"La filosofía no es el arte de consolar a los tontos ... su única tarea es la búsqueda de la verdad y destruir prejuicios."

¿Nuevos paradigmas?


Ana María Llamazares

Desde hace un tiempo la frase "nuevos paradigmas” ha comenzado a circular cada vez más versátil y difusamente. Responde a la necesidad de capturar en una designación multiuso un estado de cosas incipiente y borroso, que todavía no sabemos muy bien de qué se trata, que nos cuesta caracterizar, pero que indudablemente está en el aire. Bajo ese rótulo se cobijan múltiples propuestas que, por eso mismo, parece interesante rastrear y desbrozar.

El concepto de “paradigma” cumple ya 30 años de vida y pese a esta mayoría de edad -que le ha brindado un difundido reconocimiento-, parecería seguir conservando inalterable una de sus mejores condiciones: esa inasible multivocidad que lo hace apropiado para generar --como entonces- la ilusión de designar lo indesignable.

Con el agregado de novedad y multiplicidad, los "nuevos paradigmas”- parecen ahora indicar el camino del cambio y la renovación en el ámbito de la ciencia y del pensamiento en general. La resonancia y el perfil de un siglo XXI que esperamos mejor al que estamos terminando. Pero resulta necesario y pertinente preguntarse una vez más qué extensión pretendemos cubrir bajo el rótulo de “paradigmas” y cuanto de novedosas y revolucionarias resultan estas configuraciones.

Paradigmas

En 1962 la publicación de ‘La estructura de las revoluciones científicas” de Thomas Kuhn inaugura una nueva tradición epistemológica. A partir del estudio histórico de los cambios revolucionarios que sufrieron las sucesivas maneras de concebir el universo. Kuhn introduce en el análisis de la producción científica aquello que el neoposivitismo se había ocupado especialmente de recortar como ajeno e irrelevante: el contexto histórico-social de producción de las teorías científicas propone que es éste su principal dominio de legitimación y validación, La historia sus protagonistas, sus intereses y estrategias señalan entonces, además de su presunta validez intrínseca, las razones de la elección de unas teorías sobre otras.

Mientras la epistemología tradicional veía a la ciencia como una empresa lineal y acumulativa en marcha hacia un progreso y dominio indefinidos. Kuhn ofrece una visión ondulante y periódica en donde lo mandante resulta ser el consenso que una teoría obtiene en una comunidad de científicos. Junto a los conceptos de “comunidad” y “consenso” surge el que resultará luego más exitoso: las comunidades logran consenso en tanto los científicos que las integran son formados y comparten un determinado “paradigma”, es decir, un particular sistema conceptual referido no sólo a lo específicamente científico, sino también a un ámbito de predicados mucho mayor que incluye valores, creencias e ideas acerca del mundo, de los hombres, de lo sobrenatural y muchas otras cosas más.

El concepto de paradigma implica entonces una crítica basal a las concepciones clásicas de objetividad y verdad, en tanto el conocimiento científico adquiere un lugar más terrenal entre el conjunto los saberes, cobra historicidad, se hace patrimonio relativo de los sujetos: y no de sujetos libres e indeterminados, sino de sujetos inmersos en cierta clase particular redes sociales llamadas comunidades científicas.

La fertilidad del concepto “paradigma” insisto debemos reconocerla en la rápida extensión de su uso. Si hacemos caso omiso a la miopía de las críticas que se dedicaron a contar cuántas acepciones diferentes del término aparecen en la obra del propio Kuhn, veremos que su riqueza reside casi paradójicamente allí, y en el valor de oportunidad -que superó incluso la intención del autor- de generar ciertos efectos de sentido que ningún otro término, por ahora, parece poder lograr de la misma manera.

Algo más que paradigmas

Si bien Kuhn intentó acotar el dominio de los paradigmas al ámbito científico, por alguna razón se difundió una versión más laxa y al mismo tiempo más amplia de lo que cubre el marco paradigmático. En algún sentido, un marco conceptual compartido y dominante en el seno de una sociedad en una época determinada, se aproxima a las cosmovisiones que proponen ciertas tradiciones filosóficas. Y es esta versión ampliada del término paradigma" la que quisiéramos rescatar aquí a los efectos de la argumentación que proponemos.

