evolución progresiva. Entonces, aparece como hipótesis, la idea de la dictadura como condición liberar esas nuevas necesidades, para provocar el nacimiento de esas nuevas ideas. Una dictadura muy diferente a la dictadura del proletariado prevista por el marxismo; dictadura en el sentido de contraadministración, una administración que elimine las suciedades difunde la administración actual.
En cualquier caso, no es una tarea fácil reeducar las conciencias, implantar nuevas maneras de ver, escuchar, sentir o comprender las cosas y avizorar en una lejanía todavía virtual un mundo del que estarían proscriptas la agresividad y la explotación. “La construcción de una nueva sociedad es impensable sin una nueva sensibilidad y una nueva conciencia de los hombres. Éstos deberían hablar un lenguaje nuevo, tener gestos e inclinaciones diferentes. Tendrían que haber desarrollado en sí mismos una barrera instintiva contra la crueldad, la brutalidad y la fealdad" (Marcuse, 1969; 34).
Esta transformación afectaría también la división social del trabajo y las relaciones de producción. Las pulsiones de la vida superarían a la agresividad y el sentimiento de culpa. Los hombres gozarían de su humanidad sin remordimientos, de la ternura, la sensibilidad y no tendrían vergüenza de sí mismos. Marcuse cree que la primera rebelión poderosa contra la sociedad existente, la de mayo francés, es una de sus expresiones. Esta nueva sensibilidad se convirtió en una fuerza política y una praxis. El pensador alemán siempre ha sostenido que sin sentimientos, ideas morales o emociones no se puede hacer política ni tampoco ciencia.
Antes que en el plano sociopolítico, en el cual se podrá lograr definitivamente la caída del sistema, es en el plano cultural donde debe comenzarse el intento de aniquilación del sistema imperante. Eso significa que del lenguaje, las costumbres, el arte, el modo de vida en general, deben partir los primeros intentos serios para desmantelar la fortaleza del orden establecido.
El arte contemporáneo constituye otra forma de negación y rebelión contra la sociedad. Se trate de artes plásticas, literatura o música, el arte contemporáneo no es la sustitución de un estilo por otro, sino que conforma un intento de descomposición de la propia estructura de la percepción. Todavía no se ha hallado el nuevo objeto de la percepción artística pero el objeto tradicional es rechazado junto con el realismo del arte. Por eso hay que hacer estallar esta falsa inmediatez, a fin de liberar la sensibilidad de todo esclavizamiento social represivo.
Condiciones previas de parte del capitalismo
Pese al poder y al dominio que tiene la sociedad represiva y el capitalismo que la inspira, la sostiene y la protege, siempre ofrece flancos y desaciertos para atacarla y criticarla. Es un principio de la teoría marxista que el capitalismo sucumbirá debido a sus propias contradicciones internas, pese a que dicha sociedad de consumo ha tenido la habilidad de integrar todas las fuerzas hostiles en un solo continuo férreamente unificado.
Dentro de las contradicciones internas del capitalismo, se menciona principalmente, la existente entre el desarrollo inaudito de las fuerzas productivas y la riqueza social, y por otro lado, la utilización destructiva y represiva de las fuerzas de producción, en guerras y derroches, es más pronunciada que nunca. No obstante, es conveniente acelerar dichas contradicciones internas para acentuar el debilitamiento de los países capitalistas. Cualquier crisis, bien sea de orden económico o moral, puede llevar a este debilitamiento.
Las consecuencias que seguirán a la guerra de Vietnam, como la reconversión de la economía, la desocupación a la que dará origen, la saturación de los mercados, el derroche, las reivindicaciones salariales estimuladas por el aumento del nivel de vida, todo esto, en suma, hace que el capitalismo no esté exento de una crisis económica. Sin embargo, esta crisis no sería suficiente para abatir el sistema imperante, ya que el Estado capitalista, en tanto permanezca, podrá paliar la lucha de clases en el marco del capitalismo.
Métodos y realizaciones
Ahora bien, ¿La transformación de la sociedad debe efectuarse en medio de un clima democrático o de la revolución? ¿Mediante reformas graduales y lentas o utilizando la violencia? ¿Cómo evolución o como ruptura? Parecería natural por el tipo de planteamientos que ha hecho Marcuse, que tanto insiste en una ruptura radical entre la sociedad futura y no represiva y la actual, no debe postular otra metodología que el de la ruptura y revolución. Según las circunstancias y el contexto, la misma tendencia revolucionaria puede imponer prácticas diferentes, como métodos reformistas. Es sólo cuestión de estrategias para llegar a instaurar una sociedad radicalmente nueva.
Marcuse no niega la práctica reformista pues piensa que se deben utilizar todas las posibilidades al máximo pero opina que la oposición exclusivamente utilizando la vía democrática, no es suficiente. “Hay que utilizar todas las posibilidades de educación, información y esclarecimiento que existen en el interior del sistema, sacar provecho de toda reforma que se le pueda arrancar” (Marcuse, 1968; 112). Cualquier tipo de oposición debe ir acompañada de una oposición extraparlamentaria así como del trabajo de educación en el marco establecido y la oposición radical que tienda a trascender el orden establecido.