Nos interesa presentar la idea de que la concepción todavía vigente en la mayor parte de las personas del mundo occidental se organiza en torno a los mismos ejes que fundamentaron la empresa de la ciencia moderna y que la sostuvieron como discurso legítimo durante los últimos 400 años. Usar el concepto paradigma para referirnos a un dominio de gente que excede los límites de las comunidades científicas, parece aún más apropiado en tanto la cultura occidental ha sido permeada profundamente por las modalidades del operar científico y los productos teóricos y tecnológicos de la ciencia. Hoy no parece arriesgado caracterizar a este estadio capitalista tardío de la Modernidad occidental como una cultura científica-tecnológica.

La infiltración del proyecto científico dentro del resto de la cultura operada durante los últimos 200 años, nos permite a su vez no sólo intentar destejer la trama de esta profunda vinculación epistémica, sino más aún, insinuar interpretaciones también vinculantes para explicar gran parte de los graves y críticos problemas contemporáneos en los que nos hallamos sumergidos.

El paradigma de la ciencia moderna

El paisaje conceptual de la Modernidad corresponde en gran medida a la visión del mundo que se construyó durante la revolución científica ocurrida en Europa entre los siglos XVI y XVIII. Este proceso iniciado por Copérnico y Galileo culmina en los siglos XVII y XVIII con figuras in-discutidas que le otorgan nombre y apellido al paradigma científico. La primera es René Descartes, se encargó de elaborar la fundamentación filosófica y metodológica del proyecto científico. La segunda, Isaac Newton, personaje, aglutinante y exitoso, que logró organizar las distintas explicaciones físico-cosmológicas en una teoría global incluyente: la "Teoría de la Gravitación Universal”-, para la que, además, desarrolló sus fundamentos matemáticos.

El universo newtoniano, explicado sólo sobre la base de partículas sólidas de materia en movimiento mecánico regido por leyes universales e inmutables, realizó así el sueño cartesiano del Mundo máquina, instalando a partir de entonces la metáfora que ha impresionado fuertemente el pensamiento occidental: el mecanicismo corpuscularista. Todo incluida la Naturaleza por supuesto, los animales, los hombres, las sociedades, la cultura, se visualiza como máquinas en funcionamiento, compuestas por partes articuladas, descomponibles, cuyo comportamiento puede ser descrito, previsto, controlable. La visión corpuscular, enraizada en la tradición atomista, se liga así a la prescripción del método analítico como el camino de sucesivas divisiones que asegura la llegada a las unidades básicas y elementales constitutivas del Universo, de la Materia, de la Vida.

Al lograr una explicación única y elemental del movimiento universal; Newton introduce el principio de la simplicidad. Esto llegó a constituir para la ciencia algo así como un ideal estético: entre dos teorías rivales siempre será preferible, la más simple; a la par que un valor ético: lo simple es mejor que lo complejo. El principio de simplicidad fue la base de otra operación altamente valorada en el paradigma científico: el reduccionismo. La ‘verdadera’ explicación de un fenómeno se encuentra siempre en los niveles más básicos. Así, siguiendo un modelo estratigráfico, de la realidad, lo social se explica por reducción a los fundamentos biológicos de la conducta, lo biológico por los procesos químicos que regulan el funcionamiento orgánico y aquéllos, por las leyes físicas que operan en todos los niveles.

El tiempo newtoniano es un flujo constante, regular y lineal. Los acontecimientos se regulan determinísticamente por cadenas de causas y efectos.

Descartes además de la metáfora mecanicista, aporta a este modelo la separación entre dos tipos de sustancias: la material (res extensa) y la espiritual (res cogitans), que será la verdadera piedra basal de la epistemología de la ‘objetividad’. Sujeto y objeto de conocimiento serán ahora dos entidades independientes y enfrentadas. El mundo objetivo externo al observador, y el proceso de observación y conocimiento no lo modifican. La razón es el instrumento por excelencia que el hombre dispone para descubrir los secretos de la naturaleza. Pero el hombre, que hasta entonces se había sentido y concebido como parte del orden natural, será ahora arrojado de ese Edén. Esta dicotomía mente/cuerpo y su concomitante sujeto/objeto es la que permite articular el paradigma científico con la aspiración baconiana “saber es poder”. El propósito de la ciencia moderna ya no será comprender la Naturaleza para armonizarse con ella; su proyecto es ahorra instrumental y concreto: conocer la naturaleza como llave para dominarla, someterla y arrancarle sus secretos aunque sea por la fuerza. El paso previo imprescindible fue separarse de ella y ubicarse en un lugar de superioridad. Se produce así lo que algunos autores han llamado el “desencantamiento del mundo”.