La oposición en referencia, a menos que sea un ritual inocente o un movimiento ritual y simbólico, debe tomar partido por la desobediencia civil, ya que negarse a recurrir a la violencia es, en muchos casos, condenarse a la ineficacia y hacerle el juego al orden existente. Contra la violencia institucionalizada se dirige la violencia ilegal de la resistencia. Tanto la violencia de la opresión como la violencia de la liberación son fuerzas históricas y continuarán siéndolas. La prédica de la no violencia incondicional perpetúa la violencia institucionalizada del orden establecido. Además, la violencia institucionalizada se extiende en las sociedades actuales en todo el cuerpo social mientras que la violencia de la oposición se restringe a grupos particulares.
Ahora, ¿Cómo conciliar esto con los sentimientos humanitarios y las metas humanas que Marcuse predica? Ël responde que si un movimiento revolucionario origina siempre el odio, los filósofos y conductores del movimiento deben evitar que el odio se transforme en crueldad, brutalidad, terror, elementos que forman parte del universo de la represión. La ideología radical debe ceder terreno a la táctica en la práctica. Hay que recurrir a la violencia cuando es la única salida posible pero sin buscarla por sí misma. El enfrentamiento por sí mismo es absurdo.
No es por odio a la democracia que se debe combatir; al contrario, declara Marcuse, “nadie es más partidario de la democracia que yo. Mi objeción es que hoy no existe democracia en ninguna de las sociedades existentes. Se ha establecido cierta forma democrática muy limitada e ilusoria, plena de desigualdades mientras se debe crear las verdaderas condiciones de la democracia” (Marcuse, 1968;35).
Refiriéndose a la guerra del Vietnam, dice que representa una alternativa decisiva en el desarrollo del sistema, quizás es el comienzo de su fin, en cuanto suministra una rotunda prueba de que el cuerpo y la voluntad de los hombres pueden tener a raya, con armas de pobres, a la maquinaria de aniquilamiento más perfeccionada y eficaz de todos los tiempos. En general, los pueblos del Tercer Mundo conformado mayoritariamente por un proletariado agrario mantenidos en un estado de frustración mental y material, desorganizados políticamente carecen de otro recurso que no sea la guerrilla basada en el apoyo de la población local y las ventajas del terreno.
Esta es la gran oportunidad ofrecida a las fuerzas de liberación. Pero esta oportunidad es mínima puesto que ningún poder establecido permitirá que se repita el ejemplo de Cuba. Estas luchas del tercer Mundo tienen una importancia histórica ya que mantienen vivas las esperanzas de una nueva sociedad de liberación, al mantener una herida siempre abierta en los flancos del capitalismo internacional infectando al sistema en diferentes puntos. Mantienen viva la combatividad de los pueblos proletarios y tienen un valor moral de educación: en la constante lucha, hacen el aprendizaje de la nueva forma de vida que se trata de crear.
No obstante, consideradas en el nivel de estrategia mundial, estas rebeliones de hormigas no podrán abatir por sí solas al capitalismo mundialmente organizado. La Unión Soviética y China parecen verse obligadas a ejercer una contrapresión con respecto a la dominación capitalista. Según Marcuse, nuestra época es un período de transición entre la sociedad de represión en la que aún estamos y la sociedad libre cuyos contornos apenas percibimos. Se trata de un período de preparación psicológica, subjetiva, cultural y moral que nos lleve a anular viejas costumbres, ideas, sentimientos, incluso instintos que durante siglos de represión formaron, para finalmente transformarnos en una nueva sociedad.
En una época en que las diversas interpretaciones teóricas del marxismo han originado tantas escuelas, en la que el estructuralismo, en particular, revolucionó la teoría marxista, específicamente la comprensión renovada de Marx por la lectura original dada por Louis Althusser, Marcuse no se nos presenta como un teórico. Su única obra de pensamiento teórico-marxista, Razón y revolución, a pesar de algunos pasajes de Hegel a Marx, no contiene nada muy original. Marcuse no hace ningún enfoque nuevo sobre Marx ni sobre El Capital u otros escritos marxistas. Su actitud es la de un sociólogo pero no la de un teórico.
Es más original, la síntesis que hace en su pensamiento entre el marxismo y el psicoanálisis. Reich ya lo había intentado antes que Marcuse pero fue él quien utilizó dicha síntesis como instrumento de una crítica radical de la sociedad industrial avanzada al mismo tiempo que el modelo de la sociedad futura que busca. Este modelo es el aporte original de Marcuse a la sociedad contemporánea. El marxismo de Marcuse, en resumen, no muy original como teoría ni como práctica, consiste básicamente en la preocupación constante por la liberación del hombre alienado. Esta es la tendencia que sostiene la reflexión crítica y alimenta la resistencia revolucionaria. Pero cuando se fundamenta en el materialismo histórico, esta preocupación humanista de liberación, pacificación y búsqueda de felicidad en la justicia constituye una tendencia marxista; así lo sostiene el marxismo tradicional. Jamás renunció a ese impulso de juventud.
Bibliografía
Marcuse, Hebert (1963). Eros y Civilización.
Marcuse, Hebert (1964). El Hombre Unidimensional.
Marcuse, Hebert (1968). El Fin de la utopía.
Marcuse, Hebert. (1969). Hacia la liberación.
Masset, Pierre. (1969) El Pensamiento de Marcuse.