Es interesante ver cómo al constituirse el paradigma moderno se produce el casamiento entre las dos tradiciones filosóficas que en primera instancia parecían oponentes irreconciliables: el empirismo y el racionalismo. La convergencia que Newton encarna, como máximo exponente, entre observación, experimentación y racionalización matemática dirigidas hacia el dominio y control de la materia, tal vez fue el gran descubrimiento de la Modernidad, una unión de consecuencias notables e imprevisibles, des las cuales aun n hemos terminado de percatarnos.

El crisol del ocaso

La revolución científica no hubiera sido suficiente por sí sola para cristalizar el paradigma moderno, si las condiciones históricas, sociales, económicas, religiosas y políticas, no hubieran favorecido su transformación en una revolución tecnológica e industrial. Esto fue lo que cambió definitivamente cambió el paisaje moderno y contemporáneo. El modelo mecanicista resultó útil y aplicable para la construcción de las máquinas e instrumentos técnicos, que permitieron, entre otros factores, la consolidación del capitalismo. La obsesión por el control y el dominio de la Naturaleza se ajustaban muy bien a la ética de la acumulación, la expansión y la jerarquización de las diferencias.

La visión corpuscularista del mundo y la materia fueron el sustento de la concepción materialista y objetivista de la realidad. La que a su vez se liga con el leit motiv existencial de la cultura occidental: la posesión y acumulación de cosas materiales, la concepción del poder como concentración de recursos económicos y políticos con el fin de obtener la subordinación de los otros, como si la voluntad ajena también fuera un bien poseíble.

La causalidad lineal del modelo newtoniano -expresión casi suprema del principio de simplicidad- encuentra su mejor reflejo en la metáfora del crecimiento y progreso acumulativo e indefinido, en la visión que identifica al desarrollo con la tendencia hacia el máximo de producción y consumo.

No es difícil advertir la relación de estos rasgos del paradigma cartesiano newtoniano con la configuración del mundo contemporáneo y sus líneas de fractura. Pero quisiera enfatizar la repercusión desquiciante que produjo la separación cartesiana entre materia y espíritu. El carácter de esta oposición, que en lugar de diferenciar aspectos complementariamente relacionados los enfrentó como adversarios antagónicos, marcó el estilo propio del conocimiento occidental: el análisis dicotómico que segrega, aísla, contrapone y distancia. Así una serie de otras oposiciones se encadenaron detrás de aquella dicotomía primordial entre mente y materia, entre sujeto y objeto, señalando como campos irreconciliables a lo racional y lo emocional, lo teórico y lo empírico, lo intelectual y lo concreto, la ciencia y el arte, lo masculino y lo femenino. Pero la oposición no quedó en un enfrentamiento. Por las mismas razones históricas por las cuales lo imponerse finalmente el paradigma científico por sobre otras tradiciones cognitivas, la oposición tuvo el carácter de una contienda cuyo resultado fue la supremacía de un término sobre el otro.

La condición de triunfo fue la represión, cuando no la anulación; su costo, la instauración de una conciencia alienada en la fragmentación, la subordinación de los de los aspectos vencidos y, junto con ellos, la pérdida de armonía.

Nuevamente la figura de Isaac Newton, aparece como la metáfora prototípica. El aura del Newton mecanicista, enterrado con todas las pompas y honores, ha eclipsado algunos interesantes aspectos y recorridos de su vida personal. Además de los detalles psicológicos que algunos de sus biógrafos han podido reconstruir y que muestran una historia de privaciones afectivas, de obsesividad y represión, nos interesa rescatar por su resplandor paradójico el hecho de que fuera uno de los últimos alquimistas brillantes. Compenetrado de la tradición hermética, su meta no era otra cosa que lograr el dominio de la materia, resumir en una explicación áurea el caos del universo. Sin embargo tuvo preclara lucidez al ocultar metódicamente esas facetas. Con el correr de los años, en aras de consolidar su imagen pública y adherir al programa racionalista, debió incluso abjurar de algunas de sus más íntimas convicciones, como la del carácter animado de la materia. Sin embargo, y más allá de haber logrado reconocimiento y éxito indiscutidos, en algunos de sus escritos más personales se percibe una insatisfacción aguda: su tremendo sistema teórico no le permitió nunca dar una explicación consecuente para aquello que explicaba todo lo demás; la gravitación, como atracción que se ejerce a distancia, siguió pareciendo más el principio hermético de fuerzas simpatizantes que el resultado de la dinámica de masas.

El sistema newtoniano no llegaría indemne al siglo XX, ni serán la relatividad y la cuántica las únicas responsables de su declinación. Volviendo a una visión restringida del término, podríamos decir que durante el siglo XIX el paradigma cartesiano – newtoniano sufre los primeros síntomas de la crisis. Desde diversos frentes se pone seriamente en cuestión la visión mecanicista y se señalan sus limitaciones para abordar ciertos problemas:

a) en la Óptica la Teoría Ondulatoria de la luz reemplaza a la Teoría Corpuscular, b) se desarrolla la Teoría del Electromagnetismo y el concepto de "campo de fuerza”,
c) aparece la Termodinámica que introduce dos conceptos cruciales: entropía- y “flecha del tiempo";
d) la Geología y el principio de la "estratificación" plantean el problema de la edad de la Tierra;
e) la Teoría de la Evolución de las Especies revoluciona la concepción sobre el origen de la vida y la antigüedad de la especie humana, e inaugura otro tema acucian-te: el cambio, la transformación, tanto de la vida como de la cultura.

El siglo de las crisis

Esta apretada lista de anunciaciones muestra de todas maneras la magnitud de los temas que estallarán en el campo de las ciencias durante el siglo XX. Junto a la revolución de la física, con su consecuente diáspora de derivaciones tecnológicas, la biología y las Ciencias Sociales introducen nuevas convulsiones en el paisaje del pensamiento contemporáneo.

Varias líneas de clivaje ya habían sido señaladas desde la filosofía. Tanto Nietzsche como Heidegger habían anunciado la disolución del sujeto cartesiano. La ausencia de un fundamento para la Verdad, el perspectivismo frente a la objetividad, el carácter discursivo del lenguaje, la historicidad de toda experiencia. Pero seguirán siendo tradiciones malditas, relegadas al lugar de los márgenes, voces estigmatizadas que no lograrán sacudir siquiera la sólida estantería central del paradigma moderno. Esto no sucederá hasta entrado ya el siglo actual.

EI verdadero remezón se produce en el propio corazón del paradigma: la física. La Teoría de la Relatividad primero y más tarde la Cuántica subvierten todos los pilares de la concepción clásica sobre el espacio, el tiempo, el movimiento y básicamente, la estructura de la materia. De la imagen del mundo atómico sólido, estable y regular se pasa a una visión de un del mundo relativo, paradojal, incierto, indeterminable, escurridizo. La angustia ya tiene un sólida razón de ser: el ‘no-ser’, ‘la nada’, el efímero eterno fluir ha vuelto ingresar en la escena, y esta vez, por la puerta grande, la puerta de las ciencias duras. Y es esto precisamente lo que marca una fractura paradigmática: las visiones no son tan nuevas en su contenido - presente en diversos saberes, antiguos y alternativos -; la novedad está en que el lugar desde donde ahora se generan es un lugar de poder.

La nueva física quiebra con la visión atómica de la realidad y en su lugar surge una visión relacional, un mundo de consistencia menos sólida y más virtual, enorme red de vínculos entre di-versas partes que configuran aleatoriamente un todo heterogéneo, estable en su inestabilidad, ordenado en su caos.

Diferentes descripciones resultan ser válidas para explicar el mismo fenómeno, el comportamiento de las partículas subatómicas no resulta independiente de la participación del observador en el proceso de observación: todo parece indicar que la ‘objetividad materialista’ fue sólo una ilusión más, un sueño de poder tuvo éxito y por tanto, consistencia de realidad

El cuestionamiento de la objetividad física implicó de manera indeclinable, la reintroducción del sujeto en el proceso de conocimiento, la ruptura del dualismo. Por su parte, los desarrollos de la neurofisiología mostraron la participación del observador en el proceso de observación, sentando las bases fisiológicas de la epistemología constructivista. Concomitantemente, el siglo XX asiste a la apertura de un campo de reflexión que intersectará todos los saberes: el lenguaje, la comunicación, la semiosis, la generación de sentidos y significación. El lenguaje ya no será -como muchos intentaron vanamente demostrar- el instrumento mediador entre el hombre y la realidad, la llave unívoca para dar cuenta del mundo, la cerradura de una sola combinación. El lenguaje, nuevamente otra red de virtualidades, será la caótica y regulada sopa donde nos constituimos como humanos, nuestra restricción y al mismo tiempo nuestra infinita posibilidad, aquello que todo lo impregna y lo construye. El reconocimiento de su omnipresencia ficcional y discursiva es uno de los ya casi indiscutibles aportes de nuestro tiempo.

Si el newtoniano fue el paradigma de la simplicidad y el orden, desde mediados del siglo XX los problemas acuciantes son por lo contrario, la complejidad y el caos. Por un lado, la tendencia sostenida del mundo contemporáneo es hacia una globalización de interdependencias cada vez más intrincadas y nutridas. Pero el surgimiento" de la complejidad como problema no es sólo el resultado de la complejización de las interacciones en el mundo, sino también una distinta priorización en nuestra percepción. Quedó claro que con la metáfora atomística la mera adición de las partes no permitía comprender el todo. Desde diversos campos se comenzó a buscar modelos que permitieran más adecuadamente lidiar con la interacción, la multícausalidad, el cambio, la autorregulación y las organizaciones complejas. Especialmente desde la biología, la necesidad de abordar a los organismos como totalidades, estables, más allá de su permanente renovación, sugirió la necesidad de contar con un enfoque transdisciplinario que reconoce sus bases en la Teoría General de Sistemas (Von Bertalanffy) y luego ha registra múltiples derivaciones. A mediados del siglo se abren, justamente en las fronteras disciplinarias, diversos campos que serán fuentes del pensamiento sistémico: la Cibernética, la Teoría de la Comunicación, la Teoría de los Juegos, la ciencia cognitiva, la Computación, la Inteligencia Artificial.

A partir de la década de los '70 el problema del cambio ocupa el centro del escenario. Los modelos que interesan ahora son los de los procesos de cambio no lineales, la autoorganización de nuevas estructuras no como el resultado inevitable de la acumulación progresiva, sino como la emergencia inesperada y en alto grado impredecible a partir de situaciones caóticas o desordenadas. Las Teorías del Caos, la Termodinámica No Lineal de Procesos Irreversibles (Ilya Prigogine), la Teoría de las Catástrofes (René Thom), la Matemática Fractal (Mandelbrot), son algunos de los aportes más levantes en estos campos.

¿Nuevos paradigmas?

Después de este apretado recorrido desde Copérnico hasta nuestros días parece oportuno volver sobre la pregunta que de alguna manera inspiró este artículo. ¿Estamos asistiendo a un re-cambio paradigmático?

Nuevamente la respuesta, incluyéndose recursivamente a sí misma, no es unívoca. En un sentido, restringido al ámbito de las teorías científicas, no hay un recambio, sino varios, pues no hay otro paradigma alternativo que aparezca como su único rival. Muchos de los dominios explicativos del paradigma newtoniano han sufrido crisis importantísimas y fueron reemplazados por otras teorías, pero eso no implicó su definitivo certificado de defunción. En un sentido amplio, que trasciende las fronteras del mundo científico, la visión del mundo y el sistema de valores que sustentan el paradigma newtoniano, conserva una difundida vigencia. Las nuevas metáforas producidas por la ciencia de este siglo no han logrado aún impregnar el pensamiento cotidiano de la misma manera. Por lo demás, y más allá de que para algunos el de hoy pueda constituir un estadio “pre - paradigmático", es decir, la etapa incipiente en que todavía no ha tomado cuerpo unificado un nuevo paradigma, todo parece indicar que el signo de los nuevos tiempos es justamente la coexistencia en la diversidad.

No obstante lo cual, sería necio negar que ciertas imágenes, ciertas búsquedas, aparezcan como recurrentemente pregnantes. Los "nuevos paradigmas” por el momento son apenas algo más que la resonancia de ciertas palabras: desorden, caos, incertidumbre, relatividad, auto - organización, estructura, sistema, recursividad, holos (totalidades), historicidad, discurso, interpretación, y muchas otras más o menos técnicas. Pero tampoco sería una resonancia dispersa e incoherente. Tal vez la metáfora más ambiciosamente trascendente que recorre estas renovadas viejas búsquedas que ahora han dado en llamarse “nuevos paradigmas" sea la de la integración en un Holos caóticamente armónico, un Caos armónicamente integrador, una armonía integradamente caótica. Resulta un desafío atractivo, indudablemente creativo y que implica un necesario y honesto compromiso con una ética de la convivencia.

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